Mostrar cabecera
Ocultar сabecera
+
!
NT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Nuevo Testamento
AT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Antiguo Testamento
С
-
Mensajes del libro «Estudio-Vida de Levítico»
Чтения
Marcadores
Mis lecturas


Mensaje 20

LA OFRENDA POR EL PECADO: EL CRISTO QUE SE OFRECIÓ A SÍ MISMO POR EL PECADO DEL PUEBLO DE DIOS

(3)

  Lectura bíblica: Lv. 4:8-15, 19, 21, 26, 31, 35; 6:25; 16:3, 5

  Antes de considerar más aspectos de la ofrenda por el pecado, quisiera añadir algo con relación al pecado. En el Nuevo Testamento, el pecado es una personificación. Esto no es algo insignificante, sino algo muy crucial.

  En este universo existen dos fuentes. La primera es Dios, y la segunda es Satanás, el enemigo y adversario de Dios (la palabra Satanás significa adversario). Satanás se hizo enemigo y adversario de Dios cuando empezó a luchar contra Dios por el poder (Is. 14). Satanás también tentó al Señor Jesús con respecto al poder (Lc. 4:5-7). Hoy en día el universo entero participa en la lucha por el poder que se libra entre Satanás y Dios. Todo el mundo sigue a Satanás y ha llegado a tomar parte en esa lucha maligna. Por tanto, debido a la influencia de Satanás, toda la humanidad se ha involucrado en la lucha por el poder. Por ejemplo, tal vez los empleados de cierta empresa luchen por un ascenso. Ésta es una parte pequeña de la lucha universal por el poder, una lucha que podemos ver por doquier.

  Esta lucha por el poder es uno de los cinco ítems que en conjunto constituyen el pecado. Estos ítems son la carne, el pecado, Satanás, el mundo y el príncipe del mundo. El príncipe del mundo representa la lucha por el poder. A todo ser humano, incluyendo a los niños, le gusta ser un príncipe, un líder, y en todos los lugares de la tierra se libra la lucha por el poder. Como veremos, tal lucha por el poder está relacionada con la ofrenda por el pecado.

  Cuando nos arrepentimos ante el Señor y le recibimos como nuestro Salvador, fuimos alumbrados para ver que éramos malignos y estábamos bajo la condenación de Dios. Cuanto más amamos al Señor, más nos damos cuenta de que somos malignos. Cuanto más ora un creyente, más percibe que es maligno en extremo. Finalmente, llegamos a la comprensión que aun hoy, nosotros, los cristianos que buscamos al Señor, no somos más que un cúmulo de pecado. No solamente somos malignos y pecaminosos, sino que somos un cúmulo de pecado.

  Si nos damos cuenta de que somos pecaminosos y empezamos a confesar nuestros pecados, descubriremos que cuanto más pecados confesamos, más tenemos para confesar. Ésta fue mi experiencia en 1935. Un día, teniendo el profundo sentir de que debía estar a solas con el Señor, me fui a un lugar apartado, me arrodillé, oré y comencé a confesar mis pecados. Mi confesión se extendió por bastante tiempo. Antes de aquella ocasión, no sabía cuán pecaminoso era ni cuántos pecados tenía. Vi que todo cuanto había hecho desde mi juventud era pecaminoso, e hice una confesión exhaustiva delante del Señor.

  Debemos orar y tomar al Señor Jesús como nuestro holocausto, como Aquel que vive absolutamente entregado a Dios. Disfrutar a Cristo como holocausto nos llevará a tomarle como nuestro suministro de vida, nuestra ofrenda de harina, que es Cristo en Su humanidad quien llega a ser nuestro alimento diario. Debemos disfrutarle hasta que sintamos paz con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Si hacemos esto, de inmediato estaremos en la luz, y la luz brillará dentro de nosotros, sobre nosotros y alrededor de nosotros. Entonces nos daremos cuenta de que hemos pecado y que somos pecado. Ésta es la experiencia que vemos en 1 Juan 1. Dios es luz (v. 5). Si hemos de tener comunión con Él, debemos andar en luz como Él está en luz. Si hacemos esto, nos percataremos de que tenemos algo que se llama pecado (vs. 7-8).

  El pecado mencionado en 1 Juan 1 no es algo insignificante. El pecado es el enemigo de Dios, Satanás mismo, y tiene que ver con la lucha por el poder que se libra entre Satanás y Dios. Esta lucha por el poder nos incluye a nosotros; estamos involucrados en esta lucha.

  ¿Por qué no llevamos una vida de absoluta entrega a Dios? No llevamos tal vida porque en lo profundo de nuestro ser estamos en pro de nosotros y no de Dios. En esto radica la lucha. Tal vez una hermana experimente esta lucha mientras hace sus compras en una tienda departamental. Quizá ella desee comprar algo en particular, pero percibe que el Señor no está de acuerdo. Así que, le ruega al Señor que le permita hacer aquella compra por esa vez. El ruego de ella es, de hecho, una señal de la lucha que existe entre ella y el Señor. Satanás se halla escondido detrás de esa lucha.

  Nosotros luchamos con el Señor acerca de muchas cosas. Amamos al Señor, asistimos a las reuniones de la iglesia y participamos plenamente en la vida de iglesia. Aparentemente, todo está bien. Sin embargo, sólo nosotros sabemos cuánto luchamos con Dios día tras día. Dios quiere que llevemos una vida de absoluta entrega a Él, pero nosotros quizás estemos dispuestos a vivir así sólo hasta cierto grado. Quizás critiquemos a los demás por no vivir absolutamente entregados a Dios, pero nosotros, ¿vivimos absolutamente entregados a Él? En vez de llevar una vida de absoluta entrega a Dios, experimentamos una continua lucha con Él por el poder.

  ¿Quién puede decir que lleva una vida de absoluta entrega a Dios? Ya que ninguno de nosotros vive así, necesitamos a Cristo como nuestro holocausto. Sólo Cristo vive absolutamente entregado a Dios.

  Al abordar el tema del pecado, Pablo finalmente arribó a algo más profundo: no simplemente el pecado en sí, sino la ley del pecado (Ro. 7:25; 8:2). Muchos cristianos no se dan cuenta de que existe algo que se llama la ley del pecado. ¿Sabe usted qué es la ley del pecado? La ley del pecado es simplemente el poder, la fuerza y la energía espontánea que nos lleva a luchar con Dios. Hay algo en nosotros que está vivo y activo; se esconde en nuestro ser interior y nos vigila. Cada vez que nos viene el menor pensamiento de vivir entregados a Dios, algo dentro de nosotros se levanta para subyugarnos. Esto es la ley del pecado. Pablo por experiencia descubrió que no sólo el pecado moraba en su carne, sino que dentro de él también había un poder, una fuerza y una energía naturales que oponían resistencia cada vez que él deseaba vivir entregado a Dios. Esto hizo que fuera un hombre miserable (7:24). Ésta es la ley del pecado, la cual es el significado más profundo del pecado.

  A menudo hemos sido derrotados por esto que se esconde en nosotros. Por ejemplo, tal vez deseemos amar al Señor, pero espontáneamente la ley del pecado opera en nosotros, y poco después, el pensamiento de amar al Señor desaparece.

  La experiencia que Pablo tuvo con relación a la avaricia, o la codicia, fue lo que lo llevó a descubrir la ley del pecado (Ro. 7:7-8). Cada uno de los Diez Mandamientos tiene que ver con acciones externas, excepto el mandamiento de no codiciar. Este mandamiento confronta la codicia que está dentro de nosotros. Pablo no quería ser codicioso, pero no podía evitarlo. Cada vez que intentaba obedecer este mandamiento, algo en su interior reaccionaba y producía “toda codicia”. Así pues, Pablo era víctima de la ley del pecado.

  No debemos tomar a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado de una manera superficial; más bien, debemos tomarlo como nuestra ofrenda por el pecado a un grado más profundo. Esto remodelará todo nuestro ser.

  Ya que hemos visto que el pecado implica la lucha por el poder y que la ley del pecado es el poder, la fuerza y la energía que opera espontáneamente en nosotros para que luchemos contra Dios, prosigamos ahora a considerar otros aspectos de la ofrenda por el pecado según Levítico 4.

VII. TODA LA GROSURA QUE CUBRE LAS PARTES INTERNAS Y QUE ESTÁ SOBRE ELLAS, LOS DOS RIÑONES Y LA GROSURA QUE ESTÁ SOBRE ELLOS, Y EL LÓBULO DEL HÍGADO SON QUEMADOS SOBRE EL ALTAR DEL HOLOCAUSTO

  Toda la grosura que cubría las partes internas y que estaba sobre ellas, los dos riñones y la grosura que estaba sobre ellos, y el lóbulo del hígado eran quemados sobre el altar del holocausto (Lv. 4:8-10, 19, 26, 31, 35). Esto significa que las partes internas de Cristo, lo tierno y dulce, son ofrecidas a Dios para Su satisfacción a fin de que Él esté dispuesto a perdonarnos.

  Estas partes de la ofrenda por el pecado eran quemadas sobre el altar del holocausto. Esto significa que Dios acepta la ofrenda por el pecado sobre la base del holocausto. Sin el holocausto como base, Dios no puede aceptar la ofrenda por el pecado.

VIII. TODA LA OFRENDA, INCLUYENDO SU PIEL, TODA SU CARNE, CON SU CABEZA, SUS PIERNAS, SUS PARTES INTERNAS Y SU ESTIÉRCOL, ES QUEMADA FUERA DEL CAMPAMENTO

  Toda la ofrenda, incluyendo su piel, toda su carne, con su cabeza, sus piernas, sus partes internas y su estiércol, era quemada fuera del campamento (vs. 11-12, 21). Esto significa que Cristo como ofrenda por el pecado sufrió vituperio al mantenerse fuera de la religión judía como organización humana (He. 13:11-13). Cristo fue crucificado fuera de Jerusalén, la cual era considerada un campamento que representaba la organización religiosa judaica.

A. En un lugar limpio

  La ofrenda por el pecado se quemaba en un lugar limpio. Esto representa el lugar donde Cristo, como ofrenda por el pecado, fue rechazado por el hombre y donde el pecado del hombre es quitado.

B. El lugar donde son echadas las cenizas

  El lugar donde se quemaba la ofrenda por el pecado era el lugar donde se echaban las cenizas.

1. Las cenizas del holocausto

  Las cenizas del holocausto representan el reconocimiento y aceptación de las ofrendas por parte de Dios. ¿Cómo sabemos que Dios ha aceptado el holocausto? Lo sabemos por el hecho de que se convierte en cenizas. Las cenizas son muy preciosas por cuanto son una señal de que Dios ha recibido el holocausto.

2. Para la certeza y paz del oferente

  Las cenizas hacen que el oferente tenga certeza y paz en su corazón con respecto a la redención que Dios efectuó por su pecado. Las cenizas son una señal que nos asegura que Dios ha aceptado la ofrenda por el pecado ofrecida por la redención de nuestro pecado.

IX. SI TODA LA ASAMBLEA DE ISRAEL YERRA, LOS ANCIANOS REPRESENTAN A LA ASAMBLEA AL OFRECER LA OFRENDA POR EL PECADO

  Si toda la asamblea de Israel pecaba errando, los ancianos debían representar a la asamblea al ofrecer la ofrenda por el pecado (vs. 13-15). Esto significa que los ancianos de la iglesia pueden representar a la iglesia al ofrecer a Cristo como su ofrenda por el pecado.

X. LA OFRENDA POR EL PECADO ES DEGOLLADA EN EL LUGAR DONDE SE DEGÜELLA EL HOLOCAUSTO

  La ofrenda por el pecado debía ser degollada en el lugar donde se degollaba el holocausto (Lv. 6:25). Esto indica que la ofrenda por el pecado se basaba en el holocausto, lo cual significa que Cristo es nuestra ofrenda por el pecado con base en el hecho de que Él es el holocausto. Cristo primero debe ser el holocausto que satisface a Dios a fin de ser apto para ser nuestra ofrenda por el pecado.

  Si nunca hemos disfrutado a Cristo como holocausto, no podremos darnos cuenta de cuán pecaminosos somos. Cuando oímos el evangelio y nos arrepentimos, nos dimos cuenta de que éramos pecaminosos. Sin embargo, no podremos comprender cuán pecaminosos somos hasta que disfrutemos a Cristo como nuestro holocausto. El holocausto significa que la humanidad, que fue creada por Dios con el propósito de expresarlo y representarlo, debe darse exclusivamente a Dios y vivir absolutamente entregada a Él. Sin embargo, no vivimos absolutamente entregados a Dios. Por tanto, debemos comprender esto y tomar a Cristo como nuestro holocausto. Únicamente cuando disfrutemos a Cristo como nuestro holocausto nos daremos cuenta de cuán pecaminosos somos.

  Si vemos cuán pecaminosos somos, nos daremos cuenta de que tanto nuestro amor como nuestro odio son pecaminosos. Éticamente, es malo aborrecer a los demás y es bueno amarlos. Tal vez pensemos que a los ojos de Dios, amar a los demás es aceptable y que aborrecerlos es inaceptable. Pero a los ojos de Dios, aborrecemos a las personas y las amamos por causa de nosotros mismos, y no por causa de Dios. Desde esta perspectiva, amar a los demás es tan pecaminoso como aborrecerlos. Todo cuanto hagamos por causa de nosotros mismos y no de Dios —ya sea moral o inmoral, bueno o malo, cuestión de amar o aborrecer—, es pecaminoso a los ojos de Dios. Mientras hagamos algo por causa de nosotros mismos, ello será pecaminoso.

  Dios nos creó exclusivamente para Él. Él nos creó para que fuésemos Su expresión y Su representación. Él no nos creó para nosotros mismos; sin embargo, vivimos independientemente de Él. Cuando aborrecemos a los demás, actuamos independientemente de Dios, y cuando los amamos, también actuamos independientemente de Dios. Esto significa que ante Dios, nuestro odio y nuestro amor son iguales.

  Además, ni nuestro odio ni nuestro amor provienen de nuestro espíritu; en vez de ello, nuestro odio y nuestro amor provienen de nuestra carne, y ambos proceden del árbol del conocimiento del bien y del mal. El árbol del conocimiento del bien y del mal representa a Satanás. No debemos pensar que únicamente el hacer el mal proviene de Satanás y no el hacer el bien. Tanto el hecho de hacer el bien como el mal podrían provenir de Satanás. Debemos percatarnos de que todo cuanto hagamos por nosotros mismos, sea bueno o malo, lo hacemos a favor de nosotros mismos y, por consiguiente, es pecado.

  Quisiera hacerles notar una vez más que el pecado implica la lucha por el poder. Tal vez amemos a los demás, pero hagamos esto a favor de nosotros mismos, esto es: por causa de nuestro nombre, de nuestra posición, de nuestro beneficio y de nuestro orgullo. Esta clase de amor forma parte de la lucha que sostenemos contra Dios por el poder. Debemos orar: “Señor, sálvame de hacer algo por causa de mi orgullo, de mi reputación, para lograr un ascenso o un beneficio, o por causa de mis intereses”. Esto equivale a ser salvo de la lucha que sostenemos contra Dios por el poder. Cuando amamos a los demás por causa de nuestra reputación o para lograr un ascenso, no vivimos entregados a Dios. Esta clase de amor procede de Satanás; se halla en la carne, y es pecado. Todo lo que esté en la carne es pecado, todo lo que sea el pecado en nuestra carne es Satanás, y todo lo que Satanás haga constituye una lucha por el poder.

  Algunos quizá se pregunten acerca del amor que como padres cristianos sentimos por nuestros hijos. Es posible que el amor por nuestros hijos esté en la carne. El Nuevo Testamento nos exhorta a criar a nuestros hijos en el Señor. Sin embargo, es posible que los criemos para el beneficio de nosotros mismos y de nuestro futuro. Eso es pecado.

  Inclusive en la vida de iglesia es posible que hagamos cosas no para Dios, sino para nosotros mismos. Quizás hagamos algo que se considere muy bueno, pero en lo profundo de nuestro ser tengamos la intención oculta de hacerlo en beneficio nuestro. Esto es pecaminoso. Por ejemplo, al dar un testimonio o al orar, tal vez queramos que todos nos digan “amén”. Quizás ofrezcamos una oración muy espiritual y elevada, pero con el propósito de recibir muchos “amenes”. Tal oración es pecaminosa por cuanto no se ofrece absolutamente para Dios. Con esto podemos ver que aun en nuestra oración sostenemos una lucha contra Dios por el poder. Lo que deseamos es una posición, y no a Dios mismo.

  Puesto que es posible tener motivos ocultos al realizar cosas espirituales, el Señor Jesús habló de aquellos que aparentemente hacen cosas para Dios, pero que en realidad las hacen con el propósito de sobresalir. Por tanto, Él dijo: “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos por ellos” (Mt. 6:1). En cuanto a dar limosnas, dijo: “No sepa tu izquierda lo que hace tu derecha” (v. 3). En cuanto a la oración, añadió: “Cuando oréis, no seáis como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos por los hombres” (v. 5). En cuanto al ayuno, Él dijo: “Cuando ayunéis, no seáis como los hipócritas que ponen cara triste; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan” (v. 16). Aun en asuntos tales como hacer justicia, dar limosnas, orar y ayunar podría librarse la lucha contra Dios por el poder. Hacer estas cosas en beneficio propio y no de Dios, es pecaminoso ante Él. Los que hacen tales cosas en beneficio propio no le dan ningún lugar a Dios; antes bien, se toman todo el lugar para ellos mismos.

  Tomar a Cristo como ofrenda por el pecado es algo muy profundo. La experiencia que tenemos de la ofrenda por el pecado está totalmente relacionada con nuestro disfrute del Señor Jesús como holocausto. Cuanto más amemos al Señor y lo disfrutemos, más descubriremos cuán malignos somos. A veces, cuando amamos al Señor al máximo, sentimos que no hay ningún lugar donde podamos escondernos. Pablo tuvo tal comprensión con respecto a sí mismo. Mientras buscaba al Señor, él vio que en sí mismo no había nada bueno.

XI. CON RELACIÓN AL SERVICIO DE LOS SACERDOTES, EL HOLOCAUSTO ES PRESENTADO DESPUÉS DE LA OFRENDA POR EL PECADO

  Con relación al servicio de los sacerdotes, el holocausto era presentado después de la ofrenda por el pecado (Lv. 16:3, 5). Esto significa que después de disfrutar a Cristo como ofrenda por el pecado, nosotros —como sacerdotes de Dios— debemos tomarlo como holocausto a fin de vivirlo a Él para satisfacción de Dios.

  Por una parte, la ofrenda por el pecado se basaba en el holocausto; por otra, el holocausto sigue a la ofrenda por el pecado. Cuanto más disfrutamos al Señor Jesús como nuestro holocausto, más nos damos cuenta de que somos pecaminosos. Entonces lo tomamos como nuestra ofrenda por el pecado de una manera más profunda que antes, lo cual a su vez nos permite disfrutarlo más como holocausto. Por consiguiente, participamos del holocausto antes de disfrutar la ofrenda por el pecado, y también después.

  La única forma de poder conocernos a nosotros mismos cabalmente consiste en disfrutar a Cristo como holocausto. Al disfrutar a Cristo como nuestro holocausto, nos daremos cuenta de que no vivimos absolutamente entregados a Dios. Tal vez vivamos entregados a Dios en cierta medida, incluso en gran medida, pero todavía nos reservamos algo para nosotros mismos.

  Cada vez que tengamos contacto con las cosas santas, las cosas espirituales, y con el servicio que rendimos a Dios en la vida de iglesia, debemos traer con nosotros la ofrenda por el pecado. Esto se revela claramente en la tipología del Antiguo Testamento. Cada vez que el pueblo de Dios hacía algo con relación a Dios, aun con relación a las cosas más santas, ellos tenían que ofrecer la ofrenda por el pecado. Hoy en día también necesitamos la ofrenda por el pecado porque no estamos limpios ni somos puros, ni vivimos absolutamente entregados a Dios. ¿Quién de entre nosotros puede afirmar que lleva una vida de absoluta entrega a Dios? Nadie puede afirmar esto. Por consiguiente, en todo lo que hagamos para el Señor, necesitamos la ofrenda por el pecado. Incluso cuando hablamos por el Señor, necesitamos tomar a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado, escondiéndonos en Él y pidiéndole que nos cubra con Su sangre preciosa.

  En primer lugar, el Señor nos salva, y después nos atrae para que le amemos, le recibamos y le disfrutemos. Cuando le recibimos y disfrutamos como holocausto, nuestra pecaminosidad queda al descubierto, y vemos que no vivimos absolutamente entregados a Dios tal como el Señor vivió. Quizás en la vida de iglesia otros nos aprecien, pero en lo profundo de nuestro ser sabemos que no somos buenos, que no vivimos absolutamente entregados a Dios. Tal vez amemos la iglesia y aparentemente lo hayamos dado todo por la iglesia; pero no vivimos absolutamente entregados a Dios. Todavía nos reservamos algo en nuestro ser.

  Cuando disfrutamos al Señor como holocausto y como ofrenda de harina, nos damos cuenta de que somos pecaminosos. Entonces lo tomamos como ofrenda por el pecado, y después como ofrenda por las transgresiones. Esto es lo que vemos en 1 Juan 1. Mientras disfrutamos al Dios Triuno en la comunión divina, nos damos cuenta de que en nuestro interior todavía tenemos el pecado y que externamente hemos cometido pecados. Entonces recibimos la limpieza de la sangre preciosa. Esto se convierte en un ciclo. Cuanto más somos limpiados, más profunda se hace nuestra comunión con el Dios Triuno; luego, cuanto más disfrutamos de esta comunión, más somos iluminados; y cuanto más somos iluminados, más nos percatamos de que somos pecaminosos, e incluso el pecado mismo. Es mediante este ciclo que somos liberados y salvos de nuestro yo. De hecho, somos liberados y salvos del pecado, de la carne, de Satanás, del mundo, del príncipe del mundo y de la lucha por el poder. Cuanto más disfrutemos a Cristo, menos contenderemos con Dios por el poder. Finalmente, le cederemos a Él todas las áreas de nuestro ser.

Biblia aplicación de android
Reproducir audio
Búsqueda del alfabeto
Rellena el formulario
Rápida transición
a los libros y capítulos de la Biblia
Haga clic en los enlaces o haga clic en ellos
Los enlaces se pueden ocultar en Configuración