Mensaje 30
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Lectura bíblica: Lv. 8:30-36
Antes de considerar otros asuntos relacionados con la consagración de Aarón y sus hijos, quisiera añadir algo respecto a la sangre que se aplicaba sobre el lóbulo de la oreja derecha, sobre el dedo pulgar de la mano derecha y sobre el dedo pulgar del pie derecho, y añadir también algunas palabras sobre la ofrenda que se ponía en las palmas de las manos de los sacerdotes.
Parte de la sangre del carnero de la consagración era puesta sobre la oreja derecha de Aarón y de sus hijos, sobre el dedo pulgar de su mano derecha y sobre el dedo pulgar de su pie derecho. Esto significa que la sangre redentora de Cristo purifica nuestros oídos con relación a lo que oímos, nuestras manos con relación a nuestro trabajo y nuestros pies con relación a nuestro andar. Esto tiene como fin que ejerzamos nuestro sacerdocio neotestamentario.
Nuestro oír se menciona primero porque éste afecta nuestro trabajo y nuestro mover. La sangre de Cristo obra primero en nuestro oído a fin de que escuchemos la palabra de Dios, el hablar de Dios. Para servir a Dios como sacerdotes, debemos ser fieles esclavos, o siervos, de Dios. Como lo indica Isaías 50:4 y 5, un siervo debe tener un oído que oiga. Un siervo que no escucha las palabras de su amo no puede servirle conforme a su voluntad, corazón y deseo.
Cuando éramos pecadores, no teníamos un oído que escuchara la palabra de Dios, el hablar de Dios. A diario oíamos muchas otras cosas, pero no escuchábamos la palabra de Dios. Ahora que hemos sido salvos y ordenados como sacerdotes de Dios, Sus siervos, el asunto principal es escuchar lo que Dios dice. En tipología, cuando un esclavo quería permanecer con su amo, el amo lo llevaba al poste de la puerta y le horadaba la oreja con lezna (Éx. 21:2-6), lo cual indicaba que el esclavo debía tener un oído muy agudo para escuchar la voz de su amo. Como sacerdotes de Dios hoy en día, debemos aprender a escuchar Su palabra.
En calidad de sacerdotes de Dios, lo primero que debemos disciplinar es nuestro oído. Escuchar lo positivo nos rescatará de escuchar lo negativo. Si escuchamos la palabra de Dios del alba al ocaso, no tendremos oído para escuchar cosas negativas. El hablar negativo prevalece y se extiende en la vida de iglesia porque algunos alejan sus oídos de Dios y los prestan para oír otras cosas. Estas personas no hablan de Cristo, de la palabra de Dios, de la gracia ni del evangelio; en lugar de ello, escuchan cosas negativas, y laboran y actúan según las cosas negativas que oyen. Como resultado de ello, la muerte se propaga. Si retiramos nuestros oídos de otras cosas y nos volvemos a Dios mismo, no habrá ningún problema, y lo que se propagará será la vida, no la muerte.
El principio es el mismo en nuestra vida matrimonial. Si una hermana desea tener un buen marido, en lugar de hablarle negativamente, debe hablarle de Dios, de Cristo, de la gracia, del evangelio y de la luz divina. Hablar de esta manera edificará a su marido y lo alentará a buscar del Señor. Por otro lado, si ella le habla negativamente a su marido, le impartirá muerte. Esto se cumple, tanto en un sentido positivo como negativo, con relación a la manera en que un hermano habla con su esposa. Todos debemos tener cuidado con lo que escuchamos. Necesitamos que la sangre redentora de Cristo sea aplicada a nuestra oreja, al dedo pulgar de nuestra mano y al dedo pulgar de nuestro pie.
La purificación de la oreja derecha, del dedo pulgar de la mano derecha y del dedo pulgar del pie derecho se necesitaba en dos ocasiones: en la ordenación de los sacerdotes y en la purificación de los leprosos (Lv. 14:14). Tanto los leprosos como los sacerdotes necesitaban que su oreja, el dedo pulgar de su mano derecha y el dedo pulgar de su pie derecho fuesen limpiados por la sangre redentora. Esto indica que a los ojos de Dios, nosotros, los pecadores, que hemos sido ordenados como sacerdotes de Dios, somos leprosos. Como sacerdotes de Dios, Sus siervos, necesitamos que nuestros oídos sean redimidos de escuchar todo lo que no es Dios y se vuelvan para escuchar la palabra de Dios. Necesitamos también que nuestra mano que labora sea redimida de todo lo que no sea la obra de Dios. Además, el dedo de nuestro pie, que sirve para andar, también necesita ser redimido.
En 8:26-28 vemos que se ponía una torta sin levadura, una torta de pan con aceite y un hojaldre (que corresponden a la ofrenda de harina) sobre las porciones de grosura y sobre el muslo derecho (otra categoría de ofrendas). Estas dos categorías de ofrendas, como un todo, se ponían en las palmas de las manos de Aarón y de sus hijos. En ese momento, las manos de Aarón y de sus hijos dejaban de estar vacías. Luego, estas ofrendas eran mecidas delante de Jehová (v. 27), probablemente por aquellos cuyas manos habían sido llenas de dichas ofrendas. Esta acción de mecerlas representa el mover de Cristo en Su resurrección. Las ofrendas primeramente eran “inmoladas”, y después, eran mecidas, es decir, resucitadas, con lo cual se convertían en ofrendas delante de Jehová en la resurrección de Cristo.
Las dos tortas, el hojaldre, la grosura y el muslo eran quemados (lo cual indica un fuego lento para obtener el aroma) en el altar sobre el holocausto en calidad de ofrenda de consagración presentada por fuego a Jehová como aroma que le satisfacía (v. 28). Este aroma que satisface es exclusivamente para Dios; es Su porción para Su disfrute. Las partes tiernas y excelentes (la grosura), la parte fuerte (el muslo derecho), y las dos tortas y el hojaldre —que representan distintos aspectos de la humanidad de Cristo, la cual no tiene pecado y está mezclada con el Espíritu— constituyen el alimento, no de los sacerdotes, sino de Dios. La porción que correspondía a Dios se ofrecía en el altar, que representa la cruz. Esto indica que ofrecemos el alimento de Dios en la comunión de los padecimientos de Cristo, los cuales Él sufrió hasta la muerte de cruz. Aunque esto tiene como fin la satisfacción de Dios, también nos capacita para ejercer el sacerdocio neotestamentario.
Quizás hayamos proclamado el hecho de que somos sacerdotes de Dios, pero probablemente ninguno entre nosotros llegó a darse cuenta de todo lo que implica ser un sacerdote. Hace cincuenta y cinco años yo no sabía que necesitaba la ofrenda por el pecado para que me recordara que no soy más que carne, un viejo hombre de la vieja creación que está vinculado a Satanás, el mundo y la lucha por el poder. Afirmaba ser un sacerdote de Dios, pero practicaba mi sacerdocio en ignorancia. No sabía que para ser un sacerdote en el sacerdocio neotestamentario necesitaba la humanidad de Cristo, Su poder fortalecedor y Su capacidad de amar (representada por el pecho que se mecía como ofrenda mecida, v. 29). Si examinamos nuestro pasado, la luz de la gracia de Dios pondrá de manifiesto dónde estábamos como sacerdotes de Dios: en la vieja creación, en la carne y en la vida natural con el amor natural, el afecto natural. En cuanto a esto, nuestra condición debe quedar al descubierto, y todos debemos ser limpiados. Necesitamos que la sangre purificadora nos sea aplicada sobre el lóbulo de nuestra oreja derecha, sobre el dedo pulgar de nuestra mano derecha y sobre el dedo pulgar de nuestro pie derecho.
“Moisés tomó del aceite de la unción y de la sangre que estaba sobre el altar, y lo roció sobre Aarón y sobre sus vestiduras, sobre sus hijos y sobre las vestiduras de sus hijos juntamente con él; y santificó a Aarón y sus vestiduras, a sus hijos y las vestiduras de sus hijos juntamente con él” (v. 30). Esto significa que Dios esparce sobre nosotros —los sacerdotes neotestamentarios— y sobre nuestra conducta (las vestiduras) la sangre redentora de la cruz de Cristo y el Espíritu compuesto a fin de apartarnos, de hacernos santos para Él.
Independientemente de cuánto Dios haya trabajado en nosotros para darle fin a nuestro pecado, a nuestra vida natural y al viejo hombre, aún necesitamos recibir más “capas” del aceite de la unción. El aceite de la unción se refiere al Dios Triuno procesado con todo lo que Él ha llegado a ser, ha hecho y ha experimentado. Tal Dios Triuno, quien ha sido procesado y llegó a ser un compuesto mezclado con las “especias” de la encarnación, el vivir humano, la muerte todo-inclusiva, la maravillosa resurrección y la excelente ascensión, ha llegado a ser el aceite de la unción, el ungüento, que nos “pinta” (Éx. 30:23-30). Necesitamos ser pintados una y otra vez con el Dios Triuno procesado, quien es el aceite de la unción.
Si hemos de adquirir el conocimiento apropiado de nuestro sacerdocio neotestamentario, debemos estudiar el libro de Levítico. Levítico no está dirigido únicamente a los santos del Antiguo Testamento. Si entendemos la tipología de este libro, veremos que un asunto tras otro se aplica a nosotros de una manera práctica hoy en día.
“Moisés dijo a Aarón y a sus hijos: Hervid la carne a la entrada de la Tienda de Reunión, y comedla allí con el pan que está en la canasta de consagración, tal como lo mandé, diciendo: Aarón y sus hijos la comerán” (v. 31). Esto significa que Cristo como Aquel que redime, con Su humanidad, es alimento para nosotros (Jn. 6:51), los sacerdotes neotestamentarios, a la entrada de la vida de iglesia.
En Levítico 8:28 vemos la porción de Dios, y en el versículo 31 vemos nuestra porción. Aquí la carne se refiere a Cristo como Aquel que redime, y el pan se refiere a Su humanidad. Cristo como Aquel que redime, con Su humanidad, es nuestro alimento.
“Quemaréis al fuego lo que sobre de la carne y del pan” (v. 32). Esto significa que las inagotables riquezas de Cristo deben ser guardadas por la santidad de Dios.
El versículo 32 indica que el Cristo que ofrecemos a Dios para Su disfrute y a quien nosotros disfrutamos, es inagotable. Después de ofrecerle a Dios Su porción y de disfrutar nosotros nuestra porción, aún queda algo. Según Levítico 8, el sobrante era quemado al fuego, el cual representa la santidad de Dios. Esto nos muestra que las inagotables riquezas de Cristo deben ser guardadas en la santidad de Dios y por ella.
Los sacerdotes que se consagraban permanecían siete días a la entrada de la Tienda de Reunión para su expiación (8:33-36). Esto significa que debemos ejercer el sacerdocio neotestamentario de manera exhaustiva y completa para nuestra propiciación al entrar en la vida de iglesia.
Los versículos del 33 al 35 dicen: “No saldréis de la entrada de la Tienda de Reunión por siete días, hasta que se cumplan los días de vuestra consagración, porque se requieren siete días para consagraros. Como se os ha hecho hoy, así ha mandado Jehová que se haga, para hacer expiación por vosotros. A la entrada de la Tienda de Reunión permaneceréis día y noche durante siete días, y cumpliréis lo que os encargó Jehová, para que no muráis; porque así se me ha mandado”. El mismo procedimiento se repetía durante siete días. Cada día se llevaba a cabo el procedimiento de una manera solemne, puesto que cada aspecto del procedimiento era solemne. Esta solemnidad se percibe en las palabras “para que no muráis”. Por consiguiente, nadie se atrevía a conducirse de manera descuidada o con ligereza. Todos entendían claramente la seriedad de lo que acontecía, y lo que podía ocurrir si alguien se comportara descuidadamente.
Estos versículos deben servirnos de advertencia para que no entremos en el disfrute de Cristo de una manera descuidada. Necesitamos esta advertencia especialmente en relación con la mesa del Señor. El pan representa el cuerpo de Cristo, y el vino representa Su sangre. Si comemos el pan y bebemos el vino sin el debido discernimiento, lo que comamos y bebamos podría ser para nuestro propio juicio (1 Co. 11:27-29). Necesitamos que se nos advierta acerca de la seriedad de participar en la comunión del disfrute de Cristo con ligereza o de manera descuidada.
La consagración del sacerdocio duraba siete días, y se repetía el mismo procedimiento cada día. Sin duda, por medio de esta repetición, cada asunto quedó grabado profundamente en el ser de Aarón y de sus hijos. Hoy en día nosotros, en calidad de sacerdotes de Dios, también debemos recordar todo lo que conlleva nuestra consagración y ordenación como sacerdotes. En particular, debemos recordar que, en nosotros mismos, somos pecadores, e incluso carne de pecado.
La consagración de Aarón y de sus hijos no sólo es solemne en cuanto a la tipología, sino también en cuanto a la aplicación que tiene para nosotros hoy. Si nos percatamos de la seriedad de este asunto, también nos percataremos de cuánto necesitamos la misericordia del Señor y la limpieza de Su sangre. Entonces le pediremos al Señor que sea misericordioso con nosotros, y nos esconderemos bajo la cubierta de Su sangre.