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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Levítico»
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Mensaje 29

LA CONSAGRACIÓN DE AARÓN Y SUS HIJOS

(2)

  Lectura bíblica: Lv. 8:14-29

  En este mensaje seguiremos considerando la consagración de Aarón y sus hijos.

  En la consagración del sacerdocio, lo primero que se hacía era ungir a los sacerdotes. Esto indica claramente que la consagración o ungimiento del sacerdocio tiene como finalidad hacer que Dios sea uno con nosotros, pues el aceite de la unción significa que todo cuanto Dios es, así como todo cuanto Él hace y hará, llega a ser nuestro. Lo que Dios ha hecho, está haciendo y hará implica muchos hechos, tales como la encarnación de Cristo, Su vivir humano, Su muerte, Su resurrección, Su ascensión y Su segunda venida. Nosotros hemos sido ungidos con todo esto, es decir, hemos llegado a ser uno con ello. Éste es el aspecto positivo de la ordenación del sacerdocio.

  En la consagración de Aarón y sus hijos, las ofrendas venían inmediatamente después de la unción. Las ofrendas nos recuerdan quiénes somos, qué somos y qué debemos ser, pero no somos todavía.

  La ofrenda por el pecado es la primera en recordarnos esto. Aarón fue ungido con el aceite de la unción, lo cual significa que el Dios Triuno con todo lo que Él es, ha hecho y hará pertenecía ahora a Aarón. Esta unción también indica que Aarón era uno con el Dios Triuno. Sin embargo, esta persona ungida aún necesitaba que se le recordara claramente que por sí mismo y en sí mismo él era pecado, un pecador constituido de pecado, y que era carne, en la cual no hay nada bueno; había que recordarle que él era un hombre natural, parte de la vieja creación, la cual está totalmente saturada, poseída, usurpada y habitada por el maligno; y había que recordarle que él estaba lleno del mundo y de la lucha por el poder.

  El Dios Triuno ordenó a Aarón para que fuese un servidor Suyo y lo ungió consigo mismo. Sin embargo, Aarón aún necesitaba darse cuenta de lo que él era. Por tanto, Dios se valió de la ofrenda por el pecado para recordarle lo que él era. En el primer día de su sacerdocio, y cada día a partir de entonces, Aarón tenía que presentar la ofrenda por el pecado a Dios para que ésta le recordara lo que él era.

  Hoy en día, nosotros somos los sacerdotes de Dios. Él nos escogió, designó y ordenó para que seamos Sus sacerdotes santos. Todo lo que el Dios Triuno ha hecho, está haciendo y hará, es nuestro. Él es uno con nosotros, y nosotros somos uno con Él. Sin embargo, aún necesitamos que se nos recuerde que, en nosotros mismos, somos pecado, carne y el viejo hombre, que somos la vieja creación, la cual está saturada de Satanás, el maligno, y que estamos llenos del mundo y de su lucha por el poder. Si a diario y durante todo el día los hermanos, los colaboradores y los ancianos recordaran esto, y se acordaran de lo que son, la situación entre nosotros sería muy diferente.

  Con respecto a nuestra vida y nuestra obra, debemos preguntarnos si la persona que se mueve, actúa y hace las cosas es el viejo hombre o el sacerdote de Dios. ¿Puede afirmar confiadamente que todo lo que usted hace en la vida de iglesia, en la obra del Señor y en el recobro procede del sacerdocio divino y no de la carne? ¿Quién puede decir que sus manos están limpias y que está totalmente exento de la carne? Puesto que no podemos decir esto, necesitamos la ofrenda por el pecado tal como es tipificada en Levítico. Necesitamos esta ofrenda, no sólo para ser perdonados por Dios, sino también para que nos recuerde lo que somos. Incluso cuando amamos a los demás, necesitamos que se nos recuerde que somos pecado, carne, el viejo hombre y la vieja creación, y que estamos llenos de mundanalidad. Si amamos a los demás conforme a nuestra carne, a nuestros gustos y a nuestras preferencias, nuestro amor es pecaminoso a los ojos de Dios, por cuanto tal amor estará vinculado al maligno. Además, cuando oramos y compartimos algo en las reuniones, es posible que nos vengan a la mente pensamientos que provienen de la carne, donde se esconde el pecado y donde Satanás actúa secretamente. Ésta es nuestra verdadera condición. Por tanto, necesitamos la ofrenda por el pecado no sólo en el momento de nuestra ordenación como sacerdotes, sino también cada vez que ejercemos nuestro sacerdocio.

  En la ordenación de los sacerdotes se usaba un carnero para el holocausto. El holocausto nos recuerda que tenemos que estar absolutamente entregados a Dios, pero no lo estamos. Por consiguiente, nosotros, como sacerdotes de Dios que han sido ordenados, debemos recibir Su misericordia y gracia a fin de vivir absolutamente entregados a Dios en Cristo, con Cristo y por medio de Cristo.

  Puesto que Aarón había sido ungido por Dios, ¿por qué aún necesitaba el holocausto? Aarón necesitaba esta ofrenda porque Dios quería que se le recordara a Aarón que debía vivir absolutamente entregado a Dios, pero que él no vivía de esa manera. Esto debe recordarnos que hoy nosotros tampoco vivimos absolutamente entregados a Dios. Esto también debe advertirnos que a diario debemos ofrecer un holocausto. Diariamente debemos ofrecer un holocausto por nuestro sacerdocio, esto es, por nuestro servicio sacerdotal. Los ancianos y colaboradores en particular deben ofrecer el holocausto cada mañana. Debemos decirle al Señor: “Señor, recuérdame durante todo el día que debo llevar una vida de absoluta entrega a Ti. Me doy cuenta de que no vivo de esta manera ni tampoco puedo. Señor, confío en Ti y te tomo como mi vida, mi persona y mi entrega absoluta. Mi entrega absoluta a Dios eres Tú mismo, Señor”. Esto es vivir a Cristo.

  Tal vez estemos familiarizados con las palabras vivir a Cristo, pero quizás no entendamos lo que verdaderamente significa vivir a Cristo. ¿Vivimos a Cristo en nuestro hogar y en la vida de iglesia? En nuestra vida familiar y en nuestra relación con los santos, ¿estamos absolutamente entregados a Dios? Cuando otros tocan nuestros sentimientos o nuestros intereses, quizás nos ofendamos. ¿No indica esto que no estamos absolutamente entregados a Dios? Ciertamente necesitamos que se nos recuerde que, en nosotros mismos, no llevamos una vida de absoluta entrega a Dios.

  Según Levítico, el holocausto debía ofrecerse cada mañana (6:12-13). El fuego del holocausto nunca debía apagarse. “El holocausto estará encima del altar, en el lugar donde arde el fuego, toda la noche y hasta la mañana, y el fuego del altar ha de mantenerse encendido en éste” (v. 9). Esto indica que el holocausto debe arder durante la noche oscura de esta era hasta la mañana, hasta que regrese el Señor Jesús.

IX. EL SEGUNDO CARNERO COMO OFRENDA DE CONSAGRACIÓN PARA LA CONSAGRACIÓN DEL SACERDOCIO

  El segundo carnero se usaba como ofrenda de consagración (7:37) para la consagración del sacerdocio (8:22-32). Este carnero representa al Cristo fuerte en virtud de quien nos consagramos para ejercer el sacerdocio neotestamentario. Necesitamos a un Cristo fuerte para nuestra consagración.

A. Pone parte de la sangre sobre el lóbulo de la oreja derecha de Aarón y de sus hijos, sobre el dedo pulgar de la mano derecha y sobre el dedo pulgar de su pie derecho

  “Moisés [...] tomó entonces de su sangre y la puso sobre el lóbulo de la oreja derecha de Aarón, sobre el dedo pulgar de su mano derecha y sobre el dedo pulgar de su pie derecho. Moisés hizo que los hijos de Aarón se acercaran y les puso parte de la sangre sobre el lóbulo de la oreja derecha, sobre el dedo pulgar de la mano derecha y sobre el dedo pulgar del pie derecho” (8:23-24a). Esto significa que la sangre redentora de Cristo purifica nuestros oídos, nuestras manos y nuestros pies para que ejerzamos nuestro sacerdocio neotestamentario. El servicio de nuestro sacerdocio neotestamentario incluye el hecho de ejercer nuestra función en las reuniones, predicar el evangelio y visitar a los santos en sus hogares. Para cada uno de estos servicios, necesitamos ser purificados con la sangre de Cristo.

  Nuestro movimiento (los pies) y nuestro trabajo (las manos) están siempre bajo la dirección de lo que oímos. Actuamos en conformidad con lo que oímos. Por consiguiente, en la vida de iglesia, el oír es de crucial importancia.

  Por el oír fuimos salvos, y por el oír somos alimentados y edificados. Sin embargo, lo que oímos también puede traernos perjuicio y muerte, y podemos hacer mal a otros por causa de lo que oímos. Lo que oímos puede ser un problema. En 2 Timoteo 4:3 Pablo habla de algunos que “teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias”. Por tanto, la disciplina divina debe comenzar por el origen: lo que oímos.

  Si una iglesia dejara de oír cosas negativas, esa iglesia sería muy saludable y viviente. La iglesia más débil y más muerta es aquella donde abundan las críticas, los chismes y los argumentos.

  El mismo principio se aplica a la vida matrimonial. Un hermano puede ser muy viviente; pero si su esposa le habla de una manera negativa, él será envenenado e inundado por la muerte, y le será difícil orar en las reuniones de la iglesia. Asimismo, si un hermano le cuenta cosas negativas a su esposa, aquello la matará. Estos ejemplos de la vida de iglesia y de la vida matrimonial nos muestran la importancia del oír.

  Ya que somos sacerdotes de Dios, debemos preguntarnos qué clase de cosas estamos dispuestos a oír. ¿Vamos a oír cosas positivas o cosas negativas? Puesto que a menudo oímos cosas inmundas, cosas no saludables y contagiosas, debemos lavar nuestros oídos con la sangre de Cristo. Según la Biblia, donde la sangre lava, allí el Espíritu unge. Después de experimentar el lavamiento de la sangre, disfrutaremos la unción del Espíritu. Entonces nos olvidaremos de las cosas negativas que hemos oído, o por lo menos no las repetiremos. También seremos saludables y vivientes, y la iglesia seguirá adelante al estar nosotros sanos.

  Adondequiera que vayamos, debemos tener cuidado con lo que oímos. Si lo hacemos, todo cuanto oigamos será apropiado y positivo. Entonces seguiremos por el camino correcto y haremos la obra correcta. Sin embargo, si en lugar de tener cuidado con lo que oímos, prestamos oídos a conversaciones negativas, nuestras acciones y nuestra obra se verán afectadas negativamente.

  El propósito de la ofrenda de consagración (Lv. 8:23) no es resolver el problema referente a nuestro pecado y a nuestras transgresiones, sino específicamente el problema relacionado con nuestra oreja y el dedo pulgar de nuestra mano y el dedo pulgar de nuestro pie, es decir, lo que oímos, lo que hacemos y la manera en que actuamos. Si no tenemos cuidado con lo que oímos, seremos chismosos y esparciremos argumentos y debates. En tal caso, en lugar de ministrar Cristo a otros, esparciremos muerte. Hoy algunos se dedican a propagar muerte, en vez de propagar a Cristo, la verdad y el evangelio. Nuestro oído con el cual oímos, nuestra mano con la cual laboramos y el pulgar de nuestro pie con el cual caminamos, deben ser redimidos con la sangre de Cristo. Debemos permitir que la sangre de Cristo nos libere de toda cosa negativa. Entonces todas las cosas positivas de Cristo llenarán nuestras manos.

B. Moisés rocía el resto de la sangre sobre el altar y alrededor del mismo

  Levítico 8:24b dice: “Luego Moisés roció el resto de la sangre sobre el altar y alrededor del mismo”. Esto significa que la sangre del Cristo redentor tiene como finalidad redimirnos de nuestro pecado.

C. Toma una torta sin levadura, una torta de pan con aceite y un hojaldre y los pone sobre las porciones de grosura y sobre el muslo derecho, y pone todo esto en las palmas de las manos de Aarón y de sus hijos, lo mece como ofrenda mecida delante de Jehová, lo toma de las palmas de ellos y lo quema en el altar sobre el holocausto para la ofrenda de consagración presentada por fuego a Jehová, como aroma que satisface a Jehová

  En 8:25-28 vemos que se tomaba una torta sin levadura, una torta de pan con aceite y un hojaldre, y se ponían sobre las porciones de grosura y sobre el muslo derecho, y todo esto se ponía en las palmas de las manos de Aarón y de sus hijos, se mecía como ofrenda mecida delante de Jehová, y luego se tomaba de las manos de ellos y se quemaba en el altar sobre el holocausto. Esto era la ofrenda de consagración presentada por fuego a Jehová, como aroma que satisface a Jehová. Todo ello significa que las partes tiernas, excelentes y fuertes de Cristo, junto con las tres clases de tortas, Su humanidad sin pecado y mezclada con el Espíritu —Cristo como alimento en sus diferentes aspectos—, son ofrecidas a Dios en la resurrección de Cristo como una ofrenda que satisface, ofrenda fragante, en la comunión de Sus padecimientos que redunda en muerte de cruz para que podamos ejercer el sacerdocio neotestamentario.

  Levítico 8:26 habla de “una torta sin levadura, una torta de pan con aceite y un hojaldre”. Este versículo se refiere también a la grosura y al muslo derecho. La torta sin levadura, la torta de pan con aceite y el hojaldre representan, respectivamente, a Cristo como alimento sin pecado, a Cristo como alimento que está mezclado con el Espíritu y a Cristo como alimento que está disponible, que se ingiere fácilmente y que es idóneo para alimentar a los más jóvenes. Nos alimentamos con las tortas, y alimentamos a los demás con los hojaldres. La grosura representa la porción de Cristo reservada para Dios, y el muslo derecho representa a Cristo como nuestra fuerza para permanecer firmes.

  El versículo 27 dice: “Puso todo esto en las palmas de las manos de Aarón y en las palmas de las manos de sus hijos, y lo meció como ofrenda mecida delante de Jehová”. Una vez que fueron llenas las manos de ellos, llegaron a ser sacerdotes ordenados y consagrados. Hoy en día nuestras manos también pueden ser llenas del Cristo todo-inclusivo, del Cristo que es la torta sin levadura, la torta de pan con aceite, el hojaldre, la grosura y el muslo derecho. Tenemos al Cristo que es la porción de Dios (la grosura) y al Cristo que es nuestra fuerza para permanecer firmes (el muslo derecho). Tenemos también a Cristo como tortas para alimentarnos, y como hojaldres para alimentar a los demás, especialmente a los más jóvenes.

  Todo esto fue mecido delante de Jehová. Esto significa que todo ello era una ofrenda mecida, la cual representa a Cristo en resurrección. Aquí nada es natural; al contrario, todo se encuentra en la resurrección de Cristo. En resurrección, Cristo es alimento para nosotros y para los más jóvenes. En resurrección, Cristo es también la porción de Dios y nuestra fuerza para permanecer firmes.

  “Moisés lo tomó de las palmas de ellos y lo quemó en el altar sobre el holocausto. Fueron una ofrenda de consagración como aroma que satisface a Jehová; fue una ofrenda presentada por fuego a Jehová” (v. 28). Aquí vemos que la ofrenda de consagración no era solamente un carnero, sino que había aumentado de modo que incluía otras cosas. Esta ofrenda todo-inclusiva era ofrecida a Dios en la resurrección de Cristo para satisfacción de Dios.

  Si queremos ser sacerdotes neotestamentarios, debemos ocuparnos de todos los asuntos representados en estos versículos. Si hemos de ejercer nuestra función como sacerdotes neotestamentarios, predicando el evangelio, funcionado en la iglesia, visitando a las personas en sus hogares y cuidando de los santos, debemos prestar atención a todo lo que se abarca en 8:24-28. Particularmente, debemos comprender que el sacerdocio es un servicio de incineración. En este servicio nos ponemos en el fuego y también ponemos a otros en el fuego. Esta incineración se basa en la incineración de Cristo. Al ser incinerados sobre la base de la incineración de Cristo, experimentamos la comunión de los padecimientos de Cristo que redunda en muerte de cruz para que podamos ejercer el sacerdocio neotestamentario.

D. Mece el pecho como ofrenda mecida delante de Jehová; es la porción de Moisés

  “Moisés tomó el pecho y lo meció como ofrenda mecida delante de Jehová; era la porción del carnero de la consagración que pertenecía a Moisés, tal como Jehová había mandado a Moisés” (v. 29). Esto significa que la capacidad para amar propia de Cristo en Su resurrección está reservada para quien nos haya ministrado a Cristo en relación con nuestra consagración al sacerdocio.

  Este versículo indica que el servidor merece una porción particular de Cristo. Cuando usted predica a Cristo, se hace merecedor de Cristo. Cuando usted predica el evangelio, se hace merecedor del rico disfrute del evangelio. Cada vez que nosotros, los servidores, ministramos Cristo a los demás, merecemos disfrutar al mismo Cristo que ministramos.

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