Mensaje 49
Lectura bíblica: Lv. 18; Lv. 19; Lv. 20
El tema de este mensaje es “El vivir santo del pueblo santo: despojarse de la vieja vida y vestirse de la nueva”. Este mensaje abarca los capítulos del 18 al 20. Esta extensa sección de la Palabra corresponde a Efesios 4:17—5:14 en el Nuevo Testamento, donde se le exhorta al pueblo santo de Dios a que, en cuanto a su pasada manera de vivir, se despoje del viejo hombre y se vista del nuevo hombre, que fue creado según Dios en la justicia y santidad de la realidad (Ef. 4:22, 24), a fin de llevar una vida que sea santa como Dios lo es.
Leer Efesios 4:17—5:14 nos ayudará a entender Levítico 18—20, y leer esta sección de Levítico nos ayudará a entender el pasaje de Efesios. Cuanto más leamos Efesios 4:17—5:14, más entenderemos los capítulos del 18 al 20 de Levítico. Usando los términos del Antiguo Testamento, el pueblo de Dios no debía vivir como los egipcios, entre los cuales vivieron en un tiempo, ni como los cananeos. Ellos debían despojarse del viejo hombre junto con la pasada manera de vivir y debían vestirse del nuevo hombre junto con la nueva manera de vivir. Levítico 18:3 dice: “No haréis como hacen en la tierra de Egipto, en la cual morasteis; y no haréis como hacen en la tierra de Canaán, adonde Yo os llevo, ni andaréis en sus estatutos”. Aquí vemos que los israelitas debían llevar una nueva vida, una vida no a la manera de los egipcios, entre quienes alguna vez vivieron, ni a la manera de los cananeos, a cuya tierra serían llevados, sino a la manera del pueblo santo de Dios. Despojarse del vivir de los egipcios y de los cananeos equivalía a despojarse del viejo hombre, y llevar una vida conforme a la santidad de Dios equivalía a vestirse del nuevo hombre.
Levítico 18—20 contiene muchas ordenanzas y estatutos de la ley (20:22). La ley se compone primeramente de los Diez Mandamientos. Los Diez Mandamientos, que son los elementos básicos de la ley, son sencillos, breves y concisos. Por ser breves, los Diez Mandamientos requieren una explicación y un suplemento. Las ordenanzas y los estatutos constituyen las explicaciones y el suplemento de los Diez Mandamientos. Levítico 18—20 contiene muchos estatutos y ordenanzas, los cuales son una explicación y un suplemento de los Diez Mandamientos. En conjunto, la ley consta de los Diez Mandamientos más sus correspondientes explicaciones y suplemento.
Muchos de los que leen la Biblia, e incluso algunos traductores de la misma, no saben cuál es la diferencia entre los estatutos y las ordenanzas, y los consideran sinónimos. En realidad, existe una importante diferencia entre una ordenanza y un estatuto. Una ordenanza es un estatuto al que se le ha añadido un juicio. Sin embargo, un estatuto, un precepto, que no incluye ningún juicio es simplemente un estatuto. En Levítico 18—20 encontramos preceptos que no contienen juicios; estos preceptos no nos explican cómo juzgar un caso determinado. Por tanto, estos preceptos son estatutos. Otros preceptos incluyen juicios y, por ende, deben ser considerados ordenanzas y no simplemente estatutos.
En Levítico 18—20 no encontramos una repetición de los Diez Mandamientos, sino una explicación y un suplemento de los Diez Mandamientos. Por ejemplo, uno de los Diez Mandamientos prohíbe el culto a los ídolos, y en los preceptos relacionados con la brujería vemos un complemento de dicho mandamiento (19:26, 31; 20:6). Otro ejemplo es 20:9, lo cual complementa el mandamiento de honrar a nuestros padres. Este versículo dice: “Si un hombre maldice a su padre o a su madre, ciertamente se le dará muerte. Ha maldecido a su padre o a su madre; su sangre es sobre él”. En estos capítulos podemos encontrar muchos otros ejemplos de estatutos y ordenanzas. En este mensaje abordaré únicamente algunos asuntos, que son bastante peculiares y de los cuales no se habla en ninguna otra parte.
A los hijos de Israel se les encargó que se despojaran de la pasada conducta egipcia (18:3a). Esto significa que los creyentes deben despojarse de la pasada y vieja manera de vivir.
A los israelitas también se les encargó que no anduvieran en los estatutos de los cananeos, a cuya tierra entrarían (18:3b). Esto significa que la conducta y vida que llevan los creyentes después de haber sido salvos no debe conformarse a la vida y conducta de la gente mundana.
Los hijos de Israel debían llevar el vivir santo de Dios (18:4—20:27). Esto equivale a vestirse del nuevo hombre. Llevar una vida santa conforme a la santidad de Dios equivale a vestirse del nuevo hombre.
Estos capítulos recalcan el requisito de que el pueblo de Dios debe ser santo porque Él es santo. “Seréis santos, porque santo soy Yo, Jehová vuestro Dios” (19:2). “Por tanto, santificaos y sed santos, porque Yo soy Jehová vuestro Dios” (20:7). “Habéis de serme santos, porque Yo, Jehová, soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis Míos” (20:26). Ser santos porque Dios es santo significa andar conforme a la santidad de Dios, llevando una vida santa.
“Cuando ofrezcáis un sacrificio de ofrendas de paz a Jehová, lo sacrificaréis de tal manera que seáis aceptados” (19:5). Esto significa que el partimiento del pan para recordar al Señor debe realizarse de una manera que sea aceptable para el Señor (cfr. 1 Co. 11:17-21). No debemos celebrar la mesa del Señor de una manera indebida, sino de una manera apropiada.
Hemos visto que la expiación descrita en Levítico 16 abarcaba cuatro de las cinco ofrendas básicas: la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, el holocausto y la ofrenda de harina. El resultado de estas ofrendas es la ofrenda de paz. Esto significa que las cuatro ofrendas tienen un resultado, y este resultado es que disfrutamos de paz con Dios y con el pueblo de Dios. Ésta es la ofrenda de paz.
Los capítulos del 18 al 20 no abordan la expiación, sino el vivir santo del pueblo santo de Dios. En esta clase de vivir es importante que experimentemos comunión, mutua participación, mutuo disfrute, en paz. Esto lo representa plenamente la ofrenda de paz.
La ofrenda de paz es el tipo antiguotestamentario de la mesa del Señor. Cuando celebramos la mesa del Señor, disfrutamos la ofrenda de paz. En la mesa del Señor, los creyentes disfrutan a Cristo como su ofrenda de paz a fin de tener comunión con Dios y los unos con los otros. Este disfrute de la ofrenda de paz es el resultado de haber ofrecido el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Nuestro disfrute de Cristo como estas cuatro ofrendas tiene un fruto, un resultado: disfrutamos a Cristo como nuestra ofrenda de paz para tener comunión con Dios y con los otros creyentes.
Por medio de las cuatro ofrendas mencionadas en Levítico 16, se hace propiciación por nuestra situación negativa. Así que, con respecto al vivir santo presentado en Levítico 18—20, es necesario ocuparnos de disfrutar a Cristo como nuestra ofrenda de paz.
“Será comido el día que lo sacrifiquéis, o el próximo día, pero lo que quede para el tercer día será quemado en el fuego” (19:6). Esto significa que la comunión que los santos tienen unos con otros y con Dios debe mantenerse fresca. El disfrute que tenemos de Cristo como ofrenda de paz con miras a nuestra comunión con Dios y unos con otros, debe mantenerse fresco.
“Si se come de ello el tercer día, es abominación; no será aceptado” (19:7). Esto significa que toda comunión carente de frescura unos con otros así como entre nosotros y Dios, no solamente no es aceptable para Dios, sino que es aborrecida por Él.
En la mesa del Señor no debemos tener ninguna práctica que sea carente de frescura. No debemos llegar a la mesa del Señor trayendo algo carente de frescura, sino presentarnos con algo nuevo. Para ello, es necesario experimentar un nuevo arrepentimiento, algo nuevo que le hayamos confesado al Señor, y algo nuevo en lo cual hayamos sido quebrantados y tocados por Él. En otras palabras, necesitamos un nuevo lavamiento, un nuevo baño en la Palabra o en el Espíritu, a fin de recordar al Señor con frescura. Cuando disfrutemos al Señor con frescura, Él también experimentará un disfrute fresco debido a nuestro fresco disfrute.
“Y cualquiera que lo coma llevará su propia iniquidad, porque ha profanado lo que es santo para Jehová; tal persona será cortada de entre su pueblo” (19:8). Esto significa que quien participe en esta clase de comunión carente de frescura es culpable de haber menospreciado las cosas santas de Dios y no tendrá parte en la comunión con el pueblo de Dios.
“Guardarás Mis estatutos. No harás ayuntar tu ganado con animales de otra especie; no sembrarás tu campo con dos clases de semilla, ni te pondrás una vestidura hecha de dos clases de materiales” (19:19). El hecho de que ninguna mixtura fuese permitida indica que Dios desea que todas las cosas sean según su propia especie (cfr. Gn. 1:11, 21, 24-25), sin ninguna mixtura. En la vida de iglesia, debemos evitar toda clase de mixtura.
En Levítico 19 se dan tres ejemplos de mixtura. El primer ejemplo es el de aparear ganado sin que haya mixtura. Esto significa que la vida no debe ser mixturada, es decir: quienes viven por la vida de Dios no deben vivir por la carne. Vivir por la vida de Dios, por una parte y, por otra, vivir por la carne, constituye una mixtura. Esta mixtura no es aceptable a Dios.
El segundo ejemplo presentado en el versículo 19 consiste en sembrar semilla sin que haya mixtura. Esto significa que el ministerio de la palabra no debe ser mixturado, el decir: al ministrarse la palabra de Dios, ésta no debe ser mixturada con la palabra del mundo.
El tercer ejemplo es el de confeccionar una vestidura sin que haya mixtura de materiales. Esto significa que en nuestra conducta no debe haber mixtura alguna, es decir: quienes llevan la vida propia del Nuevo Testamento no deben vivir regidos por las ordenanzas del Antiguo Testamento, y quienes pertenecen al Señor no deben vivir como acostumbran los gentiles.
Tanto en el catolicismo como en el pentecostalismo se mixturan las cosas del Nuevo Testamento con ciertas cosas del Antiguo Testamento. La vestimenta que llevan los cardenales de la Iglesia Católica se parece a las túnicas que usaban los sacerdotes del Antiguo Testamento. Además, muchos de los formalismos y rituales del catolicismo provienen del Antiguo Testamento. En el pentecostalismo se practica mucho el profetizar al estilo del Antiguo Testamento, en el que la persona a menudo declara: “Así dice el Señor...”. Según esta manera de hablar se cita el Antiguo Testamento, especialmente Salmos e Isaías, mucho más a menudo que libros del Nuevo Testamento tales como Efesios y Romanos. Dudo que alguien que está en el pentecostalismo hable como lo hizo Pablo en 1 Corintios 7. Primero Pablo declaró: “No tengo mandamiento del Señor; mas doy mi parecer, como uno a quien el Señor ha concedido misericordia para ser fiel” (v. 25). Luego, después de dar su opinión, Pablo concluye diciendo: “Pienso que también yo tengo al Espíritu de Dios” (v. 40b). Pablo habló de una manera muy distinta a la de aquellos que están en el pentecostalismo, quienes pretenden ser profetas del Antiguo Testamento y cuyas palabras son una mixtura del Nuevo Testamento con cosas del Antiguo Testamento.
Tres versículos de Levítico 18 y 20 dicen que la tierra vomita a sus moradores (18:25, 28; 20:22). Levítico 20:22 dice: “Guardaréis, pues, todos Mis estatutos y todas Mis ordenanzas, y los pondréis por obra para que la tierra, adonde Yo os llevo para que habitéis en ella, no os vomite”. Que la buena tierra vomitase a las personas contaminadas y que no eran santas significa que el Cristo todo-inclusivo, quien es nuestra morada y todo cuanto necesitamos para nuestro disfrute, habrá de vomitarnos expeliéndonos de Su ser (Ap. 3:16).
Este asunto de que la tierra vomita a sus moradores tiene muchas implicaciones. Esto implica que la tierra es el suministro que sustenta la existencia del pueblo de Dios y la vida que éste lleva, y es, además, el suministro disfrutado por dicho pueblo. Si el pueblo se conducía apropiadamente con relación a la tierra, la tierra permitiría que la disfrutasen; de lo contrario, la tierra los vomitaría, los expulsaría. Esto indica que si no tenemos una relación apropiada con Cristo, quien es la buena tierra, Él nos vomitará y no permitirá que le disfrutemos más.
Las ordenanzas y los estatutos de Levítico 18—20 abarcan muchos otros asuntos. Primero, se nos prohíbe tener relación alguna con los demonios, los ídolos, el espiritismo y la brujería (19:4, 26; 20:2, 6, 27). Estas ordenanzas y estatutos abordan también aspectos humanos e incluyen cosas tales como honrar a nuestra madre y nuestro padre (19:3a; 20:9), respetar a las personas de edad (19:32), no maltratar al peregrino sino amarlo (vs. 33-34), tener balanzas y pesas justas (vs. 35-36), no engañar ni obrar falsamente (v. 11), no oprimir al prójimo (v. 13), no maldecir al sordo ni al ciego (v. 14), no cometer injusticia en el juicio (v. 15), no andar como calumniador (v. 16) y no odiar a nuestro hermano en nuestro corazón (v. 17). Lo más crucial es que no debemos cometer ninguna clase de incesto. El incesto es lo que más destruye la humanidad, y estos capítulos dedican una extensa sección para hablar de ello con detalle. Al respecto debemos ser puros.
Los capítulos del 18 al 20 de Levítico nos muestran una norma de moralidad muy elevada. Debemos llevar una vida humana elevada, una vida humana que sea conforme a la imagen de Dios. Dios es santo y justo, y Él es amor y luz. Nosotros, por tanto, debemos llevar una vida que esté llena de luz. Si queremos servir a Dios, debemos llevar una vida santa con la norma más elevada de moralidad y ética. Si bien servimos a Dios, debemos llevar una vida humana apropiada con relación a todos los que nos rodean, no sólo con nuestros parientes y vecinos, sino también con los peregrinos. Debemos tratar a todas las personas apropiadamente. Esto es lo que Dios requiere, porque Él es justo, santo, amoroso y lleno de luz.
No debemos pensar que en el recobro del Señor únicamente nos interesa Cristo, el Espíritu, la vida y la iglesia, y no la ética ni la moralidad. En efecto, debido a las deficiencias del cristianismo, hemos hecho hincapié en Cristo, el Espíritu, la vida y la iglesia; no obstante, esto definitivamente no significa que no nos interese la norma más elevada de ética y de moralidad. En el Estudio-vida de Lucas presenté la norma elevada de la humanidad del Señor, la cual es el modelo, el patrón, que debemos tomar y seguir. Si hemos de llevar una vida que concuerde con el servicio que rendimos a Dios, debemos llevar una vida que refleje una elevada norma de humanidad. Esta elevada norma de humanidad es estricta, justa, franca, resplandeciente y amorosa.