Mensaje 25
Lectura bíblica: Lv. 6:24-30
En este mensaje consideraremos la ley de la ofrenda por el pecado.
No nos es difícil considerar como ley los Diez Mandamientos dados por medio de Moisés. Sin embargo, tal vez se nos haga difícil considerar como ley algo que guarda relación con el disfrute de Cristo. Tal vez pensemos que si hay alguna ley con respecto a disfrutar a Cristo, no habrá ningún disfrute. No obstante, a cada una de las cinco ofrendas le corresponde una ley. Por tanto, a la ofrenda por el pecado le corresponde una ley particular, y dicha ley incluye varias normas.
Como descendientes de Adán, tenemos una vida caída, una vida que rechaza todo tipo de ley y se resiste a ser regida, gobernada y controlada. Nuestra vida adámica es rebelde, y nuestra naturaleza adámica es ingobernable. Sin embargo, cuando fuimos salvos y regenerados, recibimos otra vida —la vida divina, la vida de Dios—, y esta vida es lo opuesto de nuestra vida caída e ingobernable. Esto significa que como creyentes genuinos de Cristo tenemos dos vidas, a saber, una vida vieja y una vida nueva. La primera es la vida humana natural, y la segunda es la vida divina, la vida eterna. No sería una exageración decir que la vida divina es el propio Dios; es el Dios que está en nosotros para ser nuestra vida. Mientras que la vida natural caída es ingobernable, la vida divina que está en nosotros se conforma totalmente a la ley y a las normas.
Toda clase de vida posee su propia ley. Por ejemplo, un pájaro vuela conforme a la ley de la vida del pájaro, y un duraznero produce duraznos conforme a la ley de la vida del duraznero. Del mismo modo, la vida divina también tiene su propia ley.
La ley de la ofrenda por el pecado se conforma a la ley de lo que hemos disfrutado de Cristo. Con respecto al disfrute que tenemos de Cristo como holocausto, debemos comprender que Cristo es una vida y que esta vida posee una ley. La ley del holocausto, por tanto, ha sido escrita conforme a la ley del Cristo que hemos disfrutado. El mismo principio se aplica a las demás ofrendas. La ofrenda de paz y la ofrenda de harina son una persona viviente, Cristo. Por ser una persona viviente, Cristo posee una vida con una ley. Así que, la ley de la ofrenda de paz y la ley de la ofrenda de harina corresponden a la ley de vida de Cristo. Aparentemente, la ley escrita tiene que ver únicamente con la ofrenda de paz y la ofrenda de harina. En realidad, en nuestra experiencia la ley de la ofrenda de paz y la ley de la ofrenda de harina llegan a ser una ley viviente, la ley que corresponde a la vida misma del Cristo que disfrutamos.
Toda ley escrita ha sido redactada conforme a cierta vida. Si tuviéramos que escribir una ley en cuanto a los ancianos, esa ley tendría que corresponder con la vida de ellos. Lo mismo tendría que hacerse con respecto a una ley que se redacta para los jóvenes. Este mismo principio aplica a la ley que Dios nos dio. Dios nos dio la ley de que debemos adorarlo porque tenemos una vida que adora. Dios nunca le daría esta ley a los animales, porque ellos no poseen tal vida.
Tres pasajes en el Nuevo Testamento indican que debemos ser regulados incluso en el disfrute que tenemos de Cristo. En 1 Corintios 9:26 y 27 Pablo dice: “Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera lucho en el pugilato, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo venga a ser reprobado”. La palabra griega traducida “golpeo” significa literalmente “golpear el rostro debajo del ojo hasta dejarlo amoratado”. Esto no se refiere a maltratar el cuerpo, como se hace en el ascetismo, ni considerar el cuerpo como maligno, como se le considera en el gnosticismo; más bien, es someter el cuerpo haciéndolo un cautivo vencido a fin de que nos sirva como esclavo para el cumplimiento de nuestro propósito santo. En estos versículos no sólo vemos requisitos, sino exigencias. Aquí nos encontramos con la exigencia más estricta de la más estricta ley.
Gálatas 6:15 y 16 dice: “Ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación. Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea sobre ellos, o sea sobre el Israel de Dios”. En el versículo 15, Pablo nos dice que “ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación”. Esto es gracia. Hoy en día lo que necesitamos no es la circuncisión ni la incircuncisión, sino únicamente la gracia. Pero en el versículo 16 Pablo nos dice que la manera de recibir paz y misericordia es andar “conforme a esta regla”, la regla de la nueva creación. Al salvarnos, Dios nos elevó al estado y condición de una nueva creación, cuya vida es Cristo. Ahora debemos andar conforme a la regla de esta nueva creación.
La regla de la nueva creación nos regulará con respecto a la hora en que debemos acostarnos por la noche y la hora en que debemos levantarnos por la mañana. En particular, en el día del Señor la regla de la nueva creación nos instará a levantarnos un poco más temprano, a orar por la reunión y a llegar temprano a la reunión para reunirnos con el Señor y adorarlo.
La recompensa por andar conforme a la regla de la nueva creación es misericordia y paz. Puedo testificar que cuando ando conforme a esta regla, recibo misericordia y paz. Si andamos conforme a la regla de la nueva creación con respecto a la manera en que nos preparamos para la reunión y cómo asistimos a ella en el día del Señor, recibiremos misericordia y paz.
Andar por la regla de la nueva creación guarda relación con la ley. En la nueva creación, existe una nueva vida, y dentro de esta nueva vida hay una nueva ley. Esta nueva ley es de hecho el propio Señor que está en nosotros, quien constantemente nos regula.
Nosotros somos la nueva creación de Dios y tenemos la vida de esta nueva creación. Dicha vida incluye también una ley que nos regula. En nuestra vida diaria debemos ser regulados por esta ley.
En Filipenses 3:13 y 14 Pablo nos dice que él se olvidaba de lo que quedaba atrás, se extendía a lo que estaba delante y proseguía “a la meta para alcanzar el premio del llamamiento a lo alto, que Dios hace en Cristo Jesús”. Luego, en los versículos 15 y 16 él dice: “Así que, todos los que hemos alcanzado madurez, pensemos de este modo; y si en algo tenéis un sentir diverso, esto también os lo revelará Dios. Sin embargo, en aquello a que hemos llegado, andemos conforme a la misma regla”. La palabra griega traducida “andemos” significa “andar en orden”; deriva de una palabra que significa disponer conforme a líneas regulares, marchar en filas, llevar el paso, ser conformados a la virtud y a la piedad. Por tanto, aquí Pablo nos exhorta a andar en fila, en orden y de una manera regulada.
Cada uno de estos tres pasajes del Nuevo Testamento indica lo mismo: que en el disfrute de la gracia debemos ser regulados.
“Habla a Aarón y a sus hijos, diciendo: Ésta es la ley de la ofrenda por el pecado: en el lugar donde se degüella el holocausto, será degollada la ofrenda por el pecado delante de Jehová” (Lv. 6:25a). Esto significa dos cosas. Primeramente, significa que Cristo, nuestra ofrenda por el pecado, fue inmolado delante de Dios; en segundo lugar, significa que Cristo fue ofrecido a Dios como nuestra ofrenda por el pecado con base en el hecho de que Él es el holocausto.
Tal vez pensemos que si traemos una ofrenda a Dios, podemos inmolarla en cualquier lugar. Pero aquí Dios le exige a Su pueblo degollar la ofrenda por el pecado delante de Él en el lugar donde se degüella el holocausto. La ofrenda debe ser presentada conforme a las normas de Dios. En esto vemos que aunque hoy en día disfrutamos a Cristo como gracia, sigue habiendo normas con respecto al disfrute que tenemos de Cristo, las cuales debemos acatar.
La ofrenda por el pecado es santísima (6:25b). Esto significa que Cristo, nuestra ofrenda por el pecado presentada a Dios, era santísimo en el sentido de que Él puso fin —de manera intrínseca— al pecado en nuestra naturaleza y a nuestra naturaleza pecaminosa en su totalidad. La ofrenda por el pecado no sólo pone fin al pecado que se manifiesta en nuestra conducta externamente, sino también al pecado que está en nuestra naturaleza intrínsecamente. Esta ofrenda pone fin a nuestra naturaleza pecaminosa en su totalidad. Por consiguiente, la ofrenda por el pecado es santísima.
“El sacerdote que la ofrezca por el pecado la comerá. En un lugar santo se comerá, en el atrio de la Tienda de Reunión” (6:26). Esto significa que aquel que sirve a los pecadores ministrándoles Cristo como ofrenda por el pecado participa del disfrute de Cristo como ofrenda por el pecado. Si servimos a los pecadores ministrándoles Cristo, servimos como sacerdotes. Cuando ministramos Cristo a otros de esta manera, tanto nosotros como aquellos a quienes servimos disfrutaremos a Cristo como ofrenda por el pecado.
Que el sacerdote comiera la ofrenda por el pecado en un lugar santo, en el atrio de la Tienda de Reunión, significa también que aquel que sirve a los pecadores ministrándoles Cristo como ofrenda por el pecado disfruta a Cristo como tal ofrenda en un ámbito separado y santificado, en la esfera de la iglesia.
Tal vez pensemos que con tal de que sirvamos ministrando Cristo a los demás, podemos hacerlo en cualquier lugar. Sin embargo, según la regla espiritual, debemos hacer esto conforme a la norma de Dios.
Todo lo que tocaba la carne de la ofrenda por el pecado era santo (6:27a). Esto significa que todo aquel que toque a Cristo como ofrenda por el pecado será separado y santificado, abandonará el pecado y permitirá que su carne natural sea crucificada en virtud de que Cristo, la ofrenda por el pecado, en la cruz puso fin al pecado y a nuestra carne pecaminosa.
Debemos comprender que cuando impartimos Cristo como ofrenda por el pecado a un pecador, este Cristo es santo. Cuando un pecador toca a este Cristo santo, él es santificado y llega a ser santo. De inmediato, el que ha sido santificado abandonará el pecado y permitirá que su carne natural sea crucificada.
Debemos tener esta comprensión y fe con respecto a Cristo como ofrenda por el pecado. Luego, debemos llevar el evangelio —esto es, Cristo mismo— a los demás para que lo toquen. El Cristo que les ministramos es la ofrenda por el pecado. En la cruz, Él puso fin al pecado intrínseco en nuestro ser y a nuestra carne pecaminosa.
“Cuando su sangre salpique sobre una vestidura, lavarás lo salpicado en un lugar santo” (6:27b). Esto significa que aquel que ha recibido la redención mediante la sangre de Cristo como ofrenda por el pecado deberá tomar medidas respecto a su diario andar (cfr. Ef. 4:22-24). Nuestro andar diario, representado por la vestidura, debe ser depurado continuamente.
La vestidura sobre la cual salpicaba la sangre de la ofrenda por el pecado debía lavarse en un lugar santo. Esto significa que aquel que ha recibido la redención mediante la sangre de Cristo como ofrenda por el pecado deberá tomar medidas con respecto a su vivir diario en un ámbito separado y santificado. En esto vemos que debemos tener la debida consideración por la sangre de Cristo y jamás considerarla común.
“El vaso de barro en que sea hervida, será quebrado” (6:28a). Esto significa que todo aquel —el vaso de barro— que se relacione con Cristo como ofrenda por el pecado deberá ser quebrantado. Si queremos predicar a Cristo como ofrenda por el pecado, nosotros —los vasos de barro— tenemos que ser quebrantados. Si no somos quebrantados, y aun así predicamos el evangelio en nuestra vida natural, no veremos muchos resultados. Debemos ser vasos quebrantados.
“Si se hierve en un vaso de bronce, será fregado y enjuagado con agua” (6:28b). Esto significa que la persona que ha sido iluminada y juzgada por el Espíritu (comparado con un espejo de bronce) para ser regenerada, no necesita ser quebrada, sino tratada al ser fregada y enjuagada con agua.
Si queremos predicar a Cristo como ofrenda por el pecado, debemos ser tratados, ya sea al ser quebrantados o al ser fregados y enjuagados con agua. No podemos salir a predicar de una manera natural.
“Todo varón de entre los sacerdotes podrá comer de ella; es santísima” (6:29). Esto significa que todos lo que son más fuertes pueden disfrutar a Cristo como ofrenda santísima al ministrar Cristo, como ofrenda por el pecado, a los pecadores.
No debemos pensar que predicar el evangelio sea algo insignificante. Para ello, se requiere que seamos fuertes en la vida de Cristo.
“No se comerá de ninguna ofrenda por el pecado cuya sangre haya sido introducida en la Tienda de Reunión para hacer expiación en el Lugar Santo; será quemada al fuego” (6:30). La expiación mencionada aquí era realizada en el Lugar Santísimo (16:27). El significado de este versículo es que Cristo —la ofrenda por el pecado que puso fin a nuestro pecado y a nuestra naturaleza pecaminosa en la cruz para efectuar nuestra redención— está íntegramente destinado para el deleite de Dios, del cual no tenemos parte. Sin embargo, al ministrar Cristo —como ofrenda por el pecado— a los pecadores, podemos participar de Él.
En lo concerniente a Cristo como ofrenda por el pecado, hay una porción reservada únicamente para Dios, y también hay una porción de la cual nosotros podemos participar. La mejor porción está destinada para el deleite de Dios. Dios logró que Cristo hiciese propiciación por los pecadores, y en ello nosotros no tenemos parte. Eso está absolutamente reservado para Dios. Sin embargo, cuando predicamos Cristo a otros, ministrándoles a Cristo como ofrenda por el pecado, sí podemos participar de Él. Así pues, Dios obtiene Su parte, y nosotros obtenemos la nuestra.
Todas estas normas en cuanto a la ofrenda por el pecado son llamadas “la ley de la ofrenda por el pecado”. Esto indica que incluso en el disfrute que tenemos de Cristo, debemos acatar todas las normas en vida. Con respecto a la manera de disfrutar a Cristo, no debemos seguir nuestras preferencias. Debemos disfrutar a Cristo conforme a la manera que Dios escogió.