Mensaje 10
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En los dos mensajes anteriores consideramos en detalle el asunto de experimentar a Cristo en Sus experiencias y de ofrecer a Dios el Cristo que hemos experimentado. En este mensaje quisiera añadir algo breve en relación con experimentar a Cristo en Sus experiencias como holocausto.
Me preocupa que algunos puedan malentender lo que quiero decir cuando hablo de experimentar a Cristo en Sus experiencias. Es posible que muchos cristianos, al oír que debemos experimentar a Cristo en Sus experiencias a fin de que Él sea nuestro holocausto, piensen que esto equivale a imitar a Cristo de forma externa, es decir, tomarle como un ejemplo y un modelo externos, para luego seguirle y aprender de Él. Esta comprensión es equívoca.
Con el fin de ayudarles a comprender correctamente lo que significa experimentar a Cristo en Sus experiencias, quisiera señalar que en la llamada teología existen al respecto dos corrientes principales de pensamiento.
La primera corriente, la cual es mucho más popular que la segunda y la cual sostienen tanto católicos como protestantes, enseña a los creyentes a seguir a Cristo e imitarlo de una manera que es totalmente externa. Esta enseñanza se presenta en un famoso libro católico, escrito hace varios siglos, que se titula La imitación de Cristo. Según este libro, el cristiano debe esforzarse por imitar el vivir externo de Cristo. Gran parte de la teología protestante de hoy también habla de seguir a Cristo, imitarlo y aprender de Él.
Algunos versículos del Nuevo Testamento parecieran sustentar esta corriente de pensamiento. En los Evangelios, el Señor Jesús a menudo exhortó a las personas a que lo siguieran. En Mateo 11:29 Él dijo: “Tomad sobre vosotros Mi yugo, y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”. Además, Pablo exhortó a los creyentes, diciendo: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Co. 11:1). Versículos como éstos aparentemente sustentan la enseñanza de que experimentar a Cristo consiste en imitarlo de forma externa.
Según la segunda corriente de pensamiento, la cual sostienen sólo unos cuantos maestros de la Biblia, experimentar a Cristo en Sus experiencias no es imitarle externamente, sino vivir a Cristo. Experimentar a Cristo en Sus experiencias no es tomarlo como modelo externamente, sino vivir a Cristo. Al respecto, Pablo dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). Pablo no dice: “Yo tomo a Cristo como mi modelo y lo sigo”; más bien, él dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado” y “vive Cristo en mí”. Luego, en Filipenses 1:21, Pablo añade lo siguiente: “Para mí el vivir es Cristo”. Pablo no tomó a Cristo meramente como su modelo ni lo imitó externamente. Pablo vivió a Cristo.
En nuestra vida matrimonial podemos tratar de imitar a Cristo o podemos ejercitarnos para vivir a Cristo. A muchos cristianos se les ha enseñado a seguir las pisadas de Cristo en su vida matrimonial. Por ejemplo, puede ser que un pastor aconseje a una pareja, diciendo: “Cristo nunca altercó con los demás. Ahora ustedes deben seguir Su ejemplo y no altercar entre ustedes. Cuando estén a punto de discutir, recuerden que deben seguir a Cristo y vivir como Él vivió”.
Supongamos que un hermano acepta este consejo y toma la determinación de seguir a Cristo en su vida matrimonial y nunca altercar con su esposa. Sin embargo, un día su esposa empieza a provocarlo, y el diablo lo tienta a discutir con ella. Él logra controlarse por un rato, pero finalmente se enoja. Esto, por supuesto, es fracasar en el intento de seguir a Cristo. Esta experiencia de fracaso es muy común entre los cristianos.
No obstante, hay quienes tienen una voluntad muy férrea y logran vencer la tentación de altercar. Por mucho que otros los provoquen, ellos no se enojan. Ellos han tomado la resolución de imitar a Cristo, de seguirlo en cuanto a no altercar y, debido a que tienen una voluntad férrea, lo logran. ¿Será que ellos experimentan verdaderamente a Cristo en Sus experiencias? ¡Por supuesto que no! Ellos meramente practican una enseñanza religiosa.
Yo nací en el cristianismo, y desde mi juventud se me enseñó que, según la Biblia, debía tomar a Cristo como mi modelo y seguirlo. Después aprendí acerca de las enseñanzas clásicas de Confucio, las cuales eran muy similares a las enseñanzas cristianas que había aprendido. Esto me produjo desconcierto, y empecé a preguntarme por qué nosotros en China necesitábamos que el cristianismo, una religión extranjera, nos enseñara las mismas cosas que habíamos aprendido de Confucio. Este desconcierto me llevó a desechar el cristianismo por algún tiempo. Más tarde, a la edad de diecinueve años, fui salvo. Sin embargo, me seguía inquietando la similitud entre las enseñanzas éticas de Confucio y el cristianismo. Confucio nos había dado unos modelos muy buenos para seguir, y el cristianismo nos enseñaba a seguir a Cristo como nuestro modelo. ¿Cuál era la diferencia? No pude responder esta pregunta hasta que recibí ayuda por parte de las llamadas enseñanzas de la vida interior. Entonces vi la gran diferencia que había entre seguir las enseñanzas éticas y vivir a Cristo, y empecé a ver la visión de que Cristo vive en mí.
Sí, es cierto que en los cuatro Evangelios el Señor Jesús dijo: “Sígueme”. Sin embargo, esta palabra no se encuentra ni en Hechos ni en las Epístolas. En lugar de exhortarnos a seguir a Cristo de forma externa, las Epístolas hablan de estar en Cristo. Pablo dice: “Conozco a un hombre en Cristo” (2 Co. 12:2), y expresa el deseo de ser hallado en Cristo (Fil. 3:9). En Gálatas 2:20 Pablo dice que con Cristo está juntamente crucificado y que ya no vive él, mas vive Cristo en él. Luego, en Filipenses 1:21, Pablo nos dice que para él, el vivir es Cristo. ¡Cuán grande es la diferencia entre tratar de imitar a Cristo de forma externa y estar en Cristo, vivir a Cristo y que Cristo viva en nosotros!
En nuestra vida matrimonial, debemos vivir a Cristo. Supongamos que un hermano se ve tentado a altercar con su esposa. Si en esos momentos él se pone a pensar cómo seguir a Cristo, será derrotado. Antes de que venga la tentación de altercar, el hermano ya debe estar viviendo a Cristo. Él debe ser una persona que vive a Cristo en su vida matrimonial. Si mientras vive a Cristo él se ve tentado a altercar con su mujer, no altercará con ella. Al vivir a Cristo, él lleva una vida que nunca alterca. Esto es totalmente distinto de lo que experimenta una persona que tiene fuerza de voluntad y ha decidido no enojarse. En lugar de decidir no altercar con nuestro cónyuge, debemos vivir a Cristo, una vida diferente de lo que nosotros somos, una vida que nunca alterca.
Me preocupa que cuando algunos santos —sobre todo los más nuevos— oigan hablar de experimentar a Cristo en Sus experiencias, ellos procuren seguir a Cristo meramente de forma externa. Si tratamos de imitar a Cristo, seremos como monos que tratan de imitar a los humanos. No debemos tratar de seguir a Cristo; antes bien, es necesario que seamos alumbrados para ver que en nosotros mismos no tenemos ninguna esperanza. Somos “monos”. ¿Cómo podríamos imitar a un hombre? Debemos olvidarnos acerca de imitar a Cristo y ver que en nosotros está una persona que es nuestra vida. Esta persona es nuestro Salvador, el propio Dios Triuno, quien vive en nosotros. Él no sólo es nuestra vida, sino que incluso es nuestra persona.
Nuestro testimonio debiera ser que no sabemos lo que es hacer el bien o el mal; sólo sabemos vivir a Cristo. Nosotros le amamos y tenemos comunión con Él. En la mañana, lo primero que hacemos es invocarle de manera cariñosa y amorosa, diciendo: “Señor Jesús, te amo”. Luego podemos comenzar a hablar con Él, a tener comunión con Él y a ingerirlo. Ingerir a Cristo es comerle. Entonces le disfrutaremos, lo viviremos a Él y seremos lo que Él es.
Si somos tales personas, no cederemos a la tentación de altercar con nuestro cónyuge, por muy fuerte que sea tal tentación. Ahora vivimos otra vida, una vida capaz de derrotar al diablo y a todos los demonios. Esta vida es sencillamente Cristo mismo. Vivir esta clase de vida, una vida que vive a Cristo, no tiene nada que ver con la religión, y es algo absolutamente diferente de las enseñanzas de Confucio.
La carga que siento en estos mensajes no es enseñarles doctrinas. En vez de ello, mi carga es ministrarles a Cristo, compartir con ustedes mi disfrute, que no es otra cosa que una persona única, Jesucristo, la corporificación del Dios Triuno. Es un hecho maravilloso que en nosotros vive esta persona, y que podemos vivirle a Él y tomarle como nuestra persona.
A fin de ayudar a los nuevos creyentes y a los más jóvenes, quisiera contarles una experiencia que tuve cuando era un joven cristiano. Poco después de ser salvo, mi hermana, que estudiaba en un instituto teológico, intentó ayudarme en mi vida cristiana. Un día, me habló acerca de un maestro de la Biblia que era muy paciente y que siempre andaba muy lentamente con la Biblia en la mano, deteniéndose de vez en cuando para contemplar los cielos o para mirar la Biblia. Cuando oí hablar de él, decidí que también sería paciente y andaría lentamente. Sin embargo, al tratar de hacer esto, yo era un “mono” que procuraba ser un hombre. Yo soy una persona rápida, y por mí mismo no puedo llevar una vida calmada y paciente. A la postre, aprendí algunas de las enseñanzas de la vida interior y fui alumbrado para ver que yo había sido crucificado y sepultado juntamente con Cristo. Vi que ya no vivía yo, sino que Cristo vivía en mí.
En lugar de imitar a Cristo, debemos vivirle a Él. A fin de vivir a Cristo, debemos invocar Su nombre y disfrutarlo. Ésta es la manera de llevar una vida victoriosa, la cual es de hecho el Cristo vencedor como nuestra vida.