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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Levítico»
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Mensaje 3

EL HOLOCAUSTO: EL CRISTO QUE SATISFACE A DIOS

(1)

  Lectura bíblica: Lv. 1:2-6; He. 10:5-10; 9:14

  En este mensaje comenzaremos a considerar el holocausto, el cual es el Cristo que satisface a Dios.

  Es difícil entender el verdadero significado del holocausto, y reconocemos que la experiencia que hemos tenido de esta ofrenda es limitada. De hecho, muy pocos cristianos han experimentado verdaderamente el holocausto. Tal vez hayamos experimentado mucho la ofrenda por las transgresiones y la ofrenda por el pecado, y en cierta medida, la ofrenda de harina y la ofrenda de paz, pero hemos tenido poca experiencia del holocausto.

  Los tipos más finos y detallados de Cristo se encuentran en el libro de Levítico. Sin el capítulo 1 de Levítico, no podríamos explicar ni definir a Cristo como holocausto. Es correcto afirmar que el holocausto es el Cristo que satisface a Dios, pero ¿cómo pudo Cristo ser tal ofrenda? Esto no es fácil de explicar. Si queremos conocer a Cristo como holocausto, necesitamos estudiar Levítico 1.

  Sin embargo, antes de estudiar este capítulo quisiera que consideráramos primero Hebreos 10:5-10. El versículo 5 dice: “Por lo cual, entrando en el mundo, dice: ‘Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo’”. Aquí “sacrificio y ofrenda” se refiere al conjunto total de los distintos sacrificios y ofrendas.

  Existe una diferencia entre los sacrificios y las ofrendas. Los sacrificios se ofrecen por los pecados, y las ofrendas se ofrecen en calidad de dádivas. Si sentimos que somos pecaminosos y que debemos ofrecerle algo a Dios, esta ofrenda por el pecado, hablando con propiedad, es un sacrificio. En cambio, si le traemos algo a Dios no por nuestro pecado, sino para tener comunión con Él, lo que traemos no es un sacrificio sino una ofrenda.

  Hebreos 10:5 dice que Dios no quiso sacrificios ni ofrendas; mas bien, le preparó un cuerpo a Cristo. Esto indica que Dios deseaba que Cristo remplazara todos los sacrificios y ofrendas antiguotestamentarios.

  El versículo 6 añade: “Holocaustos y sacrificios por el pecado no te complacieron”. Esto parece repetir lo que dice el versículo 5; pero, de hecho, especifica y define el “sacrificio y ofrenda” mencionado en el versículo anterior.

  Los versículos del 7 al 10 dicen además: “Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer Tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de Mí’. Habiendo dicho antes: ‘Sacrificios y ofrendas y holocaustos y sacrificios por el pecado no quisiste, ni te complacieron’ (cosas que se ofrecen según la ley), y diciendo luego: ‘He aquí que vengo para hacer Tu voluntad’; quita lo primero, para establecer lo segundo. Por esa voluntad hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre”. El “rollo del libro” mencionado en el versículo 7 se refiere al Antiguo Testamento. ¿A qué se refiere la voluntad mencionada en los versículos 7, 9 y 10, y qué significan las palabras: “Vengo, oh Dios, para hacer Tu voluntad”? Algunos maestros de la Biblia dicen que esto significa que todo lo que el Señor Jesús hizo y dijo se conformaba a la voluntad de Dios. Sin embargo, esta interpretación no concuerda con el contexto. “Esa voluntad” en el versículo 10 se refiere a la “voluntad” mencionada en los versículos 7 y 9. En estos versículos, la voluntad de Dios consiste en quitar lo primero, los sacrificios animales del antiguo pacto, para establecer lo segundo, el sacrificio de Cristo del nuevo testamento. Por consiguiente, aquí la voluntad de Dios es que Cristo viniera a reemplazar las ofrendas y sacrificios antiguotestamentarios. Cuando Cristo vino, Dios quería que Él quitara los sacrificios antiguotestamentarios —los sacrificios de ovejas, cabras y novillos— y estableciera los sacrificios neotestamentarios, que son el propio Cristo.

  Hebreos 10:5-10 indica claramente que los sacrificios y ofrendas en el Antiguo Testamento son tipos, sombras, de Cristo. Cristo es la realidad, el cuerpo, de todos esos sacrificios y ofrendas.

  Hebreos 10:5-10 revela además que la ofrenda principal es el holocausto. Esto también se muestra en Levítico, donde el holocausto es mencionado primero. Si hemos de entender qué es el holocausto, debemos considerar Hebreos 10, que nos dice que Cristo —en calidad de holocausto— hizo la voluntad de Dios. No debemos interpretar la palabra “voluntad” en este capítulo de manera común, natural o humana. Dios deseaba que Cristo reemplazara todas las ofrendas y sacrificios antiguotestamentarios. A esto se refiere la voluntad de Dios aquí, y Cristo vino a cumplirla.

  No fue nada sencillo que Cristo reemplazara consigo mismo las ofrendas y los sacrificios. ¿Cómo podía un hombre reemplazar todas las ofrendas y los sacrificios? Consideren los requisitos que debía cumplir y la clase de persona que debía ser. La persona que reemplazara las ofrendas y los sacrificios tenía que ser alguien absolutamente entregado a Dios, aun en cada cosa pequeña. Todo aquel que no vive absolutamente entregado a Dios en todas las cosas pequeñas no es apto para cumplir la voluntad de Dios respecto a reemplazar los viejos sacrificios y ofrendas con los nuevos, es decir, quitar lo primero y establecer lo segundo. Quitar lo primero y establecer lo segundo equivale a quitar el antiguo pacto y establecer el nuevo pacto. La voluntad de Dios en Hebreos 10 consiste en reemplazar todos los sacrificios y ofrendas antiguotestamentarios con los sacrificios y ofrendas del nuevo pacto, y para hacer esto, uno tenía que vivir absolutamente entregado a Dios.

  A menudo hemos hablado de andar en el espíritu y de poner en práctica ser un solo espíritu con el Señor. En las cosas importantes tal vez nos resulte fácil ser un solo espíritu con el Señor, pero no es fácil hacer esto en las cosas pequeñas. ¡Cuán fácil es que algo pequeño rompa nuestra unidad en espíritu con el Señor! Pero esto nunca le aconteció al Señor Jesús. Cuando Él estuvo en la tierra, nunca hubo algo pequeño que le hiciera perder Su unidad con el Padre. Si esta unidad se hubiese quebrantado, entonces Él mismo habría necesitado un Cristo. Además, Él habría sido descalificado para ser el holocausto, pues habría necesitado que alguien fuera Su Salvador. No obstante, el Señor Jesús vivió absolutamente entregado a Dios y, por consiguiente, era apto para ser el holocausto. Fue algo grandioso que el Señor Jesús hiciera la voluntad de Dios, a saber: que fuese el holocausto para reemplazar las ofrendas y sacrificios antiguotestamentarios.

  Ninguno de nosotros es apto para ser el holocausto. Si hubiéramos sido regenerados antes de la caída, sería muy difícil que se quebrantara nuestra unidad con el Señor en nuestra vida diaria. Aunque fuimos regenerados, seguimos viviendo en la naturaleza vieja y caída. Tal vez ejercitemos nuestro espíritu para llevar una vida en la que somos uno con el Señor, pero a menudo una cosa pequeña hace que se quebrante esta unidad. ¿Qué haremos entonces? En lugar de desilusionarnos, debemos reconocer que necesitamos a Cristo; lo necesitamos como nuestro holocausto.

I. REPRESENTA A CRISTO NO PRINCIPALMENTE COMO AQUEL QUE REDIME AL HOMBRE DEL PECADO, SINO COMO AQUEL QUE LLEVA UNA VIDA PARA LA SATISFACCIÓN DE DIOS

  El holocausto representa a Cristo no principalmente como Aquel que redime al hombre del pecado, sino como Aquel que lleva una vida para Dios y para la satisfacción de Dios. Como ofrenda por el pecado, Cristo redime al hombre de su pecado, pero como holocausto, Él lleva una vida de absoluta entrega a Dios para Su total satisfacción. Durante toda Su vida en la tierra, el Señor Jesús siempre llevó una vida que satisfizo plenamente a Dios. En los cuatro Evangelios Él es presentado como Aquel que era absolutamente uno con Dios. Sus atributos divinos se expresaron en Sus virtudes humanas, y a veces Sus virtudes humanas se expresaron en Sus atributos divinos y con ellos. Cuando fue confrontado, examinado e interrogado por Sus malignos y astutos opositores —los escribas, los fariseos, los saduceos y los herodianos— durante Sus últimos días en la tierra, en algunas ocasiones Sus virtudes humanas se expresaron por medio de Sus atributos divinos, y en otras ocasiones, Sus atributos divinos se expresaron en Sus virtudes humanas.

  En la vida del Señor Jesús no había ninguna mancha, defecto o imperfección. Él era perfecto, y llevó una vida perfecta y de absoluta entrega a Dios. Él era completamente apto para ser el holocausto. Puesto que mediante la encarnación le fue preparado un cuerpo para que fuese el verdadero holocausto (He. 10:5-6), Él hizo la voluntad de Dios (vs. 7-9) y fue obediente hasta la muerte (Fil. 2:8). En la cruz Él ofreció Su cuerpo a Dios una vez para siempre (He. 10:10).

II. UN MACHO DEL GANADO VACUNO, UNA OVEJA O UNA CABRA DEL REBAÑO, O UNA TÓRTOLA O UN PALOMINO DE LAS AVES

  Levítico 1 habla de diferentes categorías de holocaustos: un macho del ganado vacuno (v. 3), una oveja o una cabra del rebaño (v. 10), o una tórtola o un palomino de las aves (v. 14). Las ofrendas en estas tres categorías son de distintos tamaños: los novillos son los más grandes, y las tórtolas y los palominos son los más pequeños.

A. Conforme al aprecio que tiene el oferente y su capacidad

  El tamaño del holocausto dependía del aprecio que tuviera el oferente y de su capacidad, y se conformaba a dicho aprecio y capacidad. Tal vez apreciemos mucho la ofrenda, pero puede ser que no tengamos la capacidad de preparar una ofrenda grande, un novillo, sino solamente una ofrenda pequeña, una tórtola o un palomino. Esto, por supuesto, no significa que Cristo como holocausto sea de diferentes tamaños. En Sí mismo, Cristo es siempre igual; no existe tal cosa como un Cristo grande, un Cristo pequeño y un Cristo mediano. No obstante, en términos de nuestra experiencia, el tamaño de Cristo puede variar. Conforme a nuestra experiencia, Cristo puede ser un holocausto pequeño o mediano, pero conforme a la experiencia de Pablo, Cristo era un holocausto grande, un novillo, ya que la experiencia que él tenía de Cristo era mucho más grande que la nuestra, y su aprecio por Cristo y capacidad de ofrecerlo a Dios eran mayores. Por consiguiente, en Sí mismo, Cristo es el mismo, pero conforme a nuestra experiencia, Él puede ser de diferentes tamaños.

B. Capaz de moverse y actuar según su propia voluntad

  Todos los holocaustos mencionados en Levítico 1 eran animales vivos, capaces de moverse y actuar según su propia voluntad. Esto indica que un holocausto tiene que ser algo que posea vida. Una persona muerta no puede ser obediente a Dios; sólo una persona viva puede serlo. Sin embargo, para obedecer a Dios, se requiere que ella sujete su voluntad a la de Dios. A fin de que Cristo pudiera ser un holocausto para Dios, Él tenía que ser una persona viviente y con una voluntad férrea, pero cuya voluntad estuviese sujeta a la voluntad de Dios.

  La mejor manera de ser protegidos es sujetar nuestra voluntad a la voluntad de otro. Esto se aplica especialmente a los jóvenes. La mejor forma en que un joven puede estar protegido es que tenga una voluntad subyugada. Puesto que la voluntad del Señor estaba sujeta a la voluntad de Dios, Él fue resguardado y protegido en Su perfección, sin defecto alguno. Una vida capaz de conducirse y actuar por su propia voluntad es una vida que se puede contaminar. A medida que el Señor Jesús vivió y se movió en la tierra, Él jamás tuvo defecto alguno, pues Su voluntad siempre estuvo sujeta a la voluntad de Dios.

C. Capaz de derramar sangre

  Aunque el holocausto no tiene como finalidad redimir, hace expiación a favor de quien lo ofrece (Lv. 1:4). Por esta razón, el holocausto tiene que ser la ofrenda de una vida poseedora de sangre que pueda ser derramada. Todo animal del ganado, del rebaño o perteneciente a las aves tiene sangre que puede ser derramada. La sangre es necesaria para obtener el perdón. “Sin derramamiento de sangre no hay perdón” (He. 9:22).

D. Fuerte y joven

  El holocausto debía ser un animal fuerte y joven. Esto significa que debía estar lleno de fuerzas y lozanía, sin ninguna señal de debilidad ni vejez. En Levítico 1 el macho representa fuerzas, y el hecho de que fuese joven representa lozanía. En un sentido espiritual, Cristo era macho, lleno de fuerzas, y también era joven, lleno de lozanía. Él era fuerte y lozano. Aunque Cristo es longevo, Él nunca envejece. Él es siempre fuerte y lozano. En Él no hay debilidad ni vejez.

E. Sin defecto

  El holocausto tenía que ser sin defecto. Esto significa que no podía tener ninguna tacha ni mancha. Como holocausto, Cristo no tiene defecto ni mancha alguna (1 P. 1:19; He. 9:14).

III. OFRECIDO A LA ENTRADA DE LA TIENDA DE REUNIÓN

A. En el atrio del tabernáculo

  El holocausto era ofrecido a la entrada de la Tienda de Reunión (Lv. 1:3), o sea, en el atrio del tabernáculo. El atrio representa la tierra.

B. Aceptado delante de Jehová

  El holocausto, ofrecido sobre el altar en el atrio, era aceptado delante de Jehová (v. 3). El altar representa la cruz. La cruz en la que Cristo se ofreció estaba en la tierra, pero Él se ofreció delante de Dios. Él se ofreció en la tierra y fue aceptado por Dios y ante Dios.

IV. EL OFERENTE

  Levítico 1:4-6 también habla del oferente.

A. Pone su mano sobre la ofrenda

  Levítico 1:4 dice del oferente: “Pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto, el cual será aceptado a favor suyo para hacer expiación por él”. El oferente no sólo debía traer la ofrenda, sino también poner su mano sobre ella.

1. No significa sustitución, sino identificación

  Según las Escrituras, la imposición de manos siempre significa identificación, unión; no significa sustitución. Poner nuestras manos sobre la ofrenda significa que somos uno con la ofrenda y que ella es uno con nosotros. Por tanto, la imposición de manos une a ambas partes.

  Al poner nuestras manos en Cristo como nuestro holocausto, somos unidos a Él. Nosotros y Él, Él y nosotros, llegamos a ser uno. Tal unión, tal identificación, indica que todas nuestras debilidades, deficiencias, faltas y defectos son llevados por Él y que todas Sus virtudes llegan a ser nuestras. Esto no es un intercambio, sino una unión.

  Tal vez nos percatemos de que no somos aptos y de que somos un caso perdido; ésta es nuestra verdadera condición. Pero cuando ponemos nuestras manos sobre Cristo, nuestros defectos son llevados por Él, y Sus cualidades, Sus virtudes, llegan a ser nuestras. Además, en un sentido espiritual, en virtud de tal unión Él se hace uno con nosotros y vive en nosotros. Y al vivir en nosotros, Él repite en nosotros la vida que llevó en la tierra, la vida de holocausto. En nosotros mismos no podemos llevar esta clase de vida, pero Él sí puede vivirla en nosotros. Al poner nuestras manos sobre Él, le hacemos uno con nosotros y nos hacemos uno con Él. De esta manera, Él repite en nosotros la misma vida que Él llevó. Esto es lo que significa ofrecer el holocausto.

2. Para hacer expiación

  La imposición de nuestras manos sobre Cristo, el holocausto, no simplemente tiene que ver con una identificación, sino que también guarda relación con la expiación, o la propiciación. La palabra propiciación significa que se da solución a los problemas que nosotros tenemos con Dios y que Dios tiene con nosotros. Poner nuestras manos sobre Cristo no solamente nos hace uno con Él, sino que también resuelve nuestros problemas, haciendo propiciación por nuestra situación delante de Dios y capacitándonos para tener paz con Dios.

  Anteriormente teníamos problemas con Dios, y Dios tenía problemas con nosotros. Pero Cristo hizo propiciación por nuestra situación ante Dios y se ocupó de todos estos problemas. Ahora simplemente necesitamos poner nuestras manos sobre Él. Una vez que pongamos nuestras manos sobre Cristo, los problemas que existan entre nosotros y Dios y entre Dios y nosotros, quedarán resueltos. Por consiguiente, la imposición de nuestras manos sobre el holocausto también tiene como finalidad hacer propiciación.

B. Degüella la ofrenda delante de Jehová

  “Degollará el novillo delante de Jehová; y los hijos de Aarón, los sacerdotes, presentarán la sangre, y la rociarán sobre el altar y alrededor del mismo, el cual está a la entrada de la Tienda de Reunión” (v. 5). La ofrenda era degollada para que la sangre fuese derramada y así hubiera perdón. La sangre era rociada sobre el altar y alrededor del mismo a fin de que Dios aceptara la ofrenda incinerada sobre el altar.

C. Desuella la ofrenda y la corta en trozos

  El versículo 6 dice que la ofrenda debía ser desollada y cortada en trozos. Cristo, nuestro holocausto, sufrió esta clase de maltrato. Él fue desollado y cortado en trozos.

1. Desuella la ofrenda

  La piel del holocausto es la expresión externa de su belleza. Por tanto, desollar tal ofrenda es despojarla de su expresión externa. La acción de desollar el holocausto indica que Cristo estuvo dispuesto a permitir que se le despojara de la manifestación externa de Sus virtudes. Cuando Cristo fue crucificado, le despojaron de Su ropa. Esto indica que Él fue “desollado”.

2. Corta la ofrenda en trozos

  Que la ofrenda fuese cortada en trozos significa que Cristo estaba dispuesto —sin reserva alguna— a dejar que todo Su ser fuese quebrantado. Como nuestro holocausto, Cristo, con toda Su vida e historia, fue cortado en trozos.

  Si Cristo no fuese nuestro holocausto, nosotros tendríamos que sufrir la muerte, ser desollados y ser cortados en trozos. Debemos tener esto presente cada vez que ofrezcamos Cristo a Dios como holocausto. También debemos tener presente que Él fue inmolado, despojado de Su expresión externa y cortado en trozos. Todos estos sufrimientos eran necesarios para que Cristo hiciera la voluntad de Dios. Cristo hizo la voluntad de Dios al ir a la cruz para ser inmolado, desollado y cortado en trozos.

  Si nos percatamos de que necesitamos a Cristo como nuestro holocausto, sentiremos la necesidad de orar como es debido. La oración apropiada simplemente consiste en poner nuestras manos sobre el Señor. No debemos orar diciendo: “Señor, ten misericordia de mí y haz algo por mí”. Esta clase de oración es muy objetiva. Debemos poner nuestras manos sobre el Señor a fin de ofrecer una oración subjetiva. En tal oración podríamos decir: “Señor, pongo mis manos sobre Ti para identificarme contigo y para que Tú te identifiques conmigo”. Siempre que, mediante la oración subjetiva, ponemos nuestras manos en Cristo, entonces el Espíritu vivificante, que es Cristo mismo sobre quien pusimos nuestras manos, comenzará inmediatamente a moverse y operar dentro de nosotros para vivir en nosotros una vida que sea apta para el holocausto.

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