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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Levítico»
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Mensaje 11

LA OFRENDA DE HARINA: EL CRISTO QUE SATISFACE AL PUEBLO DE DIOS Y QUE ÉSTE DISFRUTA JUNTAMENTE CON DIOS

(1)

  Lectura bíblica: Lv. 2:1

  En este mensaje empezaremos a considerar el capítulo 2 de Levítico, el cual trata sobre la ofrenda de harina.

I. LA RELACIÓN QUE EXISTE ENTRE LA OFRENDA DE HARINA Y EL HOLOCAUSTO

  Es importante entender la relación que existe entre la ofrenda de harina y el holocausto.

A. El énfasis del holocausto recae en que Cristo lleva una vida de absoluta entrega a Dios, y el énfasis de la ofrenda de harina recae en el vivir humano de Cristo y Su andar diario

  El énfasis del holocausto recae en que Cristo llevó una vida de absoluta entrega a Dios, incluso hasta la muerte, lo cual implica Su vivir pero enfatiza Su muerte. El énfasis de la ofrenda de harina recae en el vivir humano de Cristo y Su andar diario, lo cual implica Su muerte pero enfatiza Su vivir.

B. El holocausto recalca que Cristo es la justicia de Dios, y la ofrenda de harina recalca que Cristo es justo delante de Dios

  El holocausto recalca que Cristo es la justicia, esto es, la justicia de Dios. La ofrenda de harina recalca que Cristo es justo, esto es, justo delante de Dios. En el holocausto vemos a Cristo como justicia, pues el holocausto indica que Cristo es la justicia de Dios. La ofrenda de harina indica que Cristo es justo.

  Debemos diferenciar entre justicia (sustantivo) y justo (adjetivo). Podemos decir que Cristo es la justicia misma, y podemos decir también que Él es justo. El mismo principio se aplica con relación a las palabras pecado (sustantivo) y pecaminoso (adjetivo). Por una parte, podemos decir que somos pecado, que somos la totalidad del pecado mismo; y por otra, podemos decir que somos pecaminosos.

  Cuando Cristo murió en la cruz, Él fue hecho pecado (2 Co. 5:21). Aquel que murió en la cruz no era simplemente una persona, Jesucristo, sino una persona hecha pecado en su totalidad. Al ser hecho pecado, Él quitó el pecado de la humanidad (Jn. 1:29), y el pecado, el cual es personificado, fue condenado (Ro. 8:3). Esto se refiere a Cristo como ofrenda por el pecado.

  Cristo es también la ofrenda por las transgresiones. La ofrenda por las transgresiones no se refiere al Cristo que fue hecho pecado por nosotros, sino al Cristo que llevó nuestros pecados (1 P. 2:24; He. 9:28). Por un lado, como ofrenda por el pecado, Cristo fue hecho pecado; por otro, como ofrenda por las transgresiones, Él llevó nuestros pecados.

  Debemos darnos cuenta de que como personas caídas, no simplemente somos pecaminosos, sino que somos pecado. A menudo, cuando me arrodillo delante del Señor, le oro diciendo: “Señor, no sólo soy pecaminoso; soy el pecado mismo. No soy más que pecado”.

  En el holocausto vemos a Cristo, la justicia de Dios, y en la ofrenda de harina vemos al Cristo justo, Aquel que es justo en todo sentido. Por ser la justicia de Dios, Cristo puede satisfacer a Dios y ser un aroma que le satisface. Sólo Cristo puede satisfacer por completo a Dios.

  Nosotros también debemos ser la justicia de Dios, agradando a Dios al punto de ser un aroma que le satisface. Pero, ¿cómo podemos ser esta clase de persona? A los ojos de Dios nosotros no somos justicia, sino pecado. ¿Cómo podemos ser holocaustos para Dios? ¿Cómo nosotros, siendo pecado, podemos ser justicia? En nosotros mismos esto es imposible, pero es posible si experimentamos a Cristo en Sus experiencias.

  En los primeros años de mi ministerio, los hermanos y hermanas recién casados que tenían problemas con su mal genio, a menudo me preguntaban cómo podían ser un buen esposo o una buena esposa. No querían enojarse, pero a pesar de todos sus esfuerzos, fracasaban. Ellos querían que les dijera cómo podían vencer su mal genio. Como llevaba poco tiempo en el ministerio, todavía no había visto la visión de vivir a Cristo. Debido a que me hacía falta visión y aún influían en mí ciertos libros que había leído acerca de cómo vivir la vida cristiana, les decía que debían amar al Señor, orar mucho y memorizar versículos de la Biblia. Ellos aceptaron mi consejo e intentaron seguirlo, pero no les funcionó, y el resultado de ello fue el fracaso. Ellos decidían no volverse a enojar, pero al cabo de poco tiempo fracasaban y se volvían a enojar. Su experiencia, al igual que la mía, era similar a la de Pablo en Romanos 7: “El querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso practico” (vs. 18b-19). Si hoy se me pidiera ayudar a los santos a vencer su mal genio, les diría: “Deben darse cuenta de que ustedes son el enojo mismo. ¿Cómo, entonces, creen que pueden evitar enojarse? La única manera de vencer el enojo es que vivan a otra persona, a Aquel que no es enojo, sino la justicia de Dios”.

  Aparte de Cristo, no existe la justicia. Él es la justicia en este universo. Si no lo tenemos a Él, no tenemos justicia. Pablo, refiriéndose a los judíos, dice: “Ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios” (Ro. 10:3). Aquellos que procuran establecer justicia aparte de Cristo, jamás la encontrarán. Como holocausto, Él es la propia justicia de Dios, y como ofrenda de harina, Él es la persona más justa. Él es fino, perfecto, completo y justo en todo sentido.

II. LA FLOR DE HARINA

A. El principal componente de la ofrenda de harina

  La ofrenda de harina es hecha con flor de harina. La flor de harina es, por tanto, el principal componente de la ofrenda de harina. La flor de harina representa la humanidad de Cristo.

  La humanidad de Cristo es fina, mientras que nuestra humanidad es áspera y tosca. Tal vez aparentemente seamos mansos y amables, pero en realidad somos toscos. Entre el linaje humano, Cristo es el único que es manso; sólo Él es la flor de harina. En Él no hay aspereza alguna. Su humanidad es fina, perfecta, equilibrada y recta en todo sentido. Desde cualquier ángulo que lo miremos —de frente o de atrás, de arriba o de abajo, del lado derecho o del izquierdo—, Él es recto.

B. Producida del trigo que ha sido sometido a una serie de procesos

  La flor de harina, con la cual estaba hecha la ofrenda de harina, era producida del trigo que había sido sometido a una serie de procesos, como por ejemplo, el hecho de ser sembrado, ser enterrado para morir, crecer, ser golpeado por el viento, por la escarcha, por la lluvia y por el sol, para luego ser segado, trillado, cernido y molido. Todos estos procesos representan los diversos padecimientos de Cristo que hicieron de Él un “varón de dolores” (Is. 53:3). En Su vida humana, el Señor Jesús soportó incesante dolor.

C. Perfecta en el sentido de que es fina, uniforme, tierna y suave, y completamente equilibrada, sin manifestar exceso ni carencia alguna

  La flor de harina era perfecta en el sentido de ser fina, uniforme, tierna y suave, y completamente equilibrada, sin manifestar exceso ni carencia alguna. Esto representa la belleza y excelencia del vivir humano de Cristo y de Su andar diario. La humanidad de Cristo es perfecta. No existe ningún punto de comparación entre Su humanidad y nuestra humanidad caída y natural.

III. EL ACEITE

A. Representa al Espíritu de Dios

  El aceite de la ofrenda de harina representa al Espíritu de Dios (Lc. 4:18; He. 1:9). Cristo es un hombre y, como tal, Él posee una humanidad excelente. Él también posee el elemento divino, que es el Espíritu de Dios. El elemento divino está en el Espíritu de Dios y es el Espíritu de Dios.

  Como ofrenda de harina, Cristo está lleno de aceite. Incluso podríamos decir que Él ha sido “aceitado”. Él se ha mezclado con el aceite. Esto significa que Su humanidad se mezcló con Su divinidad.

B. Derramado sobre la flor de harina

  En la ofrenda de harina, el aceite era derramado sobre la flor de harina. Esto significa que el Espíritu de Dios fue derramado sobre Cristo (Mt. 3:16; Jn. 1:32).

IV. EL OLÍBANO

A. Representa la fragancia de Cristo en Su resurrección

  El olíbano tiene un aroma agradable y da a las personas una sensación muy placentera. En tipología, el olíbano en la ofrenda de harina representa la fragancia de Cristo en Su resurrección.

B. Aplicado a la flor de harina

  El olíbano era aplicado a la flor de harina. Esto significa que la humanidad de Cristo lleva el aroma de Su resurrección, que se manifiesta en medio de Sus sufrimientos (cfr. Mt. 11:20-30; Lc. 10:21). En el transcurso de Su vida humana, Cristo tuvo muchos padecimientos, pero el aroma de Su resurrección se manifestaba a través de Sus padecimientos. A pesar de la multitud de Sus padecimientos, de Él emanaba una dulce fragancia, el aroma de Su resurrección.

  En la ofrenda de harina encontramos tres componentes: la flor de harina, el aceite y el olíbano. Si estudiamos los cuatro Evangelios, veremos que la vida de Cristo consistía principalmente de estos tres elementos. En la vida y en el andar del Señor Jesús vemos continuamente estos tres elementos: Su humanidad mezclada con Su divinidad y que expresaba Su resurrección.

  Aun antes de ser crucificado, Cristo continuamente expresó Su resurrección. Al respecto debemos saber que el Señor Jesús fue crucificado diariamente y no sólo al final de Su vida. Durante toda Su vida Él estuvo sujeto a la operación de la cruz. Él era continuamente degollado, desollado y cortado en trozos. Su crucifixión, la cual duró seis horas, fue la culminación de Sus experiencias en las que fue degollado, desollado y cortado en trozos. Debido a que el Señor Jesús diariamente vivió sujeto a la operación de la cruz, la resurrección siempre emanó de Su humanidad, la cual estaba mezclada con Su divinidad.

  Si tenemos este pensamiento presente mientras leemos los Evangelios, veremos qué clase de persona fue Cristo mientras vivió en la tierra. Él fue una persona que poseía la mejor y más elevada humanidad. Su humanidad estaba “aceitada”, debido a que se había mezclado con Su divinidad. En Su vivir humano, Él no expresó Sus padecimientos, sino la resurrección. Esta resurrección es el olíbano, el aroma fragante, el olor grato, en todo el universo. No hay nada más grato, más fragante, que este aroma de resurrección. Así fue el vivir humano de Cristo en la tierra.

  Incluso cuando el Señor Jesús fue arrestado y crucificado, Él llevó una vida en la que Su humanidad estaba mezclada con Su divinidad y que expresaba la resurrección. Una compañía de soldados y alguaciles de parte de los principales sacerdotes y de los fariseos fueron al huerto a buscar a Jesús. Él les preguntó dos veces: “¿A quién buscáis?” (Jn. 18:4, 7), y en ambas ocasiones contestaron: “A Jesús nazareno” (vs. 5, 7). Entonces, el Señor Jesús les dijo: “Pues si me buscáis a Mí, dejad ir a éstos” (v. 8). Al decir “éstos” se refería a Sus discípulos. En el momento en que era traicionado por Su falso discípulo y era arrestado por los soldados, el Señor seguía cuidando de Sus discípulos. En esto podemos percibir la fragancia de la resurrección.

  Mientras el Señor Jesús estaba en la cruz, Él cuidó de Su madre. “Jesús, viendo a Su madre y al discípulo a quien Él amaba, que estaba presente, dijo a Su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre” (Jn. 19:26-27a). Aquí vemos nuevamente la resurrección expresada en medio de los sufrimientos del Señor.

  Sin importar cuáles fueran las circunstancias, el Señor Jesús llevó una vida de sufrimientos, pero siempre expresó la fragancia de Su resurrección. En todo lugar y en todo momento, Cristo llevó una vida en la que Su humanidad estaba mezclada con Su divinidad y que expresaba Su resurrección. Ésta es la ofrenda de harina.

  El holocausto tiene como finalidad satisfacer a Dios al cumplir Su deseo. El holocausto sirve de alimento a Dios, y sólo Él puede comerlo. El hecho de que toda la ofrenda fuese consumida sobre el altar indica que Dios la recibía. Podríamos decir que el fuego que consumía el holocausto es la “boca” de Dios. Mientras que el holocausto sirve de alimento a Dios, la ofrenda de harina es nuestro alimento para nuestra satisfacción, de la cual compartimos con Dios una pequeña porción.

  La adoración apropiada requiere el holocausto y la ofrenda de harina. Ofrecer el holocausto para satisfacción de Dios y ofrecer la ofrenda de harina para satisfacción nuestra y para compartir nuestra satisfacción con Dios: ésta es la verdadera adoración. La adoración apropiada consiste en satisfacer a Dios con Cristo como holocausto y en ser satisfechos con Cristo como ofrenda de harina, satisfacción que compartimos con Dios. En la adoración auténtica, Cristo como holocausto asciende a Dios, y Cristo como ofrenda de harina entra en nuestro ser. En esta adoración satisfacemos a Dios con Cristo, y compartimos con Él nuestro disfrute de Cristo.

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