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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Levítico»
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Mensaje 12

LA OFRENDA DE HARINA: EL CRISTO QUE SATISFACE AL PUEBLO DE DIOS Y QUE ÉSTE DISFRUTA JUNTAMENTE CON DIOS

(2)

  Lectura bíblica: Lv. 2:2-13

  Antes de considerar otros aspectos de la ofrenda de harina, quisiera comparar el holocausto y la ofrenda de harina.

  En el holocausto, el ítem principal es la sangre (Lv. 1:3, 11). En la ofrenda de harina, los ítems principales son el aceite y el olíbano (Lv. 2:1). El aceite se mezcla con la harina y la unge, y el olíbano se pone sobre la ofrenda de harina.

  El holocausto tiene como finalidad hacer expiación, propiciación. Tenemos necesidad de propiciación debido a que no estamos entregados a Dios de forma absoluta. Aunque no hayamos cometido ningún error ni hayamos pecado, y aunque seamos perfectos e íntegros, no llevamos una vida de total, completa, plena y absoluta entrega a Dios. Si no vivimos completamente entregados a Dios, carecemos de la gloria de Dios (Ro. 3:23). Esto significa que somos pecaminosos; somos pecaminosos al no vivir absolutamente entregados a Dios.

  Dios es nuestro origen. Fuimos creados por Dios con el propósito de que lo expresáramos y representáramos. Pero para expresar y representar a Dios se requiere que llevemos una vida de absoluta entrega a Él. Sin embargo, entre el linaje humano caído nadie está absolutamente entregado a Dios. Quizás algunos de nosotros nos hemos entregado a Dios en gran medida, mas no de forma plena y completa. No vivimos absolutamente entregados a Dios como lo hizo el hombre Jesús cuando estuvo en la tierra. En los cuatro Evangelios se le describe como alguien que vivió absolutamente entregado a Dios. Ninguno de nosotros puede compararse con Él. Por esta razón, carecemos de la gloria de Dios y necesitamos que se haga propiciación por nosotros.

  La propiciación se hace no sólo para redimir, sino también para resolver los conflictos que existen entre Dios y nosotros, los cuales impiden que haya paz. La propiciación apacigua el conflicto existente entre nosotros y Dios, y resuelve ciertos conflictos.

  Para que se haga propiciación debemos ofrecer a Cristo como holocausto. Sin embargo, podemos ofrecer a Cristo como holocausto sólo en la medida en que lo hayamos experimentado. A fin de ofrecer Cristo como holocausto a Dios, debemos experimentar a Cristo en Sus experiencias.

  Para hacer expiación, se necesita sangre. El holocausto únicamente se puede hacer con animales porque sólo ellos tienen sangre que derramar para expiación. Por esta razón, conforme a Levítico 1, el holocausto debía ser un novillo del ganado, una cabra o una oveja del rebaño, o tórtolas o palominos.

  En la ofrenda de harina no se ve nada de la vida animal. Lo que vemos pertenece a la vida vegetal: el trigo, los granos y las espigas. Como tipo de Cristo, la vida vegetal indica el producto, la propagación y el aumento para que la vida sea suministrada al pueblo. En la ofrenda de harina no vemos sangre, sino aceite y olíbano. El aceite unge la ofrenda de harina y se mezcla con ella; el olíbano se pone sobre la ofrenda de harina. Con relación a la sangre, el aceite y el olíbano, hay una diferencia muy notable entre el holocausto y la ofrenda de harina.

  Las ofrendas sirven como alimento a Dios y a nosotros para que Dios y nosotros podamos tener un disfrute mutuo. El holocausto era totalmente consumido por Dios; Dios era el único que lo comía. La “boca” de Dios era el fuego que consumía el holocausto, el fuego que ardía incesantemente, día y noche. En la manera en que Dios comía el holocausto vemos mucho orden. Esto es indicado por la manera ordenada en que se colocaban las partes del holocausto que habían de ser quemadas (Lv. 1:7-8). Todo lo que Dios hace, incluso comer el holocausto, lo hace de manera ordenada.

  Debido a que el holocausto es para propiciación, puede ser ingerido únicamente por Dios. Dios es el único apto para disfrutar algo que se ofrece por nuestra propiciación. Por consiguiente, no se nos permite comer el holocausto.

  Aunque no nos es permitido comer el holocausto, sí se nos permite comer parte de la ofrenda de harina. Cuando una persona ofrecía la ofrenda de harina, debía tomar “su puñado de la flor de harina con el aceite, junto con todo el olíbano”, y esto era quemado “sobre el altar; porción memorial es, ofrenda por fuego, aroma que satisface a Jehová” (2:2). Aquí vemos que parte de la harina y del aceite, y todo el olíbano, servía de alimento para Dios. Dios debe ser el primero en gustar y disfrutar la ofrenda de harina. El resto de la ofrenda de harina, que consiste de la flor de harina y el aceite sin el olíbano, era alimento de los sacerdotes.

  Los sacerdotes sirven a Dios; su servicio es santo, y su alimento también es santo. Si hemos de servir a Dios como sacerdotes, debemos comer el alimento sacerdotal, el alimento santo acorde con nuestro servicio santo. Esta comida nos nutre a fin de que tengamos la fuerza necesaria para servir a Dios.

  La ofrenda de harina guarda relación con el Cristo que satisface al pueblo de Dios y que éste disfruta juntamente con Dios. Primero, Dios disfruta Su porción de la ofrenda de harina, y luego nosotros disfrutamos nuestra porción. Nuestro disfrute es, por tanto, un disfrute mutuo, un disfrute que compartimos con Dios.

V. TODO EL OLÍBANO, JUNTO CON UNA PARTE DE LA FLOR DE HARINA Y DEL ACEITE, ES QUEMADO SOBRE EL ALTAR

  Todo el olíbano, junto con una parte de la flor de harina y del aceite, era quemado sobre el altar (2:2). Esto significa que una porción considerable de la vida de Cristo —una vida excelente, perfecta, llena del Espíritu y saturada de la resurrección— es ofrecida a Dios como alimento para Su disfrute.

  El vivir humano de Cristo en la tierra fue excelente, pero es difícil describir a qué se refiere esta excelencia. Podríamos decir que se refiere a la elevada norma de Sus atributos y virtudes. ¿Cuán elevada es esta norma? No lo sabemos. Entre el linaje humano nadie había expresado jamás tal norma.

  Cristo es Dios y hombre a la vez. Él es un Dios-hombre, que fue ungido por el Espíritu de Dios y que estaba mezclado con Él y lleno de Él; más aún, incluso antes de ser crucificado, Él expresó la resurrección. Él expresó la resurrección en todo, aun cuando reprendió a los fariseos (Mt. 23:1-36) y cuando purificó el templo (Jn. 2:12-17). La excelencia del vivir humano que Cristo llevó en la tierra se hizo manifiesta tanto en Su condición de hombre como en Su condición de Dios; esta excelencia se manifestó en Su humanidad y divinidad en el Espíritu y con la resurrección. Es así como los cuatro Evangelios lo revelan a Él en Su excelencia.

  La humanidad de Cristo es perfecta. Él es una persona fina, ecuánime y completamente equilibrada, sin ninguna carencia ni exceso; más aún, Él está lleno del Espíritu y saturado de la resurrección. Cuando anduvo en la tierra, Él siempre estuvo lleno del Espíritu y saturado de la resurrección.

A. Para memorial

  El olíbano, junto con parte de la flor de harina y del aceite, era quemado como porción memorial debido a su grato efecto. Un memorial es mucho más que una simple satisfacción. Tal vez sintamos satisfacción con muchas cosas, pero no necesariamente haremos de ellas un memorial. No obstante, si la satisfacción es sublime, haremos de ella un memorial. Dios disfruta a Cristo a tal grado que dicho disfrute llega a ser un memorial.

B. Como aroma que satisface

  Un aroma que satisface es un olor grato; es una fragancia que nos proporciona descanso, paz, gozo, disfrute y plena satisfacción. Los ricos elementos de la ofrenda de harina —la humanidad y divinidad de Cristo, y Su vida excelente, perfecta, llena del Espíritu y saturada de la resurrección— constituyen un aroma que le proporciona a Dios descanso, paz, gozo, deleite y plena satisfacción.

VI. LO QUE RESTA DE LA OFRENDA DE HARINA ES DE AARÓN Y DE SUS HIJOS

  “Lo que resta de la ofrenda de harina será de Aarón y de sus hijos; es cosa santísima de las ofrendas de Jehová presentadas por fuego” (Lv. 2:3). Esto significa que nosotros también podemos disfrutar el vivir humano de Cristo como nuestro alimento, después de que Dios ha disfrutado Su porción. Primero se le debe dar a Dios Su porción para que Él sea satisfecho, y lo que resta es nuestra porción para nuestra satisfacción.

  Es fácil decir que podemos disfrutar el vivir humano de Cristo como nuestro alimento, pero ¿cómo podemos hacer esto en la práctica? Si consideramos el tipo hallado en Levítico 2, esto nos ayudará a contestar la pregunta. Dicho tipo es un cuadro descriptivo del vivir humano de Cristo. La flor de harina representa la humanidad de Cristo, y el aceite representa al Espíritu de Dios. El aceite y la harina se mezclan para producir flor de harina con aceite, esto es, flor de harina mezclada con aceite. Por tanto, comer de la flor de harina equivale a comer del aceite; esto equivale también a comer de la mezcla, ya que el aceite y la harina no pueden ser separados.

  El cuadro descrito en Levítico 2 muestra claramente que la manera en que podemos disfrutar el vivir humano de Cristo es por medio del Espíritu. Juan 6 nos confirma esto. En este capítulo, el Señor Jesús revela que Él es comestible. “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que Yo daré es Mi carne, la cual Yo daré por la vida del mundo” (v. 51). Los judíos, no pudiendo entender esto, “contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede este hombre darnos a comer Su carne?” (v. 52). En el versículo 63 el Señor Jesús dice: “El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. Esto nos muestra que podemos comer a Jesús por medio del Espíritu.

  Si hemos de comer a Jesús por medio del Espíritu, debemos comprender que el Espíritu hoy está consolidado en la palabra. Al tocar la palabra, tocamos aquello que se ha consolidado, o corporificado, en la palabra. Para comer a Jesús, ingerir a Jesús, disfrutar a Jesús, tenemos que tocar Su palabra, y cuando tocamos Su palabra, tenemos contacto con el Espíritu.

  Según el Nuevo Testamento, el Espíritu divino está relacionado con nuestro espíritu humano. Debemos tocar la palabra del Señor valiéndonos de nuestro espíritu. La manera de tocar la palabra del Señor mediante nuestro espíritu consiste en orar-leer la palabra. Cuando acudimos a la palabra, no sólo debemos ejercitar nuestros ojos y nuestra mente, leyéndola como si meramente fuese un periódico. Además de ejercitar nuestros ojos y nuestra mente, debemos orar y ejercitar nuestro espíritu. Si hacemos esto, aparentemente estaremos tocando la palabra; pero en realidad, estaremos tocando el Espíritu. El Espíritu está mezclado con la humanidad de Cristo. Por consiguiente, cuando ejercitamos nuestro espíritu para tocar el Espíritu que está consolidado en la palabra, comemos la vida y el vivir humanos de Cristo.

  ¿Cómo podemos disfrutar a Cristo? Podemos disfrutar a Cristo ejercitando nuestro espíritu para orar-leer la palabra. Cuando oramos-leemos la palabra del Señor, tocamos Su Espíritu, y este Espíritu está mezclado con Su humanidad. Entonces somos nutridos con la humanidad más elevada: la humanidad de Cristo.

  En nosotros mismos no podemos llevar una vida humana como la que llevó el Señor Jesús. Sólo Él puede vivir tal vida. Pero sí podemos tomar a Jesús en todo momento, acudiendo a Su palabra y ejercitando nuestro espíritu para orar-leer la palabra. Cuando hacemos esto, tocamos el Espíritu, y el Espíritu nos suministra a Jesús como nuestro nutrimento. Puesto que somos lo que comemos, cuanto más comemos a Jesús, más Él llega a ser nuestro elemento constitutivo. Al comer el vivir humano de Jesús, Su vivir llega a ser nuestro. Espontáneamente, sin ningún esfuerzo, seremos tan humildes y santos como Jesús. En esto consiste disfrutar a Jesús como nuestro alimento a fin de llevar una vida apta para servir a Dios.

  Durante un período de más de mil quinientos años, Dios preparó un libro para nosotros, la Biblia, y lo puso en nuestras manos. Además, nos dio Su Espíritu. El Espíritu está por dentro, y la Biblia está por fuera. Al combinar estos dos, tenemos a Cristo en Su vida humana. Cuando ejercitamos nuestro espíritu y oramos-leemos la palabra, tocamos el Espíritu y disfrutamos el vivir humano de Cristo. Ésta es la ofrenda de harina.

VII. POR FUEGO

A. Toda ofrenda de harina es ofrecida por fuego en el altar

  Toda ofrenda de harina, ya sea cocida al horno, horneada en bandeja o hecha en cazuela, era ofrecida por fuego en el altar (Lv. 2:4-9). Esto significa que Cristo, quien en Su humanidad fue ofrecido a Dios para ser Su alimento, ha pasado por el fuego. Cuando tocamos la ofrenda de harina, tocamos el fuego de prueba.

B. El fuego representa al Dios que es fuego consumidor, fuego que denota aceptación y no juicio

  El fuego en Levítico 2 representa al Dios que es fuego consumidor, fuego que denota aceptación y no juicio. La porción de la ofrenda de harina que se ofrecía a Dios como alimento para Su satisfacción, era quemada, es decir, era consumida por el fuego. Esto era una señal de aceptación, no de juicio. Esto significa que Dios aceptó a Cristo como alimento Suyo que le satisface. Dios acepta la ofrenda de harina al consumirla por fuego.

VIII. MEZCLADA CON ACEITE

  “Cuando la ofrenda que presentes sea una ofrenda de harina cocida al horno, ella será de flor de harina, tortas sin levadura mezcladas con aceite u hojaldres sin levadura ungidos con aceite. Mas si la ofrenda que presentas es una ofrenda de harina horneada en bandeja, será de flor de harina mezclada con aceite, sin levadura” (Lv. 2:4-5). Esta mezcla con aceite significa que la humanidad de Cristo está mezclada con el Espíritu Santo (Mt. 1:18b). Esta mezcla también significa que la naturaleza humana de Cristo está mezclada con la naturaleza divina de Dios; por ende, Él es un Dios-hombre. Cristo es una persona que está absolutamente mezclada con Dios. Su humanidad está mezclada con Dios, mezclada con el Espíritu, por cuanto el Espíritu está en Su mismo ser. Por consiguiente, al tocar a Cristo, tocamos al Espíritu.

  Con relación a la mezcla mencionada en Levítico 2, consideremos lo que dice Salmos 92:10b: “Estoy ungido con aceite fresco”. En la versión New Translation de Darby hay una nota sobre la palabra ungido que dice: “Estrictamente, ‘mezclado’”. Además, la nota de Darby sobre la palabra mezcla en Levítico 2:4 dice: “El sentido de esta palabra es ‘amasado’, ‘mezclado’. En Salmos 92:10 no se trata simplemente de una unción de consagración, sino que todo su ser es vigorizado y fortalecido por dicha unción, la cual le infunde fuerzas; por tanto, allí se le llama ‘aceite fresco’”. Esta mezcla, por consiguiente, hace que las partes y elementos internos de nuestro ser sean llenos de vigor y fuerza.

  A principios de la era cristiana, se debatía mucho sobre la mezcla de la divinidad con la humanidad. Algunos teólogos pensaban que hablar de mezclarse con Dios implicaba la creencia de que una persona podía llegar a ser Dios, es decir, la creencia de que un ser humano podía ser elevado al grado de ser deificado. Quienes entendían de esta manera la enseñanza acerca de la mezcla con Dios condenaron tal enseñanza. Con el tiempo, los teólogos no se atrevieron a usar más la palabra mezcla ni a enseñar acerca de la mezcla de la humanidad con la divinidad.

  ¿Por qué, entonces, somos nosotros tan osados como para usar esta expresión hoy en día? Nosotros hablamos de la mezcla porque esta revelación se encuentra en la Biblia. Nuestra enseñanza en cuanto a la mezcla de lo divino con lo humano se basa en la revelación del Nuevo Testamento y también es confirmada por los tipos del Antiguo Testamento.

  Según el tipo, el cuadro descriptivo, en Levítico 2, la ofrenda de harina se hacía básicamente con flor de harina y aceite. El versículo 5 habla de “flor de harina mezclada con aceite”. El aceite denota la divinidad, y la flor de harina denota la humanidad de Cristo. La mezcla de la flor de harina con el aceite indica que es mediante esta mezcla divina que la humanidad de Cristo fue elevada hasta alcanzar el estándar más elevado.

  En Gálatas 2:20, Pablo dice: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”, y en Filipenses 1:21, dice: “Para mí el vivir es Cristo”. Pablo no sólo estaba mezclado con Cristo: Pablo era Cristo. Al oír esto, es posible que algunos argumenten y me acusen de tergiversar las palabras de Pablo. Tal vez digan: “Pablo no nos dijo que él era Cristo. Él declaró simplemente que Cristo vivía en él y que para él el vivir era Cristo. Vivir a Cristo es una cosa, y ser Cristo es otra”. A esto, yo contestaría: “¿Cómo puede una persona vivir a otra persona sin ser esa persona? ¿Cómo pudo Pablo vivir a Cristo sin ser Cristo?”.

  Mientras Pablo iba camino a Damasco, el Señor Jesús le preguntó: “¿Por qué me persigues?”, y después añadió: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (Hch. 9:4-5). Pablo pensaba que perseguía a Esteban y a otros discípulos; él no comprendía que de hecho perseguía a Cristo. Sin embargo, el Señor consideró a Sus discípulos parte Suya. El complemento me de Hechos 9:4 es una persona corporativa que incluye al Señor Jesús y a todos los creyentes. Todos los creyentes son uno con Cristo, pero no como resultado de una combinación o unión, sino de una mezcla.

  Puesto que el Señor Jesús es Dios mismo que se encarnó para ser hombre, Él es un Dios-hombre. ¿Piensa usted que Su divinidad se puede separar de Su humanidad, o que, sin que haya mezcla alguna, Su divinidad y humanidad simplemente se unen para constituirlo un Dios-hombre? Si no hubiera ninguna mezcla, ¿cómo podría Él vivir como Dios-hombre? La divinidad de Cristo está mezclada con Su humanidad. Sin embargo, esta mezcla de lo divino con lo humano de ningún modo produjo un tercer elemento, algo que no es divino ni humano. Afirmar que con respecto al Señor Jesús la mezcla de la naturaleza divina con la naturaleza humana produjo una tercera naturaleza, una naturaleza que no era totalmente divina ni totalmente humana, es herético. Esto definitivamente no es nuestro entendimiento de la palabra mezcla. Nosotros estamos de acuerdo con la definición que nos da Webster’s Third New International Dictionary acerca de la palabra mezclar: “juntar o combinar conjuntamente o con otras cosas, de manera que los componentes aún se pueden distinguir en la combinación”. En esta mezcla de dos elementos, los elementos aún se distinguen y de ningún modo se produce un tercer elemento.

  Cristo es tanto el Dios completo como el hombre perfecto y, como tal, posee la naturaleza divina y la naturaleza humana de modo distinguible, sin que se produzca una tercera naturaleza. Esto se revela en el Nuevo Testamento, y nos lo presenta el tipo en Levítico 2. En este tipo vemos un ejemplo claro de la mezcla: el aceite está mezclado con la flor de harina, y la flor de harina está mezclada con el aceite. Sin embargo, aunque estos dos elementos están mezclados, la esencia de cada elemento aún se distingue, y no se produce un tercer elemento. Éste es el entendimiento correcto de la palabra mezcla.

  La excelencia de Cristo, quien es nuestra ofrenda de harina, se debe a Su divinidad y Su humanidad. Con respecto a Su divinidad, Cristo posee los atributos divinos, y estos atributos divinos son expresados mediante Sus virtudes humanas, con ellas y en ellas. Por esta razón, Él es una persona con un nivel ético y moral que supera al de todos los seres humanos. Lo que Él es como Dios, lo cual incluye los atributos divinos, se añade a lo que Él es como hombre, lo cual incluye las virtudes humanas. En esto consiste la excelencia de Jesucristo, una excelencia que es producto de la mezcla de la divinidad y la humanidad.

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