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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Levítico»
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Mensaje 46

LA EXPIACIÓN

(1)

  Lectura bíblica: Lv. 16:1-16; He. 10:1-4

  En este mensaje llegamos al asunto de la expiación. La expiación es un término teológico que presenta muchas dificultades. La definición dada en la mayoría de los diccionarios no concuerda con el significado de la palabra hebrea. La palabra hebrea traducida “expiación” en Levítico 16 significa “cubrir”; tiene la misma raíz que la palabra usada para denotar la cubierta del Arca. En el Arca, el lugar donde Dios se reunía con Su pueblo y donde el pueblo se reunía con Dios, estaban las dos tablas de los Diez Mandamientos. Esto significa que las tablas de los Diez Mandamientos estaban delante de Dios y delante de todo el que venía a reunirse con Dios. Los Diez Mandamientos sacaban a luz todos los pecados cometidos por aquel que se acercaba a Dios.

  Existe un problema entre Dios y aquellos que se acercan a Él. El problema no radica en Dios, por cuanto Él ama a Su pueblo y desea reunirse con ellos; más bien, el problema estriba en que Su pueblo ha cometido pecados, pues ha hecho muchas cosas contrarias a Sus mandamientos.

  Los Diez Mandamientos nos presentan un retrato de lo que Dios es. Dios es amor y luz, y Él es santo y justo. Estas cuatro palabras —amor, luz, santo y justo— describen la clase de Dios que Él es. Dios está lleno de amor y luz, y Él es justo y santo. Por tanto, Él nos dio los Diez Mandamientos para mostrarnos que Él es tal Dios.

  Las tablas de los Diez Mandamientos estaban enfrente del que se acercaba a Dios y ponían de manifiesto que él era un pecador. Por tanto, entre Dios y aquel que se acercaba a Él existía el problema del pecado y de los pecados. ¿Cómo podía una persona pecaminosa acercarse a Dios y conversar con Él, quien es amor y luz y quien es justo y santo? Este problema tenía que ser resuelto; de lo contrario, persistiría un obstáculo, un estorbo, entre Dios y aquel que se acercara a Él.

  Hemos visto que somos inmundos por nacimiento y que estamos rodeados de personas inmundas. Por esta razón, el problema no sólo tiene que ver con nuestro nacimiento, sino también con el contacto que tenemos con otras personas. Este contacto nos puede contaminar muy fácilmente. Además, según nuestra condición, somos totalmente leprosos; de hecho, somos la lepra en su totalidad. Más aún, todo lo que procede de nosotros en forma de flujo es inmundo, contagioso y contaminante. ¿Cómo podría una persona así acercarse a Dios, quien es limpio, santo y justo, y conversar con Él? Esto es imposible. Dios ama al hombre, pero el hombre se encuentra en una condición lamentable. Esta condición, pues, revela lo que necesitamos. Necesitamos expiación, propiciación.

  Como ya dijimos, la palabra hebrea traducida “expiación” significa “cubrir” y tiene la misma raíz que la palabra usada para denotar la cubierta del Arca. Era necesario cubrir las tablas de los Diez Mandamientos que estaban en el Arca. Sólo si se cubrían los Diez Mandamientos podía ser apaciguada la situación entre Dios y nosotros.

  La expiación, o propiciación, apacigua nuestra situación. La propiciación no tiene como objetivo primordial apaciguar a Dios, sino nuestra situación ante Dios. Quien tiene un problema somos nosotros, no Dios. Dios no está enojado con nosotros. Dios nos ama; pero con todo y ello, subsiste un problema entre Dios y nosotros. Por ello, era necesario que fuese apaciguada nuestra situación por la cubierta que estaba puesta sobre los mandamientos, los cuales nos condenaban y juzgaban.

  No tenemos que rogarle a Dios que nos perdone. Él está dispuesto a perdonarnos una vez que tenga una base para hacerlo. Puesto que Dios es justo, Su perdón requiere que Él tenga una base para perdonarnos. Supongamos que dijéramos: “Dios, yo sé que me amas. Te ruego que me perdones”. Si dijéramos esto, Dios nos contestaría: “Sí, te amo. No es necesario que me ruegues que te perdone. Pero, ¿qué de los Diez Mandamientos? Pondré una cubierta sobre ellos por causa de ti. Entonces quedará apaciguada tu situación”. ¡Qué maravilloso es que mediante la propiciación, haya sido apaciguada nuestra situación con Dios!

  Al predicar el evangelio, algunos han dicho que Dios está enojado con nosotros, pero que Jesús, nuestro Amigo, le pide a Dios que le conceda el favor de perdonarnos. Según esta clase de predicación del evangelio, Dios le concede al Señor la petición y nos perdona. Esta manera de predicar el evangelio es completamente errónea porque describe a Dios de una manera totalmente equivocada.

  Juan 3:16 dice: “De tal manera amó Dios al mundo”. Aquí mundo denota la humanidad caída. Aunque la humanidad está en una condición caída, Dios la sigue amando. No debemos pensar que Él está enojado con nosotros. En lugar de estar enojado con nosotros, Él nos ama. Él nos amó a tal grado que en la eternidad pasada preparó el camino para primeramente cubrir nuestros pecados, y después quitarlos. En el Antiguo Testamento, la economía de Dios consistía en cubrir los pecados del hombre; en el Nuevo Testamento, la economía de Dios consiste en quitar los pecados del hombre.

  Aunque en la época del Antiguo Testamento no se quitaban los pecados del hombre, Dios proporcionó algo que cubría los Diez Mandamientos a fin de apaciguar la situación del hombre caído. Por encima de la cubierta del Arca se encontraban dos querubines que velaban sobre los Diez Mandamientos. En tipología, los querubines representan la gloria de Dios. Así que, el que los querubines velaran sobre los Diez Mandamientos significa que era la gloria de Dios la que velaba sobre ellos. La gloria de Dios velaba sobre los Diez Mandamientos y estaba a la expectativa de ver lo que el Dios santo y justo haría con el pecador que se acercara. Una cubierta fue puesta para cubrir los Diez Mandamientos a fin de que la gloria de Dios no pudiera ver dichos mandamientos, sino únicamente la cubierta. Esto mismo sucede con Dios: Él ve únicamente la cubierta; Él no ve los Diez Mandamientos. En Levítico 16:2, 13-15, a esta cubierta se le llamaba la cubierta expiatoria. Por tanto, en el Antiguo Testamento la expiación, según el hebreo, consistía en cubrir.

  En la Septuaginta, la traducción griega del Antiguo Testamento, la palabra propiciación se usa para denotar la cubierta del Arca. La palabra griega traducida “propiciación” significa “apaciguar una situación conflictiva entre dos partidos”. Entre estas dos partes hay un problema que impide que se comuniquen. Entonces, algo sucede que apacigua tal situación. En el Antiguo Testamento, la cubierta del Arca es lo que apacigua el conflicto entre Dios y el hombre caído. Debido a que los Diez Mandamientos eran cubiertos y que el conflicto era apaciguado, el que se acercaba a Dios podía estar en paz, y ya nada impedía que Dios y el que se le acercaba pudieran comunicarse libremente. Por consiguiente, el Antiguo Testamento revela que la cubierta del Arca —la cual contenía los Diez Mandamientos y se encontraba en el Lugar Santísimo— era el lugar donde Dios se reunía con Su pueblo.

  La versión King James usa la expresión mercy seat (asiento de misericordia) para traducir la palabra hebrea que significa “cubierta expiatoria” (Lv. 16:2), y atonement para traducir la palabra que significa “expiación”. Muchos teólogos usan las palabras expiación (un asunto que pertenece al Antiguo Testamento) y redención (un asunto que pertenece al Nuevo Testamento) de manera intercambiable. Además, en algunos himnos se usa la palabra expiación cuando debiera usarse la palabra redención. No obstante, lo que encontramos en el Nuevo Testamento no es expiación, sino redención.

  Expiar significa restablecer la unidad entre dos partidos. Hacer expiación equivale a hacer que dos partidos lleguen a ser uno, es decir, que la unidad entre ellos sea restablecida. En el Antiguo Testamento, este acto de restablecer la unidad equivale a la propiciación. En nuestra versión de Levítico usamos la palabra expiación.

  Existe una diferencia entre la expiación mencionada en el Antiguo Testamento y la redención mencionada en el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, los pecados eran cubiertos, pero no eran quitados. Esta acción de cubrir el pecado y los pecados en el Antiguo Testamento tenía que ver con la expiación. En el Nuevo Testamento, por el contrario, los pecados son quitados. “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Jn. 1:29). Aquí pecado se refiere al conjunto total del pecado y los pecados. El punto crucial es que los pecados son quitados y no meramente cubiertos. Esto tiene que ver con la redención.

  Según Hebreos 10:1-4, la expiación que se hacía en el Antiguo Testamento no podía quitar los pecados. Si esa expiación hubiese podido quitar los pecados, no habría sido necesario que el pueblo ofreciera la ofrenda por el pecado continuamente año tras año. El hecho de que esta ofrenda se presentara repetidas veces indicaba que la acción de quitar los pecados —la cual daría cumplimiento a la redención— aún no se había efectuado. Para ello, era necesario que el Señor Jesús viniera a morir en la cruz por nuestra redención.

  Hebreos 10:5-9 es una cita de Salmos 40:6-8, la cual es una profecía acerca de Cristo. Hebreos 10:5 dice: “Por lo cual, entrando en el mundo, dice: ‘Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo’”. A Cristo le fue preparado un cuerpo para que Él fuese la verdadera ofrenda, no para cubrir el pecado y los pecados, sino para quitar el pecado en su totalidad. Esto fue lo que hizo el Señor Jesús cuando murió en la cruz. En la cruz, Él quitó el pecado para efectuar la plena redención. Ahora lo que encontramos en el Nuevo Testamento no es el mero hecho de cubrir los pecados para apaciguar la situación, sino una redención plena y completa que resuelve el problema del pecado en su totalidad.

  Los diez primeros capítulos de Levítico abarcan las ofrendas y el sacerdocio. Luego, los capítulos del 11 al 15 son muy negativos, mostrándonos lo que somos, dónde estamos, cuál es nuestra condición y lo que procede de nosotros. Estos capítulos ponen al descubierto totalmente nuestra condición. Estos capítulos no son solamente un espejo, sino rayos X que ponen en evidencia plenamente lo que somos. Ahora sabemos lo que somos, dónde estamos y cuál es nuestra condición. Además, sabemos que lo que procede de nuestro ser natural es inmundo. Junto con Pablo podemos decir: “Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (Ro. 7:18a). Nosotros somos el conjunto total de la inmundicia, el conjunto total de la lepra. Por ser tales personas, necesitamos una ofrenda por el pecado que solucione el problema fundamental del pecado. Además, como pecadores que somos, no estamos absolutamente entregados a Dios, sino completamente dados a nosotros mismos. Por tanto, necesitamos también un holocausto.

  Nuestra verdadera situación es que somos pecaminosos y que no estamos absolutamente entregados a Dios. Independientemente de qué clase de persona seamos, somos pecadores y no estamos absolutamente entregados a Dios. Por tanto, necesitamos una ofrenda por el pecado y un holocausto. Necesitamos una ofrenda por el pecado que resuelva el problema fundamental de nuestro pecado. Necesitamos un holocausto a fin de que podamos llevar una vida de absoluta entrega a Dios.

  Cristo es la ofrenda por el pecado y también el holocausto. Según Hebreos 10, Cristo vino para hacer dos cosas: quitar nuestros pecados (vs. 10-12) y hacer la voluntad de Dios (vs. 7, 9). Cristo vino para quitar nuestro pecado, para resolver el problema fundamental del pecado; Él también vino para hacer la voluntad de Dios, puesto que Él está total y absolutamente entregado a Dios. Cristo, por tanto, es la ofrenda por el pecado y el holocausto.

  El Antiguo Testamento no fue una época en la que los pecados fueron quitados, sino en la que éstos fueron cubiertos. Lo que vemos en Levítico 16 es la acción de cubrir los pecados. En cuanto a la expiación mencionada en este capítulo, se necesitan dos ofrendas para cubrir los pecados: la ofrenda por el pecado y el holocausto. Para cubrir nuestros pecados y, por ende, para apaciguar la situación conflictiva que tenemos con Dios, necesitamos estas dos ofrendas.

  Examinemos ahora todos los detalles relacionados con la expiación hallados en Levítico 16.

I. A AARÓN SE LE PROHÍBE ENTRAR EN CUALQUIER TIEMPO EN EL LUGAR SANTÍSIMO DETRÁS DEL VELO, DELANTE DE LA CUBIERTA EXPIATORIA, LA CUAL ESTÁ SOBRE EL ARCA, NO SEA QUE MUERA

  “Y Jehová dijo a Moisés: Di a Aarón, tu hermano, que no entre en cualquier tiempo en el Lugar Santísimo detrás del velo, delante de la cubierta expiatoria, la cual está sobre el Arca, no sea que muera; pues Yo me apareceré en la nube sobre la cubierta expiatoria” (v. 2). Esto significa que el hombre, quien es pecaminoso a causa de la caída, no puede entrar en la presencia de Dios por sí mismo.

  En el tabernáculo se encontraban el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. La mesa de los panes de la Presencia, el candelero y el altar del incienso estaban en el Lugar Santo, y el Arca que contenía las dos tablas de los Diez Mandamientos estaba en el Lugar Santísimo. Un velo separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo. El sumo sacerdote podía entrar en el Lugar Santo en cualquier momento. Sin embargo, debido a que la gloria shekiná, la gloria de Dios, estaba en el Lugar Santísimo y debido a que la presencia de Dios estaba sobre la tapa del Arca (la cubierta expiatoria), el sumo sacerdote no podía entrar en cualquier tiempo en ese lugar, para que no muriera, como les sucedió a los hijos de Aarón (10:1-2). Esto indica que al hombre en su condición caída se le prohíbe entrar en la presencia de Dios, la cual estaba oculta detrás del velo.

II. PARA ENTRAR AL LUGAR SANTÍSIMO, AARÓN TRAE CONSIGO UN NOVILLO DEL GANADO PARA LA OFRENDA POR EL PECADO Y UN CARNERO PARA EL HOLOCAUSTO

  “Así entrará Aarón al Lugar Santísimo: con un novillo del ganado para la ofrenda por el pecado y un carnero para el holocausto” (16:3). Esto significa que para acercarse a Dios, el hombre necesariamente tiene que hacerlo mediante Cristo como su ofrenda por el pecado y su holocausto.

  En los capítulos del 11 al 15 se nos muestra un cuadro del hombre caído. Este cuadro revela que el hombre es el conjunto total de la inmundicia, el conjunto total de la rebelión, el conjunto total de la lepra. En tales condiciones, el hombre no puede entrar en la presencia de Dios sin Cristo como su ofrenda por el pecado y su holocausto.

III. A FIN DE ENTRAR AL LUGAR SANTÍSIMO, AARÓN SE VISTE CON LA TÚNICA SANTA DE LINO, LOS CALZONCILLOS DE LINO ESTÁN SOBRE SU CUERPO, SE CIÑE EL CINTURÓN DE LINO Y SE CUBRE CON EL TURBANTE DE LINO

  “Se vestirá con la túnica santa de lino, los calzoncillos de lino estarán sobre su cuerpo, se ceñirá el cinturón de lino y se cubrirá con el turbante de lino; éstas son las vestiduras santas” (v. 4a). Esto significa que quien se acerca a Dios debe tomar a Cristo como su justicia y santidad a fin de cubrir todo su ser y expresar a Cristo.

  Todas las prendas de lino que Aarón vestía tipifican la justicia y santidad de Dios. La justicia de Dios y Su santidad son Cristo mismo. Por tanto, el hecho de que Aarón se pusiera estas prendas de lino tipifica el hecho de que hoy en día nosotros estamos vestidos de Cristo. Cada vez que entremos en la presencia de Dios, debemos vestirnos de Cristo como nuestra túnica, nuestros calzoncillos, nuestro cinturón y nuestro turbante. Cristo, quien es la justicia y santidad de Dios, debe ser lo que nos cubre totalmente. Una vez que Cristo cubra todo nuestro ser, le expresaremos. Por consiguiente, necesitamos que Cristo sea no solamente nuestra ofrenda por el pecado y nuestro holocausto, sino también nuestra cubierta.

IV. AARÓN BAÑA SU CARNE EN AGUA Y SE VISTE CON LAS VESTIDURAS SANTAS

  El versículo 4b nos dice que Aarón debía bañar su carne en agua y vestirse con las vestiduras santas. Esto significa que primero uno debe tomar medidas con respecto a sí mismo antes de tomar a Cristo como su cubierta, justicia y santidad. Primero, debemos tomar medidas con respecto a nosotros mismos; esto lo representa el hecho de bañarse en agua. Luego, debemos vestirnos con los distintos aspectos de Cristo, que son las vestiduras que nos cubren; esto lo representa el hecho de que el sacerdote se vestía con las vestiduras santas.

V. AARÓN TOMA DE LA ASAMBLEA DE LOS HIJOS DE ISRAEL DOS MACHOS CABRÍOS PARA OFRENDA POR EL PECADO Y UN CARNERO PARA EL HOLOCAUSTO

  “Tomará de la asamblea de los hijos de Israel dos machos cabríos para la ofrenda por el pecado y un carnero para el holocausto” (v. 5). Esto significa que todo aquel que desea entrar en la presencia de Dios y servirle tiene que primero experimentar personalmente a Cristo como su ofrenda por el pecado y su holocausto por el bien de aquellos a quienes sirve.

  La ofrenda por el pecado tiene que ver con un aspecto negativo, y el holocausto tiene que ver con un aspecto positivo. En lo referente al aspecto negativo, se usaban machos cabríos (cfr. Mt. 25:32-33, 41), y en lo referente al aspecto positivo, se usaba un carnero. Nosotros, los santos que servimos, debemos experimentar a Cristo como ofrenda por el pecado y como holocausto, no sólo por nuestro propio beneficio, sino también por el bien de aquellos a quienes servimos. Primero, experimentamos a Cristo como ofrenda por el pecado y como holocausto, y luego ministramos a los demás lo que hemos experimentado para que ellos también experimenten lo mismo.

VI. AARÓN PRESENTA EL NOVILLO DE LA OFRENDA POR EL PECADO EN BENEFICIO DE SÍ MISMO Y DE SU CASA

  Los versículos 6 y 11 nos dicen que Aarón debía ofrecer el novillo de la ofrenda por el pecado en beneficio de sí mismo, es decir, para hacer expiación por sí mismo y por su casa. Esto indica que, como aquel que tipifica a Cristo, Aarón no tenía necesidad de expiación, pero como aquel que nos tipifica a nosotros, sí requería expiación a fin de ejercer el sacerdocio.

VII. AARÓN TOMA LOS DOS MACHOS CABRÍOS DE LA ASAMBLEA, LOS PRESENTA DELANTE DE JEHOVÁ, ECHA SUERTES SOBRE ELLOS, UNA SUERTE PARA JEHOVÁ Y OTRA SUERTE PARA AZAZEL, Y OFRECE EL MACHO CABRÍO SOBRE EL CUAL HAYA CAÍDO LA SUERTE PARA JEHOVÁ COMO OFRENDA POR EL PECADO, PERO EL MACHO CABRÍO SOBRE EL CUAL HAYA CAÍDO LA SUERTE PARA AZAZEL ES PRESENTADO VIVO DELANTE DE JEHOVÁ A FIN DE QUE SEA ENVIADO A AZAZEL AL DESIERTO

  “Después tomará los dos machos cabríos y los presentará delante de Jehová, a la entrada de la Tienda de Reunión. Luego Aarón echará suertes sobre los dos machos cabríos: una suerte para Jehová y otra suerte para Azazel. Y Aarón presentará el macho cabrío sobre el cual haya caído la suerte para Jehová, y lo ofrecerá como ofrenda por el pecado. Pero el macho cabrío sobre el cual haya caído la suerte para Azazel será presentado vivo delante de Jehová, para hacer expiación sobre él, a fin de que sea enviado a Azazel al desierto” (vs. 7-10). Los versículos 20b-22 añaden: “Presentará el macho cabrío vivo. Aarón pondrá ambas manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel y todas sus transgresiones, todos sus pecados; los pondrá así sobre la cabeza del macho cabrío. Luego lo enviará al desierto por medio de un hombre designado para ello. Así el macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a una tierra solitaria, y dejará ir el macho cabrío por el desierto”. Todo esto significa que Cristo, quien es la ofrenda por el pecado del pueblo de Dios, por un lado, se hace cargo de nuestro pecado delante de Dios y, por otro, mediante la eficacia de la cruz, envía el pecado de regreso a Satanás, de quien vino el pecado al hombre.

  Si estudiamos este capítulo detalladamente, nos daremos cuenta de que Azazel representa a Satanás, el pecaminoso, quien es la fuente, el origen, del pecado. El macho cabrío designado para Jehová debía ser inmolado, pero el macho cabrío designado para Satanás, el diablo, debía ser enviado lejos. Éstas son buenas nuevas, el evangelio completo y perfecto, pues significa que el pecado ha sido enviado de regreso a Satanás, su fuente. El pecado vino de Satanás y entró en el hombre, y no había forma de que el hombre caído pudiera deshacerse de él. Pero Cristo murió en la cruz por nuestros pecados y como nuestra ofrenda por el pecado. Según Hebreos 2:14, por medio de Su muerte en la cruz Cristo destruyó “al que tiene el imperio de la muerte, esto es, al diablo”. Por medio de Su muerte, Cristo destruyó a Satanás, la fuente del pecado. Por consiguiente, la cruz le da a Cristo la posición, la fuerza, el poder y la autoridad para quitar el pecado y enviarlo de regreso a Satanás. El pecado vino de Satanás y debe ser enviado de regreso a él. Satanás llevará consigo el pecado al lago de fuego. Todos aquellos que no sean salvos ayudarán a Satanás a llevar sobre sí el pecado en el lago de fuego por la eternidad.

  Alabamos al Señor porque hemos sido salvos y porque nuestro pecado ya fue quitado. Todos deberíamos regocijarnos por las palabras proclamadas por Juan el Bautista: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Jn. 1:29). Antes que Cristo viniera, el pecado era cubierto, pero no era quitado. Aunque el pecado permanecía, éste estaba cubierto a los ojos de Dios, y el conflicto entre el hombre y Dios era apaciguado. Como resultado, los santos del Antiguo Testamento podían tener paz con Dios. Pero debido a que Cristo vino a morir en la cruz por nuestro pecado, fueron quitados nuestros pecados así como los pecados de los santos del Antiguo Testamento y enviados de regreso a Satanás. Tal es la eficacia de la cruz de Cristo. Mediante Su cruz, el Señor Jesús tiene la posición y es apto —con poder, fuerza y autoridad— para quitar el pecado de los redimidos y enviarlo de regreso a su fuente, Satanás.

VIII. AARÓN TOMA DEL ALTAR UN INCENSARIO LLENO DE BRASAS DE FUEGO Y DOS PUÑADOS DE INCIENSO AROMÁTICO FINAMENTE MOLIDO, Y LO LLEVA DETRÁS DEL VELO, Y PONE EL INCIENSO SOBRE EL FUEGO, DE MANERA QUE LA NUBE DE INCIENSO CUBRA LA CUBIERTA EXPIATORIA QUE ESTÁ SOBRE EL ARCA, PARA QUE NO MUERA

  “Después tomará del altar que está delante de Jehová un incensario lleno de brasas de fuego y dos puñados de incienso aromático finamente molido, y lo llevará detrás del velo. Pondrá el incienso sobre el fuego delante de Jehová, de manera que la nube de incienso cubra la cubierta expiatoria que está sobre el Testimonio, para que no muera” (vs. 12-13). Esto significa que en Su resurrección, el Señor Jesús fue hecho fragancia grata a fin de ser el medio y la protección que nos permite acercarnos a Dios con toda confianza y ser aceptados por Él sin tener que morir. Éste es uno de los resultados producidos mediante la muerte del Señor Jesús en la cruz por la cual se derramó sangre y se efectuó la redención (muerte representada por las brasas de fuego del altar y el incienso de especias finamente molidas).

  Por una parte, en la redención que Dios efectúa, Cristo es las ofrendas para que seamos redimidos del pecado y para que nuestros pecados sean quitados. Él es la ofrenda por el pecado y el holocausto. Por otra parte, Cristo es el incienso aromático que hace posible que seamos aceptados por Dios. El olor grato, la fragancia, del incienso se produce con el fuego. Si el incienso no fuese quemado, no se produciría un olor grato. El fuego con el cual se quemaba el incienso provenía del altar que estaba delante del tabernáculo. A fin de que podamos ser redimidos, Cristo es las ofrendas que se ofrecen sobre el altar en el atrio; y a fin de que podamos ser aceptados, Cristo es el incienso que se quema sobre el altar del incienso, el altar de oro, en el Lugar Santo, con el fuego procedente del altar del atrio. Esto significa que el hecho de que Él arda como incienso para que seamos aceptados por Dios se basa en Su muerte en la cruz por nuestros pecados.

  Nosotros, como pecadores, éramos pecaminosos a los ojos de Dios. Además, de ningún modo éramos aceptables delante de Él. De nosotros no procedía ninguna fragancia, sino únicamente flujos inmundos. Así que, para ocuparse del aspecto negativo, Cristo primero se convirtió en las ofrendas a fin de quitar nuestro pecado. Luego, para ocuparse del aspecto positivo, Cristo —sobre la base de Su muerte en la cruz— se convirtió en el incienso para que Dios nos aceptase.

  En Levítico 16 vemos, por tanto, dos cuadros particulares de Cristo. Un cuadro nos muestra a Cristo como nuestras ofrendas, las cuales quitan el pecado y lo envían de regreso a Satanás. Esto resuelve el problema de nuestro pecado. No obstante, aún no somos una fragancia para Dios. Por consiguiente, en el segundo cuadro vemos que Cristo, con base en Su muerte, es quemado como fragancia para Dios a fin de que seamos aceptados por Él.

  Ahora entendemos por qué debemos acudir a Dios en Cristo. En Cristo no sólo implica el hecho de no tener pecado, sino también el hecho de ser una fragancia. Esta fragancia satisface a Dios. Cuando Él la huele, se siente contento y satisfecho. En Su resurrección, Cristo es fragancia grata para Dios.

IX. AARÓN TOMA DE LA SANGRE DEL NOVILLO, LA ROCÍA CON SU DEDO POR ENCIMA DE LA CUBIERTA EXPIATORIA, Y DE AQUELLA SANGRE ROCÍA SIETE VECES DELANTE DE LA CUBIERTA EXPIATORIA

  “Tomará luego de la sangre del novillo y la rociará con su dedo por encima de la cubierta expiatoria hacia el oriente, y también de aquella sangre rociará con su dedo siete veces delante de la cubierta expiatoria” (v. 14). Esto significa que la sangre redentora de Cristo fue traída a la presencia de Dios a fin de satisfacer el justo requerimiento de Dios para nuestra propiciación.

  El Señor Jesús derramó Su sangre en la cruz. Luego, esta sangre fue llevada al Lugar Santísimo en los cielos y fue rociada sobre el propiciatorio y también delante de Dios. De esta manera, Cristo efectuó una redención completa por nosotros. En las palabras de Hebreos 9:12, Él obtuvo así “eterna redención”. Aquí la palabra eterna significa absolutamente completa, no sólo en cuanto a cantidad sino también en cuanto a tiempo. Esta redención también es completa en su eficacia. Por tanto, es eterna en cuanto a tiempo, cantidad y eficacia.

X. AARÓN DEGÜELLA EL MACHO CABRÍO DE LA OFRENDA POR EL PECADO, QUE ES PARA EL PUEBLO, LLEVA SU SANGRE DETRÁS DEL VELO Y ROCÍA SU SANGRE SOBRE LA CUBIERTA EXPIATORIA Y DELANTE DE ELLA

  “Después degollará el macho cabrío de la ofrenda por el pecado, que es para el pueblo, llevará la sangre detrás del velo y hará con la sangre como hizo con la sangre del novillo, y la rociará sobre la cubierta expiatoria y delante de ella” (v. 15). Esto significa que el Señor Jesús fue crucificado, y que Su sangre fue llevada a los cielos y rociada delante de Dios para nuestra propiciación. Ahora tenemos eterna redención, la cual nos conduce directamente a la presencia de Dios para que le sirvamos a Él, el Dios vivo (He. 9:14).

XI. A CAUSA DE LAS INMUNDICIAS DE LOS HIJOS DE ISRAEL Y DE SUS TRANSGRESIONES, POR TODOS SUS PECADOS, TAMBIÉN ERA NECESARIO HACER EXPIACIÓN POR EL LUGAR SANTÍSIMO Y POR LA TIENDA DE REUNIÓN

  “Así hará expiación por el Lugar Santísimo a causa de las inmundicias de los hijos de Israel y de sus transgresiones, por todos sus pecados. De la misma manera hará con la Tienda de Reunión, la cual mora con ellos en medio de sus inmundicias” (v. 16). Esto significa que si bien fuimos redimidos y lavados con la sangre de Cristo, todavía estamos en la vieja creación y todavía vivimos en inmundicia. Es por ello que, en nuestra adoración a Dios, todavía tenemos conciencia de pecado y, por ende, tenemos necesidad de la propiciación que efectúa la sangre de Cristo.

  Debido a que todavía estamos en la vieja creación y vivimos en inmundicia, aún estamos conscientes del pecado. Por eso debemos decir una y otra vez: “Señor Jesús, te tomo como mi ofrenda por las transgresiones y como mi ofrenda por el pecado”. De hecho, tendremos conciencia de pecado hasta que seamos arrebatados y nuestro cuerpo sea transfigurado, plenamente conformado a la imagen de Cristo en Su gloria. Un día, llegaremos a tal estado. No obstante, mientras permanezcamos en la vieja creación, todavía tendremos conciencia de pecado y necesitaremos a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado y como nuestra ofrenda por las transgresiones.

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