Mensaje 18
(1)
Lectura bíblica: Lv. 4:1-35; 1 Jn. 1:5-9; Col. 1:12; Ro. 5:12; 7:17, 20; 8:3; Jn. 1:14; 2 Co. 5:21; Jn. 3:14; Ro. 6:6; He. 2:14; 4:15; Gá. 5:19-21; Jn. 12:31
En los mensajes anteriores abarcamos las primeras tres de las cinco ofrendas básicas: el holocausto, la ofrenda de harina y la ofrenda de paz. La cuarta ofrenda básica es la ofrenda por el pecado, y la quinta es la ofrenda por las transgresiones. En este mensaje empezaremos a considerar la ofrenda por el pecado.
Me siento maravillado al ver la secuencia en que fueron dispuestas las cinco ofrendas básicas. Esta secuencia no es según el pensamiento humano, que pondría la ofrenda por el pecado en primer lugar. Puesto que sabemos que somos pecaminosos, lo primero que queremos es que se ponga fin a nuestro pecado. Después de esto, podríamos escoger el holocausto, la ofrenda de harina y la ofrenda de paz. Sin embargo, la secuencia divina es diferente. La secuencia divina comienza con el holocausto, lo cual nos muestra que con relación a nosotros, lo primordial es que vivamos absolutamente entregados a Dios. Después del holocausto sigue la ofrenda de harina, lo cual nos muestra que debemos tomar a Cristo como nuestro suministro de vida y vivir diariamente por Él. El resultado de tomar a Cristo como nuestro holocausto y nuestra ofrenda de harina es que tenemos paz. No obstante, aunque tenemos paz, aún tenemos ciertos problemas —el pecado por dentro y los pecados por fuera—, a los cuales ciertamente se les debe dar solución.
La secuencia que siguen las ofrendas en Levítico concuerda con la secuencia de 1 Juan 1. El versículo 5 dice: “Dios es luz, y en Él no hay ningunas tinieblas”. El versículo 6 afirma que si decimos que tenemos comunión con el Dios que es la luz misma y “andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad”. El versículo 7 añade: “Pero si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado”. Esto indica que mientras tenemos comunión con Dios y lo disfrutamos, nos daremos cuenta de que entre nosotros y Dios existe un problema, y que este problema es el pecado.
El Nuevo Testamento trata sobre el problema del pecado usando la palabra pecado, en singular, y la palabra pecados, en plural. Pecado se refiere al pecado que mora en nosotros, el cual provino de Satanás y entró en la humanidad por medio de Adán (Ro. 5:12). Se habla de esto en la segunda sección de Romanos, de 5:12 a 8:13 (con la excepción de 7:5, donde se menciona la palabra pecados). Pecados se refiere a los hechos pecaminosos, a los frutos del pecado que mora en nosotros, los cuales son expuestos en la primera sección de Romanos, de 1:18 a 5:11. Sin embargo, en 1 Juan 1:7 la palabra pecado, en singular, acompañada del adjetivo todo, no se refiere al pecado que mora en nosotros, sino a cada uno de los pecados que cometemos (v. 10) después de haber sido regenerados. Tal pecado contamina nuestra conciencia purificada y debe ser limpiado por la sangre del Señor Jesús en nuestra comunión con Dios.
Cristo, como ofrenda por el pecado (Lv. 4; Is. 53:10; Ro. 8:3; 2 Co. 5:21; He. 9:26), puso fin a nuestro pecado, el pecado que mora en nuestra naturaleza (Ro. 7:17); y Cristo, como ofrenda por las transgresiones, llevó sobre Sí nuestros pecados, nuestras transgresiones (Lv. 5; Is. 53:11; 1 Co. 15:3; 1 P. 2:24; He. 9:28). Sin embargo, después de ser regenerados, todavía necesitamos tomar a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado, como se indica en 1 Juan 1:8, y también como nuestra ofrenda por las transgresiones, como se indica en 1 Juan 1:9.
En 1 Juan 1:8 se nos dice: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”. Este versículo habla del pecado que mora en nosotros, el pecado que heredamos por nacimiento. Éste es el pecado mencionado en Romanos 5:12. Si decimos que, después de ser salvos y regenerados, ya no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos. Aunque hemos sido salvos y regenerados, y aunque buscamos al Señor, lo amamos y tenemos comunión con Él, el pecado sigue morando en nosotros. Esto es un hecho. Si lo negamos, la verdad no está en nosotros.
A continuación, 1 Juan 1:9 dice: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. Esto se refiere a la confesión de nuestros pecados después de nuestra regeneración, y no a la confesión de nuestros pecados antes de la regeneración. Aquí pecados denota nuestras acciones pecaminosas.
La secuencia de las cinco ofrendas en Levítico 1—5 es un cuadro de la secuencia en 1 Juan 1. El holocausto, la ofrenda de harina y la ofrenda de paz nos conducen a la comunión con Dios. Cuando tomamos a Cristo como nuestro holocausto delante de Dios y cuando lo tomamos como nuestro diario suministro de vida, somos introducidos en la paz divina, y en esta paz disfrutamos al Dios Triuno en comunión. Por consiguiente, la experiencia que tenemos de las primeras tres ofrendas redunda en comunión con Dios, quien es luz. En la luz vemos nuestros fracasos, nuestros errores y nuestra mala actitud hacia los demás. A la postre, nos damos cuenta de que no sólo tenemos pecados que se manifiestan externamente, sino también pecado que mora en nuestra carne. Nos damos cuenta incluso de que somos el pecado mismo. Tenemos la profunda convicción de que no somos más que pecado.
Quizás procuremos ser buenos y hacer lo correcto; sin embargo, acabamos por hacer todo lo contrario. Entonces, al igual que Pablo, decimos: “Ya no soy yo quien obra aquello, sino el pecado que mora en mí” (Ro. 7:17). Mediante nuestra comunión con Dios, quien es luz, descubrimos que somos pecaminosos, que tenemos pecado internamente y pecados externamente. Interiormente tenemos una “madre” pecaminosa, y externamente cometemos acciones pecaminosas, que son los “hijos” de esta madre pecaminosa.
Gálatas 5:19-21 habla de las obras de la carne. Estas obras incluyen contiendas, celos, divisiones y sectas. ¿Podríamos afirmar que no tenemos contiendas ni celos en nuestra vida de iglesia? No podríamos afirmarlo. Es posible que en la vida de iglesia también haya sectas, es decir, que los santos tomen partido por ciertas personas. Ésta era la situación que imperaba en Corinto. “Cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo” (1 Co. 1:12). Si hay contiendas, celos, divisiones y sectas en nuestra vida de iglesia o en nuestra vida familiar, queda claro que vivimos y actuamos en la carne. Si decimos que tenemos comunión con Dios y tenemos todavía estas obras de la carne, andamos en tinieblas y nos engañamos a nosotros mismos. Si hay contiendas, celos, divisiones y sectas en nuestra vida de iglesia, eso significa que nuestra vida de iglesia se halla en tinieblas. Asimismo, si decimos que estamos en comunión con Dios, pero nuestra actitud para con nuestro cónyuge es la equivocada, nos engañamos a nosotros mismos.
Si verdaderamente tomamos a Cristo como nuestro holocausto para satisfacer a Dios y como nuestra ofrenda de harina para que sea nuestro alimento diario, estaremos en luz y andaremos en luz. Luego, en la luz divina, veremos nuestros fracasos y defectos. Si hemos tenido una actitud inapropiada hacia nuestro cónyuge, nos daremos cuenta de ello y confesaremos que eso está mal. Si hemos criticado a ciertos hermanos o hemos tomado partido por ciertos santos, nos daremos cuenta de que eso también está mal. ¡Oh, que todos estemos dispuestos a ser alumbrados y le pidamos al Señor que nos dé Su luz! Si decimos que estamos disfrutando al Señor, tenemos que estar en la luz.
Colosenses 1:12 dice que Cristo es la porción de los santos en la luz. Cristo no es la porción de los santos que están en tinieblas, en críticas o en sectas. ¿Dónde estamos: en luz o en tinieblas? No podemos disfrutar a Cristo como la porción de los santos si no estamos en la luz.
Después de disfrutar a Cristo como las primeras tres ofrendas, lo necesitamos como la ofrenda por el pecado. Mientras le disfrutamos, podemos decirle desde lo más profundo de nuestro ser: “Señor, te doy gracias que estoy en Tu presencia. Te amo, Señor, y te tomo como mi suministro diario”. Espontáneamente, la luz resplandecerá. Tal vez nos ilumine acerca de cierta palabra que le dijimos a nuestro cónyuge o acerca de alguna crítica que hicimos de algún hermano. Inmediatamente lo confesaremos y le pediremos al Señor que nos perdone.
Muy a menudo, mientras disfrutaba al Señor, Él me iluminaba en cuanto a la manera en que había elogiado a cierta persona en particular y me mostraba que mis palabras procedían de mi carne, de mi ser natural, y no de mi espíritu. Entonces tenía que hacer una confesión al Señor acerca de los elogios que expresaba de ciertas personas y de sus virtudes.
Todo lo que no se haga en el espíritu, sea bueno o malo, proviene de una sola fuente: la carne. Criticar a otros proviene de la carne, y elogiar a los demás valiéndonos de nuestro ser natural también proviene de la carne. Sólo aquello que hacemos al andar, hablar y actuar en total conformidad con el espíritu, poniendo nuestra mente en el espíritu (Ro. 8:6), no proviene de la carne.
En Romanos 8:4, Pablo dice que el justo requisito de la ley se cumple en aquellos que andan conforme al espíritu. Pablo no dice que el justo requisito de la ley se cumple en nosotros cuando hacemos el bien, pues hacer el bien no es conforme al árbol de la vida sino conforme al árbol del conocimiento del bien y del mal. En lugar de esforzarnos por hacer el bien, simplemente debemos andar conforme al espíritu. Si no sentimos la unción en nuestro espíritu, no debemos decir nada, ni bueno ni malo. Esto es andar en el espíritu y ser liberados de la carne.
Desde el momento en que traje el recobro del Señor a los Estados Unidos, he recalcado cuatro asuntos: Cristo, el Espíritu, la vida y la iglesia. La carga con respecto a estos asuntos ha sido muy pesada. Sin embargo, en este mensaje siento la carga de hablar acerca de la carne y la cruz. Debemos saber qué es la carne y cómo la cruz de Cristo le pone fin. Necesitamos hoy en el recobro del Señor escuchar una palabra en cuanto a la carne y la cruz. Es posible que nuestro disfrute de Cristo esté lleno de levadura y miel y que también carezca de sal. Por tanto, siento la carga de ministrar sal, esto es, la cruz, a las iglesias.
Al hablarles acerca de la carne y la cruz, mi preocupación no se centra en la doctrina, sino en la experiencia. Mientras vivamos en este cuerpo, siempre tendremos la carne. Debemos estar alertas. Efectivamente, fuimos sepultados con Cristo en el bautismo, pero Satanás trata de resucitar lo que fue sepultado. Por consiguiente, debemos velar, especialmente por la mañana cuando nos levantamos. Tal vez hayamos dormido tranquilamente después de haber disfrutado al Señor en comunión la noche anterior. Pero al levantarnos por la mañana, la carne maligna tratará de seguirnos. Pese a que la carne ya fue sepultada, con todo, tratará de inducirnos a pensar negativamente de nuestro cónyuge o de ciertos hermanos. Debemos darnos cuenta de que estos pensamientos son la diabólica resurrección de nuestra carne.
En esos momentos, debemos orar, diciendo: “Señor, ten misericordia de mí. No quiero andar conforme a esta horrenda carne que es instigada por Tu enemigo. Deseo disfrutarte a Ti, Señor”. Entonces, quizás con lágrimas, continuemos orando así: “Padre, tomo a Tu Hijo, mi amado Señor, como mi holocausto. Yo no puedo vivir absolutamente entregado a Ti, pero sí puedo disfrutar esa vida que está en Él. Lo tomo a Él como mi holocausto y te lo ofrezco a Ti, Padre. También lo tomo como mi alimento diario”. Esto nos permitirá disfrutar a Cristo como ofrenda de paz. Luego, mientras estamos en la presencia del Señor, seremos alumbrados, quedará al descubierto nuestra condición y veremos la clase de persona que somos. En ese momento necesitaremos que nuestro amado Señor Jesús sea nuestra ofrenda por el pecado. Esto es lo que significa tomar como nuestra ofrenda por el pecado a Cristo mismo, quien es nuestro holocausto, ofrenda de harina y ofrenda de paz. Esta secuencia no tiene que ver con la doctrina; más bien, guarda relación con nuestra experiencia personal que, muy menudo, resulta tan dolorosa.
Cada vez que tengamos la experiencia de disfrutar paz con el Dios Triuno, nos daremos cuenta de que necesitamos la ofrenda por el pecado. Confesaremos esto al Señor, diciendo: “Padre, nunca me había dado cuenta de que soy tan pecaminoso. No sólo soy pecaminoso, sino que soy pecado. El pecado mora en mi carne, y soy por completo pecado. Ciertamente necesito que mi Señor Jesús sea mi ofrenda por el pecado. ¡Cuánto lo atesoro por ser mi ofrenda por el pecado!”.
Todo lo que proceda de la carne es pecado. Ya sea que critiquemos a los demás o los alabemos, ambas acciones tienen su origen en la carne y son pecado. Lo único que puede dar fin a la carne es la cruz, la sal. Necesitamos mucho la sal en nuestra vida cotidiana, en nuestra vida familiar y en nuestra vida de iglesia. Es únicamente cuando tenemos la sal que los “gérmenes” dejan de estar activos. La vida de iglesia hoy necesita una “fumigación”, la aniquilación de todos los gérmenes mediante nuestra experiencia de la cruz. Esta aniquilación es una misericordia de parte del Señor; es la salvación que el Señor nos brinda en Su misericordia.
Según el Nuevo Testamento, hay cuatro cosas que son inseparables: el pecado, la carne, Satanás y el mundo. Estos cuatro son uno.
En la Biblia, la palabra carne tiene distintas denotaciones. Primero, la carne denota el cuerpo humano (Gn. 2:21). Segundo, en Génesis 6:3 la carne denota la humanidad caída. Ésta es también la denotación en Romanos 3:20, donde Pablo dice que “por las obras de la ley ninguna carne será justificada” delante de Dios. Tercero, la carne denota el cuerpo corrupto (Ro. 7:18). Dios creó el cuerpo humano. Pero después que el cuerpo se corrompió, se hizo carne. En contraste con una persona espiritual, quien vive en el espíritu, y una persona natural, quien vive en el alma, una persona carnal, o de la carne, vive según las concupiscencias de la carne (1 Co. 3:1, 3; 2:14).
Juan 1:14 dice: “La Palabra se hizo carne”. ¿Qué significa carne aquí? Según el contexto de todo el Evangelio de Juan, la carne mencionada en 1:14 denota al hombre caído y pecaminoso. Dios, la Palabra, se hizo un hombre caído y pecaminoso, pero sólo en semejanza. Pablo aclara esto cuando nos dice en Romanos 8:3 que Dios envió “a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado”. Esto comprueba que la carne mencionada en Juan 1:14 es la carne de pecado. El significado de la encarnación es que Dios se hizo un hombre pecaminoso en semejanza. En su nota sobre este versículo, el Dr. Ryrie dice: “Jesucristo era único, porque siendo Dios desde la eternidad, se unió a la humanidad pecaminosa en la encarnación”.
El tipo de la serpiente de bronce (Jn. 3:14; Nm. 21:4-9) indica que Cristo no tenía la carne de pecado, sino únicamente la semejanza de carne de pecado. Cuando los hijos de Israel pecaron contra Dios, fueron mordidos por serpientes y comenzaron a morir. De hecho, a los ojos de Dios, ya estaban muertos. Entonces, Dios le dijo a Moisés que levantara una serpiente de bronce para que el juicio de Dios recayera sobre la serpiente y no sobre ellos; de ese modo, todo aquel que mirara la serpiente de bronce sería salvo y viviría. La serpiente de bronce era el salvador de ellos. Aquello fue un tipo. En Juan 3:14, el Señor Jesús aplicó este tipo a Sí mismo, dando a entender que mientras estaba en la carne, Él —según las palabras de Pablo— tenía la semejanza de carne de pecado, esto es, la forma de la serpiente de bronce. La serpiente de bronce sólo tenía la forma de una serpiente, pero no el veneno. Cristo tenía la semejanza de carne de pecado, pero de ningún modo participó del pecado de la carne (2 Co. 5:21; He. 4:15). La serpiente de bronce es un tipo de Cristo como nuestro Salvador. “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en Él cree, tenga vida eterna” (Jn. 3:14-15).
El Evangelio de Juan usa tres figuras para describir a Cristo en Su muerte: el Cordero de Dios (1:29), la serpiente de bronce (3:14) y un grano de trigo (12:24). Estas figuras describen tres aspectos de Cristo como nuestro Salvador. Con respecto al pecado, Él es el Cordero. Con respecto a Satanás, la antigua serpiente, Él es la serpiente de bronce, Aquel que vino en semejanza de carne de pecado. Con respecto a liberar la vida divina para producirnos como los muchos hijos de Dios, Él es el grano de trigo. Por consiguiente, Él es el Salvador-Cordero, el Salvador-serpiente y el Salvador-grano. Lo tenemos como nuestro Salvador en tres aspectos: Aquel que pone fin a nuestro pecado, Aquel que destruye la antigua serpiente y Aquel que nos produce como los muchos hijos de Dios.
Creo que Adán, el hombre creado por Dios, era apuesto. En cambio, en el Señor Jesús no había parecer ni hermosura, ni era atractivo físicamente (Is. 53:2). Él era un hombre que se veía desgastado a causa de todos los dolores que experimentó (v. 3). Nuestro Señor tenía la semejanza de un hombre caído; no obstante, cuando el Señor Jesús estuvo en la cruz, Dios contó esa semejanza como real.
El Nuevo Testamento recalca el hecho de que Cristo fue crucificado en la carne y murió en la carne. Él no murió en ninguna otra forma que no fuera la carne que Dios había condenado. Romanos 8:3 dice: “Dios, enviando a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado, condenó al pecado en la carne”. Cuando el Señor Jesús fue crucificado en la carne, Dios condenó al pecado en la carne. El pecado no era simplemente un asunto; el pecado es una persona, y esta persona debía ser condenada. Por medio de la muerte del Señor en la cruz, Dios condenó al pecado en la carne. Esto significa que cuando la carne fue crucificada, el pecado que residía en la carne fue condenado.
Romanos 6:6 afirma que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo. Nuestro viejo hombre está en la carne. Puesto que Cristo fue crucificado en la carne, nuestro viejo hombre, que está en la carne, también fue crucificado juntamente con Él. Nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo en la carne.
Por medio de la muerte de Cristo, no sólo fue condenado el pecado y fue crucificado nuestro viejo hombre, sino que también Satanás, el diablo, fue destruido (He. 2:14). Además, por medio de la cruz de Cristo, el mundo fue juzgado y el gobernador, el príncipe del mundo, fue echado fuera (Jn. 12:31). Así que, mediante la muerte de Cristo fueron eliminadas cuatro cosas: el pecado en la carne, el viejo hombre, Satanás y el mundo. Esto significa que por medio de la muerte de Cristo en la carne, se le dio fin a todas las cosas negativas.
Debemos tener esta comprensión cada vez que tomemos a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado. La ofrenda por el pecado significa que el pecado fue condenado en la carne, que nuestro viejo hombre fue crucificado, que Satanás fue destruido, y que el mundo fue condenado y el príncipe del mundo echado fuera.
Todos debemos aprender a tomar a Cristo como tal ofrenda por el pecado. Cuando entramos en comunión con el Dios Triuno mediante Cristo como holocausto, ofrenda de harina y ofrenda de paz, entonces debemos aplicar a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado.