Mensaje 37
Lectura bíblica: 3, 9, 21, Lv. 11:24-25, 27-28, 31-35, 36-37, 39-40, 44-45
Hemos visto que el capítulo 11 de Levítico hace hincapié en el asunto de la dieta, el asunto del comer. Ahora debemos ver que este capítulo también hace mucho hincapié en la muerte. En Levítico 11 se usa la palabra cadáver o cadáveres por lo menos trece veces, y muertos o muere es usada tres veces. Sin la muerte, no habría cadáveres; de ahí que un cadáver denote muerte. Mientras haya un cadáver, hay muerte.
Que la muerte sea mencionada en relación con nuestra dieta indica que lo que comemos, nuestra dieta, es un asunto de vida y muerte. Si tenemos contacto con cosas limpias, recibiremos vida; pero si tenemos contacto con cosas inmundas, recibiremos muerte.
En este capítulo, las palabras abominación y abominable también se refieren a la inmundicia. Debemos detestar la inmundicia, aborrecerla al máximo, por cuanto nos acarrea muerte. Cada vez que tenemos contacto con algo inmundo, tenemos contacto con la muerte. En Levítico 11 la inmundicia es sinónimo de muerte. Dondequiera que haya inmundicia, también habrá muerte; más aún, el resultado final de la muerte es un cadáver. Incluso los cadáveres de animales limpios son inmundos (vs. 39-40).
La muerte es algo desagradable y abominable. Por tanto, debemos abstenernos de la muerte. Aparentemente el capítulo 11 habla sobre abstenernos de la inmundicia; en realidad, este capítulo nos habla sobre abstenernos de la muerte. La muerte de la cual debemos abstenernos no es principalmente la muerte física, sino la muerte espiritual. En la tierra, la muerte espiritual predomina más que la muerte física. La muerte espiritual se encuentra en todas partes. La muerte espiritual no sólo abunda en los lugares pecaminosos y mundanos, sino también en los lugares más morales y éticos. El capítulo 11 de Levítico nos advierte que debemos abstenernos de la muerte espiritual.
Para que entendamos mejor lo que es la muerte espiritual, consideremos el significado de los dos árboles en el huerto del Edén: el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal.
Después que Dios creó al hombre, lo puso frente a estos dos árboles (Gn. 2:8-9). El árbol de la vida es simple, llana, íntegra y absolutamente un árbol de vida. Con respecto a este árbol no hay complicación alguna; únicamente posee un solo elemento: la vida. El hombre que Dios creó, por consiguiente, se encontraba frente al árbol de la vida.
En la Biblia, Dios es representado o simbolizado por un árbol (cfr. Os. 14:8). Cuando Dios se encarnó y vivió en la tierra, Él dijo de Sí mismo: “Yo soy la vid” (Jn. 15:5a). Una vid se extiende a medida que crece, y es por ello que está disponible a nosotros. Un pino, por el contrario, crece hacia arriba. No podríamos tocar la copa de un pino que ha crecido completamente, pero sí tenemos fácil acceso a una vid. Me alegro de que el Señor no dijo que era un pino, sino que era una vid. Nuestro Dios es elevado, pero descendió al grado de convertirse en una vid, extendiéndose a los cuatro confines de la tierra.
Esta vid es el árbol de la vida. Podemos demostrar esto al unir Juan 15:5a con Juan 14:6a, donde el Señor declara: “Yo soy [...] la vida”. Por una parte, Él es la vid, un árbol; por otra, Él es la vida. Por consiguiente, Él es el árbol de la vida. Cristo, la corporificación del Dios Triuno, es el árbol de la vida.
La Biblia no sólo comienza con el árbol de la vida, en Génesis, sino que también concluye con el árbol de la vida, en Apocalipsis. Apocalipsis 22:2a dice: “A uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida”. El versículo 14 del mismo capítulo añade: “Bienaventurados los que lavan sus vestiduras, para tener derecho al árbol de la vida”. Estos versículos hablan sobre el árbol de la vida, el cual está en la Nueva Jerusalén. ¿Y qué acerca de hoy? Hoy en día, en la vida de iglesia podemos disfrutar a Cristo como árbol de la vida. Según Apocalipsis 2:7, el Señor prometió darse a nosotros como árbol de la vida para nuestro deleite. “Al que venza, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en el Paraíso de Dios”. La vida de iglesia hoy en día es una figura anticipada, una miniatura, de la Nueva Jerusalén, la cual es el Paraíso de Dios. Por tanto, en un sentido muy real, en la vida de iglesia nosotros estamos verdaderamente en el Paraíso de Dios, disfrutando a Cristo como nuestro árbol de la vida.
En Oseas 14:8, el Señor se compara a Sí mismo con un árbol de hoja perenne. Él no sólo es el árbol de la vida, sino también un árbol de hoja perenne. Como árbol de la vida, Él es siempre verde.
En el huerto del Edén no sólo estaba el árbol de la vida, sino también el árbol del conocimiento del bien y del mal. El árbol de la vida representa a Dios mismo como la totalidad y fuente de la vida. Cuando Dios puso a Adán en el huerto, Él sabía que en este universo había también otra fuente: Satanás, el enemigo de Dios. No sólo existe una fuente, Dios, quien es la fuente de la vida, sino también otra fuente, Satanás, la fuente de la muerte. Así como Dios es la totalidad y fuente de la vida, Satanás es la totalidad y fuente de la muerte. Por consiguiente, el árbol del conocimiento del bien y del mal representa la muerte.
La vida es pura y sencilla, mientras que la muerte está llena de complicaciones. El árbol que representa la muerte es el árbol del conocimiento del bien y del mal. En él vemos tres cosas que hacen de la muerte un asunto complicado: el conocimiento, el bien y el mal. Puesto que el conocimiento está relacionado con la muerte, cuanto más conocimiento adquiramos, mayor será nuestra participación en la muerte. Asimismo, el bien tiene que ver, no con la vida sino con la muerte. El mal, por supuesto, es un elemento propio de la muerte. Todos asociamos el mal con la muerte, pero es posible que asociemos el conocimiento y el bien con la vida. Sin embargo, según la Biblia, la vida se menciona por aparte, mientras que la muerte se menciona junto con el conocimiento y con el bien. A la postre, el conocimiento, el bien y el mal redundan en la muerte.
Si hemos de llevar una vida santa, debemos abstenernos de todo lo que pertenezca a la muerte. En particular, debemos abstenernos de esparcir chismes, una práctica muy común. Los que tienen el hábito de chismorrear a menudo aparentan estar preocupados por los demás y por su situación; en realidad, debido a que tienen el hábito de contar chismes, lo que buscan es más conocimiento con el propósito de chismorrear. La fuente de donde proviene el hábito de chismorrear es el árbol del conocimiento del bien y del mal.
Por medio de la caída de Adán, dicho árbol fue plantado en nosotros. Pese a que hemos sido salvos y a que Dios como árbol de vida fue plantado en nuestro ser, el árbol del conocimiento del bien y del mal todavía está en nosotros. Eso significa que cada uno de nosotros es un huerto del Edén en miniatura. Dentro de nosotros está Dios como árbol de la vida y también Satanás como árbol del conocimiento del bien y del mal.
La práctica de chismorrear no tiene nada que ver con el árbol de la vida, ya que el chisme jamás imparte vida a los oyentes. Contar chismes es involucrarse con la muerte; es esparcir a los demás muerte, la cual pertenece al enemigo de Dios. Abstenerse de contar chismes es abstenerse de la muerte. Si hemos de llevar una vida santa, una vida que se abstiene de todo lo relacionado con la muerte, tenemos que apartarnos de la fuente de la muerte, es decir, tenemos que apartarnos del árbol del conocimiento del bien y del mal.
Todo cadáver es inmundo. Lo inmundo, por tanto, equivale a la muerte.
La muerte contamina más que el pecado y es más abominable. Pero según nuestros conceptos, el pecado es un problema más grave que la muerte. Si no tenemos el concepto correcto en cuanto a la muerte, no nos será fácil comprender que la muerte contamina más que el pecado. Debido a nuestros conceptos éticos y morales, sabemos que mentir es pecaminoso. Si alguien nos miente, condenaremos esa mentira como algo pecaminoso. Sin embargo, quizás no nos demos cuenta de que una charla ética también podría estar llena de muerte. Por ejemplo, tal vez no estemos conscientes de que hablar con un hermano acerca de su familia podría estar relacionado con la muerte. Dicha conversación podría ser ética, y al mismo tiempo, estar llena de muerte.
Usando otro ejemplo, haré notar que incluso darle un libro a un hermano podría estar relacionado con la muerte. Supongamos que un hermano le da un libro a otro hermano con la intención de complacerlo. Aun algo tan bueno como esto podría estar lleno de muerte. No debemos dar algo a un hermano con la intención de complacerlo, sino sencillamente porque al hacerlo seguimos la dirección del Señor. Tener un propósito, una intención, al dar algo a un hermano es jugar a la política.
Supongamos que alguien le regala un libro a un hermano para complacerlo a fin de que más tarde tome partido por él. Dicha intención está llena de muerte, y los que tienen entendimiento espiritual, discernimiento espiritual, reconocerán esto. El resultado de dar un libro con esta intención es formar un partido, y tal partido esparcirá muerte. El que recibe el libro será el primero en ser contaminado por la muerte, y después, entre estos dos hermanos que han formado el partido, no habrá más que muerte. Aparentemente la acción de dar el libro era buena, pero en realidad tenía que ver con la muerte.
Esto nos sirve de ejemplo para ver que la muerte está más encubierta que el pecado. No es fácil reconocer lo que hay detrás de una acción y discernir que aquello está lleno de muerte. Un acto como el de regalar un libro tal vez sea muy bien visto, pero es posible que esté lleno de la inmundicia de la muerte. Sin duda alguna, la muerte es más contaminante y más abominable que el pecado.
Levítico 5 revela que mediante la ofrenda por las transgresiones todo pecado será perdonado inmediatamente (vs. 2, 17-18). Esto nos muestra que resolver el problema del pecado, esto es, que nuestro pecado sea perdonado, es algo sencillo. Todo lo que hacemos es ofrecer la ofrenda por las transgresiones, y luego somos perdonados.
Según Levítico 11, una persona que tocaba el cadáver de un animal quedaba inmunda hasta el anochecer (vs. 24-25, 27b-28a, 31b, 39-40). “Hasta el anochecer” significa hasta el final de nuestra vida diaria. Esto indica que se requiere un tiempo antes de que podamos ser lavados de la contaminación traída por la muerte. Nuestra experiencia confirma este hecho. Si cometemos una transgresión y la confesamos al Señor, seremos perdonados inmediatamente, y el problema quedará resuelto. Pero si somos contaminados por la muerte, no podremos ser limpios sino “hasta el anochecer ”. Esto significa que debe pasar algún tiempo antes de que podamos ser lavados de la contaminación traída por la muerte.
Aunque el tiempo no es un factor determinante con respecto a ser perdonados de nuestros pecados, sí lo es con respecto a ser lavados de la contaminación traída por la muerte. Nosotros, los cristianos, resolvemos el problema de los pecados sencillamente confesándolos y aplicando a nuestro caso la sangre preciosa del Señor. Tan pronto como hacemos esto, somos perdonados y lavados. Sin embargo, si llegamos a tener contacto con un “cadáver” y a causa de ello somos contaminados por la muerte, dicha contaminación permanecerá con nosotros por un buen tiempo. Aunque no se requiere tiempo alguno para ser lavados del pecado, sí se requiere tiempo para ser lavados de la contaminación traída por la muerte. Esto comprueba que la muerte nos contamina más que el pecado, y por más tiempo.
La persona que tocaba el cadáver de un animal quedaba inmunda hasta el anochecer, mientras que la persona que tocaba el cadáver de un hombre quedaba inmunda por siete días (Nm. 19:11, 13). Esto no sólo indica que la muerte es más grave que el pecado, sino también que el cadáver de un hombre contamina más que el cadáver de un animal. A los ojos de Dios, los seres humanos son el elemento más contaminante.
La persona contaminada por el cadáver de un animal tenía que lavar sus vestidos (Lv. 11:25, 28a, 40). Esto significa que la contaminación de la muerte debe ser eliminada de nuestra conducta en nuestra vida diaria. El vestido representa nuestro andar diario, nuestra vida diaria. Nuestra vida diaria debe ser lavada de la contaminación de la muerte.
Todo aquello sobre lo cual caiga el cadáver de un animal es inmundo, y todo lo que sea contaminado por ello será lavado con agua (v. 32). Esto significa que la contaminación de la muerte deberá ser lavada por el lavamiento del Espíritu de vida. El agua mencionada en 11:32 representa el Espíritu de vida. Cuando somos contaminados por haber tenido contacto con la muerte, debemos confesar nuestros pecados y orar de modo que entremos en el Espíritu. Es en el Espíritu que nuestra vida diaria —nuestro andar diario—, la cual ha sido contaminada por la muerte, será lavada.
Cuando el cadáver de cualquier animal caía sobre un vaso de barro o sobre un horno o un fogón, éstos eran hechos inmundos, de modo que tal vaso, horno o fogón debía ser destruido (vs. 33, 35). Esto significa que nuestro hombre natural, al igual que el vaso, debe ser quebrantado por haberse contaminado con la muerte en nuestra vida diaria. El vaso del versículo 33 representa nuestro hombre natural, nuestro ser, nuestro yo. Nuestro hombre natural es un vaso. Una vez que el vaso de nuestro hombre natural es contaminado por la muerte en nuestra vida diaria, dicho vaso tiene que ser quebrado. Nuestro hombre natural, nuestro propio ser, nuestro yo, que ha sido contaminado por la muerte, tiene que ser quebrantado por la cruz de Cristo.
Todo alimento sobre el cual se hubiera vertido agua procedente de un vaso de barro contaminado por un cadáver, así como toda bebida contenida en dicho vaso, quedaba inmundo (v. 34). Esto significa que una persona que es afectada por la corriente terrenal o se ha mezclado con ella en su vida diaria, es fácilmente contaminada por la muerte. Si somos mundanos, nos contaminaremos muy fácilmente con cualquier asunto relacionado con la muerte.
El manantial o la cisterna que recogía agua quedaba limpio (v. 36a). Esto significa que todo cuanto tiene la corriente del agua viva, corriente que lava en todo momento la contaminación de la muerte, se mantiene limpio. El manantial de agua viva representa al Espíritu, y la cisterna de agua viva representa a Cristo, quien es portador del agua viva. Con tal que tengamos el manantial y la cisterna, al Espíritu y a Cristo, en nuestra vida diaria, nos mantendremos limpios.
Si parte del cadáver de un animal cae sobre cualquier semilla que había de sembrarse, la semilla quedaría limpia (v. 37). Esto significa que todo cuanto sea viviente y posea la vida que tiene fuerza para resistir la contaminación, permanecerá limpio. La semilla, la cual posee la vida que tiene fuerza para resistir la contaminación, tipifica a Cristo.
Ahora quisiera añadir unas palabras de conclusión a lo que hemos abarcado en estos dos mensajes sobre el capítulo 11 de Levítico.
Comer guarda relación con la limpieza. Esta limpieza tipifica al propio Cristo que es nuestro contenido, suministro de vida y alimento espiritual. Cristo es la verdadera limpieza. Él es la realidad de la limpieza.
Sólo Cristo y lo que procede de Él es limpio y, como tal, puede servirnos de suministro alimenticio. Debemos tener contacto únicamente con esto, y solamente esto debemos comer y recibir.
Cristo tiene pezuña dividida y rumia (v. 3). Cuando Cristo anduvo en la tierra, Sus “pezuñas” estaban claramente divididas, y Él también “rumiaba”. Él estaba lleno de discernimiento y recibía la palabra de Dios reflexionando mucho sobre ella.
Cristo tiene aletas (v. 9). Cuando estuvo en la tierra, Él podía moverse libremente sin ser atrapado por las cosas mundanas. Cristo también tiene escamas (v. 9). Debido a estas escamas, Él pudo resistir la influencia del mundo corrupto.
Cristo tiene piernas largas además de patas para saltar sobre la tierra (v. 21). Por ello, cuando estuvo en la tierra, Él pudo vivir y accionar llevando una vida que estaba por encima del mundo, y Él pudo guardarse del mundo.
Cristo es el manantial y la cisterna que recoge agua viva (v. 36). Él es el manantial del viviente Espíritu de Dios, y también es el portador de este Espíritu viviente.
Cristo es la semilla que ha de sembrarse (v. 37). Esto se revela claramente en el Nuevo Testamento.
Incluso un capítulo como Levítico 11 está lleno de Cristo. Él es nuestro suministro en cada aspecto de nuestra vida diaria. Como realidad de todas las cosas positivas del universo (Col. 2:17), Él es todos los seres vivos limpios. Todos los seres vivos limpios que andan sobre la tierra, viven en el agua y vuelan en el aire son tipos de Cristo. Cristo es Aquel que puede remontar vuelo en el aire y vivir en el agua salada. Además, todas las ofrendas mencionadas en los capítulos del 1 al 7 también tipifican a Cristo. Ante Dios, Cristo es todas las ofrendas. Mientras tengamos a Cristo, tenemos aquello apropiado que podemos contactar, comer y digerir. En todo sentido, Él es nuestro suministro de vida; Él incluso es nuestra limpieza.
“Yo soy Jehová vuestro Dios. Santificaos, por tanto, y sed santos, porque Yo soy santo [...] Porque Yo soy Jehová, que os hice subir de la tierra de Egipto para ser vuestro Dios; seréis, pues, santos, porque Yo soy santo” (vs. 44-45). Sólo Cristo puede mantenernos santos, así como Dios es santo.