Mensaje 27
Lectura bíblica: Lv. 7:11-38
La ley de la ofrenda de paz en cuanto al disfrute que tenemos de Cristo es bastante extensa. Ningún cristiano se imaginaría que el disfrute de Cristo estuviese regulado por tantas normas. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento contienen advertencias con respecto a disfrutar a Cristo de manera impropia o incontrolada. En 1 Co. 11:17 dice que es posible congregarnos no para lo mejor, sino para lo peor. El versículo 27 dice: “Cualquiera que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor”. El versículo 29 habla de que aquel que “come y bebe, sin discernir el cuerpo, juicio come y bebe para sí”. Aquí vemos que la palabra en el Nuevo Testamento es más solemne que la del Antiguo Testamento.
Consideremos ahora algunos puntos relacionados con la ley de la ofrenda de paz.
La primera clase de ofrenda de paz es aquella que se ofrece en acción de gracias. Entre las distintas ofrendas de paz, ésta es la más débil. En cuanto a esta ofrenda, Levítico 7:12 dice: “Si lo presenta en acción de gracias, presentará juntamente con el sacrificio de acción de gracias tortas sin levadura mezcladas con aceite, hojaldres sin levadura ungidos con aceite y tortas de flor de harina empapadas y mezcladas con aceite”. Esto significa que el Cristo —bien sea mezclado con el Espíritu y sin pecado, o ungido con el Espíritu y sin pecado, o como una persona excelente, empapada del Espíritu— que es la ofrenda de harina y que disfrutamos en Su conducta también es nuestra ofrenda de paz, Aquel que fue crucificado y derramó Su sangre en la cruz (Col. 1:20), en nuestra acción de gracias a Dios.
“Con tortas de pan leudado presentará su ofrenda, además del sacrificio de sus ofrendas de paz en acción de gracias” (v. 13). Esto significa que el oferente, aunque disfruta de Cristo como Aquel que no tiene pecado, todavía tiene pecado en sí mismo.
La razón por la que la ofrenda de paz ofrecida en acción de gracias es la más débil de las ofrendas de paz es que ella incluye levadura. Esto indica que el oferente aún tiene pecado y, por tanto, se encuentra en una condición débil.
“Y de ella presentará una parte de cada ofrenda como ofrenda elevada a Jehová, la cual pertenecerá al sacerdote que rocía la sangre de la ofrenda de paz” (v. 14). Esto tiene un doble significado. Primero, puesto que la ofrenda elevada es un tipo de Cristo en Su ascensión, ello significa que Cristo, la ofrenda de harina en todos Sus aspectos, es ofrecido a Dios como Aquel que está en ascensión. En segundo lugar, ello significa que tal Cristo es ingerido y disfrutado como alimento por aquel que ministra Cristo como ofrenda de paz. Cuando ministramos el Cristo ascendido a los demás, participamos del propio Cristo que ministramos.
“La carne del sacrificio de sus ofrendas de paz en acción de gracias se comerá el día que sea ofrecida; no dejará nada de ella para la mañana siguiente” (v. 15). Esto significa que el poder sustentador de esta clase de ofrenda es bastante limitado, que dicha ofrenda tiene que ser disfrutada plenamente el día en que es ofrecida y que nuestra experiencia y disfrute de Cristo en este aspecto debe ser fresco cada día.
Tal vez nos sintamos agradecidos con Dios y le presentemos una ofrenda de paz. Ésta es una ofrenda en la que disfrutamos a Cristo en presencia de Dios. Sin embargo, la ofrenda de paz en acción de gracias es una ofrenda más débil, y su disfrute no dura de un día para otro. El poder de esta ofrenda no perdura por mucho tiempo.
“Pero si el sacrificio de su ofrenda es debido a un voto o es una ofrenda voluntaria, se comerá el día que presente su sacrificio, y lo que quede de él lo comerán al día siguiente” (v. 16). Esto significa que el poder sustentador de la ofrenda de paz que se presenta debido a un voto o como ofrenda voluntaria es mayor que el de la ofrenda ofrecida en acción de gracias, que debe comerse el día en que era ofrecida y que este disfrute de Cristo, por ser más sólido, dura más tiempo. Si nuestra ofrenda es más sólida, nuestro disfrute de esta ofrenda perdurará por más tiempo.
“Si se come parte de la carne del sacrificio de sus ofrendas de paz al tercer día, no será aceptado ni se tendrá en cuenta a favor de aquel que lo presenta; será una abominación, y la persona que coma de él llevará su propia iniquidad” (v. 18). Esto significa que todo viejo disfrute de Cristo no agradará a Dios y no será aceptable ante Él. Disfrutar a Cristo sin restricción alguna es algo que Dios aborrece. Por esta razón, en 1 Corintios 11 Pablo nos advierte que al asistir a la mesa del Señor, tenemos que ser cuidadosos.
“La carne que toque alguna cosa inmunda no se comerá; será quemada al fuego” (v. 19a). Esto significa que el disfrute que tenemos de Cristo como nuestra paz debe ser guardado de toda inmundicia.
“Y en cuanto a otra carne, toda persona limpia podrá comer de tal carne” (v. 19b). Esto significa que el disfrute que tenemos de Cristo como nuestra paz no sólo debe ser guardado de toda inmundicia, sino que además debe ser ingerido por una persona limpia.
“Pero la persona que, estando inmunda, coma de la carne del sacrificio de las ofrendas de paz, las cuales pertenecen a Jehová, tal persona será cortada de entre su pueblo. Y cuando alguien toque cualquier cosa inmunda, ya sea inmundicia de hombre, o bestia inmunda o cualquier abominación inmunda, y coma de la carne del sacrificio de las ofrendas de paz, que pertenecen a Jehová, aquella persona será cortada de entre su pueblo” (vs. 20-21). Esto significa que la persona inmunda que participe de Cristo como su paz, tal como en la mesa del Señor (1 Co. 10:16-17), debe ser apartada de la comunión del disfrute de Cristo (cfr. 1 Co. 5:13b). Una persona inmunda es una persona pecaminosa. Tal persona debe ser separada de la comunión de la mesa del Señor.
“No comeréis ninguna grosura de buey, ni de cordero ni de cabra” (Lv. 7:23). Esto significa que en su vida diaria, los hijos de Israel debían preocuparse por la comida de Dios, como lo indica la grosura de buey, de cordero y de cabra; la grosura representa la parte tierna, fina y excelente de la persona de Cristo.
Este asunto es de crucial importancia. Como sacerdotes, cada vez que comemos debemos preocuparnos por el alimento de Dios y no debemos comer la grosura, que es la porción de Dios. Al poner en práctica nuestro servicio sacerdotal, estamos sirviendo a Dios, por lo cual no debemos considerar lo nuestro, sino lo que le pertenece a Dios. La grosura, la mejor porción de las ofrendas, no la deben comer los sacerdotes, sino que la deben ofrecer a Dios para Su satisfacción.
“La grosura de un animal muerto, y la grosura de un animal despedazado por fieras, podrá utilizarse para cualquier otro uso, pero de ningún modo la comeréis” (v. 24). Esto significa que la contaminación propia de la muerte estropea el significado que para Dios tiene Su disfrute de Cristo. Dios aborrece la muerte y no desea ver nada relacionado con ella.
“El que come grosura de bestia de la cual se presenta a Jehová una ofrenda por fuego, la persona que la coma será cortada de entre su pueblo” (v. 25). Esto significa que quienes disfrutamos de Cristo como nuestra ofrenda debemos guardar la parte excelente de la persona de Cristo para Dios, a fin de que no seamos apartados de la comunión del disfrute de Cristo. Esta comunión del disfrute de Cristo se refiere a la mesa del Señor. En la mesa del Señor, tenemos la comunión del disfrute de Cristo.
“Tampoco comeréis sangre, ni de aves ni de bestias, en ningún lugar donde habitéis” (v. 26). Esto significa que la única sangre que debemos recibir para nuestra redención es la sangre de Jesús (Jn. 6:53-56; He. 9:12).
“Toda persona que coma cualquier clase de sangre será cortada de entre su pueblo” (v. 27). Esto significa que todo el que considere común la sangre de Cristo será apartado de la comunión del disfrute de Cristo. Debemos considerar la sangre de Cristo como algo especial, particular y precioso. Si comemos de otra sangre, hacemos común la sangre de Cristo. Esto es pecado.
“El que presente a Jehová el sacrificio de sus ofrendas de paz, traerá de dicho sacrificio su ofrenda a Jehová. Sus propias manos traerán las ofrendas de Jehová presentadas por fuego; traerá la grosura junto con el pecho, para que éste sea mecido ante Jehová como ofrenda mecida. El sacerdote quemará la grosura sobre el altar, pero el pecho será para Aarón y sus hijos” (vs. 29-31). Esto significa que quienes tomamos a Cristo como nuestra ofrenda de paz debemos ofrecer la parte excelente de Cristo (la grosura) a Dios para Su satisfacción, mientras que la parte amorosa de Cristo en Su resurrección (el pecho) deberá ser disfrutada por quien sirve.
La ofrenda mecida hace referencia a Cristo en Su resurrección. La mejor parte de la ofrenda de paz es para Dios; ésta es consumida por el fuego y dada a Dios. La parte amorosa, el pecho, es la porción asignada a nosotros, los servidores, para nuestro disfrute.
“Daréis al sacerdote, como ofrenda elevada, el muslo derecho de los sacrificios de vuestras ofrendas de paz. Aquel de entre los hijos de Aarón que presente la sangre de las ofrendas de paz y la grosura, tendrá el muslo derecho como porción suya” (vs. 32-33). Esto significa que la parte fuerte de Cristo (el muslo derecho) en Su ascensión es dada por porción al que sirve para su disfrute.
Los versículos del 29 al 33 revelan que la mejor parte, la grosura, es dada a Dios, y que la parte amorosa, el pecho, así como también la parte fortalecedora, el muslo derecho, son dadas a los servidores. Cuanto más ministremos Cristo como ofrenda de paz y cuanto más ofrezcamos Cristo como ofrenda de paz a Dios, más será nuestra la capacidad de amar y el poder fortalecedor de Cristo. De esta manera, seremos más fuertes y más amorosos.
“Yo he tomado de los hijos de Israel, de los sacrificios de sus ofrendas de paz, el pecho de la ofrenda mecida y el muslo de la ofrenda elevada, y los he dado a Aarón, el sacerdote, y a sus hijos como estatuto perpetuo que ha de ser observado por los hijos de Israel” (v. 34). Esto significa que Dios nos ha asignado a nosotros, los sacerdotes neotestamentarios, la capacidad de amar y el poder fortalecedor de Cristo como nuestra porción eterna para que la disfrutemos al servir a Dios.
“De las ofrendas presentadas por fuego a Jehová, ésta será la porción que le corresponderá a Aarón y sus hijos a causa de su unción sacerdotal a partir del día en que los presentó para que sirvieran a Jehová como sacerdotes, la cual Jehová mandó que se les diese de parte de los hijos de Israel el día en que los ungió. Será estatuto perpetuo por todas sus generaciones” (vs. 35-36). Esto significa que el disfrute que tenemos de la capacidad amorosa de Cristo y de Su poder fortalecedor guarda relación con el hecho de que Dios nos ungió para nuestro sacerdocio.
Dios nos ungió para que fuésemos sacerdotes, y nos asignó por porción la capacidad amorosa de Cristo y Su poder fortalecedor. Por tanto, podemos amar a Dios y permanecer firmes en nuestro servicio sacerdotal a Él.
“Ésta es la ley del holocausto, de la ofrenda de harina, de la ofrenda por el pecado, de la ofrenda por las transgresiones, de la consagración y del sacrificio de las ofrendas de paz, las cuales Jehová mandó a Moisés en el monte Sinaí, el día en que mandó a los hijos de Israel que presentaran sus ofrendas a Jehová en el desierto de Sinaí” (vs. 37-38). Esto significa que nuestra consagración al sacerdocio tiene que realizarse tomando al Cristo todo-inclusivo como las cinco ofrendas y según las normas correspondientes.
El versículo 37 nos habla de la consagración. Aquí la consagración no es una sexta ofrenda; más bien, las cinco ofrendas tienen como finalidad la consagración. En el tiempo de la consagración Dios asignó estas ofrendas, con sus diferentes aspectos, para el disfrute de los sacerdotes.
Hemos visto que en los capítulos del 1 al 5, las ofrendas siguen una secuencia particular: el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Esta secuencia no es conforme a la doctrina, sino conforme a nuestra experiencia práctica. Sin embargo, al darse las leyes de las cinco ofrendas, la secuencia cambia significativamente. Aquí la ley del holocausto es primero, después de lo cual viene la ley de la ofrenda de harina, la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones y la ofrenda de paz. Esta última secuencia concuerda con el cuadro total de la economía de Dios. Según el corazón de Dios y Su deseo, Él dispuso que experimentemos a Cristo como cuatro clases de ofrendas: el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. El holocausto es el requisito necesario para la ofrenda por el pecado, y la ofrenda de harina es el requisito necesario para la ofrenda por las transgresiones. De estas cuatro ofrendas, dos guardan relación con el requisito, y dos guardan relación con el resultado. La ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones tienen como finalidad un resultado particular. Estas cuatro ofrendas, en acción conjunta, tiene como resultado la paz. Esta paz es lo que Dios desea. Según Su corazón, Dios desea que nosotros disfrutemos de Su economía, la cual se centra en Su Hijo, Cristo. Cristo es nuestro holocausto, nuestra ofrenda de harina, nuestra ofrenda por el pecado y nuestra ofrenda por las transgresiones a fin de que nosotros le disfrutemos como paz. En nuestra acción de gracias, en nuestros votos y en nuestras ofrendas voluntarias, disfrutamos a Cristo como nuestra paz con Dios. Esta secuencia retrata la economía de Dios en su totalidad.
Así pues, en Levítico 1—7 encontramos dos secuencias: la secuencia conforme a la experiencia y la secuencia conforme a la economía de Dios en su totalidad. Las cuatro ofrendas —el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones— tienen como finalidad que nosotros disfrutemos a Cristo como nuestra paz con Dios en todo sentido.