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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Levítico»
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Mensaje 33

LA LECCIÓN Y LAS NORMAS PARA LOS SACERDOTES

(1)

  Lectura bíblica: Lv. 10:1-11

  En los capítulos del 1 al 9 de Levítico, hemos visto las ofrendas y sus respectivas leyes, la consagración de Aarón y de sus hijos, el inicio del servicio sacerdotal y el resultado de dicho servicio. El resultado del servicio sacerdotal incluye la aparición de Dios, la aparición de la gloria de Dios, la bendición dada al pueblo y el fuego que sale de delante de Dios y que consume el holocausto (Lv. 9:24). Este fuego consumidor, que representa la santidad de Dios, lo usa Dios en dos casos distintos, uno positivo y otro negativo. En el caso positivo, cuando tenemos algo que presentarle a Dios y se lo ofrecemos, Él lo acepta consumiéndolo por fuego. Esta acción de consumir es positiva; ello significa que Dios ha aceptado lo que somos, lo que hacemos y lo que tenemos para Él. En el caso negativo, el fuego santo viene de parte de Dios como juicio. Este caso negativo —el caso de Nadab y Abiú— se encuentra en Lv. 10:1-11, la sección que consideraremos en este mensaje.

  El caso de Nadab y Abiú descrito en 10:1-11 concuerda con los eventos relatados en el capítulo anterior. Pareciera que este triste incidente ocurrió el mismo día en que “salió fuego de delante de Jehová y consumió el holocausto y las grosuras que estaban sobre el altar” (9:24).

  Nadab y Abiú, hijos de Aarón, hicieron algo que aparentemente era bueno: ellos ofrecieron algo a Dios. No obstante, ofrecieron “fuego extraño” (10:1), esto es, fuego común, no el fuego que viene de los cielos. Dios juzgó el ofrecimiento del fuego extraño consumiendo a los dos sacerdotes que lo ofrecieron. Esto nos muestra, por una parte, que Dios es misericordioso y benévolo, y por otra, que Él es muy severo y estricto. Después de las bendiciones de aquel excelente y glorioso día descrito en el capítulo 9, el día en que Dios dio inicio a la aplicación de Cristo para el disfrute de Su pueblo, probablemente nosotros habríamos tolerado el error relatado en el capítulo 10. Pero Dios no lo toleró. Inmediatamente después de bendecir, Dios vino a juzgar.

  El fuego celestial que consumió las ofrendas fue totalmente positivo. Este fuego consumidor fue una clara confirmación de que Dios es el Dios vivo y verdadero, y que Él estaba con Su pueblo, el pueblo de Israel. Además, este fuego consumidor era una confirmación de lo que Moisés había hecho y de lo que había dicho al pueblo respecto a Dios. Antes de aquel momento, los Israelitas quizás se preguntaban qué clase de Dios tenían, porque aunque habían oído hablar de Él por medio de Moisés, no lo habían visto. Ahora habían tenido un día especial, un día formal y oficial, en que se dieron toda clase de leyes, normas y ofrendas. En ese día apareció la gloria de Dios, y Su bendición descendió sobre Su pueblo; más aún, en aquel día hubo la aceptación divina de las ofrendas. Esta aceptación vino en forma de fuego consumidor. Este fuego descendió del cielo; no provenía de la tierra, ni se había originado en los hijos de Israel. Cuando el fuego descendió del cielo a un lugar específico —al altar—, donde estaban las ofrendas, y consumió dichas ofrendas, todos los del pueblo lo vieron, dieron un grito resonante y se postraron sobre sus rostros (9:24b).

  Poco después, el fuego consumidor apareció de nuevo, pero esta vez en forma negativa. En lugar de mostrar aceptación, el fuego santo juzgó. En el capítulo 9, el fuego santo consumió en señal de aceptación; en el capítulo 10, el fuego santo consumió en señal de juicio. Refiriéndose a Nadab y Abiú, 10:2 dice: “Salió fuego de delante de Jehová y los consumió, y murieron delante de Jehová”. Algo semejante a esto ocurrió en Hechos. En el día de Pentecostés, la gloria de Dios descendió del cielo (Hch. 2:1-4), pero no mucho después, una pareja engañó al Espíritu Santo y murió como consecuencia de ello (5:1-11). En el caso de Levítico 10, el ofrecimiento de algo no santificado, un fuego común y mundano, acarreó juicio. El fuego santo y celestial consumió a Nadab y Abiú, y éstos murieron.

  Cuanto más consideramos el caso de Nadab y Abiú, más nos percatamos de que Dios no sólo es misericordioso, sino también santo, y que Él no sólo es benévolo, sino también severo. Por consiguiente, no debemos ser descuidados en nuestro servicio a Él ni tampoco en la manera en que tratamos las cosas divinas.

  Levítico 10:9 y 10 dice: “Cuando entréis en la Tienda de Reunión, no bebáis vino ni bebida embriagante, ni tú ni tus hijos contigo, para que no muráis; esto será estatuto perpetuo por todas vuestras generaciones, para que hagáis distinción entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio”. Esta orden indica que la razón por la que Nadab y Abiú ofrecieron fuego extraño podría haber sido que ellos se habían embriagado con vino. Fue por eso que actuaron a la ligera, descuidadamente y sin ningún temor. Como resultado, ellos sufrieron el juicio santo de Dios.

  Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, este mismo principio se aplica con respecto al resultado de servir a Dios y tocar las cosas divinas descuidadamente. En el caso de Nadab y Abiú, y en el de Ananías y Safira, el resultado fue la muerte. Esto nos muestra que tocar los asuntos divinos descuidadamente es algo muy serio y que puede acarrear muerte. Conforme al Nuevo Testamento, esta muerte quizás no sea física, sino espiritual.

  Consideremos ahora más detalladamente el caso de Nadab y Abiú.

I. LA LECCIÓN RESPECTO A NADAB Y ABIÚ

  En 10:1-11 vemos la lección respecto a Nadab y Abiú. Nadab y Abiú fueron consumidos probablemente al final del día de gloria y bendición descrito en el capítulo 9. Lo que les sucedió a estos dos hijos de Aarón sin duda constituye una lección para nosotros hoy.

A. Nadab y Abiú presentan ante Jehová un fuego extraño

  “Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, pusieron fuego en ellos, le echaron incienso encima y presentaron ante Jehová un fuego extraño, que Él no les había mandado” (v. 1). Esto representa el entusiasmo natural, el afecto natural, la fuerza natural y la capacidad natural del hombre, ofrecidos por éste a Dios.

  Nadab y Abiú fueron juzgados no porque hubieran hecho algo que no era para Dios, sino porque actuaron en conformidad con la vida natural. Ellos hicieron algo para Dios, pero de una manera natural. Quizás amaban a Dios, pero lo amaban de una manera natural.

  Debemos ser ardientes y fervorosos por el Señor; no obstante, nuestro fervor no debe ser natural, sino espiritual. La manera en que dejamos de ser personas naturales y avanzamos para ser personas espirituales consiste en tomar el camino de la cruz. La cruz debe eliminar todo lo que somos en la vida natural. El hombre natural ya fue crucificado juntamente con Cristo. Ahora en nuestra vida y andar cristianos debemos tener la actitud de que nuestro hombre natural ya fue crucificado y que debe ser desechado. Puesto que la vida natural ya fue condenada, nosotros debemos condenarla hoy. Debemos comprender que nuestro hombre natural ya fue juzgado por Dios en la cruz y que, por tanto, no debemos estimarlo ni tenerlo en cuenta.

  Servir en la iglesia y testificar en las reuniones puede hacerse fácilmente de manera natural. Si hablamos en las reuniones de una manera natural, ofreceremos fuego extraño, fuego común, y esto acarreará muerte espiritual. Cada vez que testificamos de una manera natural, nuestro ser cae en muerte, y la reunión con su atmósfera también cae en muerte.

  Todos debemos aprender a no tocar las cosas santas de Dios valiéndonos de la vida natural. No sólo lo que hacemos debe ser apropiado, sino también la manera en que lo hacemos. No basta simplemente con hacer lo correcto. Debemos hacer lo correcto en la manera correcta. Ofrecer fuego extraño a Dios es hacer lo correcto en la manera incorrecta, y esto acarrea el juicio de muerte.

  No es fácil ser purificados de nuestra condición natural. Muy a menudo ejercitamos nuestro entusiasmo, afecto, fuerza y capacidad naturales. No obstante, todo lo natural que hay en nosotros debe ser puesto a muerte.

  La vida de Moisés es un buen ejemplo de lo que es dar muerte al hombre natural. Moisés dijo que “los días de nuestros años son setenta años”, y son ochenta años “si hay vigor” (Sal. 90:10). Según su entendimiento, la edad de ochenta años marca el fin de la vida humana. Es muy significativo, por tanto, que Moisés fuese llamado por Dios a la edad de ochenta años. Esto indica que la vida natural de Moisés había llegado a su fin y que todo cuanto él hizo para Dios, lo hizo en resurrección. A la edad de ochenta años, Moisés tuvo un nuevo comienzo, y a partir de entonces no actuó según su vida natural, sino conforme a un espíritu de resurrección.

  Independientemente de cuál sea nuestra edad, todos debemos aprender a no hacer ni decir nada valiéndonos de nuestra fuerza, capacidad o afecto naturales. Debemos considerar todo lo natural como una serpiente, un veneno.

  El fuego que ofrecieron Nadab y Abiú era un fuego común; no era el fuego procedente del altar. El fuego del altar, por haber tocado las ofrendas, era santo y estaba santificado. Sin embargo, Nadab y Abiú, en lugar de ofrecer el fuego santificado y que santifica, ofrecieron un fuego común. Dicho fuego no provenía de Jehová, sino del hombre; no provenía de los cielos, sino de la tierra, y no tenía la expiación como fundamento. Sin expiación, la situación entre el hombre y Dios no puede ser apaciguada; más bien, los problemas entre el hombre y Dios aún permanecen.

  Debido a la influencia del catolicismo y del protestantismo, hoy en día muchos cristianos actúan a la ligera y descuidadamente con respecto a la adoración y el servicio que le rinden a Dios. No toman la adoración y el servicio con la debida seriedad y, por ello, ejercitan la vida natural, lo cual les acarrea muerte espiritual.

B. Sale fuego de delante de Jehová y los consume, y mueren delante de Jehová

  Levítico 10:2 dice que “salió fuego de delante de Jehová” y consumió a Nadab y Abiú, y ellos “murieron delante de Jehová”. Este fuego es lo opuesto al fuego común. Este fuego procedía de Dios, no del hombre, y venía de los cielos, no de la tierra; más aún, efectuaba juicio y no era para mostrar aceptación.

  El fuego del versículo 2 sirve también para que Dios sea santificado en aquellos siervos Suyos que se acercan a Él (v. 3a). La muerte de Nadab y Abiú santificó a Dios. La muerte de ellos nos muestra que Dios no es común, sino santo, y que no debemos ofrecerle a este Dios santo nada que sea común. De la muerte de Nadab y Abiú aprendemos que Dios debe ser honrado como Dios santo que es. Si no tomamos en serio las cosas con Él, seremos juzgados, y Él será santificado en el juicio infligido sobre nosotros.

  El fuego del versículo 2 sirve también para que Dios sea glorificado ante Su pueblo (v. 3b). Tal vez para Aarón y el pueblo este fuego consumidor no hubiera sido más que un castigo y juicio, pero para Dios, este fuego estaba relacionado con Su glorificación.

C. Llevan los cadáveres de Nadab y Abiú de delante del santuario, fuera del campamento

  “Moisés llamó después a Misael y a Elzafán, hijos de Uziel, tío de Aarón, y les dijo: Acercaos, llevaos a vuestros hermanos de delante del santuario, fuera del campamento. Ellos, pues, se acercaron y los llevaron en sus túnicas fuera del campamento, tal como Moisés había dicho” (vs. 4-5). Esto significa que la muerte resultante de la falta de santidad debe ser mantenida lejos de la esfera de la santidad de Dios y también de la comunidad, la comunión, del pueblo de Dios.

D. Los sacerdotes no llevan desgreñado el pelo de sus cabezas ni rasgan sus vestiduras por el juicio de Dios que trae muerte sobre sus parientes, para que no mueran y para que Dios no se enoje con toda la asamblea

  “Moisés dijo a Aarón y a sus hijos Eleazar e Itamar: No llevéis desgreñado el pelo de vuestras cabezas ni rasguéis vuestras vestiduras, para que no muráis y para que Él no se enoje con toda la asamblea” (v. 6). Esto significa que incluso el juicio de Dios que trae muerte sobre los parientes no es excusa para que los siervos de Dios sean descuidados en cuanto a su sujeción a Cristo como Cabeza ni para que quebranten la perfección requerida en su conducta, a fin de que no sufran muerte en su vida espiritual ni hagan que Dios no esté contento con Su pueblo.

  El requisito expresado del versículo 6 indica que debemos tomar en serio a Dios. Al acercarnos a Él y al tocar los asuntos referentes a Su servicio y obra, debemos hacerlo con toda solemnidad. Aun si sufrimos la pérdida de parientes a causa de la muerte infligida por el juicio de Dios, debemos atender a los intereses de Dios y no a los nuestros. El hecho de comportarnos en semejante situación como si no hubiéramos sufrido ninguna pérdida demuestra que estamos sujetos a la autoridad de Cristo como Cabeza.

E. Toda la casa de Israel llora por la incineración que ha traído Jehová

  Levítico 10:6c dice: “Pero dejad que vuestros hermanos, toda la casa de Israel, lloren por la incineración que ha traído Jehová”. Esto significa que la totalidad del pueblo de Dios deberá condolerse del juicio de Dios que viene por la falta de santidad en Sus siervos.

F. Los sacerdotes no salen de la entrada de la Tienda de Reunión, no sea que mueran, pues el aceite de la unción de Jehová está sobre ellos

  “No saldréis de la entrada de la Tienda de Reunión, no sea que muráis; pues el aceite de la unción de Jehová está sobre vosotros” (v. 7a). Los sacerdotes ni siquiera podían salir de la entrada de la Tienda de Reunión para asistir al funeral, porque el aceite santo de la unción, que tipifica al Dios Triuno procesado, estaba sobre ellos. Esto significa que los que sirven a Dios, quienes son portadores del Espíritu Santo de Dios, no deben abandonar la entrada de la vida de iglesia a fin de que no sufran muerte espiritual.

G. Los sacerdotes no beben vino cuando entran en la Tienda de Reunión para que no mueran y para que hagan distinción entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio, y para que enseñen a los hijos de Israel todos los estatutos de Jehová

  “Jehová habló a Aarón, diciendo: Cuando entréis en la Tienda de Reunión, no bebáis vino ni bebida embriagante, ni tú ni tus hijos contigo, para que no muráis; esto será estatuto perpetuo por todas vuestras generaciones, para que hagáis distinción entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio, y para que enseñéis a los hijos de Israel todos los estatutos que Jehová les ha comunicado por medio de Moisés” (vs. 8-11). Esto significa que los siervos de Dios, al venir a la vida de iglesia, no deben beber nada que provenga de los deleites mundanos, de los intereses carnales ni del entusiasmo natural a fin de no padecer muerte espiritual, sino que deberán distinguir entre lo santo y lo profano, entre lo inmundo y lo limpio, y enseñar al pueblo de Dios las normas divinas.

  Si prestamos atención a la lección respecto a Nadab y Abiú, aprenderemos muchísimo. Esta lección ciertamente nos regirá al tocar las cosas referentes a Dios.

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