Mensaje 2
Lectura bíblica: Levítico 1—7
En este mensaje daremos una definición general de las ofrendas.
Los libros de Éxodo y Levítico están estrechamente relacionados. Éxodo concluye con el tabernáculo erigido, y Levítico comienza con las ofrendas. Tanto el tabernáculo como las ofrendas son tipos de Cristo. El hecho de que Éxodo concluya hablándonos del tabernáculo y Levítico comience con el tema de las ofrendas indica que hay una continuación directa. Pese a que Éxodo y Levítico son diferentes en naturaleza y en los puntos que abarcan, con todo, hay una relación directa entre ambos.
En Éxodo el tabernáculo es edificado y erigido. El tabernáculo no se erigió solamente para que Dios morara en él, sino también para que nosotros moráramos en él. En Levítico se establecen las ofrendas (caps. 1—7) con el sacerdocio (caps. 8—10).
Puesto que nuestro Cristo es maravilloso y todo-inclusivo, las palabras no bastan para revelarlo y describirlo; los tipos, que son cuadros descriptivos, también son necesarios. Tanto el tabernáculo como las ofrendas son tipos de Cristo. Cristo como tabernáculo trae a Dios al hombre, y Cristo como las ofrendas lleva al hombre a Dios. Esto indica que hay un tráfico de doble sentido, un tráfico de ida y de venida. Cristo viene a nosotros como el tabernáculo, y luego Él va a Dios como las ofrendas.
El tabernáculo es una señal, una figura, un tipo, de Cristo. En la encarnación Cristo vino como tabernáculo. La Palabra, que era Dios, se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros (Jn. 1:1, 14). Cristo es Dios mismo encarnado que se hizo hombre; por tanto, Él es el Dios-hombre, y este Dios-hombre es el tabernáculo. Como tabernáculo, Cristo trajo a Dios al hombre. El Cristo que estaba en la tierra era Dios mismo corporificado en un tabernáculo. Aquí tenemos uno de los aspectos de este tráfico de doble sentido: Dios viene a nosotros en Cristo por medio de la encarnación.
Juan 1:29 dice que el Cristo, el tabernáculo, es también el Cordero de Dios: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”. Cristo, como Cordero de Dios, es la totalidad, la suma, de todas las ofrendas.
Por una parte, Cristo es el tabernáculo; por otra, Él es las ofrendas. En calidad de tabernáculo, Él trajo a Dios a nosotros, y en calidad de ofrendas, Él ahora nos lleva a todos nosotros a Dios. El hecho de que Cristo sea el tabernáculo guarda relación con la encarnación. El hecho de que Él sea las ofrendas guarda relación con la crucifixión y la resurrección. Cristo vino en la encarnación, y Él se fue por medio de la crucifixión y la resurrección. Éste es el tráfico de doble sentido que trae a Dios a nosotros y que nos lleva a todos nosotros a Dios, a fin de que Dios sea uno con nosotros y nosotros seamos uno con Él.
El tabernáculo tiene como finalidad que experimentemos a Dios, que nos unamos a Él, y las ofrendas tienen como finalidad que disfrutemos a Dios y nos mezclemos con Él. Experimentar a Dios, unirse a Él, equivale a entrar en el tabernáculo. Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, las personas tuvieron contacto con Él. A la postre, los discípulos fueron introducidos en Él, en el Dios encarnado. Así pues, el tabernáculo trae a Dios a nosotros para que experimentemos a Dios, entremos en Él, nos unamos a Él.
Tanto el tabernáculo como las ofrendas representan a Cristo. El tabernáculo representa que Dios está en Cristo para que nosotros tengamos contacto con Dios, le toquemos, le experimentemos, entremos en Dios, nos unamos a Dios. Las ofrendas representan a Dios en Cristo para que nosotros le disfrutemos. Al disfrutar a Cristo como las ofrendas, nos mezclamos con Dios. Dios en Cristo es el tabernáculo, la morada, que podemos contactar, poseer y experimentar, y al cual podemos acercarnos y entrar. Dios en Cristo es también todas las ofrendas, mediante las cuales podemos disfrutarle, ingerirle e incluso comerle, digerirle y asimilarle, al grado en que Él mismo se convierte en nuestro elemento constitutivo. Después de disfrutar las ofrendas y comer de ellas, entramos en el tabernáculo, donde disfrutamos su contenido, a saber, todo lo que Dios es en Cristo. El hecho de que el Señor sea tanto el tabernáculo como las ofrendas constituye una maravillosa revelación. Nosotros podemos entrar en Él y podemos disfrutarlo y mezclarnos con Él.
Cristo como las ofrendas tiene por finalidad nuestro disfrute debido a que las ofrendas son comestibles. Dios no es el único que puede comerlas, sino también nosotros. Nosotros podemos disfrutar y comer a Cristo juntamente con Dios. Este disfrute mutuo puede compararse al disfrute que se experimenta en un banquete donde nos animamos unos a otros a disfrutar de los diferentes platillos. El disfrute mutuo que experimentamos en un banquete es un cuadro descriptivo del disfrute que tenemos de Cristo juntamente con Dios. Al disfrutar a Cristo en algún aspecto particular, tal vez digamos: “Padre, quisiera que Tú también disfrutes de esta porción de Cristo”. Luego, el Padre podría decirnos: “Hijo, quisiera que disfrutes de lo que Yo estoy disfrutando”. Ésta es la comunión del disfrute mutuo, la comunión del co-disfrute.
Todo lo que comemos se convierte en lo que somos. Si comprendemos esto, veremos que no es sabio oponerse a la revelación divina respecto a la mezcla de la divinidad con la humanidad. Por medio de la obra redentora de Cristo y por Su Espíritu, el elemento divino de Cristo llega a ser nuestra comida. Después de ingerir esta comida, la digerimos y la asimilamos hasta que llega a ser nuestras fibras y nuestras células. Ciertamente esto guarda relación con una mezcla.
La Biblia revela que el Dios creador llegó a ser hombre, el Dios-hombre, y que este hombre llegó a ser las ofrendas: el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, la ofrenda mecida y la ofrenda elevada. Estas ofrendas han llegado a ser nuestra comida. Esto significa que Dios en Cristo es comestible. Dios se hizo comestible al llegar a ser las ofrendas. Al comer nosotros estas ofrendas, el elemento divino se mezcla con la humanidad. Por consiguiente, Cristo no es solamente nuestra morada, sino también nuestra comida mediante la cual disfrutamos a Dios y nos mezclamos con Él.
A diario podemos disfrutar no solamente la presencia de Dios, sino también Su elemento, Su esencia, incluso Su sustancia comestible. Las epístolas de Pablo indican que Cristo es comestible, pero no nos proporcionan detalles de cómo comer a Cristo. Para conocer estos detalles, debemos acudir al libro de Levítico. El Cristo revelado en Levítico es un Cristo al que se puede comer. Levítico no sólo nos proporciona los “víveres”, sino también la “receta” para “cocinar” a Cristo.
Todas las ofrendas nos permiten no sólo disfrutar a Dios, sino también asimilarlo en nuestro ser. Esta asimilación redunda en una mezcla. Debemos comprender que estamos mezclándonos con Dios y que Dios está mezclándose con nosotros. El Señor Jesús como Espíritu está en nuestro espíritu, y a diario Él se mezcla con nosotros. Pero dicha mezcla depende de que nosotros comamos a Cristo, digiramos a Cristo y asimilemos a Cristo. Además, tal vez nos sirvan una comida muy buena, pero si no la comemos como se debe, podría causarnos indigestión. De igual manera, si no comemos a Cristo como es debido, esto podría causarnos indigestión espiritual. En dado caso, no asimilaríamos a Cristo. Debemos aprender a comer a Cristo, digerir a Cristo y asimilar a Cristo. Entonces seremos nutridos, fortalecidos y nos mezclaremos con Dios.
El tabernáculo tiene como finalidad ser la morada de Dios; las ofrendas tienen como finalidad ser disfrutadas por Dios en virtud de nuestro aprecio por ellas y al ser presentadas por nosotros. Esto es maravilloso, admirable y misterioso.
El tabernáculo no sólo tiene como finalidad que nosotros entremos en él, sino también que Dios more en él. El tabernáculo es Dios mismo que viene a nosotros en Cristo y por medio de Cristo. Este tabernáculo es la morada de Dios, en la cual Dios mora en Cristo. Esto significa que la corporificación de Dios es la morada de Dios. Dios mora en Cristo, quien es Su corporificación.
El Cristo que es las ofrendas no sólo tiene como finalidad nuestro disfrute, sino también el disfrute de Dios. El holocausto tiene como finalidad ser comido por Dios, ser disfrutado por Él. El objetivo de las ofrendas no es únicamente que nosotros disfrutemos a Dios y nos mezclemos con Él, sino también que Dios las disfrute. Por consiguiente, Dios no solamente mora en Cristo, sino que también disfruta a Cristo.
La finalidad del tabernáculo es que Dios more en él, y la finalidad de las ofrendas es que Dios las disfrute. ¿Significa esto que Dios mora en Sí mismo y se disfruta a Sí mismo? La respuesta a tal pregunta guarda relación con el misterio de la Trinidad. El Señor Jesús dijo: “Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí” (Jn. 14:10). El libro de Hebreos revela que Cristo se presentó a Dios para satisfacción de Dios. Allí vemos el misterio de que Dios se hizo hombre para morir en la cruz y que luego se levantó en resurrección por causa de Dios y de nosotros.
Las ofrendas tienen como finalidad ser disfrutadas por Dios juntamente con nosotros en virtud de nuestro aprecio por ellas y al ser presentadas por nosotros. Si nosotros no apreciamos al Cristo que es las ofrendas ni lo presentamos como tal, Dios no obtendrá ningún disfrute de las ofrendas. Dios vino a nosotros en Cristo y, de este modo, llegó a ser el tabernáculo, la morada, en beneficio Suyo. Además, Él llegó a ser todas las ofrendas, en beneficio nuestro y Suyo. No obstante, si nosotros no apreciamos las ofrendas ni las presentamos a Dios, Dios no obtendrá ningún disfrute de ellas.
Tal como los israelitas debían laborar en la buena tierra para luego ofrecer el producto a Dios, de la misma manera nosotros debemos laborar en Cristo para ofrecérselo a Dios. Laborar en Cristo es esforzarnos por disfrutarle y experimentarle. Cuanto más disfrutemos y experimentemos a Cristo, más le apreciaremos. Luego debemos ofrecer Cristo a Dios para Su disfrute.
Las ofrendas no son sacrificios, sino dádivas entregadas a Dios por quienes sienten aprecio por Cristo. Levítico 1:2 dice: “Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando alguno de entre vosotros presente una ofrenda a Jehová, del ganado presentaréis vuestra ofrenda, ya sea del ganado vacuno u ovejuno”. El verbo presente también se podría traducir “traiga” u “ofrende”. La palabra hebrea traducida “ofrenda” es corbán y significa un presente o una dádiva. Las palabras hebreas que aquí significan “presentes” y “presentar” tienen la misma raíz. Las ofrendas, por tanto, son presentes dados a Dios. Los hijos de Israel debían laborar en la buena tierra y después ofrendar a Dios, como dádiva, el producto de la buena tierra disfrutado por ellos y por el cual sentían aprecio.
Las cinco ofrendas principales tienen como objetivo que nosotros podamos tener comunión con Dios. Los capítulos del 1 al 7 de Levítico hablan de la comunión que los hijos de Dios tienen con Dios. Para que esta comunión pueda efectuarse son necesarias las dádivas.
Cuando asistimos a las reuniones de la iglesia, no debemos venir con sacrificios, sino con dádivas para Dios. Los sacrificios son para redención, para propiciación, mientras que las dádivas son regalos que fomentan una íntima comunión entre nosotros y Dios. Las dádivas que traemos para esta comunión deben ser el propio Cristo que hemos experimentado. Este Cristo por el cual sentimos tanto aprecio es el que debemos ofrecer a Dios como dádiva. Incluso la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones pueden ser dádivas que traemos a Dios.
Ofrecer un sacrificio por el pecado es un acto solemne. Traer una dádiva a un amigo íntimo no es un acto solemne, sino algo dulce. Cada vez que asistamos a una reunión, debemos tener la dulce sensación de que venimos a presentarle a Dios preciosas e inestimables dádivas a fin de disfrutarlas con Él. Debemos ofrecer Cristo a Dios no meramente como sacrificios por nuestros problemas, sino también como dádivas para que Él las disfrute y para que nosotros las disfrutemos juntamente con Él.
Las ordenanzas en cuanto a las ofrendas son una receta de la cocina divina. Cristo es los víveres, nosotros somos los cocineros, y Dios y nosotros somos los comensales que disfrutan a Cristo como nuestra satisfacción. Esto es lo sobresaliente en el libro de Levítico. En términos espirituales, no hay nada más elevado que el disfrute que tenemos del Dios Triuno en Cristo.
¿Se había dado cuenta usted alguna vez de que las reuniones de la iglesia son reuniones en las que se cocina, reuniones donde se come? En ocasiones pasadas hemos hablado de venir a las reuniones a comer, y en nuestras reuniones hemos cantado un breve himno que dice: “¡A comer!” (Himnos, #228). Sin embargo, es posible que nunca nos haya cruzado por la mente el pensamiento de que debemos cocinar. Los víveres están listos, y los comensales también, pero ¿quiénes son los cocineros? Puedo afirmarles con toda certeza que Dios y el Espíritu no son los cocineros, sino que los cocineros somos nosotros. Por tanto, todos debemos aprender a cocinar.
Si examinamos los tipos contenidos en Levítico, podremos ver que Dios ciertamente desea disfrutar a Cristo. Él desea disfrutar al Cristo que nosotros apreciamos y le ofrecemos. Sin embargo, hasta ahora seguimos siendo demasiado viejos, tradicionales, superficiales y religiosos. Que todos veamos que nuestro Dios desea disfrutar a Cristo. Cristo no sólo debe ser nuestra comida, sino también la comida de Dios, la cual nosotros le cocinamos al apreciar a Cristo y presentárselo. Todos debemos cocinar a Cristo para que podamos alimentar a Dios con Cristo.
Ahora veremos las categorías de las ofrendas. Según Levítico, hay cinco clases principales de ofrendas, cinco clases principales de dádivas: el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Debemos permitir que los cuadros de las ofrendas halladas en Levítico revolucionen nuestros conceptos con respecto al servicio, la adoración y la experiencia que tenemos de Cristo.
El holocausto es el Cristo que satisface a Dios (1:1-17; 6:8-13). El holocausto es el alimento de Dios que le trae disfrute y satisfacción. Esta ofrenda debía ser ofrecida diariamente, en la mañana y en la noche.
La ofrenda de harina es el Cristo que satisface al pueblo de Dios y que éste disfruta juntamente con Dios (2:1-16; 6:14-23). El holocausto es el alimento de Dios, y la ofrenda de harina es nuestro alimento. Sin embargo, comemos la ofrenda de harina juntamente con Dios. Cristo primero debe ser disfrutado absolutamente por Dios, y luego debe ser disfrutado por nosotros a fin de que disfrutemos a Cristo juntamente con Dios. Según Levítico 2, una parte de la ofrenda de harina es ofrecida a Dios, pero la parte principal de esta ofrenda es para nosotros. Esto indica que Cristo es dado para nuestro disfrute a fin de que lo disfrutemos juntamente con Dios.
La ofrenda de paz es Cristo en calidad de paz entre Dios y el pueblo de Dios, del cual ambos disfrutan mutuamente en comunión (3:1-17; 7:11-38). El holocausto es el Cristo que Dios disfruta, la ofrenda de harina es el Cristo que nosotros disfrutamos juntamente con Dios, y la ofrenda de paz es Cristo en calidad de paz entre Dios y Su pueblo. Cristo, como tal ofrenda, llega a ser el disfrute mutuo que comparten Dios y Su pueblo. En este disfrute hay comunión.
La ofrenda por el pecado es el Cristo ofrecido por el pecado del pueblo de Dios (4:1-35; 6:24-30). La intención de Dios es que el disfrute sea mutuo, que tanto Él como nosotros disfrutemos. Su intención es que tengamos paz con Él para que disfrutemos a Cristo juntamente con Él en comunión. Sin embargo, debemos recordar que el pecado todavía reside en nuestra naturaleza y que todavía cometemos transgresiones en nuestra conducta. Tanto nuestro pecado como nuestras transgresiones son condenados por Dios. Por consiguiente, necesitamos la ofrenda por el pecado, la cual es el Cristo ofrecido por el pecado que reside en nuestra naturaleza. Al respecto, Cristo hizo propiciación.
La ofrenda por las transgresiones es el Cristo ofrecido por los pecados del pueblo de Dios (5:1—6:7; 7:1-10). Cristo hizo propiciación por nuestros pecados, nuestras transgresiones, así como por nuestro pecado. Debido a que Cristo es la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones, no tenemos más problemas con Dios. Ahora podemos estar en paz, y en esta paz disfrutamos a Cristo juntamente con Dios.
Los tipos contenidos en los capítulos del 1 al 7 de Levítico nos muestran cuánto Cristo es para nosotros. Estos capítulos nos muestran muchos puntos detallados acerca de Cristo. Debemos aprender a ser precisos al experimentar a Cristo en relación con todos estos detalles.
El holocausto provee la base para la ofrenda por el pecado. Cristo, como holocausto, estaba absolutamente entregado a Dios. Si Cristo no hubiera llevado una vida de absoluta entrega a Dios, no habría sido apto para ser nuestra ofrenda por el pecado. Adán cayó porque no estaba absolutamente entregado a Dios. Si él hubiera llevado una vida de absoluta entrega a Dios, no habría sido engañado. Adán fue engañado porque no estaba absolutamente entregado a Dios. Finalmente, Cristo vino, y Él sí llevó una vida de absoluta entrega a Dios y nunca fue engañado. Esta Persona absoluta era perfecta y apta para ser nuestra ofrenda por el pecado a fin de hacerse cargo del pecado en nuestra naturaleza. La entrega absoluta de Cristo a Dios lo hizo apto para ser la ofrenda por el pecado.
La ofrenda de harina provee la base para la ofrenda por las transgresiones. Si Cristo no hubiese sido perfecto en Su humanidad, sino que hubiese tenido muchos defectos, faltas y errores, Él mismo habría necesitado una ofrenda por las transgresiones y, por ende, no habría podido ser nuestra ofrenda por las transgresiones. Sin embargo, en Su humanidad Cristo era fino, perfecto y equilibrado; en Él no había ningún defecto, falta, deficiencia ni culpa. Su perfección lo hizo apto para ser nuestra ofrenda por las transgresiones.
El holocausto tiene como finalidad la ofrenda por el pecado. Ésta es la relación que existe entre estas dos ofrendas. Asimismo, la ofrenda de harina tiene como finalidad la ofrenda por las transgresiones. Ésta es la relación que existe entre estas dos ofrendas. Si Cristo no hubiera llevado una vida de absoluta entrega a Dios, no habría podido ser nuestra ofrenda por el pecado para hacerse cargo del pecado en nuestra naturaleza. Y si Él no hubiera sido perfecto en Su humanidad, no habría podido ser nuestra ofrenda por las transgresiones para quitar nuestras transgresiones. Cristo llevó una vida de absoluta entrega a Dios y fue perfecto en Su humanidad. Por tanto, Él era apto para poner fin a nuestro pecado y quitar nuestras transgresiones.
La ofrenda de paz es el resultado de todas las otras cuatro ofrendas. Esto significa que la ofrenda de paz es la totalidad de las otras cuatro ofrendas. El hecho de que Cristo sea estas cuatro ofrendas redunda en que haya paz entre Dios y el pueblo de Dios, y esta paz es simplemente Cristo mismo. Cristo, como ofrenda de paz, es el alimento que disfrutamos juntamente con Dios y el alimento que Dios disfruta con nosotros. En Cristo, nuestra ofrenda de paz, tenemos un disfrute mutuo en comunión.
Debemos aplicar a nuestra vida de iglesia todos estos puntos referentes a Cristo como las ofrendas, y cocinar a Cristo y presentárselo a Dios en las reuniones de la iglesia. Todos debemos aprender a cocinar a Cristo detalladamente, comerlo detalladamente y presentarlo detalladamente. Ésta es la manera en que debemos estudiar el libro de Levítico. No sólo debemos poseer un conocimiento doctrinal de los puntos detallados con respecto a Cristo, sino que también debemos aprender a cocinar a Cristo, presentar Cristo a Dios y disfrutar a Cristo juntamente con Dios en calidad de holocausto, ofrenda de harina, ofrenda de paz, ofrenda por el pecado y ofrenda por las transgresiones. Si hacemos esto, seremos plenamente constituidos en personas que desean entrar al tabernáculo y moran allí para disfrutar todo el contenido del Dios Triuno.