Mensaje 4
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Lectura bíblica: Lv. 1:2-6
El holocausto es el Cristo que lleva una vida de absoluta entrega a Dios para Su satisfacción. En este mensaje, basándonos en el texto de Levítico 1, veremos cómo ofrecer a Cristo en calidad de holocausto.
Levítico 1—7 no nos proporciona detalles respecto a lo que Cristo es como las ofrendas; más bien, estos capítulos nos muestran la manera en que podemos ofrecer a Cristo. Aunque Levítico 1—7 nos dice que Cristo es el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones, en realidad estos capítulos no nos dicen cómo Cristo es dichas ofrendas, sino que presentan cómo ofrecer a Cristo en calidad de ofrenda. Levítico 1—7 no habla de todo lo que Cristo es como las ofrendas. Por ejemplo, Levítico 1 no presenta todo lo que Cristo es como holocausto, sino que presenta la manera de ofrecer a Cristo como holocausto. Si estos capítulos únicamente nos hablaran de todo lo que Cristo es como las ofrendas, entonces sólo nos enseñarían doctrinas objetivas. Sin embargo, estos capítulos no contienen meras enseñanzas objetivas, sino que nos revelan las experiencias subjetivas que podemos tener de Cristo. El capítulo 1 no nos enseña todo lo que Cristo es como holocausto, sino cómo podemos experimentar a Cristo y cómo podemos presentar a Dios nuestra experiencia de Cristo. Esto guarda relación por completo no con la doctrina, sino con la experiencia.
Si no comprendemos este asunto, nos producirán desconcierto algunas de las cosas que se mencionan en Levítico 1, como por ejemplo, el lavamiento del holocausto. ¿Qué significa el hecho de que Cristo como holocausto sea lavado? Un asunto como éste queda claro cuando comprendemos que dicho capítulo no nos habla de Cristo en Su totalidad como holocausto, sino que nos muestra la manera en que podemos ofrecer a Cristo. Lo que ofrecemos no es el propio Cristo en Su totalidad, sino el Cristo que hemos experimentado.
En Levítico 1 vemos a Cristo en calidad de holocausto primero como un novillo (v. 5), en segundo lugar, como una oveja o una cabra (v. 10), y finalmente, como una tórtola o un palomino (v. 14). Cuando yo era joven, esto me inquietaba mucho, pues me preguntaba cómo podíamos tener a un Cristo de distintos tamaños. Por supuesto, en Sí mismo y en Su totalidad Cristo tiene un solo tamaño. El tamaño de Cristo es universal; Sus dimensiones son la anchura, la longitud, la altura y la profundidad (Ef. 3:18). Ni siquiera un novillo puede representar a Cristo en Su grandeza universal, en Sus dimensiones.
Aunque en Sí mismo Cristo tiene un solo tamaño, en términos de nuestra experiencia Él puede tener varios tamaños. Por ejemplo, un nuevo creyente a quien se le ha ayudado a conocer a Cristo en cierta medida, puede ofrecer Cristo a Dios en la mesa de Señor. A los ojos de Dios, lo que él ofrece de Cristo tal vez sea como un palomino. Pero supongamos que el apóstol Pablo estuviera presente en la reunión y también ofreciera Cristo a Dios como holocausto. A los ojos de Dios, la ofrenda de Pablo tal vez sería comparable a un novillo. Luego, supongamos que en la misma reunión otro creyente, quien ha estado en el Señor durante quince años y ha tenido muchas experiencias con el Señor, ofrece a Cristo como su holocausto. Quizás a los ojos de Dios esa ofrenda sería semejante a un cordero. Así pues, en la misma reunión veríamos a Cristo como holocausto en tres tamaños. Por supuesto, esto no significa que Cristo en realidad sea de diferentes tamaños. En Sí mismo Cristo tiene un solo tamaño. La diferencia, por tanto, no radica en lo que Él es, sino en lo que nosotros experimentamos.
Al leer Levítico 1 debemos tener presente que este capítulo no nos enseña respecto al verdadero tamaño de Cristo en Su totalidad; más bien, este capítulo nos enseña acerca del Cristo que nosotros experimentamos. Cristo es eternamente grande, pero en términos de nuestra experiencia, Él quizás sea del tamaño de un palomino. Después de algunos años, tal vez podríamos ofrecer a Cristo como cordero; y si continuamos creciendo, con el tiempo podríamos ofrecer como holocausto a un Cristo semejante al que ofreció Pablo: un novillo. Esto guarda relación con la experiencia, no con la doctrina. El hecho de que en Levítico 1 el holocausto sea de distintos tamaños indica que este capítulo no enseña algo relacionado con la doctrina, sino con la experiencia.
Leamos ahora el texto de Levítico 1 y consideremos varios asuntos importantes relacionados con la experiencia.
Al venir a la Tienda de Reunión, no debemos venir con las manos vacías, sino que debemos traer algo de Cristo. Levítico 1:2 dice: “Cuando alguno de entre vosotros presenta una ofrenda a Jehová, del ganado presentaréis vuestra ofrenda, ya sea del ganado vacuno u ovejuno”. Noten las palabras presenta y presentaréis. Aquí la palabra hebrea traducida “presenta” significa “acercar, traer algo a la presencia de alguien”; además, esta palabra implica traer, ofrecer.
Supongamos que un israelita que ha heredado una porción de la buena tierra es una persona indisciplinada y perezosa, que no labra la tierra, ni siembra semilla en ella ni la riega. Cuando llegue el tiempo de la cosecha, esa persona no tendrá nada que segar. Como resultado, no tendría nada que llevar a la fiesta; él se presentaría con las manos vacías. Al igual que las vírgenes insensatas de Mateo 25, las cuales quisieron que las vírgenes prudentes les prestaran de su aceite, este israelita perezoso procuraría pedir algo prestado o comprar algo de otros para ofrecerlo a Dios.
Hoy en día muchos santos son así. Son indisciplinados y perezosos y no laboran sobre Cristo, en Cristo, con Cristo y para Cristo. Sin embargo, Pablo era diferente. Él declaró que trabajaba, luchaba (Col. 1:28-29), laboraba (1 Co. 15:10), y aun combatía por causa de Cristo. Pablo era una persona muy activa; él trabajó más que todos los demás apóstoles, pero no él, sino la gracia de Dios que estaba con él. Al igual que Pablo, debemos laborar en Cristo a fin de obtener algo de Cristo que presentarle a Dios.
Por supuesto, en nosotros mismos y por nosotros mismos no somos nada ni podemos hacer nada. Ciertamente tenemos que depender de la lluvia del cielo. Supongamos que los cielos enviaran lluvia, pero que nosotros no laboráramos. ¿Qué sucedería? No segaríamos nada de Cristo y, por ende, no tendríamos nada de Cristo que presentarle a Dios. Debemos laborar en Cristo para poder presentarle algo de Cristo a Dios. Esto no guarda relación con la doctrina de Cristo como holocausto, sino con la experiencia de presentarle Cristo a Dios.
La palabra hebrea traducida “presenta” en Levítico 1:2 es la palabra corbán, que significa “una dádiva o un regalo”. Lo que traemos a la presencia de Dios se convierte en una dádiva, un regalo. Si quisiéramos traerle una dádiva a Dios, tendríamos que laborar en Cristo y trabajar, luchar y combatir por Cristo. Laborar en Cristo, nuestra buena tierra, significa labrar la tierra, sembrar la semilla, regar la semilla y, finalmente, recoger la cosecha. Esto equivale a trabajar o laborar diligentemente como labrador. En 2 Timoteo 2:6 se nos indica que somos labradores, la gente más diligente y trabajadora. Como labradores que somos, debemos laborar en Cristo. Si laboramos en Cristo, tendremos algo de Cristo como holocausto que presentarle a Dios.
La manera en que se ofrecía el holocausto es una demostración de nuestra experiencia de Cristo; es una demostración de cómo hemos experimentado la experiencia de Cristo. La manera en que se presenta la ofrenda es, por tanto, una demostración de la experiencia que hemos tenido de la experiencia de Cristo y también de la manera en que hemos experimentado esa experiencia de Cristo.
“Degollará el novillo delante de Jehová” (Lv. 1:5a). Esto indica que Cristo, como holocausto, fue degollado. Ser degollado es una experiencia personal que Cristo tuvo en la tierra. Como personas que aman a Cristo y desean tomar a Cristo como holocausto, debemos experimentar Su degollación. ¿Ha sido usted degollado alguna vez? ¿Ha experimentado alguna vez la degollación de Cristo? ¿Alguna vez ha hecho suya la experiencia de la degollación de Cristo? Debemos hacer nuestra la experiencia que tuvo Cristo al ser degollado.
Debemos experimentar esto en nuestra vida matrimonial. Supongamos que la esposa de un hermano es muy obstinada e insistente con él. ¿Qué debe hacer él? En lugar de discutir con ella, debe experimentar la experiencia que tuvo Cristo al ser degollado.
Consideremos el cuadro presentado en los Evangelios cuando el Señor Jesús estuvo de pie ante Pilato, quien estaba a punto de dar el veredicto final respecto a la crucifixión del Señor. El Señor fue entregado en manos de hombres malignos, quienes luego lo llevaron al lugar donde sería degollado. En esta situación, el Señor Jesús no ofreció resistencia alguna. Si experimentamos verdaderamente la degollación de Cristo, no ofreceremos ninguna resistencia cuando nuestro cónyuge nos lleve al matadero. En lugar de resistirnos, permitiremos que nuestro cónyuge nos ponga en la cruz.
Si experimentamos la degollación de Cristo, vendremos a la mesa del Señor y le alabaremos, quizás con lágrimas, diciendo: “Señor, gracias por darme la oportunidad de experimentar Tu degollación. ¡Cuán dulce fue el ser uno contigo al ser llevado al matadero!”. En esto consiste ofrecer a Dios el Cristo que es nuestro holocausto. Esto también es una demostración de cómo hemos experimentado a Cristo en Su experiencia de ser degollado.
Si todos los que estamos en las iglesias tenemos esta experiencia, no habrá riñas ni contiendas entre nosotros, sino que únicamente experimentaremos el ser llevados al matadero. En la mesa del Señor se ofrecerán muchas alabanzas al Señor, quizás con lágrimas, por las oportunidades que Él nos haya dado para experimentar la degollación de Cristo.
A veces argumentamos con los hermanos o con nuestro cónyuge. Cada vez que hacemos esto, nos alejamos de la cruz. Argumentar no es otra cosa que alejarnos para no ser degollados. Si hacemos esto, no podremos ofrecerle alabanzas al Señor en Su mesa. Todo cuanto digamos en nuestra oración o alabanza será vacío debido a que no hemos experimentado verdaderamente a Cristo en Sus sufrimientos. Por consiguiente, no tendremos holocausto que ofrecer. En tales circunstancias, no estaremos viviendo absolutamente entregados a Dios ni estaremos tomando a Cristo como nuestro holocausto para experimentar lo que Él experimentó al ser degollado. Es por ello que en la mesa del Señor acostumbramos cantar los mismos cánticos y ofrecer las mismas oraciones y alabanzas de una manera repetida, común y rutinaria, sin experimentar verdaderamente lo que es apreciar y ofrecer al Cristo que hemos experimentado.
Si experimentamos lo que Cristo experimentó al ser degollado, se ofrecerán muchas alabanzas al Señor en Su mesa, y no habrá contiendas en la vida de iglesia ni en nuestra vida matrimonial. Quizás algunos se opongan a nosotros y nos critiquen, pero no pelearemos con ellos. Sin decir nada, sencillamente permitiremos que otros nos lleven a la cruz y nos degüellen. Si ésta es nuestra experiencia, podremos presentarle a Dios una ofrenda grande en holocausto y le ofreceremos muchas alabanzas en la Tienda de Reunión. Lo que ofrezcamos a Dios será una demostración de cómo hemos experimentado la experiencia que tuvo Cristo al ser degollado.
La primera parte de 1:6 dice: “Desollará el holocausto”. Que el holocausto fuese desollado significa que Cristo estuvo dispuesto a ser despojado de la manifestación externa de Sus virtudes. En los cuatro Evangelios vemos que Cristo fue difamado, despojado de la belleza de Sus virtudes. Por ejemplo, algunos decían: “¿No decimos bien nosotros, que Tú eres samaritano, y que tienes demonio?” (Jn. 8:48). Otros decían de Él: “Demonio tiene, y está loco; ¿por qué le oís?” (10:20). Esto indica que el Señor Jesús, en calidad de holocausto, fue “desollado”.
Pablo también experimentó esta desolladura. Él fue desollado por los corintios, quienes lo acusaron de enviarles a Tito con el propósito de obtener dinero de ellos. Pablo se refirió a esta acusación en 2 Corintios 12:16-18. “Pero, “¡así sea! Yo no os he sido carga, sino que, según algunos de vosotros dicen, como soy astuto, os prendí por engaño, ¿acaso he tomado ventaja de vosotros por alguno de los que os he enviado? Rogué a Tito, y envié con él al hermano. ¿Acaso se aprovechó de vosotros Tito? ¿No hemos procedido con el mismo espíritu y en las mismas pisadas?”. Algunos de los corintios acusaron a Pablo de ser astuto. Dijeron que él era astuto para obtener ganancia, que aseguraba su provecho enviando a Tito con el fin de que éste recibiera la colecta para los santos pobres. El versículo 15 expresa la verdadera actitud de Pablo: “Yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas. Si amándoos más abundantemente, ¿seré yo amado menos?”. Él estaba dispuesto a gastarse completamente por amor de ellos; con todo, lo acusaron de engañarlos y de usar a Tito con el fin de robarles dinero. ¿No es esto una desolladura?
En 2 Corintios 6:3-13 Pablo enumera muchas señales que demuestran que él era un siervo, un ministro, de Dios. El versículo 8 dice: “A través de gloria y de deshonra, de mala fama y de buena fama”. Quizás nos resulte difícil creer que la propagación de rumores malignos en cuanto a Pablo fuera señal de su apostolado. Estos rumores demostraban que Pablo era un siervo de Dios. Un rumor maligno es una manera de desollar a alguien, de despojarlo de su belleza externa.
A nadie le gusta ser desollado. En los años que llevo en la vida de iglesia, muchos se han acercado a mí para pedirme que les volviera a “pegar la piel” que les fue quitada. Si su cónyuge lo desollara a usted, ¿no haría todo lo posible por volverse a “pegar la piel”? ¿No intentaría restaurar su buena fama, es decir, recobrar la expresión externa de sus virtudes?
Supongamos que usted intentara volverse a pegar la piel que le fue quitada. Al venir a la mesa del Señor, ¿podría alabar al Señor por ayudarle a recobrar la piel desollada? No creo que nadie pudiera ofrecer tal alabanza al Señor.
Sin embargo, supongamos que en la vida familiar y en la vida de iglesia usted pasa por muchas experiencias en las que es desollado. En este caso podría declarar: “Señor, he tenido la misma experiencia que Tú tuviste al ser desollado. Deseo seguirte y por eso acepto ser desollado, despojado, difamado, calumniado, así como Tú lo aceptaste. Señor, lo que yo he experimentado es lo mismo que Tú experimentaste al ser desollado”. Si usted es una persona con esta clase de experiencia, la alabanza que usted ofrezca en la mesa del Señor, aunque sea breve, conmoverá profundamente a todos en la reunión. Esto es lo que significa presentar a Cristo como holocausto de una manera auténtica, sincera y honesta.
Esto no es presentar a Cristo como holocausto en un sentido total. Nadie, ni siquiera Pablo, podría ofrecer a Cristo en Su totalidad. En vez de ello, nosotros presentamos únicamente la porción de Cristo que hemos experimentado.
Levítico 1:6 también dice que la persona que presentaba el holocausto tenía que cortarlo en trozos. A nadie le gusta ser cortado en trozos; al contrario, a todos nos gusta permanecer enteros, completos, perfectos. Cada vez que insistimos en que tenemos la razón y en que los demás están equivocados, estamos resistiéndonos a ser cortados en trozos. Cuando se nos acusa de haber hecho algo malo, somos cortados en trozos. En la mayoría de las contiendas que suceden entre los cónyuges, uno le dice al otro que está equivocado, y luego el otro argumenta diciendo que el primero es quien está equivocado.
Lo mismo sucede en la vida de iglesia. Una hermana tal vez se queje de que en la vida de iglesia otros se comportan de manera injusta. Al venir a la reunión, ella quizás mire a algún santo y piense que este santo no la ha tratado como es justo. Por otra parte, es posible que este santo también piense lo mismo de ella. El resultado será un conflicto interno. ¿Quién, entonces, está actuando de manera justa y quién no? El que actúa de manera justa es aquel que está dispuesto a ser puesto en la cruz para ser crucificado.
Lo único que puede solucionar los problemas que surgen entre cónyuges y entre los santos es el perdón. ¿Sabe usted lo que es perdonar? Perdonar equivale a olvidar. Si usted llegara a ofender a algunos de los santos que están en la vida de iglesia, es posible que no lo perdonen por el resto de sus vidas. Esta renuencia a perdonar afecta las alabanzas que se ofrecen en la mesa del Señor. Si los santos tienen quejas unos de otros, será difícil que la reunión de la mesa del Señor sea viviente y elevada.
Nosotros preferimos protegernos antes que estar dispuestos a ser cortados en trozos. Durante la vida que Cristo llevó en la tierra, Él fue cortado en trozos continuamente, y nosotros debemos experimentar lo mismo. En nuestra vida matrimonial y en nuestra vida de iglesia, debemos seguir los pasos del Señor en virtud de Su vida que está en nosotros. Su vida no es una vida contenciosa. Su vida es una vida que está dispuesta a experimentar el sufrimiento de ser cortado. Si experimentamos esto, podremos presentarle a Dios el Cristo que hemos experimentado.
A menudo hemos hablado de laborar en Cristo para tener algo de Cristo que exhibir en las reuniones. Laborar en Cristo incluye estar dispuestos a ser cortados en trozos al igual que Él. Si laboramos en Cristo de esta manera, el producto que ofrezcamos a Dios será el Cristo que fue cortado en trozos.
El holocausto era lavado con agua por el oferente. “Lavará con agua las partes internas y las piernas” (v. 9; cfr. 13a). Ciertamente esto no significa que Cristo, nuestro holocausto, estuviera sucio. Cuando el Señor Jesús vivió y anduvo en la tierra, el Espíritu que estaba en Él continuamente lo guardaba, lo protegía, lo resguardaba, a fin de que no se ensuciara. En nuestro andar diario necesitamos tener esta misma experiencia. Necesitamos experimentar lo mismo que Cristo experimentó al ser limpiado, lavado, por el Espíritu Santo. Podemos experimentar esto debido a que Su Espíritu que limpia está en nosotros y nos lava día tras día para guardarnos de ensuciarnos con el polvo terrenal.
Después de ser degollado, desollado, cortado en trozos y lavado, el holocausto era incinerado sobre el altar. “El sacerdote lo quemará todo sobre el altar; holocausto es, ofrenda por fuego, aroma que satisface a Jehová” (v. 9). Las palabras hebreas traducidas “aroma que satisface” significan literalmente “aroma que proporciona descanso o satisfacción”, esto es, aroma que proporciona satisfacción a la Deidad, a la cual se le ofrece, y que, por tanto, es recibida con agrado. Esta frase era un expresión técnica que se usaba para denotar el humo fragante que se eleva de un sacrificio encendido (S. R. Driver). En este versículo, la palabra quemará indica que la ofrenda no se consumía rápidamente, sino lentamente. Al consumirse de esta manera, desprendía un olor grato, un aroma que proporcionaba satisfacción, paz y descanso. Este aroma que satisface es un disfrute para Dios.
Cuando presentemos un holocausto encendido a Dios, se elevará hacia Él un aroma que le proporcionará satisfacción y descanso. Ya que Dios estará satisfecho, Él nos dará Su dulce aceptación. Éste es el significado del holocausto.
El holocausto denota la entrega absoluta de Cristo para la satisfacción de Dios. La manera de satisfacer a Dios con dulzura, paz y descanso consiste en llevar una vida de absoluta entrega a Dios. Ya que por nosotros mismos no podemos llevar tal vida, debemos tomar a Cristo como nuestro holocausto. Debemos poner nuestras manos sobre Él para indicar que deseamos identificarnos con Él, ser uno con Él y llevar la misma vida que Él llevó en la tierra. Llevar esta clase de vida incluye el hecho de ser degollados, desollados, cortados en trozos y lavados. Al pasar por todos estos procesos, tendremos algo que ofrecer a Dios como holocausto: el propio Cristo que hemos experimentado.