Mensaje 22
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Lectura bíblica: Lv. 5:1-19; 6:1-7; 7:2
Las palabras de Levítico 5 no fueron dirigidas a un santo individual, sino a la congregación de Dios, al pueblo de Dios como asamblea. Estas palabras no fueron habladas para ayudar o instruir a algún santo individual, sino que se expresaron con el propósito de guardar al pueblo escogido de Dios como entidad corporativa, de modo que el pueblo fuese apropiado, santo y apartado para Él. Además, lo que aquí se dice no debe aplicarse a la sociedad humana secular. Dios no desea hacer de toda la sociedad humana una congregación similar a los hijos de Israel en la antigüedad. En Levítico, la intención de Dios era guardar limpios y santos a Sus escogidos a fin de morar entre ellos. El tabernáculo estaba en medio del pueblo, y Dios deseaba que el pueblo, que se encontraba alrededor del tabernáculo, fuese santo. Por esta razón fueron habladas estas palabras en Levítico.
Consideremos ahora el capítulo 5 de Levítico versículo por versículo.
En tipología, cada aspecto de Levítico 5 tiene su significado espiritual. El versículo 1 dice: “Si alguien peca porque, habiendo oído la voz que le insta a declarar y siendo testigo por haber visto o sabido de un asunto, no lo declara, llevará su iniquidad”. En realidad, este versículo habla sobre el acto de mentir, en el cual está involucrado Satanás mismo, el padre de mentira (Jn. 8:44).
Levítico 5:2 dice: “Si alguien toca cualquier cosa inmunda, sea cadáver de un animal inmundo, de una bestia inmunda o de cualquier ser inmundo que pulula, y no se da cuenta, y él es inmundo, será culpable”. Este versículo habla de cadáveres de animales, de bestias y de seres que pululan. Aquí animales denota fieras salvajes, y bestias denota animales domésticos. Según el capítulo 11, los animales mencionados en este versículo tipifican distintas clases de personas. Algunas personas son como fieras, otras como animales domésticos, y otras como seres que pululan, que se arrastran. La palabra cadáver en 5:2 representa muerte. Por tanto, los cadáveres de estas tres clases de animales —los cadáveres de las fieras, los cadáveres de los animales domésticos y los cadáveres de los seres que se arrastran— representan tres clases de muerte. Una clase de muerte es salvaje como una fiera salvaje. La segunda clase de muerte es apacible como un animal manso y domesticado. La tercera clase de muerte es sutil como un ser que se arrastra. En tipología, esto indica que entre el pueblo de Dios puede haber tres clases de muerte: muerte salvaje, muerte apacible y muerte sutil.
Entre el pueblo de Dios, es decir, en la vida de iglesia, no sólo es posible encontrar muerte, sino también distintas clases de muerte. La muerte se puede propagar entre nosotros de una manera salvaje, de una manera apacible o de una manera sutil. En los años que llevo en la vida de iglesia, he visto estas tres clases de muerte. He visto la muerte que es salvaje y la muerte que es apacible y mansa. También he visto la muerte que entra arrastrándose sigilosa y astutamente. ¿No ha experimentado usted alguna clase de muerte en la vida de iglesia? Quizás haya experimentado la muerte tipificada por el cadáver de un animal que se arrastra, la muerte que se introduce para propagar su veneno de manera encubierta y sutil.
Independientemente de su clase, la muerte es muerte, y es impura. Toda índole de muerte —sea salvaje, apacible o sutil— es inmunda y contaminante. En la vida de iglesia no es fácil mantenerse alejado de la inmundicia de estas distintas clases de muerte.
Según la tipología del Antiguo Testamento, el pecado no es tan sucio como la muerte. Si alguien pecaba, podía ser perdonado y purificado inmediatamente presentando una ofrenda por las transgresiones (5:10). Pero si alguien tocaba la muerte, tenía que esperar varios días para ser limpio. Esto nos muestra que la muerte contamina aún más que el pecado. Sin embargo, en la vida de iglesia tal vez pensemos que el pecado es grave, pero que tocar muerte es algo común y no es grave. Sin embargo, a los ojos de Dios, tocar la muerte es algo sumamente grave.
El veneno de la muerte puede dañar y destruir a los santos. En Romanos 14 Pablo dice que no debemos destruir la obra de Dios al actuar descuidadamente (vs. 15, 20). Cristo redimió y salvó a los santos, y nosotros no debemos destruirlos al actuar descuidadamente. El Señor ha realizado una gran obra de gracia y redención en los santos del recobro del Señor, y por años hemos estado laborando para edificarlos. Nadie debería destruir la obra de gracia que Cristo realiza en los santos. Nadie debería destruir a aquellos en quienes hemos estado laborando para edificarlos. ¿No creen que nos partiría el corazón ver que los santos fuesen destruidos por el veneno de la muerte? Debemos ser sobrios, justos, tranquilos y amables a fin de considerar si en verdad estamos edificando el Cuerpo de Cristo o si, sin percatarnos de ello, estamos haciendo algo que destruye la obra de Dios al propagar el veneno de la muerte.
Levítico 5:3 dice: “Si toca inmundicia de hombre, cualquiera que sea la inmundicia con que se hace inmundo, y no se da cuenta, cuando llegue a saberlo, será culpable”. Aquí la inmundicia de hombre representa la inmundicia de la vida natural del hombre. El Señor Jesús dijo que nada de lo que entra en nosotros nos contamina, sino que lo que sale de nosotros, eso es lo que nos contamina (Mt. 15:17-20). La vida natural, al igual que la muerte, trae inmundicia. En la vida de iglesia, en la comunidad santa, la muerte y la vida natural podrían estar prevaleciendo.
La vida natural incluye el asunto del afecto natural. Por lo general, o no nos importan los demás, o los amamos de una manera natural, con nuestro afecto natural. Quizás alguien sentía afecto por usted en el pasado, pero ahora ya no muestra ningún interés por usted. Esto no concuerda con nuestra naturaleza cristiana que siempre ama y está dispuesta a ayudar y cuidar de otros; más bien, se halla completamente en la esfera natural. Es posible que amemos a los demás o, como resultado de buscar vanagloria y tener celos de otros, que los envidiemos. Este amor y esta envidia pertenecen, ambos, a la vida natural.
Levítico 5:4 añade: “O si alguien jura a la ligera con sus labios hacer mal o hacer bien, respecto a cualquier asunto por el cual pronuncia un juramento a la ligera, si no se da cuenta, cuando llegue a saberlo, será culpable por una de estas cosas”. Aquí vemos el asunto de hablar a la ligera, de hablar algo delante de Dios de una manera apresurada, descuidada e imprudente. A veces oímos hablar de algo y de inmediato expresamos que nos gusta o que no nos gusta, y que haremos esto o aquello al respecto. Hablar de esta manera no sólo indica que no vivimos para Dios, sino que ni siquiera tenemos temor de Dios. ¿Quiénes somos nosotros para expresar con ligereza que algo no nos gusta? Quizá a Dios le guste. Nosotros no somos Dios y, por tanto, debemos tener cuidado de hablar a la ligera. En lugar de expresar nuestra opinión sobre algún asunto, no debemos decir nada y, de ser necesario, debemos presentarle el asunto al Señor, orando y pidiéndole que nos muestre si debemos participar en ello o mantenernos apartados del asunto. Ésta es la actitud apropiada de una persona que teme a Dios.
En 5:1-4 vemos cuatro asuntos que sirven de ejemplos de cosas que requieren la ofrenda por las transgresiones. Si tuviéramos que hacer una lista de tales cosas, posiblemente no incluiríamos los cuatro elementos que aquí se mencionan: no dar testimonio de lo que sabemos (v. 1), tocar el cadáver de un animal (v. 2), tocar la inmundicia de hombre (v. 3) y hablar a la ligera (v. 4). Dios habla de estos asuntos, pues Él conoce la verdadera condición y necesidad de Su pueblo.
El primer asunto, no dar testimonio de lo que sabemos, en realidad tiene que ver con el acto de mentir. Como ya hemos dicho, esto involucra a Satanás, el padre de la mentira. Por consiguiente, aquí se alude a Satanás.
El segundo asunto es la muerte en tres formas: salvaje, apacible y sutil. A los ojos de Dios, lo más aborrecible es la muerte. La muerte se propaga de manera salvaje, de manera apacible y de manera sutil. Ésta es la verdadera situación que impera en la congregación de Dios en esta era.
El tercer asunto es la vida natural con su inmundicia. Es muy común para los cristianos andar y actuar en la vida natural. ¿Acaso no impera la vida natural hoy en día en la vida de iglesia? Los que son sociables de manera natural son muy bien recibidos, pero los que andan en el espíritu a menudo son malentendidos. Hoy en día se ve mucho de la vida natural entre los cristianos y en la congregación de Dios.
El cuarto asunto es hablar con ligereza. Los que hablan a la ligera son rápidos para expresar si algo les gusta o no. Dios enumera estas cuatro cosas como pecados, y como tal, requieren la ofrenda por las transgresiones.
Levítico 5:5 y 6 dice: “Y cuando sea culpable respecto a cualquiera de estas cosas, confesará aquello en que pecó, y traerá a Jehová su ofrenda por las transgresiones, por el pecado que cometió, una hembra del rebaño, sea oveja o cabra, como ofrenda por el pecado; y el sacerdote le hará expiación por su pecado”. La ofrenda más grande que se ofrece por las transgresiones es una oveja o una cabra. Esta ofrenda por las transgresiones nos recuerda principalmente de una cosa: que nuestros pecados son fruto del pecado que mora en nosotros. Aparentemente estamos tomando medidas con respecto a los pecados, pero en realidad estamos tomando medidas con respecto al pecado como origen de nuestros pecados. Por esta razón, la ofrenda por las transgresiones es una ofrenda por el pecado. Nosotros nos percatamos de que hemos cometido pecados, pero a los ojos de Dios estos pecados se originan en el pecado. Por consiguiente, al final lo que ofrecemos a Dios para resolver el problema referente a nuestros pecados no es simplemente una ofrenda por las transgresiones, sino una ofrenda por el pecado.
Quizás nos preguntemos cómo una ofrenda por las transgresiones puede convertirse en una ofrenda por el pecado. Lo que llevamos a Dios para resolver el problema referente a nuestros pecados es una ofrenda por las transgresiones. Pero después que traemos dicha ofrenda a Dios, ésta se convierte en una ofrenda por el pecado. Esto se debe a que Dios no hace propiciación únicamente por nuestros pecados; Él hace propiciación también por nuestro pecado. Él no simplemente quita el fruto del árbol, sino que también desarraiga el árbol. Si el árbol es desarraigado, el fruto será totalmente eliminado. Nuestro problema no es solamente los pecados que hemos cometido, sino también el pecado que mora en nosotros. Por tanto, lo que ofrecemos a Dios debe resolver tanto el problema del pecado así como el de los pecados. Ésta es la razón por la cual Dios llama ofrenda por el pecado a esta ofrenda por las transgresiones.
El versículo 7 añade: “Si no tiene lo suficiente para un cordero, traerá a Jehová como ofrenda por las transgresiones, por aquello en que pecó, dos tórtolas o dos palominos, el uno para ofrenda por el pecado y el otro para holocausto”. Este versículo revela que la ofrenda por las transgresiones no sólo está relacionada con la ofrenda por el pecado, sino también con el holocausto. Según este versículo, la ofrenda por las transgresiones se compone de la ofrenda por el pecado y del holocausto. En conjunto, estas dos ofrendas constituyen la ofrenda por las transgresiones.
Tal vez pensemos que nuestro único problema es los pecados que hemos cometido. En realidad, nuestro verdadero problema es el pecado que mora en nosotros y el hecho de que no vivimos entregados a Dios. La raíz, la fuente, de nuestros pecados es nuestro pecado, y el motivo por cual cometemos pecados es que no llevamos una vida de absoluta entrega a Dios. Por consiguiente, no sólo necesitamos la ofrenda por las transgresiones, la cual se encarga de nuestros pecados, sino también la ofrenda por el pecado, la cual se encarga de la raíz de nuestros pecados, a saber, el pecado que mora en nosotros, y el holocausto, el cual se encarga del motivo por el cual pecamos, a saber, el hecho de no vivir absolutamente entregados a Dios. Si tomamos medidas con respecto a la fuente de nuestros pecados y al hecho de no vivir absolutamente entregados a Dios, a la vez también tomamos medidas con respecto a nuestras transgresiones.
Los versículos 8 y 9 agregan: “Los traerá al sacerdote, quien presentará primero el que es para la ofrenda por el pecado; y el sacerdote la desnucará, sin cercenar la cabeza; rociará de la sangre de la ofrenda por el pecado sobre un lado del altar, y el resto de la sangre será exprimida al pie del altar; es ofrenda por el pecado”. Estos versículos no hablan de la ofrenda por las transgresiones, sino de la ofrenda por el pecado y de la sangre de la ofrenda por el pecado. Una parte de la sangre es rociada sobre un lado del altar, lo cual significa que los pecadores son rociados con la sangre de Cristo (1 P. 1:2). El resto de la sangre es exprimida al pie del altar, lo cual significa que la sangre de Cristo es la base para el perdón de Dios a los pecadores (Ef. 1:7).
El versículo 10 habla de la segunda ave: “Luego ofrecerá el segundo como holocausto, conforme a la ordenanza. Así el sacerdote le hará expiación por el pecado que cometió, y será perdonado”. Según las ordenanzas, nosotros deberíamos llevar una vida de absoluta entrega a Dios. Sin embargo, puesto que no vivimos de esta manera, necesitamos el holocausto además de la ofrenda por el pecado.
El versículo 11 dice: “Pero si no tiene lo suficiente para dos tórtolas o dos palominos, traerá, como ofrenda suya por el pecado que ha cometido, la décima parte de un efa de flor de harina para ofrenda por el pecado; no pondrá sobre ella aceite ni olíbano, porque es ofrenda por el pecado”. Que un puñado de flor de harina ardiera en el altar, como ofrenda de Jehová presentada por fuego, indica que la flor de harina de la ofrenda por las transgresiones ofrecida para el perdón de nuestros pecados tiene como base el derramamiento de sangre sobre el altar (He. 9:22), y significa que Cristo, quien es perfecto, es ofrecido como nuestra ofrenda por las transgresiones con base en el derramamiento de Su sangre en la cruz (Col. 1:20).
La expiación requiere el derramamiento de sangre, pero en Levítico 5:11 se usa flor de harina para la ofrenda por el pecado. Esta flor de harina tipifica la humanidad de Jesús. Así que, la ofrenda por las transgresiones no sólo incluye la ofrenda por el pecado y el holocausto, sino que incluso se refiere a la humanidad de Jesús.
Nosotros cometemos muchos pecados no sólo porque el pecado está en nuestra naturaleza y no sólo porque nuestra entrega a Dios no es absoluta, sino también porque estamos carentes de la humanidad de Jesús. Jesús nunca cometería ningún pecado. Él no tiene pecado y vive absolutamente entregado a Dios. Su humanidad no tiene parte con el padre de mentira. Su humanidad jamás tocaría nada relacionado con la muerte o con la vida natural. Además, Su humanidad nunca haría ni hablaría nada a la ligera, ni de manera apresurada o imprudente; antes bien, como vemos en Juan 7:3-8, mientras estuvo en la tierra, Él siempre habló y actuó con mucha consideración.
¿Por qué está el pecado en nosotros? ¿Por qué no vivimos absolutamente entregados a Dios? La razón por la cual el pecado está dentro de nosotros y por la cual no vivimos absolutamente entregados a Dios es que nos falta la humanidad de Jesús.
Ofrecer la décima parte de un efa de flor de harina como ofrenda por el pecado significa que únicamente basta con una pequeña porción de la humanidad de Jesús. Esto muestra lo poco que aplicamos la humanidad del Señor. Somos lo que somos porque estamos carentes de la humanidad del Señor. Debido a esta carencia, estamos llenos de mentiras, de muerte, de la vida natural y de impetuosidad. Sin embargo, la humanidad de Jesús es una dosis todo-inclusiva que mata nuestros gérmenes, sana nuestra enfermedad y suple nuestra necesidad. Creo que nuestra vida matrimonial y nuestras relaciones con los hermanos y hermanas en la vida de iglesia serían completamente diferentes si tuviéramos más de la humanidad de Jesús.
Levítico 5:13 dice: “Y el sacerdote hará expiación por él, por el pecado que cometió respecto a cualquiera de estas cosas, y él será perdonado. El resto será del sacerdote, como la ofrenda de harina”. Que el resto de la flor de harina para la ofrenda por las transgresiones perteneciera al sacerdote significa que el Cristo redentor es el alimento de aquel que sirve.
Levítico 5:15, 17-18; 6:2-3, 6 habla de una persona que peca en las cosas santas de Jehová, o que peca por yerro contra Jehová, o de una persona que peca y actúa infielmente contra Jehová, y engaña a su socio en cuanto a un depósito o una prenda, o por robo, o ha extorsionado a su socio, o ha encontrado un objeto perdido y ha mentido al respecto, y jura en falso. Tal persona necesitará un carnero del rebaño, sin defecto, valuado según el siclo del santuario, a fin de presentarlo como ofrenda por las transgresiones. Esto significa que Cristo, por ser Aquel en quien no hay pecado y que da la talla conforme al criterio divino, es apto para ser la ofrenda por las transgresiones ofrecida por los pecados que cometimos contra las cosas santas de Dios, contra Dios mismo o contra el hombre al cometer las transgresiones anteriormente enumeradas.
El que peca en las cosas santas de Dios debe hacer restitución y añadir a ello la quinta parte, y darlo al sacerdote (5:15-16). Asimismo, el que peca contra el hombre en cualquier tipo de robo, debe hacer completa restitución y añadir a ello la quinta parte, y darlo a quien le pertenezca el día en que sea hallado culpable (6:2-6). Esto significa que aquel que ofrece la ofrenda por las transgresiones debe ser justo en cuanto a las cosas materiales según el criterio, la medida y el estándar divinos.
“En el lugar donde degüellan el holocausto, degollarán la ofrenda por las transgresiones” (7:2a). El hecho de que la ofrenda por las transgresiones fuese degollada allí donde el holocausto fue degollado indica que la ofrenda por las transgresiones se basa en el holocausto y significa que Cristo es nuestra ofrenda por las transgresiones sobre la base de ser el holocausto.
La ofrenda por las transgresiones no es algo sencillo. Esta ofrenda se encarga del pecado que mora en nosotros y del hecho de no vivir absolutamente entregados a Dios; también se encarga de Satanás, el mentiroso, de la muerte que hay en la congregación de Dios, de la vida natural y su inmundicia y de la presunción de hacer las cosas a la ligera delante de Dios, sin ningún temor ni consideración. Además, la ofrenda por las transgresiones abarca el hecho de hurtar y engañar a nuestro socio.
¿Cómo podemos experimentar la ofrenda por las transgresiones? Experimentamos la ofrenda por las transgresiones como resultado de disfrutar —en comunión con Dios y en la luz divina (1 Jn. 1:3-9)— a Cristo en calidad de holocausto, ofrenda de harina, ofrenda de paz y ofrenda por el pecado. Así pues, nuestra experiencia de la ofrenda por las transgresiones es el resultado de disfrutar al Dios Triuno. Nuestra experiencia de la ofrenda por las transgresiones implica el hecho de vivir absolutamente entregados a Dios y comprender que el pecado que mora en nosotros es la fuente de donde proceden las diferentes clases de transgresiones que cometemos contra Dios y contra el hombre.