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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Levítico»
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Mensaje 38

LA INMUNDICIA PRESENTE EN EL NACIMIENTO HUMANO

  Lectura bíblica: Lv. 12; Col. 2:11-12; He. 10:5-7

  En este mensaje sobre el capítulo 12 llegamos al tema de la inmundicia presente en el nacimiento humano. Levítico 12 revela que la fuente misma de nuestro ser es inmundo. El capítulo 11 nos insta a ser cuidadosos al tener contacto con ciertas clases de personas para no ser contaminados, pero el capítulo 12 nos muestra que somos totalmente inmundos por nacimiento. La inmundicia es la fuente de la cual hemos nacido.

I. LA RELACIÓN ENTRE LA MUJER Y EL NACIMIENTO HUMANO

  Lo primero que debemos examinar en Levítico es la relación que existe entre la mujer y el nacimiento humano.

A. En figura, la mujer representa a la humanidad entera

1. En la economía de Dios, la humanidad entera es una mujer

  En figura, la mujer representa a la humanidad entera. En la economía de Dios, en Su impartición divina y en Su administración divina, la humanidad entera es una mujer. Mientras que la mujer en la Biblia representa a la humanidad, el hombre representa a Dios y a Cristo. Cristo es el único varón, y todos los que están casados con Él son mujeres.

2. La inmundicia en la mujer representa la inmundicia presente en la humanidad entera

  La inmundicia en la mujer representa la inmundicia presente en la humanidad entera. Todos nosotros, varones y mujeres por igual, somos inmundos.

B. El nacimiento humano que se origina en la mujer es inmundo, lo cual significa que:

1. La fuente de la humanidad entera es inmunda

  El hecho de que el nacimiento humano que se origina en la mujer sea inmundo, significa que la fuente de la humanidad entera es inmunda. Puesto que la fuente es inmunda, todo lo nacido de ella será, necesariamente, inmundo.

  Nosotros somos inmundos por nacimiento, y ahora, en nuestro vivir, seguimos siendo inmundos. No somos inmundos simplemente por haber tocado algo inmundo; somos inmundos por nacimiento. Éramos inmundos aun cuando estábamos en el vientre de nuestra madre. Por consiguiente, nacimos en inmundicia y, por ello, vivimos en inmundicia. No importa cuán cuidadosos seamos, seguimos siendo inmundos por el simple hecho de ser parte de la humanidad. No solamente somos inmundos, sino que somos la inmundicia misma. Los seres humanos son totalmente inmundos. Si estamos bajo la iluminación del Señor, bajo la luz divina, nos daremos cuenta de que de pies a cabeza somos la inmundicia en su totalidad.

  La segunda sección de Levítico no sólo nos muestra quiénes somos, sino también qué somos. Somos la inmundicia misma. Sin embargo, Levítico nos exige llevar una vida santa. ¿Cómo puede la inmundicia llevar una vida santa? Lógicamente, esto es imposible; es absolutamente imposible que la inmundicia pueda llevar una vida santa. No obstante, como veremos después, en la salvación de Dios encontramos la provisión que nos permite llevar una vida santa.

2. La inmundicia de la humanidad procede desde adentro

  En contraste con la inmundicia en la dieta presentada en el capítulo 11, la cual proviene de afuera, la inmundicia de la humanidad procede desde adentro. El capítulo 11 abarca la inmundicia externa, pero el capítulo 12 abarca la inmundicia que hay en nuestro interior, la inmundicia de todo nuestro ser desde que nacimos. Levítico 12, por tanto, va al origen mismo de la inmundicia y toca la raíz de la inmundicia. El capítulo 11 simplemente nos exhorta a llevar una vida limpia, teniendo contacto sólo con lo que es limpio y evitando lo que es inmundo. Esta clase de limpieza es externa; sólo guarda relación con nuestra conducta externa. Sin embargo, el capítulo 12 toca nuestro nacimiento, no solamente nuestra conducta externa que viene después de nuestro nacimiento. Por consiguiente, Levítico 12 aborda el origen del cual provenimos.

II. LA INMUNDICIA CAUSADA POR EL NACIMIENTO DE UN HIJO VARÓN DURA SIETE DÍAS, PERO LA CAUSADA POR EL NACIMIENTO DE UNA NIÑA SE EXTIENDE POR CATORCE DÍAS

  La inmundicia causada por el nacimiento de un hijo varón duraba siete días, pero la causada por el nacimiento de una niña se extendía por catorce días (vs. 2, 5a). Esto significa que el varón (que representa a los más fuertes) es completamente (como lo denotan los siete días) inmundo pese a su fortaleza, y que la mujer (que representa a los más débiles) es doblemente (como lo denotan los catorce días) inmunda en su debilidad. Esto muestra que las mujeres son dos veces más inmundas que los varones. Los números siete y catorce indican esto. Siete es el número de plenitud, y catorce es dos veces siete. Los “siete días” mencionados en el versículo 2 significan completamente inmundo, inmundo en su totalidad, y las “dos semanas” (catorce días) mencionadas en el versículo 5a significan dos veces esa inmundicia.

III. DESPUÉS DEL NACIMIENTO DE UN NIÑO, LA MUJER PERMANECE EN LA INMUNDICIA DE SU SANGRE TREINTA Y TRES DÍAS, Y DESPUÉS DEL NACIMIENTO DE UNA NIÑA, SESENTA Y SEIS DÍAS

  Después del nacimiento de un niño, la mujer debía permanecer en la inmundicia de su sangre treinta y tres días, y después del nacimiento de una niña, sesenta y seis días (vs. 4a, 5b). Esto significa que la inmundicia del nacimiento de un varón exigía un periodo de prueba (representado por los cuarenta días: siete días más treinta y tres días) para purificación, y que la inmundicia del nacimiento de una mujer exigía un período de prueba dos veces más extenso (representado por los ochenta días: catorce días más sesenta y seis días) para purificación. En la Biblia, el número cuarenta denota un período de prueba. Los hijos de Israel vagaron por el desierto durante cuarenta años, y el Señor Jesús fue tentado, es decir, probado, por cuarenta días. Debido a que el nacimiento de un ser humano es por completo inmundo, es necesario someterlo a prueba para purificación. El nacimiento de un varón era sometido a prueba por cuarenta días, y el nacimiento de una mujer era sometido a doble prueba por ochenta días.

IV. DURANTE LA PRUEBA DE INMUNDICIA, NO SE LE PERMITE A LA MUJER TOCAR NINGUNA COSA SANTIFICADA NI ENTRAR EN EL SANTUARIO

  Durante la prueba de inmundicia no se le permitía a la mujer tocar ninguna cosa santificada ni entrar en el santuario (v. 4). Esto significa que al hombre no le está permitido tocar las cosas referentes a Dios ni entrar en Su presencia hasta que se hayan tomado medidas con respecto a su inmundicia.

  ¿Cómo tomamos medidas con respecto a nuestra inmundicia? Los siguientes dos puntos, que son de crucial importancia, contestarán esta pregunta.

V. AL OCTAVO DÍA DESPUÉS DE NACER, EL VARÓN ES CIRCUNCIDADO

  Al octavo día después de nacer, el varón debía ser circuncidado (v. 3). Esto significa que la carne de una persona inmunda debe ser desechada por medio de la muerte de Cristo a fin de que tal persona pueda ser introducida en la resurrección de Cristo, no sólo para ser lavada, sino también para experimentar un nuevo comienzo en la vida divina (Col. 2:11-12).

  Después de una semana de siete días, viene el octavo día. El octavo día marca un nuevo comienzo, el comienzo de una nueva semana. En la Biblia, el octavo día se refiere a la resurrección de Cristo. La resurrección, por supuesto, marca un nuevo comienzo. La muerte pone fin a un viejo ciclo, mientras que la resurrección da inicio a un nuevo ciclo y, por ende, constituye un nuevo comienzo.

  Como cristianos, hemos tenido dos comienzos. Tuvimos el primer comienzo cuando nacimos en inmundicia y fuimos introducidos en la inmundicia. Al nacer, éramos la inmundicia misma. En cuanto a nacionalidad, tal vez seamos diferentes; pero en cuanto a nuestro verdadero ser, todos somos iguales. Todo ser humano, independientemente de su linaje, nace en inmundicia. Éste fue nuestro primer comienzo.

  Según el plan de Dios, la economía de Dios, Él ha hecho posible que tengamos un segundo comienzo, un nuevo comienzo. Dios cuenta el tiempo por semanas. El fin de una semana es el fin de un ciclo, el cual es seguido por un nuevo ciclo. Nuestro nuevo ciclo no se halla en la creación original, sino en la resurrección. Nacimos en la vieja creación, pero volvimos a nacer para ser una nueva creación. Según el primer comienzo, pertenecíamos a la categoría de la vieja creación, la cual está representada por siete días. En la economía de Dios, el ciclo de la vida humana dura siete días. Después de nacer en la vieja creación, permanecimos ahí únicamente siete días. Luego, al octavo día, el día de la resurrección de Cristo, tuvimos un nuevo comienzo.

  Debemos estar llenos de gozo cada vez que, en nuestra lectura de la Biblia, encontremos las palabras el octavo día o el primer día de la semana (Jn. 20:1, 19, 26). Hoy en día, como creyentes en Cristo, no estamos en los primeros siete días, sino que estamos en el octavo día. Estamos en el segundo ciclo. Este período es eterno, ya que en Cristo viviremos para siempre. El Señor Jesús dijo: “Todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente” (11:26). Mientras que nuestro segundo ciclo es eterno, nuestro primer ciclo es muy corto, pues dura sólo siete días. Ya sea que seamos salvos a comienzos de nuestra vida o en una edad avanzada, a los ojos de Dios nuestro primer ciclo tiene únicamente una semana de duración. Dios, en Su economía, ha acortado nuestro primer ciclo, pero Él ha prolongado nuestro segundo ciclo, e incluso lo ha hecho eterno, así como Él es eterno.

  Levítico 12:3 dice: “Al octavo día la carne del prepucio del niño será circuncidada”. Circuncidar equivale a cortar algo; significa el cercenamiento de esa parte de nuestro ser que ha sido condenada por Dios. De hecho, todo nuestro ser debe ser circuncidado, eliminado. Circuncidar todo nuestro ser equivale a darle muerte.

  Desde el momento en que nacimos éramos la inmundicia misma, la cual sirve únicamente para que se le dé muerte. Conforme a nuestro primer ciclo, éramos buenos únicamente para que se nos diera muerte. Ésta es la razón por la cual Juan el Bautista mandaba que las personas se arrepintieran (Mt. 3:1-2). Luego, a aquellos que se arrepentían, Juan los bautizaba, los introducía en la muerte (vs. 5-6). Ser bautizado significa ser sepultado. Cuando nos arrepentimos, todo nuestro ser fue cortado, puesto a muerte, y después fue sepultado. Según Colosenses 2:11-12, nuestro bautismo fue nuestra circuncisión. Por consiguiente, ser circuncidado sencillamente significa ser puesto a muerte y sepultado.

  A nuestro ser, por encontrarse en el primer ciclo, había que llevarlo a su fin dándole muerte y sepultándolo. Esto sucedió en el octavo día, el día de la resurrección. En ese día, la muerte puso fin al viejo hombre, el hombre del primer ciclo. En tipología, en figura, esa muerte está representada por la circuncisión. Es por ello que, en el Antiguo Testamento, conforme a la dispensación o economía de Dios, todo varón tenía que ser circuncidado en el octavo día. Esto es un tipo que significa que todos debemos ser aniquilados, cortados, y que este aniquilamiento ocurre en la resurrección de Cristo. Esto es conforme a la economía de Dios.

  En Adán, nosotros nacimos en el primer ciclo, pero en Cristo, nacimos de nuevo en el segundo ciclo. Nuestro primer ciclo empezó cuando nacimos, y nuestro segundo ciclo empezó cuando Cristo resucitó. Cuando Cristo resucitó, nosotros resucitamos juntamente con Cristo y en Cristo (Ef. 2:5; 1 P. 1:3). Esto significa que con respecto a nosotros, el segundo ciclo empezó antes del primer ciclo, ya que fuimos resucitados en Cristo antes de nacer en Adán. Es un hecho maravilloso el que aun antes de nacer, ya hubiéramos sido resucitados.

  Nuestra salvación es el milagro más grande del universo. Antes de la fundación del mundo, fuimos escogidos y predestinados en Cristo (Ef. 1:4-5). En la eternidad, fuimos destinados a estar en Cristo. Luego, en el tiempo, nacimos, y a la postre llegamos a ser creyentes. Ahora estamos en Cristo.

  Dios, en Su economía, determinó que tendríamos un nuevo comienzo mediante la muerte de Cristo y por Su resurrección. La muerte de Cristo fue un cuchillo que nos cortó, cercenando todo nuestro ser. Después de que se nos dio muerte mediante la muerte de Cristo, fuimos regenerados en Su resurrección. De este modo experimentamos el octavo día, el cual marcó un nuevo comienzo para nosotros, y ahora nos encontramos en la segunda semana.

  Como ya hemos dicho, la circuncisión significa que la carne de una persona inmunda es desechada mediante la muerte de Cristo a fin de que dicha persona sea introducida en la resurrección de Cristo, no sólo para ser lavada, sino también para experimentar un nuevo comienzo en la vida divina. La carne es todo nuestro ser. Según la Biblia, los seres humanos caídos son carne (Ro. 3:20). Nuestra carne fue desechada mediante la muerte de Cristo, es decir, mediante la cruz. Como resultado, fuimos introducidos en la resurrección de Cristo, no sólo para ser lavados, sino también para experimentar un nuevo comienzo en la vida divina.

  Cuando en el pasado ustedes leyeron Levítico 12, ¿llegaron a darse cuenta de que este capítulo indica que se nos dio muerte y que después se nos introdujo en la resurrección de Cristo? El hecho de que se nos diera muerte lo indica la palabra circuncisión, y el hecho de que se nos introdujera en la resurrección de Cristo lo indican las palabras al octavo día. La circuncisión representa la cruz de Cristo, y el octavo día representa la resurrección de Cristo. Conforme a nuestro primer ciclo, nacimos en inmundicia y fuimos introducidos en la inmundicia; incluso al nacer éramos la inmundicia misma. Pero en la salvación provista por Dios experimentamos el octavo día, el cual nos introdujo en un nuevo ciclo. Éste es el nuevo comienzo que experimentamos en Cristo.

  Necesitamos iluminación y también ojos espirituales para ver a Cristo en el capítulo 12 de Levítico. Si tenemos luz y la capacidad de ver, podremos recibir una clara visión de Cristo en este capítulo. La palabra Cristo no se encuentra en Levítico 12, pero vemos indicios de que Cristo está allí. Cristo murió por nosotros para poner fin a nuestro primer ciclo y, en el octavo día, dar inicio a nuestro nuevo ciclo en Su resurrección.

VI. DESPUÉS DE COMPLETAR LA PRUEBA DE INMUNDICIA, SE OFRECE UN HOLOCAUSTO Y UNA OFRENDA POR EL PECADO

  Después de completar la prueba de inmundicia, se debía ofrecer un holocausto y una ofrenda por el pecado (vs. 6-8). Esto significa que después que Cristo —mediante Su muerte y resurrección— puso fin plenamente a nuestra inmundicia por nacimiento, aún necesitamos que Cristo sea nuestro holocausto debido a que nuestra entrega a Dios no es absoluta y necesitamos que Él sea nuestra ofrenda por el pecado debido a nuestro pecado (He. 10:5-7).

  En este capítulo Cristo no sólo es revelado a través del octavo día y la circuncisión, sino también mediante dos clases de ofrendas: el holocausto y la ofrenda por el pecado. Tanto el holocausto como la ofrenda por el pecado son Cristo mismo. Cristo satisface cada una de nuestras necesidades. Su muerte es nuestra circuncisión, y Su resurrección es nuestro octavo día. Luego, una vez que hemos pasado por Su muerte y Su resurrección, aún necesitamos que Él sea nuestro holocausto y nuestra ofrenda por el pecado.

  Nosotros necesitamos a Cristo como holocausto debido a que no llevamos una vida de absoluta entrega a Dios. Cristo, en cambio, sí llevó tal vida. Por tanto, como holocausto, Cristo toma nuestro lugar; Él nos reemplaza. Ahora nosotros lo tomamos a Él como nuestro holocausto. En Él, somos uno con Él como holocausto que es ofrecido a Dios. Por tanto, Él es nuestro holocausto, y en Él nosotros somos un holocausto para Dios.

  Además de no llevar una vida de absoluta entrega a Dios, somos pecaminosos a los ojos de Dios. Por consiguiente, necesitamos que Cristo sea no sólo nuestro holocausto, sino también nuestra ofrenda por el pecado.

  En Levítico 12, cuatro asuntos aluden a Cristo: el octavo día, la circuncisión, el holocausto y la ofrenda por el pecado. Cada uno de ellos indica que Cristo satisface nuestra necesidad. Su muerte hizo que concluyera nuestro viejo ciclo, y Su resurrección dio inicio a nuestro nuevo ciclo. Ahora necesitamos a Cristo para llevar una vida de absoluta entrega a Dios y una vida exenta de pecado. A fin de satisfacer esta necesidad, Él es nuestro holocausto y nuestra ofrenda por el pecado.

  El capítulo 12 revela que al nacer éramos la inmundicia misma y que nuestro ser debe ser totalmente eliminado al ser cortado mediante la muerte de Cristo. Cuando Cristo fue crucificado, nosotros también fuimos crucificados; de este modo, se nos puso fin, fuimos cortados, fuimos circuncidados. Luego, en Él, fuimos introducidos en Su resurrección, la cual marcó un nuevo comienzo para nosotros, el comienzo de un nuevo ciclo. Ahora, en este nuevo ciclo, Él es nuestra vida y nuestro vivir, por cuanto Él es nuestro holocausto, esto es, un vivir de absoluta entrega a Dios. Él es también la ofrenda por el pecado que se encarga del pecado aún presente en nuestra carne mientras vivamos en la tierra. ¡Él ciertamente satisface nuestra necesidad!

  Mediante este estudio de Levítico 12, podemos ver una vez más cuán maravillosa es la Biblia. En los ocho versículos de este capítulo vemos mucho en cuanto a lo que nosotros mismos somos y a nuestro origen, y también con respecto a Cristo mismo, la muerte que Él sufrió por nosotros y Su resurrección.

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