Mensaje 41
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Lectura bíblica: Lv. 13:47-49, 53-59
Al estudiar Levítico 13, un capítulo lleno de tipos y figuras, necesitamos el debido conocimiento y entendimiento de toda la Biblia. De lo contrario, no entenderemos este capítulo o lo entenderemos erróneamente o según nuestros prejuicios. El capítulo 13 de Levítico trata primeramente sobre la lepra que se manifiesta en el cuerpo de una persona, y luego, la lepra que se halla en las vestiduras. Como veremos más adelante, el capítulo 14 trata sobre la lepra hallada en una casa. Éstas son las tres categorías básicas de lepra.
En la Biblia, la vestimenta representa nuestra conducta externa, nuestra vida diaria. Por tanto, la lepra hallada en las vestiduras (vs. 47-59) representa la inmundicia manifestada en la vida que uno lleva, en la conducta, en el contacto con otros, etc.
En Levítico 13 se mencionan tres clases de vestiduras.
El versículo 47 habla sobre la infección de lepra en una prenda de lana. Las prendas de lana representan mansedumbre en la conducta, en el contacto con los demás, etc. Por ser suave, la lana representa un comportamiento manso.
Las prendas de lino (v. 47c) representan sencillez en la conducta, en el contacto con los demás, etc. El lino es puro, sencillo y simple. Nuestra conducta, según es representada por el lino, debe ser pura, sencilla y simple.
Las prendas de cuero son abrigadas. Por tanto, las vestiduras hechas de cuero (v. 48b) representan calidez en la conducta, en el contacto con los demás, etc.
Como representan estas tres clases de vestiduras, nuestra conducta debe manifestar mansedumbre, sencillez y calidez hacia los demás. No debe haber lepra alguna —la expresión de pecado y rebeldía— en ninguna de estas tres clases de conducta.
Tener en cuenta la urdimbre y la trama en las vestiduras es tener en cuenta la tela usada en la confección de las vestiduras. En una tela, la urdimbre va de arriba a abajo, y la trama va de izquierda a derecha.
La urdimbre va de abajo a arriba y de arriba a abajo. Así pues, la urdimbre en las vestiduras representa nuestra conducta externa ante Dios, o sea, nuestra relación con Dios. En nuestra conducta para con Dios, no debe haber lepra alguna, no debe haber rebelión.
En una tela, la trama va de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Por tanto, la trama representa nuestra conducta externa ante los demás. Este aspecto de nuestra conducta debe ser puro, limpio, sin lepra ni rebelión alguna.
En la conducta manifestada en nuestro andar diario hay entretejidos, es decir, una condición que incluye tanto a Dios como al hombre. No estamos completos si estamos bien únicamente con Dios o únicamente con los hombres. Por tanto, debemos ser apropiados tanto respecto a Dios como respecto a los hombres. De este modo, en nuestra vestimenta, es decir, en nuestra conducta, no habrá lepra ni en la urdimbre ni en la trama.
Las infecciones verdosas o rojizas presentes en la vestimenta (v. 49) representan los cambios anormales y extraños en la vida y conducta de una persona. Supongamos que una prenda de vestir que pertenecía a cierto israelita de repente se tornaba verdosa o rojiza. Esto sería un cambio anormal en el aspecto de la prenda. Tal cambio tipifica un cambio anormal en nuestro comportamiento. Nuestro vivir y conducta diarias deben ser normales. Sin embargo, la conducta de una persona puede cambiar de manera anormal y extraña. Esto es señal de enfermedad, señal de lepra.
Que la infección verdosa o rojiza que se propaga en la vestimenta se convirtiera en lepra maligna (corrosiva) (v. 51) representa el pecado que se extiende y se hace más maligno (corrosivo). Las palabras maligno y corrosivo indican una infección de la especie que se propaga carcomiendo la carne de la persona. Esta lepra maligna representa el pecado que se extiende dentro de una persona carcomiendo su ser. Al principio, el pecado tal vez comenzó en pequeña escala y en un grado muy bajo. Pero ahora, el pecado se ha extendido devorando a la persona y se hace cada vez más maligno.
“Quemará el vestido —ya sea la urdimbre o la trama, en lana o en lino, o cualquier objeto de cuero— en el cual aparezca la infección, porque es una lepra maligna; al fuego será quemado” (v. 52). Quemar la vestimenta al fuego significa eliminar la vida y conducta pecaminosas e inmundas. Cuando descubramos que algo pecaminoso en nosotros se vuelve cada vez peor, debemos eliminar esa cosa “quemándola”, es decir, al tomar medidas severas con respecto a ella mediante la cruz de Cristo.
Prenderle fuego a un vestido significa tomar medidas severas. A veces, en vez de tomar medidas tan severas, debemos tomar otra clase de medidas, a saber, el lavamiento del vestido. En cuanto a esto, los versículos 53 y 54 dicen: “Si el sacerdote examina la infección, y ésta no se ha extendido en el vestido, en la urdimbre o en la trama, o en cualquier objeto de cuero, entonces el sacerdote mandará lavar el objeto en que esté la infección; y lo aislará otra vez por siete días”. Lavar la vestimenta en la que no se extendió la infección representa tomar medidas con respecto a la posible flaqueza en nuestra vida y conducta. Quizás no se sepa con certeza si algo es realmente pecado y sólo se sospeche que lo sea. Si éste es el caso, basta con lavar el vestido. Esto es tomar medidas con respecto al asunto mediante el lavamiento del Espíritu de Dios, quien es comparado al agua que sirve para lavarse.
“Después que el objeto con la infección haya sido lavado, el sacerdote lo examinará; y si la infección no ha cambiado de aspecto, aunque ésta no se haya extendido, dicho objeto es inmundo. Lo quemarás al fuego; es una corrosión leprosa, esté lo raído en el derecho o en el revés del objeto” (v. 55). La corrosión leprosa, una lepra corrosiva más penetrante, es algo muy grave, pues representa al pecado que carcome, el cual cada vez es peor y más profundo, sin que su aspecto sea alterado mediante el arrepentimiento y la confesión. Ésta es la clase de pecado que puede dominar a una persona, devorándola y consumiéndola completamente.
En nuestra vida cristiana, a diario necesitamos practicar dos cosas: el arrepentimiento y la confesión. Un día sin arrepentimiento y sin confesión no es un buen día. Así como debemos lavar nuestras manos una y otra vez, también debemos arrepentirnos y confesar nuestras faltas una y otra vez. Cada día tenemos cosas por las cuales arrepentirnos y cosas que confesar. Si deseamos llevar una vida santa, necesitamos un lavamiento diario, y experimentamos este lavamiento mediante nuestro arrepentimiento y confesión.
Debemos arrepentirnos y confesar toda falta que hayamos cometido en nuestra vida matrimonial y en nuestra vida familiar. En nuestra vida matrimonial debemos estar dispuestos a pedirle perdón a nuestro cónyuge. Si no estamos dispuestos a pedirle perdón, tendremos problemas con nuestro marido o esposa. En la vida familiar, los padres deben estar dispuestos a pedir disculpas a sus hijos cuando los hayan ofendido. Las palabras “lo siento” implican arrepentimiento y confesión.
El perdón que Dios otorga a Sus hijos tiene ciertos requisitos o condiciones. La condición principal es nuestra confesión (1 Jn. 1:9), y la confesión es resultado de nuestro arrepentimiento. No podemos confesar algo si no nos hemos arrepentido.
Si hemos de llevar una vida santa, es necesario que conozcamos acerca del discernimiento en cuanto a la dieta, acerca de nuestro nacimiento y acerca de nuestra condición. Una vez que tengamos conocimiento de estas cosas, debemos darnos cuenta de que necesitamos arrepentirnos a diario. Debemos arrepentirnos debido a que es muy fácil cometer errores. Además, debemos arrepentirnos de lo que proviene de nuestro interior. Podemos usar como ejemplo la limpieza de nuestro cuerpo. Durante el día, tal vez nuestras manos no hayan tocado nada sucio; no obstante, lo que procede de nuestro interior nos ensucia. Por tanto, necesitamos un lavamiento diario. El mismo principio se aplica a nuestra vida cristiana. Aunque no hayamos tocado nada inmundo, aún debemos arrepentirnos de lo que procede del interior de nuestro ser. Esto significa que debemos arrepentirnos no sólo de lo que hacemos, sino también de lo que somos. Recordemos que somos el conjunto total de la inmundicia. Puesto que es así, diariamente debemos arrepentirnos y confesar.
“Si el sacerdote la examina, y la infección se ha oscurecido después de lavada, la arrancará del vestido o del cuero, sea de la urdimbre o de la trama” (Lv. 13:56). Esto representa la eliminación de la posible flaqueza en la vida y conducta de la persona. El oscurecimiento de la parte infectada en la vestimenta después de lavada es buena señal; es señal de sanidad, de recobro. No obstante, la parte que se ha oscurecido debe ser arrancada. Esto significa que la parte que se ha oscurecido debe ser cortada del vestido. Esto indica que debemos eliminar, mediante medidas exhaustivas, la flaqueza que sospechamos hay en nosotros.
El versículo 57 habla del caso en que la infección se vuelve a extender en el vestido después de haber sido arrancada la parte infectada. “Pero si aparece de nuevo en el vestido, sea en la urdimbre o en la trama, o en cualquier objeto de cuero, se va extendiendo. Quemarás al fuego el objeto en el cual está la infección”. La reaparición de la infección en la vestimenta es una mala señal; esto significa que la flaqueza se ha vuelto a manifestar, incluso después que la persona había tomado medidas con respecto a ella y la había eliminado.
“En cuanto al vestido, sea la urdimbre o la trama, o cualquier objeto de cuero, que laves, si desaparece la infección, se lavará por segunda vez, y entonces quedará limpio” (v. 58). El lavamiento de la vestimenta una segunda vez después que la infección ha desaparecido al ser lavada significa que después de haber tomado medidas con respecto a la flaqueza una primera vez, uno debe tomar medidas más profundas una segunda vez.
Los puntos que hemos abarcado en este mensaje nos muestran que debemos hacer cuatro cosas: arrepentirnos, confesar, tomar medidas con respecto a ciertos asuntos y eliminar ciertos asuntos. Si hemos de llevar una vida cristiana santa, apropiada y normal, diariamente debemos arrepentirnos, confesar, tomar medidas con respecto a las flaquezas que tenemos e incluso con respecto a las que sospechamos tener, y eliminar todas esas flaquezas de nuestra conducta. Esto nos muestra que tomar medidas con respecto al pecado, la lepra y la rebelión incluye muchos detalles.
Los capítulos 13 y 14 de Levítico abarcan el asunto del pecado más detalladamente que cualquier otro capítulo de la Biblia. Estos capítulos hablan del pecado que no sólo está presente en nuestro ser y en nuestra conducta, sino también en nuestra casa, en nuestra morada. Por consiguiente, hay que tener en cuenta tres cosas al tomar medidas con respecto al pecado: la lepra que hay en el cuerpo de uno, en sus vestiduras y en su casa. Una persona puede ser inmunda primero con relación a su cuerpo, y luego con relación a sus vestiduras y también con relación a su casa. Necesitamos ser purificados del pecado, de la lepra, en estos tres aspectos.
Si queremos eliminar estas tres clases de lepra, debemos arrepentirnos una y otra vez, incluso a cada hora. Por muy cuidadosos que seamos, no somos perfectos en nuestra conducta ni en nuestro contacto con los demás. La única persona perfecta es el Señor Jesús. Su comportamiento fue perfecto en todo aspecto. Nosotros, en cambio, definitivamente no somos perfectos. Por nacimiento somos la inmundicia misma, y todo nuestro ser es inmundo. ¿Cómo, pues, podríamos ser perfectos? ¿Cómo podríamos ser puros? Para nosotros, esto es imposible. Por tanto, debemos arrepentirnos de nuestros fracasos, confesar nuestros errores y tomar medidas con respecto a nuestros fracasos y errores, e incluso buscar eliminarlos.
En Levítico 13 se usan distintas palabras para describir y diagnosticar la lepra: hinchazón, erupción, mancha lustrosa, blanco, carne viva, crónica, furúnculo, mancha lustrosa de color blanca rojiza, tiña, pelo amarillento, verdosa, maligna. Si en nuestro estudio de este capítulo prestamos atención a todas estas expresiones, seremos iluminados respecto a lo repugnante que es la lepra. Veremos cuán problemática y contagiosa es la lepra. En particular, seremos iluminados en cuanto a la condición leprosa de nuestro propio ser, pues en todos estos detalles veremos un cuadro de nosotros mismos.
Si somos iluminados en cuanto a nosotros mismos, dejaremos de reclamar honra para nosotros mismos. ¿Cómo podría un leproso, una persona inmunda, considerarse digna de honra? Esto es imposible. No hay dignidad ni honra alguna en la lepra. Ninguno de nosotros debe ser honrado, estimado digno ni glorificado. ¿Quién, entonces, debe ser honrado? Solamente el Señor Jesús es digno de recibir gloria y honra. Sólo Él debe ser honrado y glorificado.
Debido a que este capítulo nos presenta un cuadro tan claro de nuestra situación negativa, ciertamente nos ayuda a conocernos a nosotros mismos. Puedo testificar que me ha ayudado mucho estudiar este capítulo a través de los años. No me es fácil olvidar lo que soy, porque he sido alumbrado de una manera profunda y detallada por medio de Levítico 13. He visto lo que soy en mí mismo. A menudo este capítulo me recuerda que no tengo nada por lo cual sentirme orgulloso. Si no fuera por la misericordia del Señor, esta lepra se extendería por todo mi ser y me consumiría.
Levítico 13 nos lleva a humillarnos. Este capítulo nos muestra que somos completamente leprosos, que somos el conjunto total de la rebelión. La rebelión está presente en cada parte de nuestro ser. En nosotros no hay sumisión, no hay sujeción, no hay obediencia. Por tanto, debemos llevar una vida de arrepentimiento y confesión, una vida en la que continuamente tomamos medidas con respecto a nuestras deficiencias y las eliminamos mediante la cruz de Cristo. De este modo, podríamos llevar una vida santa.
Digo “podríamos” porque por experiencia sé que no podemos ser perfectos ni siquiera por un solo día. Tal vez tengamos un buen comienzo en la mañana, pero no nos vaya muy bien el resto del día. ¿Ha sido perfecto usted alguna vez en llevar una vida santa durante todo un día? Yo no recuerdo jamás haber tenido un día así. ¿Y qué de usted?
El capítulo 13 de Levítico revela que somos el conjunto total de la lepra. Cada aspecto de la inmundicia en la que nacimos guarda relación con la lepra, con la rebelión. La rebelión, la inmundicia, la lepra, el pecado: todos ellos son sinónimos. Decir que por nacimiento somos la inmundicia misma equivale a decir que por nacimiento somos la rebelión misma. Somos el conjunto total de la rebelión. Ya que ésta es nuestra situación, si deseamos llevar una vida santa, debemos arrepentirnos y confesar durante todo el día.
Consideren la reacción de Isaías cuando vio la gloria de Cristo (Is. 6:1; Jn. 12:41). Él dijo: “¡Ay de mí, porque soy muerto! / Pues soy hombre de labios inmundos, / y habito en medio de un pueblo de labios inmundos” (Is. 6:5). En cuanto a nuestra lengua, Jacobo dijo: “Ningún hombre puede domar la lengua” (Jac. 3:8a). Él también dijo: “Si alguno no tropieza en palabra, éste es varón perfecto” (v. 2). ¡Cuántos problemas son causados por nuestros labios y nuestra lengua! Cuando hablamos, es muy fácil decir algo pecaminoso, algo que requiere nuestro arrepentimiento y confesión.
En Levítico 12 vemos que somos el conjunto total de la inmundicia, y en Levítico 13 vemos que somos el conjunto total de la lepra. Esta lepra es pecado, y el pecado es rebelión. Por consiguiente, debemos arrepentirnos y confesar continuamente.