Mensaje 51
Desde que fui salvo y empecé a amar al Señor y la Biblia, el capítulo 15 de Juan me ha atraído, pues en él se halla el ejemplo de la vid. Durante más de cincuenta años he estado considerando este ejemplo.
Cristo es la vid, y nosotros los pámpanos (Jn. 15:5). El hecho de que Cristo sea la vid y nosotros los pámpanos indica claramente que somos parte de Cristo. ¡Esto es grandioso! Jn. 15 no es una simple parábola; es un cuadro descriptivo de cómo nosotros somos parte de Cristo. No somos simplemente aquellos que fueron redimidos, perdonados, justificados, reconciliados y salvos. ¡En realidad somos parte de Cristo! Si vemos el cuadro presentado aquí desde este punto de vista, entenderemos cuán profundo es! Cristo es la corporificación de Dios, y nosotros somos pecadores dignos de lástima, corruptos, caídos y hasta diabólicos. ¿Cómo pudimos tales pecadores ser hechos parte de Cristo? No obstante, aunque parezca tan profundo, también es cierto que somos parte de Cristo.
La vid con los pámpanos constituye el organismo del Dios Triuno en la impartición divina. Un día, el Señor me mostró claramente que esta vid es el único organismo en todo el universo. La vid presentada en el capítulo 15 no es insignificante, individual ni local, sino que es el grandioso organismo corporativo y universal del Dios Triuno.
En toda la Biblia, ningún otro libro revela la Trinidad de una forma tan completa como lo hace el Evangelio de Juan. Este libro en su totalidad tiene que ver con la Trinidad. En ningún otro libro encontramos al Padre, al Hijo y al Espíritu revelados de una manera tan práctica como en éste. Todo el Evangelio de Juan es un libro sobre el Hijo con el Padre y con el Espíritu. Por lo tanto, el organismo presentado en el capítulo 15 no es simplemente un organismo de Cristo, sino un organismo del Dios Triuno.
En la introducción a este capítulo, el Señor Jesús, el Hijo, dice: “Yo soy la vid verdadera, y Mi Padre es el labrador”. Tal vez usted se pregunte dónde se encuentra el Espíritu en este capítulo. El Espíritu es la sabia o jugo vital de la vid. Por lo tanto, vemos que la Trinidad es el elemento constituyente de este organismo, en el cual estamos incluidos. Además, el organismo de la vid está constituido no sólo de la divinidad, sino también de la humanidad. ¡Alabado sea el Señor porque este organismo universal está compuesto tanto del Dios Triuno como de nosotros! De hecho, nosotros somos la parte crucial de este organismo. Éste es un asunto sumamente significativo.
El organismo de la vid en Juan 15 es el enfoque de toda la Biblia. Un organismo es un cuerpo orgánico que contiene vida y que tiene órganos y vida. Muchos cristianos piensan que Juan 15 es simplemente una parábola usada por el Señor para describir la relación que tenemos con Él. Pero no es simplemente eso, sino una realidad que revela el enfoque del propósito de Dios. Dios es vida, y la vida necesita un cuerpo orgánico en el cual crecer y por el cual expresarse. Incluso el elemento de vida en el interior de la semilla de una flor requiere un cuerpo orgánico. La semilla es el cuerpo orgánico por medio del cual la vida interior puede crecer y ser plenamente expresada. Dios desea crecer en un cuerpo orgánico y expresarse a Sí mismo por medio del mismo. Este cuerpo es el organismo de Cristo y la iglesia.
El enfoque de la Biblia consiste en que Dios como vida crezca en un cuerpo orgánico. Esto significa que Dios es la vida que crece, y que ésta necesita un organismo, un cuerpo orgánico, en el que Dios pueda crecer y por medio del cual pueda expresarse. Se nos ha dicho que Dios es nuestro Creador, el objeto de nuestra adoración, y que nosotros, Sus criaturas, debemos adorarle. Aunque esto no es incorrecto, es un entendimiento muy superficial de la revelación contenida en la Biblia. De ninguna manera constituye el enfoque de la revelación divina.
El contenido interno del enfoque divino consiste en que Dios no sólo es nuestro Creador y el objeto de nuestra adoración, sino también la vida. La vida no requiere adoración. ¡Cuán insensato sería poner una semilla de clavel sobre una mesa y adorarla! Si hiciéramos esto, y la semilla pudiera hablar, diría: “¡Hombres insensatos! ¿Qué están haciendo? Cuanto más me adoran, más sufro. En lugar de adorarme, por favor siémbrenme. Si hacen eso, estaré feliz”. Finalmente, Dios no es el objeto de nuestra adoración, sino que Él es vida y, como tal, desea crecer en un cuerpo orgánico para poder expresarse.
Dios dio varios pasos a fin de producir este cuerpo orgánico. Por medio de la creación, Él formó un espíritu en el hombre (Zac. 12:1). Debido a que tenemos un espíritu, podemos recibir a Dios en nuestro ser. Dios también realizó la obra de redención y, finalmente, llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Ahora Él no sólo es el Creador y el Redentor, sino el mismo pnéuma, el Espíritu vivificante, y por eso nosotros podemos tener contacto con Él. En el momento en que tenemos contacto con Él, Su Espíritu entra directamente a nuestro espíritu. Cuando este Espíritu entra en nuestro espíritu, nos hace parte de este cuerpo orgánico. Ahora Dios crece en nosotros para poder expresarse. Éste es el deseo actual del Señor.
Si comprendemos que somos parte de este organismo divino en el que Dios crece y por medio del cual se expresa, muchas cosas desaparecerán. Todos nuestros conceptos religiosos relacionados con la adoración desaparecerán. A Dios no le interesan nuestros conceptos; Él quiere ser la vida que crece en nuestro interior para poder expresarse por medio de nosotros. Éste es el organismo revelado en Juan 15.
Hemos visto que en Juan 15 la predicación del evangelio ocurre cuando la vida rebosa, lo cual produce fruto. Sin embargo, esto no es algo sencillo, sino muy elevado y profundo. Es mucho más elevado de lo que comúnmente es considerada la vida cristiana. Si queremos ganar un entendimiento de lo que significa llevar fruto mediante el rebosar de la vida, necesitamos ver el cuadro todo-inclusivo que presenta el Evangelio de Juan.
Este evangelio empieza con las palabras: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”. Un día, el Verbo se hizo carne (1:14), y esta carne era el Cordero de Dios (1:29). Cuando el Señor fue crucificado, Él no sólo fue el Cordero, cuyo propósito era realizar la redención, sino que también tomó la forma de serpiente (3:14). Él fue levantado en la cruz para terminar con Satanás, la serpiente antigua. No solamente murió en la forma del Cordero y de la serpiente, sino también murió en la forma de un grano de trigo (12:24). Como tal, Él murió para producir los muchos granos, los cuales nos incluyen a todos nosotros. Juan 1:4 dice: “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Esta vida era la luz de la vida (8:12). Cuando el Verbo se hizo carne, estaba lleno de gracia y realidad, verdad.
Hasta aquí, tenemos diez palabras cruciales: Verbo, Dios, carne, Cordero, serpiente, grano de trigo, vida, luz, gracia y verdad. Cristo era el Verbo, quien era Dios y llegó a ser carne. Esta carne era el Cordero que fue crucificado para nuestra redención. En Su crucifixión Cristo tomó la forma de la serpiente con el fin de destruir al diablo. Y en Su muerte también cayó en la tierra como un grano de trigo para producir los muchos granos. Estos granos ahora tienen Su vida, la cual ha llegado a ser luz para ellos. Para ellos esta vida es gracia, y esta luz los introduce en la realidad.
Después de que el Señor Jesús murió, resucitó y ascendió secretamente al Padre, Él regresó ese mismo día y, con un cuerpo físico, entró de una manera misteriosa en aquella habitación cerrada (20:19). Ningún científico ni erudito puede explicar la manera en que Cristo logró entrar en aquel cuarto. Según Juan 20:22 Él: “sopló en ellos, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. Aparentemente ésta es la conclusión del Evangelio de Juan, pero en realidad este evangelio todavía no se ha completado. El hecho de que el Señor se impartiera como aliento en Sus discípulos indica que este Ser misterioso y todo-inclusivo, había entrado en ellos. En Juan 20 no se deja constancia de que el Señor hubiera dejado a los discípulos. Él vino, pero nunca se fue. Después de soplar en ellos, Él no les dijo: “Adiós, vendré a visitarlos otro día”. Cuando era joven y leí este capítulo, me perturbé al no encontrar en él indicios de que el Señor se alejara de los discípulos. Más tarde comprendí que cuando el Señor sopló en ellos, Él entró a ellos; nunca más estaría fuera de los discípulos, sino dentro de ellos.
En el principio, es decir, en la eternidad pasada, Cristo se encontraba muy lejos tanto en espacio como en tiempo. Él existía como el Verbo, la expresión de Dios, pero al final del Evangelio de Juan, Él entró en nosotros de una manera misteriosa. Así como nadie puede definir ni explicar cómo el Señor con un cuerpo físico tangible y visible pudo entrar en una habitación cerrada, de igual manera nadie puede explicar cómo Cristo mora en nosotros. El principio es el mismo en ambos casos. El hecho de que Cristo more en nosotros es un misterio. Al comienzo de este libro Cristo estaba muy lejos de nosotros, pero ahora está en nosotros. En cuanto a espacio y tiempo, no existe ninguna distancia entre Él y nosotros; somos uno. Además, Cristo nos hizo parte de Sí mismo. Esta unidad es el organismo ejemplificado por la vid, el organismo del Dios Triuno con la humanidad en la impartición divina. Hoy nosotros somos este organismo. Todos nosotros necesitamos una visión clara acerca de esto.
Tal vez usted se pregunte cómo puede experimentar este organismo divino. Este organismo viviente es semejante a un edificio con una entrada. En este evangelio tenemos tanto la puerta de entrada a este organismo como la manera para experimentar dicho organismo. La puerta se encuentra en Juan 3:3 y 5. El Señor Jesús dijo a un pecador llamado Nicodemo: “El que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios” y: “El que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. Este organismo es el reino, y viceversa. El Señor le daba a entender a Nicodemo que tenía que nacer del Espíritu. Entramos en este reino, en este organismo, sólo al nacer del Espíritu divino en nuestro espíritu. De manera que, el nuevo nacimiento es la entrada al organismo del Dios Triuno.
La manera comienza en Juan 4:24 donde el Señor dijo: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren”. Adorar a Dios es tener contacto con Él, disfrutarle y participar de todo lo que Él es. Adorar a Dios es recibirle en nuestro interior; no es simplemente algo objetivo, sino una experiencia subjetiva. Esto se comprueba por el hecho de que en este capítulo el Señor habla de la adoración y, a la vez, habla de beber el agua viva (v. 14). Si juntamos los versículos 14 y 24, veremos que beber del agua viva es adorar a Dios. Además, cuando adoramos a Dios con nuestro espíritu y en nuestro espíritu es cuando verdaderamente estamos bebiendo del agua viva, la cual es Dios mismo. Dios es el Espíritu, y este Espíritu es el agua viva. Bebemos de esta agua viva adorando a Dios. Por lo tanto, beber de Dios y adorarle son sinónimos. Todos debemos beber al Dios quien es el agua viva, es decir, el Espíritu.
Otro aspecto de la manera en que experimentamos este organismo se revela en Juan 6:48, donde el Señor dijo: “Yo soy el pan de vida”, y en el versículo 57, donde dijo: “El que me come, él también vivirá por Mí”. La manera no sólo consiste en beber a Dios, el agua viva, sino también en comer a Cristo, la corporificación de Dios, quien es el pan de vida. Lo que el Señor dijo acerca de comerle ofendió a los religiosos, pues no podían soportarlo (v. 60). En el versículo 63 el Señor dijo a Sus discípulos: “El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. Es como si el Señor les dijera: “Yo soy el pan de vida, pero sólo puedo impartirme en vosotros como vuestro suministro de vida por medio de la Palabra viviente, y esta Palabra es el Espíritu”. Así que, no debemos tener contacto con la Palabra viviente tomando solamente las letras en blanco y negro, sino que debemos tener contacto con la Palabra viviente, que es el Espíritu viviente, al ejercitar nuestro espíritu. Por lo tanto, la manera de experimentar el organismo divino es tener contacto con Dios, quien es el Espíritu, y comer y beber de Él.
Si en verdad tenemos contacto con el Señor y comemos y bebemos de Él, tendremos la experiencia de rebosar, como se menciona en Juan 7:37-38. En el último día de la fiesta de los tabernáculos Jesús se puso en pie y alzó la voz diciendo: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que crea en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. ¡Qué manera de rebosar! Todo el que crea en Él rebosará con el fluir de los ríos de agua viva. El agua que los creyentes beben de Cristo, se volverá ríos de agua viva que rebosarán en ellos y de ellos. Éste es el rebosamiento a que nos referimos en este mensaje.
El rebosar de la vida se encuentra en el capítulo 7, y no en el capítulo 15. Sin embargo, el rebosamiento del capítulo 7 tiene como fin llevar fruto en el capítulo 15. Al tener contacto con Dios, y al comer y beber de Él, la vida rebosa en nosotros. Este rebosamiento no es nada menos que el Dios Triuno mismo, quien es el constituyente de este organismo y quien se expresa a través de nuestro vivir. Por lo tanto, el rebosamiento de la vida es el Dios Triuno expresado en nuestro vivir.
Ahora podemos entender lo que significa llevar fruto por medio del rebosamiento de la vida. Necesitamos tener esta visión. Si la tenemos, podremos decir: “Soy parte del organismo del Dios Triuno. Diariamente tengo contacto con mi Dios, bebo y como de Él, y vivo por Él. Ahora espontáneamente Dios mismo está fluyendo de mí”. Este rebosamiento de vida produce fruto. Cuando llevamos fruto, sabemos que la vida de Dios se ha expresado en nuestro vivir. Al tener contacto con nuestros familiares, vecinos, compañeros de trabajo y amigos, debemos tener esta clase de vivir y ser esta clase de persona. Recientemente una hermana nos dijo que había compartido acerca del rico suministro de Cristo a una señora que se había encontrado en un aeropuerto. Seguramente esa mujer debe haber sido impresionada por el testimonio de nuestra hermana. De la boca de nuestra hermana no sólo salió una predicación, sino el Dios Triuno que se expresaba en el vivir de ella. Si tenemos tal testimonio con nuestros parientes y amigos, la vida que fluye de nosotros causará en ellos una impresión profunda y ciertamente entrará en algunos de ellos. Ellos serán infundidos con este fluir y llegarán a ser un fruto que es producido por este organismo. Así es como se lleva fruto cuando rebosamos con la vida interior .
Si usted experimenta tal desbordamiento, ¿podría no amar al Señor? ¿Podría seguir viviendo en pecado y continuar amando al mundo? Eso sería imposible. No es necesario que nos esforcemos por vencer el pecado ni el mundo. Ni siquiera es necesario que nos esforcemos por amar al Señor. De hecho, no hay necesidad de hacer nada. Si entendemos que somos parte de este organismo divino, que el Dios Triuno fue forjado en nuestro ser, que fuimos constituidos de Sus riquezas, y que llegamos a ser parte de Él, algo de Su vida fluirá de nosotros de una forma natural y espontánea.
Somos los pámpanos de esta vid divina; somos parte del organismo del Dios Triuno. Somos iguales a Él en vida, en naturaleza y en posición. ¡Aleluya! Diariamente tenemos contacto con nuestro Dios. Él no es simplemente el objeto de nuestra adoración, sino el Espíritu que reside en nosotros como el agua viva. Al beber y comer de Él, experimentamos la vida que rebosa de nosotros, lo cual hará que llevemos fruto en nuestra vida diaria. Si aquellos con quienes nos relacionamos aceptan este fluir o no, depende únicamente de la elección de Dios. Pero nosotros podemos estar seguros de que los escogidos sí lo recibirán y llegarán a ser un fruto engendrado por tal organismo divino. Ésta es la manera en que el organismo divino aumenta y el reino de los cielos se propaga. Éste es el significado de llevar fruto por medio de tener una vida interior que rebosa.