Mensaje 35
Lectura bíblica: He. 1:2-3; 2:14; 3:1; 4:14-15; 6:20; 7:22, 25-26; 8:1-2; 9:11-12, 24-28; 10:5-7, 9-10, 19-21; 12:2, 24; 13:21
Este mensaje, el cual se centrará en Hebreos como estudio expositivo de Levítico, es una conclusión a todos los mensajes dados anteriormente acerca de las ofrendas y el sacerdocio.
En el libro de Hebreos se hacen muchas referencias al libro de Levítico, sobre todo a las ofrendas y al sacerdocio. Por ejemplo, Levítico habla a menudo del sumo sacerdote. Ningún otro libro del Nuevo Testamento habla tanto acerca de Cristo en calidad de Sumo Sacerdote como lo hace el libro de Hebreos.
El libro de Levítico en sí no nos muestra cuán grande, excelente, maravilloso, todo-inclusivo e inagotable es el Cristo que ofrecemos y disfrutamos como las ofrendas. En Levítico podemos ver que todas las ofrendas tipifican a Cristo, pero no alcanzamos a percatarnos ni a darnos cuenta de cuán grandioso es Cristo. No hay palabras que puedan expresar la grandeza del Cristo que es todas las ofrendas.
Si hemos de recibir una revelación de lo todo-inclusivo que es Cristo, debemos acudir al libro de Hebreos. Hagamos ahora un breve repaso de los aspectos de Cristo revelados en Hebreos.
Hebreos 1:2 y 3 dice que Cristo es el Hacedor, el Creador, del universo, y que Él es también Aquel que sustenta el universo que creó. Además, Dios designó a Cristo para que fuera el Heredero de todo en el universo.
En el versículo 3 vemos que Cristo es el resplandor de la gloria de Dios y la impronta de Su sustancia. El resplandor de la gloria de Dios es semejante al resplandor o al brillo de la luz del sol. Cristo es el resplandor, el brillo, de la gloria del Padre. La impronta de la sustancia de Dios es semejante a la impresión de un sello. Cristo el Hijo es la expresión de lo que es Dios el Padre.
“Así que, por cuanto los hijos son participantes de sangre y carne, de igual manera Él participó también de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tiene el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (2:14). Esta persona maravillosa, quien es el Hacedor del universo, participó de sangre y carne para destruir al diablo, para reducirlo a nada. En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios vino y se hizo carne (Jn. 1:14; Ro. 8:3) al nacer de una virgen (Gá. 4:4) a fin de destruir al diablo en la carne del hombre mediante Su muerte en la cruz.
En Hebreos 3:1 vemos que Cristo es el “Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra confesión”. Como Apóstol, Cristo es Aquel que nos fue enviado de parte de Dios y vino con Dios; y como Sumo Sacerdote, Cristo es Aquel que regresó a Dios de entre nosotros y con nosotros. Como Apóstol, Cristo vino a nosotros con Dios para compartir a Dios con nosotros a fin de que pudiéramos participar de Su vida, naturaleza y plenitud divinas. Como Sumo Sacerdote, Cristo fue a Dios con nosotros para presentarnos ante Dios a fin de que Él se hiciera cargo de nosotros y de nuestro caso. Por eso, en 4:14 y 15 dice: “Por tanto, teniendo un gran Sumo Sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos la confesión. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo igual que nosotros, pero sin pecado”. Como tal Sumo Sacerdote, Cristo nos lleva sobre Sus hombros ante la presencia de Dios y se ocupa de todas nuestras necesidades.
Hebreos 6:20 revela que Cristo es nuestro Precursor. El Señor Jesús, como Precursor, fue el primero en pasar a través de un mar tempestuoso y entrar en el albergue celestial, el lugar que está detrás del velo (v. 19), para ser nuestro Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec, el orden del sacerdocio que se lleva a cabo tanto en humanidad como en divinidad. Como Precursor, Él abrió el camino a la gloria.
“Tanto más Jesús es hecho fiador de un mejor pacto” (7:22). En este versículo, Cristo es el fiador de un mejor pacto. Cristo es el fiador de un mejor pacto con base en el hecho de que Él es el Sumo Sacerdote viviente y perpetuo. La palabra fiador en este versículo significa que Cristo se ha comprometido a ser fiador del nuevo pacto y de todos nosotros. Él es el aval, la garantía, de que hará todo lo necesario para cumplir el nuevo pacto.
“Por lo cual puede también salvar por completo a los que por Él se acercan a Dios, puesto que vive para siempre para interceder por ellos. Porque tal Sumo Sacerdote también nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, y encumbrado por encima de los cielos” (7:25-26). Por haber traspasado los cielos (4:14), e incluso por estar ahora por encima de los cielos (7:26), el Señor Jesús vive para siempre para interceder por nosotros. Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, se ocupa de nuestro caso intercediendo por nosotros. Él se presenta delante de Dios a nuestro favor, orando por nosotros para que seamos salvos y participemos de lleno en el propósito eterno de Dios.
“Tenemos tal Sumo Sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, Ministro de los lugares santos, de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre” (8:1-2). El Cristo celestial ministra en un tabernáculo levantado por el Señor, y no por el hombre. Este tabernáculo, este santuario, está en el tercer cielo, donde se encuentra el Lugar Santísimo. Cristo, como Ministro del verdadero tabernáculo (celestial), nos infunde los cielos (los cuales no son sólo un lugar, sino también una condición de vida) a fin de que podamos llevar una vida celestial en la tierra como lo hizo Él mientras estuvo aquí.
“Habiéndose presentado Cristo, Sumo Sacerdote de los bienes que ya han venido, por el mayor y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por Su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, obteniendo así eterna redención” (9:11-12). Puesto que Cristo, el Cordero de Dios, quitó el pecado del mundo (Jn. 1:29) al ofrecerse a Sí mismo en la cruz una vez para siempre como sacrificio por los pecados (He. 9:14; 10:12), Su sangre, la cual Él roció en el tabernáculo celestial, efectuó una redención eterna por nosotros. Por medio de ello, Cristo obtuvo “eterna redención”. La palabra obtener aquí significa “encontrar, procurar”. Al rociar Su sangre en los cielos delante de Dios, Cristo encontró, procuró, obtuvo, eterna redención por nosotros.
Cristo se presentó por primera vez para quitar nuestro pecado y nuestros pecados, y aparecerá por segunda vez, ya sin relación con el pecado (9:24-28). Hebreos 9:24 dice que Cristo se presenta ahora por nosotros “ante la faz de Dios”. Él “se ha manifestado para quitar de en medio el pecado por el sacrificio de Sí mismo” (v. 26b). Esto indica que Él es la ofrenda por el pecado. El versículo 28 agrega que Él fue “ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos”. Esto indica que Él es también la ofrenda por las transgresiones.
Hebreos 10:5-10 dice que cuando Cristo vino, Dios ya no tenía ningún deseo, placer ni interés en los sacrificios animales (vs. 6, 8). La venida de Cristo anuló las ofrendas levíticas; no obstante, el significado de todas estas ofrendas sigue siendo Cristo.
Dios preparó un cuerpo humano para Cristo, el Dios-hombre encarnado (v. 5), para que Él fuese el reemplazo de todas las ofrendas del Antiguo Testamento. Al reemplazar consigo mismo las ofrendas del primer pacto, Cristo hizo la voluntad de Dios (vs. 7, 9), que consistía en quitar lo primero, las ofrendas del Antiguo Testamento, para establecer lo segundo, Él mismo como la realidad de todas aquellas ofrendas.
En Levítico vemos la primera categoría de ofrendas. Como reemplazo de estas ofrendas, Cristo es la segunda categoría de ofrendas. Él es ahora el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Él es también la ofrenda mecida, la ofrenda elevada, la ofrenda de consagración, la ofrenda voluntaria y la ofrenda de acción de gracias. Por tanto, a Dios ya no le agradan más los sacrificios del primer pacto. Hoy en día Dios se deleita únicamente en una persona: Jesucristo. Él, el Cristo todo-inclusivo, es todas las ofrendas.
Todos los aspectos de Cristo revelados en Hebreos son inagotables. Él es el Creador, el Sustentador, el Heredero, Aquel que destruyó al diablo, el Apóstol, el Sumo Sacerdote, el Precursor, el Fiador, el Ministro celestial, Aquel que se presenta por nosotros ante Dios y el reemplazo de todas las ofrendas del Antiguo Testamento. Cristo es la realidad de todas las cosas positivas (Col. 2:16-17), incluyéndolo a usted y a mí (Fil. 1:21; Gá. 2:20).
Este Cristo maravilloso es nuestra porción perpetua. Eso significa que el Cristo todo-inclusivo es nuestra porción eterna de la cual podemos disfrutar. Nosotros no sólo ofrecemos Cristo a Dios, sino que también disfrutamos a Cristo mientras lo ofrecemos a Dios. Por consiguiente, disfrutamos a Cristo juntamente con Dios, ya que nosotros y Dios comemos a Cristo juntos en comunión. Este disfrute es maravilloso, y no hay palabras humanas que puedan describirlo adecuadamente.
Cristo es la dádiva que Dios nos dio. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito” (Jn. 3:16). En las ofrendas, Cristo es también la dádiva que nosotros le ofrecemos a Dios. (La palabra hebrea traducida “ofrenda” en Levítico 1:2 es corbán, que significa “regalo o presente”). ¿Qué dádiva podría ser más grande que Cristo? ¡Sin duda Cristo es la dádiva más grande!
Hoy nosotros disfrutamos a Cristo como una dádiva de parte de Dios en la “tienda de regalos“ de la iglesia. Cada iglesia local es una tienda de regalos que exhibe a Cristo. Este regalo único tiene miles de aspectos. Así como un diamante tiene muchas facetas, también Cristo tiene muchísimas facetas. En una faceta, Él es el Padre, mientras que en otra, Él es el Hijo.
El objetivo de disfrutar a Cristo en todos Sus aspectos y facetas es adorar a Dios, y también tener comunión con Él y unos con otros, y comer de Él en nuestro diario vivir. La adoración fabricada por el hombre es una abominación a los ojos de Dios. La verdadera adoración consiste en obsequiarle Cristo a Dios como un presente, como una dádiva, y luego disfrutar este regalo juntamente con Dios. Por tanto, Cristo es para Dios y también para nosotros. En nuestra adoración, podemos decir algo así: “Padre, te ofrezco a Tu Hijo como un presente para que Tú lo disfrutes”. Si oramos así, tal vez el Padre nos diga: “Una porción de esta dádiva es para que tú y todos tus hermanos y hermanas la disfruten”.
El pensamiento central de Levítico es que el Cristo universal, todo-inclusivo e inagotable lo es todo para Dios y para el pueblo de Dios. Hoy hablamos de disfrutar a Cristo, pero un día todas las cosas serán reunidas en Cristo bajo una cabeza (Ef. 1:10). Entonces, Cristo lo será todo para Dios y para el hombre. El disfrute que se tenga de esta persona será la única celebración en el universo. Esta persona maravillosa tiene miles de aspectos, títulos y nombres, y cada uno de ellos es para nuestro disfrute.
Hebreos 13:21 dice que Dios nos perfecciona en toda obra buena para que hagamos Su voluntad, haciendo Él en nosotros lo que es agradable delante de Él por medio de Jesucristo. Este versículo indica que el Cristo grandioso, maravilloso e inagotable está ahora dentro de nosotros. El Cristo que está en nosotros es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Como Espíritu dentro de nosotros, Él está muy disponible, y podemos experimentarle fácilmente. Si tan sólo oráramos un poco, entraríamos en nuestro espíritu mediante la oración para tener contacto con esta persona y la disfrutaríamos. Él es inagotable, y a la vez, está muy disponible a nosotros. A medida que le disfrutemos en los aspectos mencionados anteriormente, experimentaremos más Su humanidad, Su divinidad, Su muerte, Su resurrección y Su ascensión, y creceremos en Él en todos estos aspectos.