Mensaje 1
En este mensaje daremos primero unas palabras de introducción a nuestro estudio-vida de Lamentaciones y después consideraremos la primera y la segunda lamentación.
El libro de Lamentaciones fue escrito por Jeremías, el profeta que llora y lamenta (cfr. 2 Cr. 35:25).
El tema del libro de Lamentaciones es la expresión de la pena y el amor que Jeremías siente por la ciudad santa y por el pueblo santo de Dios.
C. El contenido
El libro de Lamentaciones tiene cinco secciones: una lamentación por causa de la desolación de la ciudad santa (cap. 1); una lamentación por causa de la destrucción de la ciudad santa (cap. 2); una lamentación por causa del profeta afligido, el cual se identifica con su pueblo castigado (cap. 3); una lamentación por causa del pueblo castigado (cap. 4); y una lamentación que es una oración a favor del pueblo santo y sirve de conclusión a la cuarta lamentación (cap. 5).
Es difícil encontrar en Lamentaciones algo referente a la economía de Dios. Lamentaciones 3:22-25 es un pasaje relacionado con la economía de Dios, aunque no directamente sino indirectamente al referirse a las compasiones de Dios. Según el trato de Dios aplicado a Israel, Israel debía haber sido exterminado. Pero Jeremías dijo: “Por la benevolencia amorosa de Jehová no hemos sido consumidos, / pues no fallan Sus compasiones” (v. 22). Israel había fracasado, pero las compasiones de Dios no fallaron. Fue debido a las compasiones de Dios que un remanente de Israel fue preservado sobre la tierra para la realización de la economía de Dios; así pues, no nos atreveríamos a decir que Lamentaciones no tiene nada que ver con la economía de Dios. Sin embargo, hay muy poco en este libro referente a la economía de Dios.
Dios confiaba plenamente en Jeremías. Jeremías le era muy fiel a Dios; sin embargo, entre Dios y Jeremías surgió cierta discrepancia, cierta divergencia. Podríamos decir que incluso hubo cierta fricción entre ellos. Vemos esta divergencia en la reacción de Jeremías al castigo que Dios le infligió a Israel.
Dios estaba indignado y enojado con Israel, y vino a Jeremías a decirle que juzgaría severamente a este pueblo. Cuando Jeremías se enteró en detalle de las medidas gubernamentales que Jehová tomaría con respecto a Israel, él comenzó, en cierto grado, a discrepar con Dios. A Jeremías le pareció que Dios se excedía en la severidad de Su castigo. Por esta razón, como consta en Jeremías 15:10, él exclamó: “¡Ay de mí, madre mía!, porque tú me diste a luz / como hombre de contienda y hombre de discordia para toda la tierra”. Esto indica que él no estaba contento con la profecía que Dios quería que él proclamase. Por tanto, Jeremías se encontró en un verdadero dilema. Por un lado, Jehová le instaba a profetizar anunciando la destrucción de Israel, y Jeremías pensaba que el sufrimiento de Israel que se anunciaba era excesivo; por otro, el pueblo persistía en su maldad e incluso comenzó a perseguir a Jeremías. Esto puso a Jeremías en un dilema.
Finalmente, Dios ejecutó Su juicio sobre Su pueblo. Jerusalén fue destruida, el templo fue incendiado, el rey fue llevado cautivo al exilio y todo el país fue devastado. Jeremías fue testigo ocular de todos estos hechos. Todas estas cosas —la destrucción, la devastación, la profanación, la captura y la ruina— quedaron grabadas indeleblemente en la memoria de este profeta apesadumbrado y conmiserativo. Por disposición soberana de Dios, Jeremías fue liberado del cautiverio. Sabemos por la historia que desde una colina de la cual se divisaba todo Jerusalén, Jeremías se sentó a contemplar las ruinas de la ciudad y, comenzando a llorar, no pudo dejar de poner por escrito sus sentimientos. Jeremías escribió sus cinco lamentaciones de modo muy fino (las cuatro primeras lamentaciones siguen el orden que corresponde a las letras del alfabeto hebreo), y éstas fueron la expresión de sus sentimientos de pena, dolor y conmiseración por el pueblo santo de Dios, la tierra santa, la ciudad santa, el templo santo y los vasos santos.
Sabemos por el libro de Jeremías que Jeremías, un buen profeta que fue fiel, padeció persecución. Él fue perseguido al extremo que llegó a orar: “Déjame ver Tu venganza sobre ellos” (Jer. 11:20; 20:12). Esto es contrario a la enseñanza del Nuevo Testamento, la cual nos dice que debemos amar a nuestros enemigos y orar por los que nos persiguen (Mt. 5:44). Por tanto, independientemente de cuán bueno y fiel era Jeremías, él seguía siendo un ser humano. Al caminar por las colinas alrededor de Jerusalén, cuanto más observaba la destrucción ocurrida allí, más las lágrimas brotaban de sus ojos y más él se lamentaba. Entonces, él escribió sus lamentaciones.
Consideremos ahora, de manera muy breve y esquemática, las dos primeras lamentaciones del profeta.
En su desolación, la santa ciudad estaba sumida en circunstancias angustiosas (Lm. 1:1-11). Ella no hallaba consuelo ni descanso y carecía de pasto (vs. 2-3, 6, 9) a causa de sus transgresiones, sus pecados, su impureza y su inmundicia (vs. 5, 8-9).
Los versículos del 12 al 19 hablan de su súplica por la conmiseración de los transeúntes. Ella se encontraba en circunstancias miserables (vs. 13-17) por haberse rebelado contra los mandamientos de Jehová, quien es justo (v. 18).
C. Ella ora a JehováEn los versículos del 20 al 22 está su oración a Jehová. En los versículos 20 y 21a ruega a Jehová que vea que ella está atribulada; después, en los versículos 21b y 22, ella le pide a Dios que trate con todos aquellos que no la consuelan.
En 2:1-10 se nos habla sobre la destrucción de la ciudad santa efectuada por Jehová el Señor. Él llevó a cabo esta destrucción en Su ira desbordante, en la indignación de Su ira (vs. 1-2, 6). Tal destrucción incluyó el templo, el altar, los reyes, los sacerdotes, los príncipes, los profetas y los ancianos (vs. 6-7, 9-10).
En los versículos del 11 al 19 está el lamento del profeta. En los versículos 11 y 12 vemos el llanto del profeta y sus entrañables sentimientos de pesar por el sufrimiento que padece su pueblo; en los versículos 13 y 14, la grave “enfermedad” que aqueja al pueblo de Jerusalén; en los versículos 15 y 16, el siseo y los insultos de los transeúntes; y en el versículo 17, el cumplimiento del castigo dispuesto por Jehová. Después, los versículos 18 y 19 hablan de la necesidad de clamar al Señor derramando lágrimas sin cesar y alzando nuestras manos a Jehová.
Los últimos tres versículos que componen este lamento son la oración que ella eleva a Jehová. Ella ruega que Jehová la considere en medio de su exterminio (v. 20a) así como en las matanzas que ella ha sufrido (vs. 20b-22).