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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Levítico»
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Mensaje 26

LA LEY DE LA OFRENDA POR LAS TRANSGRESIONES

  Lectura bíblica: Lv. 7:1-10

  En el estudio que he hecho de biografías y de historia, me han ayudado mucho el vivir y las prácticas de dos personas: George Müller y Hudson Taylor. George Müller, uno de los que tomaba la delantera en la Asamblea de los Hermanos Británicos, se levantaba cada mañana a leer la Biblia y a orar mientras caminaba al aire libre. Mientras leía, oraba. Él testificó que esta práctica le proporcionaba el mejor alimento, fortalecimiento, conocimiento y edificación en su vida cristiana. Hudson Taylor, fundador de la Misión al Interior de China, tenía una práctica similar. Él también se levantaba por la mañana para pasar tiempo con el Señor en la Palabra, y dio testimonio del alimento que recibía al hacerlo.

  Menciono la práctica de George Müller y de Hudson Taylor porque me preocupa la vida cristiana de los jóvenes. En la vida cristiana, el nacimiento espiritual es solamente el comienzo. Si un ser humano ha de criarse apropiadamente y crecer normalmente en cada etapa de su vida, debe ser criado en un buen hogar y asistir a la escuela, desde el jardín de infancia hasta la escuela secundaria. Ésta es la ley según la vida física. El principio es el mismo con relación a la vida cristiana. Necesitamos un hogar espiritual donde podamos crecer y una escuela espiritual donde podamos recibir una educación apropiada. Además, debemos comportarnos bien, cooperando tanto con el hogar como con la escuela. Ésta es la ley conforme a la vida espiritual.

  Cuando fuimos regenerados, recibimos otra vida —la vida divina, la vida de Dios—, la cual es diferente de nuestra vida natural. Independientemente de si nuestra vida natural es buena o mala, debemos olvidarnos de esa vida y hacer caso a la segunda vida, la vida divina. Esta segunda vida posee una ley que concuerda con las cinco leyes descritas en Levítico 6 y 7, las cuales guardan relación con el disfrute de Cristo en cinco aspectos. Hoy en día debemos obedecer en todo a esta segunda vida. Si lo hacemos, recibiremos mucho beneficio espiritual.

  Cada vida tiene su propia ley y su propio grado de sensibilidad. La vida divina, por tanto, posee una ley y también su propio grado de sensibilidad. Hoy esta vida no es objetiva para nosotros, sino completamente subjetiva. La vida divina está en nosotros. Esta vida en nosotros se percibe de una manera tan subjetiva que a menudo nos es difícil distinguir entre nuestra vida natural original y nuestra segunda vida, la vida divina. No obstante, es un hecho que la vida divina está en nosotros, y esta vida tiene un grado de sensibilidad particular.

  Algunos ejemplos les ayudarán a entender lo que quiero decir cuando hablo del grado de sensibilidad de la vida divina que está en nosotros. Antes de ser salvos, tal vez ustedes disfrutaban de cierta clase de entretenimiento mundano. Cuando querían participar en esa clase de entretenimiento, sencillamente lo hacían. Pero después de ser salvos y regenerados, a menudo tenían una sensación o un sentir interno que no aprobaba el que ustedes participaran de aquel entretenimiento mundano. Quizás en tal momento sintieron que era mejor usar ese tiempo para orar, y algo en su interior —el sentir de la vida divina— aprobaba aquello.

  Hay ocasiones en que el sentir interior no aprueba la intención suya de dedicar algún tiempo a la oración. Después de reflexionar más, siente deseos de visitar a su primo con el fin de predicarle el evangelio, y el sentir interior le da su aprobación. La oración y la predicación del evangelio son cosas buenas y santas; sin embargo, es posible que el sentir interior apruebe lo segundo y no lo primero. Debido a ello, usted no siente paz de quedarse en casa para orar, sino que, más bien, siente paz para predicar el evangelio. Esta experiencia le demuestra que ahora usted tiene algo que no tenía antes de ser salvo: la vida divina con su ley y su sentir o sensibilidad. Si presta atención a este sentir interior, el sentir de la vida divina, usted guardará la ley de esta vida.

  Quisiera ayudarle a tomar una decisión, a que decida vivir y andar conforme a la ley de la nueva vida. Debe decidir que no vivirá más según la vieja manera. Usted ya no es lo que era antes de ser salvo. Usted es una nueva creación, una persona regenerada, un miembro del nuevo hombre.

  Inmediatamente después de su regeneración, algunos creyentes no sólo tienen el deseo y la aspiración de ser personas nuevas, santas y celestiales, sino que esto incluso se convierte en su ambición. Pero es probable que algunos de ustedes aún no hayan tomado esta decisión. Me preocupa que quizás continúen viviendo, actuando y comportándose según la vieja manera. Por tanto, les insto, incluso les ruego, que tomen la decisión de no seguir siendo los mismos de antes.

  Por ser personas regeneradas, debemos ser completamente diferentes de como éramos antes. Nuestros padres nos engendraron y recibimos la vida humana natural, pero fuimos regenerados por Dios para recibir la vida divina, por lo cual llegamos a ser hijos de Dios. Ahora debemos vivir como hijos de Dios.

  Si usted fuese adoptado por el presidente, seguramente decidiría de forma espontánea vivir y actuar como hijo del presidente. Debemos comprender que somos los hijos del Señor de todo el universo, de Aquel que está muy por encima del presidente. Puesto que somos hijos de tal Dios, debemos comportarnos como Sus hijos.

  A pesar de que somos hijos de Dios, puede ser que vengamos a las reuniones de la iglesia bien sea de una manera adecuada o de una manera inadecuada. Quizás algunos asistan a la reunión del día del Señor mal vestidos, y que además lleguen tarde y escojan sentarse donde más les guste. Por supuesto, en la reunión la gracia abunda, y tal vez un poco de gracia sea derramada sobre ellos, pero sería discutible cuánta gracia recibirán y cuánto la valorarán. Otros, por su parte, vienen a la reunión del día del Señor muy pulcros y bien vestidos, y preparados no sólo en su espíritu, sino también en todo su ser. Tal vez lleguen temprano, ocupen el asiento apropiado y oren por la reunión. Ciertamente ellos recibirán más gracia y valorarán lo que reciban. Asimismo recibirán beneficio espiritual, y a su vez serán de beneficio para la iglesia.

  Necesitamos toda índole de normas en nuestra vida cristiana. Quizás a algunos les parezca que esto es demasiado legalista, pero en la tipología se nos habla de las leyes, las normas, con respecto al disfrute de Cristo.

  Consideremos ahora los distintos aspectos de la ley de la ofrenda por las transgresiones.

I. LA OFRENDA POR LAS TRANSGRESIONES ES SANTÍSIMA

  “Ésta es la ley de la ofrenda por las transgresiones; es santísima” (Lv. 7:1). Al igual que la ofrenda de harina y la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones es santísima. Esto significa que Cristo, nuestra ofrenda por las transgresiones, es santísimo al encargarse de los pecados manifestados en nuestra conducta.

  Al aplicar a Cristo como nuestra ofrenda por las transgresiones, debemos hacerlo de una manera santa. Nunca debiéramos aplicar esta ofrenda descuidadamente o a la ligera, mucho menos de forma pecaminosa. En cuanto a la ofrenda por las transgresiones, debemos tener presente que Dios usa esta ofrenda para remitirnos a la ofrenda por el pecado al recordarnos que el pecado está en nuestra carne y que el pecado incluye a Satanás, quien es el padre de la mentira (Jn. 8:44), al mundo (1 Jn. 5:19) y a la lucha por el poder. La ofrenda por las transgresiones también nos remite al holocausto al recordarnos que cometemos pecados debido a que no vivimos total y absolutamente entregados a Dios. La razón por la cual nos enojamos o contendemos con algunos santos es que nuestra entrega a Dios no es absoluta. Puesto que la ofrenda por las transgresiones nos remite a la ofrenda por el pecado y al holocausto, no debemos tomar la ofrenda por las transgresiones a la ligera. En realidad, casi toda la vida cristiana tiene que ver con la ofrenda por las transgresiones. Por tanto, debemos entender adecuadamente esta ofrenda y aplicarla conforme a su ley.

II. LA OFRENDA POR LAS TRANSGRESIONES ES DEGOLLADA EN EL LUGAR DONDE SE DEGÜELLA EL HOLOCAUSTO

  “En el lugar donde degüellan el holocausto, degollarán la ofrenda por las transgresiones” (Lv. 7:2a). Esto significa que el hecho de que Cristo sea el holocausto ofrecido a Dios provee la base para que Él, como nuestra ofrenda por las transgresiones, se encargue de los pecados manifestados en nuestra conducta.

  Tanto la ofrenda por el pecado como la ofrenda por las transgresiones se basan en el holocausto. Por ser el holocausto, Cristo es apto para ser la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Si Cristo no hubiera vivido absolutamente entregado a Dios, no podría ser nuestra ofrenda por el pecado ni nuestra ofrenda por las transgresiones. En vez de ello, Él mismo habría necesitado que alguien fuese Su ofrenda por el pecado y Su ofrenda por las transgresiones. Así pues, la entrega absoluta de Cristo a Dios es el fundamento, la base, para que nuestro Salvador sea nuestra ofrenda por el pecado y nuestra ofrenda por las transgresiones. Esto nos sirve de recordatorio y nos fortalece para que cada vez que tomemos a Cristo como nuestra ofrenda por las transgresiones, le tomemos también como nuestro holocausto, de modo que en Él, con Él y por medio de Él vivamos absolutamente entregados a Dios.

III. TODO VARÓN DE ENTRE LOS SACERDOTES COME DE LA OFRENDA POR LAS TRANSGRESIONES EN UN LUGAR SANTO

  “Todo varón de entre los sacerdotes podrá comer de ella. Se comerá en un lugar santo; es santísima” (v. 6). Que todo varón de entre los sacerdotes comiera de la ofrenda por las transgresiones en un lugar santo significa que los más fuertes pueden disfrutar a Cristo como ofrenda por las transgresiones al ministrarlo a otros a fin de que ellos tomen medidas con respecto a los pecados manifestados en su conducta. Para poder ministrar Cristo como ofrenda por las transgresiones a un hermano que ha cometido pecados, se requiere que usted mismo sea más fuerte.

  Este disfrute de Cristo debe realizarse en un lugar santo, en un ámbito separado y santificado. Si queremos ayudar a otros a que tomen a Cristo como su ofrenda por las transgresiones a causa de sus pecados, debemos ser fuertes, y debemos hacerlo en un ámbito que no sea común ni mundano, sino santo y santificado, separado de los demás lugares.

IV. LA OFRENDA POR LAS TRANSGRESIONES ES COMO LA OFRENDA POR EL PECADO: HAY UNA MISMA LEY PARA AMBOS

  “La ofrenda por las transgresiones es como la ofrenda por el pecado; hay una misma ley para ambos” (v. 7a). Esto significa que el pecado y las transgresiones (los pecados) pertenecen a una misma categoría. Ellos constituyen el pecado en su totalidad. Ésta es la razón por la cual la palabra pecado en Juan 1:29 incluye el pecado y los pecados, es decir, incluye la totalidad de la categoría del pecado.

V. LA OFRENDA POR LAS TRANSGRESIONES ES PARA EL SACERDOTE QUE HAGA EXPIACIÓN CON ELLA

  “Será para el sacerdote que haga expiación con ella” (v. 7b). Esto significa que el que ministra Cristo como ofrenda por las transgresiones a otros, participa de tal Cristo. Cuando ministramos Cristo como ofrenda por las transgresiones a otros, participamos de Él en calidad de tal ofrenda. Esto nos alienta a ministrar Cristo a otros.

VI. EL SACERDOTE QUE PRESENTE EL HOLOCAUSTO DE ALGUNO CONSERVA PARA SÍ LA PIEL DEL HOLOCAUSTO

  “El sacerdote que presente el holocausto de alguno conservará para sí la piel del holocausto que haya presentado” (v. 8). Esto significa que aquel que ministra Cristo como holocausto es partícipe y disfruta a Cristo en Su envolvente poder.

  Cuando servimos Cristo a los demás, participamos de una parte especial de Cristo: Su “piel”, la cual representa Su envolvente poder. Envolver algo significa cubrirlo con algún material, que a la vez sirve de protección. El envolvente poder de Cristo es Su poder que cubre, protege y resguarda. Si una vaca no tuviera piel, no estaría protegida ni resguardada. Hoy Cristo es nuestra cubierta. Él no sólo nos cubre, sino que también protege y resguarda nuestra persona y todo lo relacionado con nuestro ser. Experimentamos a Cristo como el poder que nos cubre, protege y resguarda cuando lo ministramos como holocausto a los demás. Debido a que tenemos una piel gruesa que nos cubre y nos resguarda, somos protegidos en todo aspecto, y nada nos puede herir.

VII. TODA OFRENDA DE HARINA COCIDA EN HORNO Y LO HECHO EN CAZUELA O EN BANDEJA PERTENECE AL SACERDOTE QUE LA PRESENTE

  “Toda ofrenda de harina cocida en horno y todo lo hecho en cazuela o en bandeja pertenecerá al sacerdote que la presente” (v. 9). Aquí vemos que estas ofrendas de harina, que el sacerdote servía, finalmente llegaban a ser suyas para que las disfrutara con miras al sacerdocio. Esto significa que todo el que ministra Cristo como Aquel que sufre, participa de dicho Cristo y lo disfruta. Si servimos Cristo a los demás, tendremos como disfrute al mismo Cristo a quien servimos.

VIII. TODA OTRA OFRENDA DE HARINA, MEZCLADA CON ACEITE O SECA, ES PARA TODOS LOS SACERDOTES

  “Toda otra ofrenda de harina, mezclada con aceite o seca, será, por igual, para todos los hijos de Aarón” (v. 10). Esto significa que todos los que sirven a Cristo ministrándole, bien sea mezclado con el Espíritu o en Sí mismo, participan y disfrutan de tal Cristo.

  Lo que hemos visto en estos versículos es la ley de la ofrenda por las transgresiones. Si ministramos Cristo a otros, lo disfrutaremos a Él. Ésta es una ley, una norma, establecida por Dios.

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