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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Levítico»
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Mensaje 39

LA INMUNDICIA PROCEDENTE DEL INTERIOR DEL HOMBRE

(1)

  Lectura bíblica: Lv. 13:2-28

  En Levítico 11 vimos que necesitamos ejercer discernimiento en cuanto a la dieta, discernimiento en el comer; esto es, debemos tener cuidado con respecto a lo que contactamos y recibimos. En el capítulo 12 vimos que el nacimiento humano conlleva inmundicia, ya que al nacer éramos la inmundicia misma. Ahora, en el capítulo 13 llegamos al asunto de la lepra.

  El discernimiento en cuanto a la dieta guarda relación con lo que debemos contactar externamente y con lo que debemos recibir de nuestro entorno. En contraste, nuestro nacimiento en inmundicia no guarda relación con lo que contactamos externamente, sino con lo que somos interiormente. Nosotros somos la inmundicia misma por nacimiento. Esta inmundicia está dentro de nosotros. Nacimos pecadores. No llegamos a ser pecadores porque hubiéramos hecho algo pecaminoso o porque hubiéramos recibido algo de nuestro entorno que produjo un cambio en nuestra manera de ser o en nuestra constitución intrínseca. No, somos pecadores por nacimiento. Ya sea que tengamos contacto con algo que es limpio o inmundo, seguimos siendo pecadores. Ser pecador no tiene nada que ver con lo que contactamos externamente; más bien, ser pecador está relacionado con nuestro nacimiento.

  Es difícil analizar la lepra. Podríamos decir que la lepra se origina fuera de la persona, es decir, que es causada cuando los gérmenes de la lepra entran en la persona. No obstante, también podríamos decir que la lepra se origina en el interior de la persona, ya que ella no desarrolla lepra sino hasta que el elemento de la lepra ha entrado en su ser para dar lugar a dicha enfermedad. La lepra, por tanto, involucra una causa externa y un efecto interno. La causa proviene del entorno, pero el efecto se da en el interior de la persona.

  Debemos tener en cuenta tres asuntos: el discernimiento en cuanto a la dieta, el nacimiento humano con su inmundicia y la lepra. Estos tres asuntos abarcan todos nuestros problemas, y el hecho de llevar una vida santa está muy relacionado con todos ellos. Debemos reflexionar acerca de las cosas con las cuales tenemos contacto, sobre nuestro nacimiento y sobre la causa externa y el efecto interno de la lepra. Si no podemos resolver los problemas que tenemos en relación con estos asuntos, nos resultará imposible llevar una vida santa. ¿Cómo podríamos llevar una vida santa si tenemos contacto con las cosas equivocadas, si somos personas inmundas conforme al nacimiento y si somos afectados por la causa externa y el efecto interno que nos hacen leprosos? ¡Sería imposible! ¿Puede acaso un leproso llevar una vida santa? ¡Por supuesto que no! Si hemos de llevar una vida santa, tenemos que tomar medidas con respecto a lo que contactamos, con respecto a nuestro nacimiento y con respecto a nuestra condición leprosa.

I. LA LEPRA REPRESENTA TODO PECADO GRAVE PROCEDENTE DEL INTERIOR DEL HOMBRE

  La lepra (v. 2b) representa todo pecado grave procedente del interior del hombre, tales como el pecado premeditado, el pecado de presunción o el de oponerse a Dios resueltamente (cfr. Miriam, Nm. 12:1-10 Giezi, 2 R. 5:20-27 y Uzías, 2 Cr. 26:16-21).

  La lepra en realidad no se origina en el interior de una persona, sino que empieza por fuera, cuando ciertos gérmenes o bacterias entran en el ser de la persona. Entonces la lepra brota del interior de la persona, tal como lo muestran tres casos del Antiguo Testamento: el caso de Miriam, el de Giezi y el de Uzías.

  La lepra siempre es causada por la rebelión. Miriam se rebeló contra Moisés, quien era la autoridad delegada por Dios. Su rebelión tenía una causa, la cual era que Moisés había contraído matrimonio con una mujer cusita (Nm. 12:1). Como consecuencia de su rebelión, Miriam se volvió leprosa (v. 10). Su lepra se debió a su rebelión.

  En 2 Reyes 5:20-27 Giezi, siervo de Eliseo, se rebeló contra la manera de proceder de Eliseo. Eliseo no había querido recibir ninguna recompensa de parte de Naamán, un gentil que fue sano de lepra. Después de que Giezi recibiera regalos de parte del leproso que había sido purificado, la lepra de éste se le pasó a Giezi. Giezi también contrajo lepra a causa de la rebelión.

  En 2 Crónicas 26:16-21, el rey Uzías se rebeló contra lo que Dios había ordenado con respecto al sacerdocio. Según esta norma, el rey no podía participar en el sacerdocio. Pero Uzías se rebeló contra esta norma y, como resultado de ello, se volvió leproso. En cada uno de esos tres casos, la lepra primero entró en la persona que se rebeló y luego brotó de su interior.

  Según el Antiguo Testamento, la lepra tiene una causa, y esta causa es rebelarse contra la autoridad de Dios, contra la autoridad delegada de Dios, contra las normas dispuestas por Dios y contra la economía de Dios. Todos debemos reconocer que nos hemos rebelado contra la autoridad de Dios y contra Su autoridad delegada. Además, a menudo nos hemos rebelado contra las normas dispuestas por Dios. Por último, también nos hemos rebelado en contra de toda la economía de Dios. Por consiguiente, a los ojos de Dios, todos nos volvimos leprosos. La lepra entró en nosotros y luego brotó de nuestro interior.

  La lepra es pecado. En la Biblia, el primer caso de pecado fue la rebelión de Satanás. Satanás se rebeló contra Dios, y esa rebelión se convirtió en el pecado que ahora está presente en el universo. Antes de la rebelión de Satanás no existía tal cosa como el pecado. El pecado fue algo inventado, no creado, por el arcángel rebelde Lucifer.

  El pecado, de hecho, es lepra. En el sentido bíblico, el pecado denota rebelión. Así que, el pecado es rebelión contra Dios, contra la autoridad representativa de Dios o delegada por Dios, y contra el plan, arreglo, gobierno y administración de Dios. En un sentido general, el pecado es rebelión contra la economía de Dios. Esta rebelión fue inventada, iniciada, por Satanás mismo. Con el tiempo, el pecado entró en la humanidad. “El pecado entró en el mundo por medio de un hombre” (Ro. 5:12a). Este pecado, esta lepra, habiendo entrado en el hombre, produce muchas clases de pecados. Como consecuencia de ello, somos leprosos. Siempre que hacemos algo en contra de Dios, aquello es leproso. Así pues, vemos que el pecado guarda relación con la lepra. La lepra representa el pecado.

  Cuando el Señor Jesús descendió del monte donde decretó la constitución del reino de los cielos, lo primero que hizo fue limpiar a un leproso (Mt. 8:1-4). Este leproso representa a los descendientes caídos de Adán, todos los cuales son leprosos. El pecado que fue inventado por Satanás entró en la humanidad a través de Adán y nos constituyó a todos leprosos. Ahora la lepra produce muchas clases de pecados, es decir, diversas expresiones o manifestaciones propias de la rebelión.

II. HINCHAZÓN (EDEMA), ERUPCIÓN O MANCHA LUSTROSA EN LA PIEL DE UNA PERSONA

  Hinchazón (edema), erupción o mancha lustrosa en la piel de una persona (Lv. 13:2a) representan las manifestaciones externas en el hombre que consisten en indomabilidad, fricciones con otros, soberbia y exaltación propia. Las hinchazones, las erupciones y las manchas lustrosas en la piel del cuerpo son señales de lepra. En un sentido espiritual, éstas indican indomabilidad, ingobernabilidad. La indomabilidad es una especie de erupción. Una persona indomable es alguien que no está dispuesto a someterse a ninguna autoridad.

  Fricciones con otros también son señal de lepra. No debemos pensar que las fricciones que se dan entre los hermanos son insignificantes. Las fricciones son una erupción que indica que la lepra está brotando del interior de una persona. Lo mismo es cierto con respecto a la soberbia y la exaltación propia. Todos éstos son síntomas, señales, de que uno está leproso.

III. LA PERSONA ES TRAÍDA AL SACERDOTE, ES EXAMINADA POR ÉSTE Y ES ENCERRADA (RECLUIDA) POR SIETE DÍAS

  El hecho de ser traído al sacerdote, ser examinado por éste y ser encerrado (recluido) por siete días (vs. 2c-28) significa ser traído, por un lado, al Señor y, por otro, a aquel que sirve a Dios, ser examinado por ellos y ser impedido de tener contacto con otros por un período completo de tiempo. El Señor Jesús y los que sirven a Dios, los sacerdotes que sirven, están capacitados para examinar a una persona y determinar si tiene lepra.

IV. EL ASPECTO DE LA LEPRA

  Consideremos ahora el aspecto de la lepra. El aspecto de la lepra es la prueba de que hay lepra. Lo que encontramos en este capítulo con respecto al aspecto de la lepra es el diagnóstico divino, la medicina divina.

A. El pelo en la infección se ha vuelto blanco

  Que el pelo en la infección se tornase blanco (v. 3a) representa el deterioro de la fortaleza necesaria para llevar un comportamiento, una vida, normal. Los israelitas tenían cabello oscuro. El hecho de que el cabello oscuro de un israelita se tornara blanco era señal de que aquella persona se había debilitado. Esto indicaba la presencia de una enfermedad.

B. La infección es más profunda que la piel del cuerpo

  El versículo 3b dice que en algunos casos la infección era más profunda que la piel. Primero, aparecía una erupción, y luego la infección se hundía más profundamente que la piel del cuerpo. Esto significa que uno encubrió el mal comportamiento y no lo confesó.

C. La mancha lustrosa es blanca en la piel del cuerpo y no es más profunda que la piel, y el pelo en ella no se ha vuelto blanco

  El versículo 4a habla del caso en que la mancha lustrosa en la piel del cuerpo es blanca y no es más profunda que la piel, y el pelo en ella no se ha vuelto blanco. Éstas son buenas señales, buenos síntomas, no señales de lepra, pues significan que uno no encubrió el mal comportamiento, sino que lo confesó, y que la fortaleza para llevar un comportamiento apropiado no se ha deteriorado.

D. La infección se ha oscurecido y no se ha extendido en la piel

  Levítico 13:6 dice: “Al séptimo día el sacerdote lo examinará otra vez; si la infección se ha oscurecido y no se ha extendido en la piel, el sacerdote lo declarará limpio; es sólo una costra”. Que la infección se hubiera oscurecido y no se hubiera extendido en la piel significa que la debilidad de la persona fue absorbida por la vida divina mediante la obra de recobro que, con Su gracia, Cristo realizó en ella. Tal persona ha sido sanada, recobrada.

E. Si aparece una hinchazón blanca (edema) en la piel, la cual ha hecho que el pelo se vuelva blanco, y hay carne viva en la hinchazón, es lepra crónica en la piel del cuerpo

  “El sacerdote lo examinará, y si aparece una hinchazón blanca en la piel, la cual ha hecho que el pelo se vuelva blanco, y hay carne viva en la hinchazón, es lepra crónica en la piel de su cuerpo; y el sacerdote lo declarará inmundo. No lo aislará, porque es inmundo” (vs. 10-11). Esto significa que el viejo pecado ha vuelto a aparecer al debilitarse la fortaleza de la persona para llevar un comportamiento apropiado.

F. Si la lepra brota y se extiende en la piel, de modo que cubre toda la piel desde la cabeza hasta los pies, y toda la piel se ha vuelto blanca, la persona es limpia

  “Si la lepra brota y se extiende en la piel, de modo que cubre toda la piel del que tiene la infección, desde la cabeza hasta los pies, hasta donde pueda ver el sacerdote, entonces éste lo examinará; si la lepra ha cubierto todo su cuerpo, declarará limpio al que tiene la infección. Toda ella se ha vuelto blanca; él es limpio” (vs. 12-13). Esto significa que una persona que está llena de pecado y que está dispuesta a confesar todos sus pecados delante de Dios, es lavada. Esto va en contra de nuestra opinión. Según este tipo, si uno está lleno de pecado, si es completamente pecaminoso, pero no encubre su pecado, sino que hace una confesión exhaustiva delante de Dios, será perdonado y lavado. Sin embargo, una persona que no esté dispuesta a que sea revelada su condición, una persona que esconde lo que es, permanecerá leprosa. Esconder lo que somos y encubrir nuestro pecado son señales de lepra.

G. Cuando aparece en la piel carne viva, es lepra

  “Pero cuando aparezca en él carne viva, quedará inmundo. El sacerdote examinará la carne viva y lo declarará inmundo. La carne viva es inmunda; es lepra” (vs. 14-15). Aquí vemos que cuando aparece la carne viva en la piel, es lepra. Esto representa la reaparición del viejo pecado.

H. Si la carne viva cambia y se vuelve blanca, él que tenía la infección es limpio

  “Pero si la carne viva cambia y se vuelve blanca, él ira al sacerdote. El sacerdote lo examinará, y si la infección se ha vuelto blanca, el sacerdote declarará limpio al que tuvo la infección; es limpio” (vs. 16-17). Esto significa que si este pecado reiterado es confesado, será lavado.

I. Una hinchazón blanca (edema) o una mancha lustrosa, blanca rojiza, en la piel donde estaba el furúnculo, es lepra

  “Cuando el cuerpo haya tenido un furúnculo en la piel, y éste se haya sanado, y en el lugar del furúnculo haya una hinchazón blanca o una mancha lustrosa, blanca rojiza, entonces será mostrada al sacerdote. El sacerdote la examinará; y si parece haber penetrado por debajo de la superficie de la piel, y el pelo en ella se ha vuelto blanco, entonces el sacerdote lo declarará inmundo. Es una infección de lepra; ha brotado en el furúnculo” (vs. 18-20). Esto representa a la persona cuyo vivir externo se debilitó después que ella fue salva y, ahora, manifiesta nuevas flaquezas en su conducta.

J. Cuando haya en la piel de la carne una quemadura de fuego, y la carne viva de la quemadura se convierta en una mancha lustrosa, blanca rojiza o blanca, es una infección de lepra

  “Cuando haya en la piel de la carne una quemadura de fuego, y la carne viva de la quemadura se convierta en una mancha lustrosa, blanca rojiza o blanca, entonces el sacerdote la examinará; y si el pelo en la mancha lustrosa se ha vuelto blanco, y ésta parece ser más profunda que la piel, es lepra. Ha brotado en la quemadura, y el sacerdote lo declarará inmundo; es una infección de lepra” (vs. 24-25). Esto representa el comportamiento en la carne de una persona salva, a saber: se enoja, se justifica a sí misma y no está dispuesta a perdonar a otros, todo lo cual es síntoma de enfermedad. Enojarse es pecado y, por tanto, es señal de lepra espiritual. Lo mismo se aplica al hecho de justificarse uno mismo. Justificarnos a nosotros mismos, es decir, defendernos y no confesar nuestros fracasos, errores y malas acciones, es síntoma de lepra espiritual. Asimismo, no estar dispuestos a perdonar a otros es también síntoma de lepra espiritual. A nosotros los seres humanos caídos nos resulta difícil perdonar a los demás, pero nos es fácil recordar a los que nos han ofendido. A veces parece que perdonamos a nuestros hermanos y hermanas en el Señor, pero los perdonamos sin olvidar la ofensa. Recordamos la ofensa y quizás hasta hablemos de ella a los demás, diciéndoles que hemos perdonado al que nos ofendió. Esto es perdonar sin olvidar, y es una señal de enfermedad espiritual.

  En la vida de iglesia, todos somos probados en cuanto a cuán puros somos con respecto a nuestras motivaciones, propósito y acciones. La vida de iglesia mostrará dónde nos encontramos, qué somos y quiénes somos. Nuestra persona, nuestro corazón, nuestra mente, nuestra parte emotiva, nuestras intenciones, nuestras motivaciones y nuestros propósitos, todo ello será puesto a prueba por la vida de iglesia. Tal vez nuestros motivos sean puros hasta cierto grado, pero no son absolutamente puros. ¿Quién de entre nosotros puede decir que es completamente puro en cuanto a sus motivaciones, intenciones, voluntad y propósito? Ninguno de nosotros podría afirmar esto. Recuerden que somos la inmundicia misma por nacimiento, el conjunto total de la inmundicia. Es imposible que alguien que es el conjunto total de la inmundicia tenga absoluta pureza de motivos.

  Si vemos que somos el conjunto total de la inmundicia y que es imposible ser completamente puros en cuanto a nuestros motivos, intenciones y propósitos, nos daremos cuenta de cuánto necesitamos la plena salvación de Dios. Necesitamos a Cristo junto con Su muerte y Su resurrección. Necesitamos que Cristo sea nuestro holocausto y nuestra ofrenda por el pecado. Como nuestro holocausto, Cristo es nuestro vivir. Como nuestra ofrenda por el pecado, Cristo se encarga de nuestro pecado, no del pecado que teníamos antes de ser salvos, sino del pecado que cometemos después de nuestra salvación. Tenemos a Cristo junto con Su muerte y Su resurrección, y tenemos a Cristo como nuestro holocausto y ofrenda por el pecado. Ésta es la plena salvación de Dios.

  Antes de dormirnos en la noche, deberíamos dedicar algún tiempo para confesar nuestras faltas delante del Señor, pidiéndole que perdone nuestros pecados e impurezas. En particular, debemos pedirle al Señor que nos perdone cualquier impureza en nuestros motivos. Debemos tomarle una vez más como nuestra ofrenda por el pecado y como nuestra ofrenda por las transgresiones, y aplicar Su sangre preciosa y purificadora a nuestra situación. Entonces, con una conciencia purificada, esto es, con una conciencia que ha sido limpiada por la sangre y por el Espíritu, podremos dormir en paz.

  La segunda sección de Levítico, una sección que habla de un vivir santo, comienza con estos tres asuntos: el discernimiento en cuanto a la dieta, la inmundicia de nuestro nacimiento y nuestra condición leprosa. La lepra es el pecado que Satanás inventó. El pecado entró en nosotros por medio de la caída de nuestro padre Adán. Cuando Adán cayó, la misma lepra inventada por Satanás entró en nosotros. Esta lepra todavía permanece en nosotros. Fue por ello que Pablo declaró: “Si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí” (Ro. 7:20). Pablo se dio cuenta de que el germen de la lepra está dentro de nosotros. Habiendo entrado en nosotros, la lepra ahora brota de nuestro interior en forma de pecados, ofensas y transgresiones. Al respecto, necesitamos que Cristo sea nuestra ofrenda por el pecado y nuestra ofrenda por las transgresiones.

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