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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Levítico»
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Mensaje 28

LA CONSAGRACIÓN DE AARÓN Y SUS HIJOS

(1)

  Lectura bíblica: Lv. 8:1-21

  En este mensaje empezaremos a considerar la consagración de Aarón y sus hijos.

  En hebreo, la palabra consagrar (Éx. 28:41; 29:9, 33, 35) significa “llenar las manos”. Al consagrarse Aarón para recibir la posición santa de sumo sacerdote, sus manos vacías fueron llenadas (Lv. 8:25-28).

  La palabra consagración a veces se traduce “ordenación”. La consagración es una acción realizada por nosotros; nosotros nos consagramos a Dios. La ordenación es una acción realizada por Dios; Él nos ordena.

  Como resultado de mi estudio de Éxodo y Levítico, estoy convencido de que la acción por parte de Aarón y sus hijos de consagrarse para servir como sacerdotes significaba que sus manos vacías eran llenadas. Aarón y sus hijos se aparecieron con las manos vacías ante Moisés a la entrada de la Tienda de Reunión. Pero cuando fueron consagrados, sus manos vacías fueron llenadas con el tipo de Cristo en diferentes aspectos.

  Los primeros siete capítulos de Levítico describen cinco categorías de ofrendas: el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Luego, se dan cinco clases de leyes con respecto a la aplicación de las cinco clases de ofrendas. El resultado de la aplicación de estas ofrendas es la paz. La paz equivale a la totalidad de lo que Cristo es para nosotros ante Dios. Puesto que hemos sido redimidos por Cristo, disfrutamos a Cristo como un todo, y dicha totalidad es la paz, lo cual implica descanso, disfrute y satisfacción.

  Después de mencionar las ofrendas, Levítico describe la consagración de los sacerdotes. Esto indica que las ofrendas descritas en los capítulos del 1 al 7 tienen como finalidad la consagración, u ordenación, de los sacerdotes.

  Según el significado espiritual de este libro, todos nosotros somos sacerdotes. Nacimos de nuevo, fuimos regenerados, para ser sacerdotes (Ap. 1:6; 5:10). En tanto que seamos personas regeneradas, somos los verdaderos sacerdotes. Sin embargo, necesitamos tener un día de consagración en el cual nos entreguemos a Dios y le digamos: “Señor, soy Tuyo porque Tú me compraste. Me redimiste con Tu sangre y me regeneraste. Ahora que tengo Tu vida y el disfrute de Tu redención, quisiera ofrecerme a Ti. Me entrego a Ti para servirte en calidad de siervo, incluso en calidad de esclavo”. Dios aceptará de inmediato nuestra ofrenda y nos ordenará para que seamos Sus servidores, Sus sacerdotes. Por tanto, la consagración es una acción realizada por nosotros, y la ordenación es una acción realizada por Dios.

  Levítico no es un libro escrito para personas comunes, sino para sacerdotes. Por haber sido santificados y separados del común de la gente, ya no somos personas comunes. Somos un pueblo especial: somos sacerdotes. Todas las ofrendas hacen referencia a Cristo, y todo cuanto Cristo es para nosotros y hace por nosotros tiene como finalidad constituirnos sacerdotes. Esta constitución es la ordenación divina.

  Dios cambia nuestra constitución intrínseca y hace que seamos diferentes de lo que somos por nuestro nacimiento natural. En nuestro primer nacimiento, nuestro nacimiento original, fuimos constituidos pecadores (Ro. 5:19). Independientemente de cuál sea su clase o condición social, todos los seres humanos fueron constituidos pecadores. Todos son pecadores por nacimiento. Sin embargo, por medio de nuestro segundo nacimiento, nosotros, que hemos creído en Cristo, fuimos constituidos sacerdotes. Ahora, a fin de que nuestro sacerdocio sea oficial, se necesita la consagración por parte nuestra y la ordenación por parte de Dios.

  Consideremos ahora los detalles relacionados con la consagración de Aarón y sus hijos.

I. A LA ENTRADA DE LA TIENDA DE REUNIÓN

  La consagración de Aarón y sus hijos tuvo lugar a la entrada de la Tienda de Reunión (Lv. 8:3-4). Esto significa que nuestra consagración al sacerdocio no sólo es hecha ante Dios, sino también en pro de la vida de iglesia.

  Me agrada la expresión “a la entrada de la Tienda de Reunión”. En Levítico 8, la Tienda de Reunión representa la vida de iglesia. Nosotros somos sacerdotes de Dios que sirven en la iglesia y para la iglesia.

II. MOISÉS HACE QUE AARÓN Y SUS HIJOS SE ACERQUEN Y LOS LAVA CON AGUA

  “Luego Moisés hizo que Aarón y sus hijos se acercaran, y los lavó con agua” (v. 6). Esto significa que para consagrarnos al sacerdocio, tenemos que ser lavados por el Espíritu (1 Co. 6:11).

  Aquí Moisés en cierto modo representa a Cristo, y el agua tipifica al Espíritu Santo. Cristo nos lava con el Espíritu Santo. Para el sacerdocio, el cual hace referencia tanto al servicio sacerdotal como al cuerpo de sacerdotes, necesitamos ser lavados por el Espíritu. De ahí que en 1 Corintios 6:11 se nos diga que hemos sido lavados, purificados, por el Espíritu.

III. MOISÉS VISTE A AARÓN CON LAS VESTIDURAS DEL SUMO SACERDOTE

  En Levítico 8:7-9, Moisés vistió a Aarón con las vestiduras del sumo sacerdote. “Puso sobre él la túnica, lo ciñó con la banda, lo vistió con el manto, le puso encima el efod, lo ciñó con el cinto hábilmente tejido del efod, y con éste se lo ató. Luego le puso encima el pectoral, y en el pectoral puso el Urim y el Tumim. Colocó también el turbante sobre su cabeza, y sobre el turbante, en la parte delantera, puso la lámina de oro, la corona santa”. Esto significa que a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, lo adornan todas las excelencias de Sus atributos divinos y virtudes humanas. Estos atributos y estas virtudes constituyen las vestiduras de Cristo. (Véase los mensajes del Estudio-vida sobre Éxodo 28).

IV. MOISÉS VISTE A LOS HIJOS DE AARÓN CON LAS VESTIDURAS SACERDOTALES

  “Después Moisés hizo que los hijos de Aarón se acercaran, los vistió con las túnicas, los ciñó con bandas y les ató los gorros altos, tal como Jehová había mandado a Moisés” (v. 13). Que Moisés vistiera a los hijos de Aarón con vestiduras sacerdotales significa que los sacerdotes neotestamentarios están adornados con todos los atributos y virtudes de Cristo.

  El Nuevo Testamento usa la vestimenta para referirse a nuestra expresión externa (Mt. 21:7; Jn. 13:4). Nuestra expresión externa debe ser la expresión de los atributos divinos de Cristo. Estos atributos incluyen el amor, la bondad y la santidad divinos. Los atributos divinos de Cristo se expresan en la vida humana como virtudes. Esto significa que los atributos divinos llegan a ser virtudes humanas, y que las virtudes humanas son la expresión de los atributos divinos. Los atributos divinos y las virtudes humanas no simplemente se combinan y se unen, sino que se mezclan. Por ejemplo, Cristo, como hombre, tenía amor humano, pero este amor humano estaba mezclado con el amor divino. Lo que Dios es (aceite) estaba mezclado con lo que Cristo es (la flor de harina) en Su humanidad. De esta manera, la naturaleza de Dios vino a formar parte de la expresión de la humanidad de Cristo. Puesto que en Cristo los atributos divinos están mezclados con las virtudes humanas, Su amor, Su bondad y Su misericordia son extraordinarios. En Él, el amor, la bondad y la misericordia divinos se mezclaron con el amor, la bondad y la misericordia humanos.

  Esta mezcla de los atributos divinos con las virtudes humanas ha llegado a ser nuestra vestidura, por cuanto nosotros, los que hemos sido bautizados en Cristo, de Cristo estamos revestidos (Gá. 3:27). Estar revestido de Cristo significa que Cristo es nuestra vestidura. El propio Cristo del cual estamos revestidos es nuestra vestidura sacerdotal. Ahora, independientemente de si somos maridos o esposas, padres o hijos, maestros o estudiantes, debemos llevar puesta nuestra vestidura sacerdotal: una vestidura que es la expresión de los atributos divinos de Cristo mezclados con Sus virtudes humanas. Debemos llevar puesta esta vestidura sacerdotal especialmente cuando salimos a predicar el evangelio a los pecadores. La expresión de Cristo debe ser nuestro uniforme. Al contactar a las personas, debemos hacerlo de manera que les impresione la expresión de Cristo, esto es, el Cristo del cual estamos revestidos. Si hacemos esto, tendremos poder y autoridad en nuestra predicación del evangelio.

  Cuando somos ordenados por Dios para servirle como sacerdotes, Él nos reviste de Cristo. Supongamos que un día usted se consagra al Señor como sacerdote. De inmediato Dios, Cristo y el Espíritu Santo lo adornarán. En ocasiones, los siervos del Señor laborarán junto con el Dios Triuno para adornar a los santos con Cristo mismo. Yo no soy más que un pequeño siervo de Dios que colabora con Él para adornarlos a ustedes con Cristo, para ayudarles a que se quiten el uniforme de su vida humana, cultura y nacionalidad naturales, y se pongan otro uniforme: el uniforme de Cristo. Los distintos uniformes culturales dividen, pero el uniforme único, el uniforme de Cristo, nos hace uno.

V. MOISÉS UNGE EL TABERNÁCULO, EL ALTAR Y EL LAVACRO CON TODOS SUS UTENSILIOS PARA SANTIFICARLOS

  “Moisés tomó el aceite de la unción, ungió el tabernáculo y todo lo que había en él, y los santificó. Roció parte de él sobre el altar siete veces, y ungió el altar y todos sus utensilios, y el lavacro con su base, para santificarlos” (Lv. 8:10-11). Esto significa que Cristo y la iglesia, la cruz y el lavamiento del Espíritu están vinculados al sacerdocio neotestamentario con miras a la santificación de los sacerdotes.

  En la Biblia, el tabernáculo tipifica a Cristo como individuo (Jn. 1:14), y tipifica también a la iglesia como morada de Dios. Sin embargo, en Levítico 8 el tabernáculo denota mucho más a la iglesia que a Cristo. Moisés ungió a los sacerdotes y también ungió el tabernáculo. El ungimiento del tabernáculo representa el ungimiento de la iglesia, en la cual nosotros, los sacerdotes neotestamentarios, servimos a Dios.

  En tiempos de antaño, los sacerdotes y el tabernáculo eran dos entidades distintas. Pero hoy en día los sacerdotes y la iglesia son uno e inseparables. Nosotros, los sacerdotes, somos la iglesia, y la iglesia es nosotros. Por tanto, para nosotros hoy, los sacerdotes y la iglesia no son dos entidades distintas, sino una sola entidad. Ya que la iglesia y nosotros somos uno, si nosotros somos ungidos, la iglesia también es ungida. Asimismo, si la iglesia es ungida, nosotros también somos ungidos.

  El altar en el versículo 11 se refiere al altar del holocausto que estaba en el atrio. Todas las ofrendas se ofrecían sobre este altar. El lavacro era una fuente donde los sacerdotes se lavaban las manos y los pies. El altar representa la cruz, y el lavacro representa al Espíritu Santo, el cual es el Espíritu que lava. En el Espíritu que lava está el agua de vida que lava. La iglesia, la cruz y el lavamiento del Espíritu son provisiones destinadas a nuestra consagración práctica para que seamos los sacerdotes de hoy.

  La iglesia, la cruz y el Espíritu que lava están relacionados con la santificación. Anteriormente, éramos personas comunes, es decir, no éramos diferentes de nuestros parientes, vecinos, compañeros de clase y colegas. Pero ahora, después de haber sido consagrados y ordenados como sacerdotes de Dios, somos un pueblo santificado. Santificar es separar, hacer que algo sea hecho especial, hacer que algo sea hecho santo. No sólo debemos ser un grupo de personas limpias y puras, sino también separadas, especiales y santas. Debemos ser muy diferentes del común de la gente. Sin embargo, eso no significa que debamos usar ropa peculiar para mostrar que hemos sido santificados. Debemos usar ropa normal, pero incluso en tal ropa debe hacerse manifiesta nuestra consagración.

  Independientemente de la formación que hayamos recibido, todos necesitamos ser santificados, pues nos hemos consagrado a Dios, y Él nos ha ordenado. ¿No tiene usted la sensación en lo profundo de su ser de que ha sido ordenado? Un tiempo atrás, quizás recientemente, usted oró: “Señor, me entrego totalmente a Ti”. Si usted ha hecho una oración como ésta, se ha consagrado al Señor. Dios ha aceptado su consagración y lo ha ordenado, ha llenado de Cristo sus manos vacías. La ordenación de Dios está implícita en la palabra santificar.

  La ordenación de Dios tiene que ver con la santificación. Ya que Dios nos ha santificado, hemos dejado de ser personas comunes.

  La unción trae al Dios Triuno mezclado con humanidad a los sacerdotes y a la vida de iglesia. Esta unción incluye el vivir humano de Cristo, Su muerte en la cruz y Su resurrección. Según Éxodo 30, el aceite de la unción es un ungüento compuesto de aceite, el cual tipifica al Espíritu, mezclado con cuatro especias, que representan la humanidad (tipificada por el número cuatro), el vivir humano, la muerte de cruz y la resurrección. Cuando somos ungidos como sacerdotes y como iglesia, somos ungidos con el Dios Triuno, a quien se añadieron como componentes la humanidad de Cristo, Su vivir humano, Su muerte y Su resurrección. El ungimiento de los sacerdotes y del tabernáculo también está relacionado con la ofrenda por el pecado (Lv. 8:14-17) y con el holocausto (vs. 18-21). Todos los elementos del aceite de la unción, el Espíritu compuesto, junto con la ofrenda por el pecado y el holocausto, deben llegar a formar parte de nuestra constitución intrínseca. Entonces seremos verdaderos sacerdotes para Dios, no por lo que somos por nuestro nacimiento natural, sino en virtud del Dios Triuno, quien se ha mezclado con la humanidad, el vivir humano, la muerte, la resurrección y la ascensión de Cristo.

VI. MOISÉS UNGE A AARÓN PARA SANTIFICARLO

  Levítico 8:12 nos dice que Moisés “derramó parte del aceite de la unción sobre la cabeza de Aarón y lo ungió, para santificarlo”. Esto significa que Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, fue ungido por Dios para Su santificación.

VII. UN NOVILLO DE LA OFRENDA POR EL PECADO PARA LA CONSAGRACIÓN DEL SACERDOCIO

  Los versículos del 14 al 17 hablan del novillo de la ofrenda por el pecado para la consagración del sacerdocio. Esta ofrenda representa al Cristo más fuerte y rico que es nuestra ofrenda por el pecado a fin de que podamos ejercer nuestro sacerdocio neotestamentario. (Para más detalles, véase los mensajes del Estudio-vida sobre Éxodo 29).

  La ofrenda por el pecado se encarga de nuestro hombre natural, de nuestra carne, del pecado personificado que mora en nosotros, de Satanás, del mundo que está vinculado a Satanás y de la lucha por el poder. Si queremos ser los sacerdotes del Nuevo Testamento, debemos permitir que Cristo, como ofrenda por el pecado, ponga fin a todas estas cosas. Cuando Cristo fue crucificado como nuestra ofrenda por el pecado, Él puso fin al hombre natural, a la carne, al pecado que mora en nosotros, a Satanás, al mundo y a la lucha por el poder. En la ordenación divina, nos es aplicada tal ofrenda por el pecado para que seamos sacerdotes prevalecientes que sirven a Dios.

VIII. UN CARNERO DEL HOLOCAUSTO PARA LA CONSAGRACIÓN DEL SACERDOCIO

  Los versículos del 18 al 21 hablan del carnero del holocausto para la consagración del sacerdocio. Este holocausto, que también forma parte de la ordenación que Dios hace de los sacerdotes, representa al Cristo fuerte, como nuestro holocausto, en virtud de quien ejercemos nuestro sacerdocio neotestamentario. El holocausto nos recuerda que, como servidores, tenemos que estar absolutamente entregados a Dios. Sin embargo, puesto que no lo estamos, debemos tomar a Cristo como nuestro holocausto.

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