Mensaje 52
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Lectura bíblica: Lv. 23:1-14
En este mensaje llegamos a un tema maravilloso en el libro de Levítico: las fiestas.
Según la secuencia de este libro, para el final del capítulo 22 hemos pasado de nuestra inmundicia al sacerdocio con su disfrute. El siguiente asunto presentado es las fiestas, las cuales tenían como finalidad proporcionar reposo y disfrute, lo cual tipifica a Cristo como nuestro reposo y disfrute. Esto indica que según Levítico, un libro que trata sobre el sacerdocio de Dios para el servicio de Dios en comunión con Él, nuestro servicio redunda en que experimentemos a Cristo —como reposo y disfrute— juntamente con Dios y unos con otros. En otras palabras, el resultado de este servicio es las fiestas.
Estas fiestas no ocurrían de vez en cuando, en ciertas ocasiones; por el contrario, eran designadas por Dios, establecidas por Él. Estas fiestas fueron dispuestas por Dios para que Su pueblo reposara con Él y se gozara con Él, para que disfrutase de todo lo que Él ha provisto a Su pueblo redimido. Ellos debían disfrutar de todas estas cosas con Dios y unos con otros.
Levítico 23:2 dice: “Habla a los hijos de Israel y diles: En cuanto a las fiestas señaladas de Jehová, las cuales proclamaréis como santas convocaciones, éstas son Mis fiestas señaladas”. La palabra convocación denota algo de mayor trascendencia y solemnidad que una reunión. Una convocación es una asamblea especial convocada con un propósito particular y especial. Las fiestas señaladas por Jehová como santas convocaciones representan el tiempo en el cual el pueblo redimido por Dios se reúne para celebrar una fiesta con Dios para Su gozo y disfrute, y también para ser partícipes de dicho gozo y disfrute con Dios y unos con otros. El objetivo de la fiesta, por tanto, no era otro que el de reposar y disfrutar. Además, este reposo y disfrute no se experimentaban individualmente, sino de manera corporativa.
“Seis días se trabajará, mas el séptimo día será Sábado de reposo completo, santa convocación. Ningún trabajo haréis; es Sábado dedicado a Jehová dondequiera que habitéis” (v. 3). La fiesta semanal, el Sábado, representa el reposo que el pueblo redimido por Dios disfruta con Dios y los unos con los otros. Cada siete días se debía apartar un día para reposo y disfrute. En ese día debía efectuarse una asamblea, una santa convocación. Esto indica que el pueblo redimido por Dios debía reunirse el Sábado. Si no se reunían, aunque ciertamente podrían disfrutar el reposo con Dios, no podrían disfrutar de este reposo con Dios y unos con otros de manera corporativa.
El significado principal de todas las temporadas anuales (fiestas) era que el pueblo redimido por Dios reposara con Dios y los unos con los otros. El reposo semanal constituye, por tanto, el significado de cada una de las siete fiestas anuales. Cada una de las fiestas anuales, al igual que el reposo semanal, era un descanso.
El Sábado semanal era un reposo completo. No era algo liviano ni común, sino algo muy santo, sagrado e importante en lo referente al disfrute de Dios y de Su pueblo. Este reposo completo representa el verdadero y absoluto reposo de Dios y con Dios, reposo en el que el pueblo redimido por Dios disfruta con Él y unos con otros.
Cada vez que se celebraba una fiesta, se efectuaba una santa convocación. Una santa convocación representa un reposo que se disfruta corporativamente; no es un reposo que disfrutan los creyentes individualmente, sino la iglesia corporativamente. En esa reunión experimentamos el disfrute de Dios, el cual se tiene ante Dios, con Dios y los unos con los otros.
En el día Sábado a nadie se le permitía hacer ningún trabajo. Esto significa que no era necesaria ninguna labor humana.
El Sábado era “dedicado a Jehová”. Esto representa un reposo que tenía como finalidad el disfrute de Dios, en el cual participaba Su pueblo redimido. En todas las convocaciones, en todas las fiestas, no hacemos más que una sola cosa: reposar delante de Dios y junto con Dios y unos con los otros.
Había siete fiestas anuales. Siete es el número de plenitud. Las siete fiestas anuales eran celebradas en la plenitud de las riquezas de Dios.
En la Biblia, el número siete puede expresarse por medio de dos sumas: cuatro más tres y uno más seis. Las siete fiestas de Levítico 23 están divididas en dos grupos, cuatro en el primero y tres en el segundo. Las cuatro fiestas del primer grupo se celebraban durante la primera mitad del año. Las tres fiestas del segundo grupo se celebraban en el séptimo mes del año. Según su cumplimiento dispensacional, las primeras cuatro ya fueron celebradas, y las últimas tres serán celebradas en el futuro.
“Éstas son las fiestas señaladas de Jehová, las convocaciones santas, las cuales proclamaréis en sus tiempos señalados: en el primer mes, el día catorce del mes, al crepúsculo, es la Pascua de Jehová” (vs. 4-5). La Fiesta de la Pascua representa a Cristo (1 Co. 5:7b) como nuestra redención, quien nos capacita para empezar a disfrutar la salvación provista por Dios juntamente con Dios.
La Pascua se celebraba en el primer mes del año. Esto representa el comienzo de un curso.
La Pascua denota “pasar por encima de”. Esto significa que el Dios que juzga pasó por encima de nosotros, los pecadores que estábamos en nuestros pecados, a fin de que pudiéramos disfrutarlo a Él como nuestra fiesta. Hoy en día nosotros celebramos una fiesta, la cual es el propio Dios redentor, y lo disfrutamos a Él para nuestro reposo y gozo.
“Y el día quince de este mes es la Fiesta de los Panes sin Levadura dedicada a Jehová; siete días comeréis panes sin levadura. El primer día tendréis santa convocación; ningún tipo de trabajo haréis. Mas presentaréis a Jehová ofrenda por fuego durante siete días. El séptimo día será santa convocación; ningún tipo de trabajo haréis” (Lv. 23:6-8). La Fiesta de los Panes sin Levadura representa al Cristo que está exento de pecado (2 Co. 5:21), quien es dado a nosotros para que lo disfrutemos como fiesta en una vida apartada del pecado.
La Fiesta de los Panes sin Levadura, la segunda fiesta, comenzaba inmediatamente después de la primera fiesta, la Pascua. La primera fiesta se celebraba el día catorce del primer mes, y la segunda fiesta comenzaba al día siguiente. De hecho, estas dos fiestas —la Fiesta de la Pascua y la Fiesta de los Panes sin Levadura— van juntas. La primera fiesta es el comienzo, y la segunda fiesta es la continuación. Mientras que la primera fiesta dura un solo día, el día catorce del primer mes, la segunda fiesta dura siete días, del día quince al día veintiuno.
El hecho de que la Fiesta de los Panes sin Levadura durara siete días tipifica, o representa, el período completo de nuestra vida cristiana. El curso de toda nuestra vida cristiana es una Fiesta de los Panes sin Levadura, una fiesta sin pecado. Nosotros fuimos redimidos del pecado, y ahora el Redentor, quien no tiene pecado, es nuestra fiesta para el curso completo de nuestra vida cristiana. Hoy estamos celebrando una fiesta, disfrutando del reposo, disfrutando a Dios y disfrutando a nuestro Redentor, aparte del pecado. Como personas que disfrutan de esta fiesta, no tenemos nada que ver con el pecado.
El hecho de que se comiera pan sin levadura durante siete días (v. 6b) significa que llevamos una vida diaria libre de pecado al disfrutar a Cristo durante el curso completo de nuestra vida cristiana. Los Hermanos, en sus enseñanzas, no tenían mucho que decir acerca del Cristo que es nuestra vida —una vida apartada del pecado— durante el curso completo de nuestra vida cristiana. Por tanto, debemos recalcar este asunto hoy. Después de experimentar la Pascua, ahora disfrutamos la Fiesta de los Panes sin Levadura. En esta fiesta disfrutamos de un solo pan, el pan sin levadura, el cual representa al Cristo que carece de levadura, al Cristo que no tiene nada que ver con el pecado.
¿Cuándo celebramos nuestra Pascua? No es fácil contestar a esta pregunta. Corporativamente, como pueblo neotestamentario de Dios, experimentamos la Pascua el día en que el Señor Jesús estableció Su mesa. La mesa del Señor reemplazó la Pascua del Antiguo Testamento. El Señor Jesús, el verdadero Cordero de la Pascua, después de ser examinado durante varios días, fue inmolado durante la Pascua. Cuando llegó la noche, antes de ser crucificado, Él estableció la mesa (Mt. 26:26-30). Él primero tomó “pan y bendijo, y lo partió, y dio a los discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es Mi cuerpo” (v. 26). Luego, les dio la copa, diciendo: “Bebed de ella todos; porque esto es Mi sangre del pacto, que por muchos es derramada para perdón de pecados” (vs. 27b-28). Aquí vemos que la mesa del Señor reemplaza la Pascua. Aunque nosotros ya hemos celebrado esta fiesta, aún la seguimos guardando. Cada semana, en el primer día de la semana, celebramos la Pascua neotestamentaria. Por consiguiente, seguimos disfrutando esta fiesta.
Individualmente, experimentamos la Fiesta de la Pascua en el momento en que fuimos salvos. Esto significa que, como individuos, experimentamos la Pascua cada uno en diferentes ocasiones. Inmediatamente después de esta fiesta, fuimos introducidos en otra fiesta, la Fiesta de los Panes sin Levadura. En la Fiesta de la Pascua principalmente disfrutamos a Cristo como nuestro Cordero, mientras que en la Fiesta de los Panes sin Levadura principalmente disfrutamos a Cristo como pan sin levadura, como nuestro suministro de vida en el cual no hay pecado. Ahora, por el curso completo de nuestra vida cristiana, nos alimentamos día a día de este pan en el cual no hay pecado.
El primer día de la Fiesta de los Panes sin Levadura, el pueblo debía tener una santa convocación y no hacer ningún tipo de trabajo (v. 7). Esto significa que desde el comienzo mismo del curso de nuestra vida cristiana disfrutamos corporativamente a Cristo como nuestra fiesta, sin aportar labor humana.
El pueblo debía presentar a Jehová ofrenda por fuego durante siete días (v. 8a). Esto significa ofrecerle Cristo a Dios como Su alimento continuamente durante el curso completo de nuestra vida cristiana.
Cristo es nuestro alimento. Después de que lo disfrutamos como alimento, Él se convierte en la ofrenda que presentamos a Dios como alimento. En la mesa del Señor declaramos al universo entero que durante la semana ingerimos a Cristo como nuestro alimento sin levadura, como nuestro suministro de vida ajeno al pecado, y que venimos a la mesa con Él. Entonces, ofrecemos a Dios para Su satisfacción a Aquel que hemos disfrutado como alimento. Al hacer esto, lo experimentamos a Él como nuestro disfrute.
También al séptimo día el pueblo debía tener una santa convocación y no hacer ningún tipo de trabajo (v. 8b). Esto significa que seguimos disfrutando corporativamente a Cristo, sin aportar labor humana, hasta el último día del curso de nuestra vida cristiana.
La tercera fiesta anual era la Fiesta de las Primicias (vs. 9-14). Esta fiesta representa al Cristo resucitado (1 Co. 15:20), a quien disfrutamos como una fiesta en Su resurrección.
Esta fiesta se celebraba menos de tres días después de la Fiesta de la Pascua. Cristo fue crucificado durante la Fiesta de la Pascua, y luego fue resucitado al tercer día. El día de Su resurrección era la Fiesta de las Primicias. Éste es Cristo en Su resurrección como primicias.
“Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando hayáis entrado en la tierra que Yo os doy, y seguéis su mies, traeréis al sacerdote la gavilla de las primicias de vuestra siega” (v. 10). Esto significa que el Cristo resucitado, junto con algunos de los santos del Antiguo Testamento (cfr. Mt. 27:52-53), fue llevado a Dios. Cuando Cristo resucitó, algunos santos del Antiguo Testamento fueron resucitados juntamente con Él. “Saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de Él, entraron en la santa ciudad, y aparecieron a muchos” (v. 53). Estos santos resucitados, juntamente con Cristo, no eran meramente “tallos”, sino “una gavilla” que fue presentada a Dios, así como en el tipo las primicias fueron llevadas al santuario y presentadas a Dios para que Él las disfrutara en frescura.
“Y él mecerá la gavilla delante de Jehová, para que seáis aceptados; el día después del Sábado la mecerá el sacerdote” (Lv. 23:11). Esto significa que Cristo fue resucitado para que nosotros fuésemos justificados delante de Dios y aceptados por Dios (Ro. 4:25b).
“El día que mezáis la gavilla, ofreceréis un cordero de un año, sin defecto, como holocausto a Jehová” (v. 12). Esto significa que el Cristo resucitado —Aquel que es fresco, tierno, manso, fuerte y sin defecto— es ofrecido a Dios como holocausto absolutamente entregado a Dios.
Esta vida que se entrega absolutamente a Dios no solamente implica a Cristo mismo, sino también a todos los que fuimos resucitados juntamente con Él. Cuando Cristo fue resucitado, todos nosotros fuimos resucitados en Él y con Él (Ef. 2:6). Esto significa que fuimos resucitados aun antes de nacer, un hecho revelado claramente en 1 Pedro 1:3. Todos nosotros, juntamente con Cristo, fuimos ofrecidos a Dios como holocausto el día de Su resurrección. Ahora, en Cristo y con Cristo como holocausto ofrecido a Dios, podemos llevar una vida de absoluta entrega a Dios.
“Su ofrenda de harina será dos décimas de efa de flor de harina mezclada con aceite, una ofrenda por fuego a Jehová como aroma que le satisface” (Lv. 23:13a). Esto representa al Cristo resucitado como nuestra ofrenda de harina, que está mezclada con el Espíritu que unge, la cual es ofrecida como alimento a Dios en la resurrección de Cristo en calidad de aroma que satisface a Dios.
El Cristo resucitado es primeramente nuestro holocausto, y después, nuestra ofrenda de harina. Como holocausto, Cristo nos capacita para llevar una vida absolutamente entregada a Dios, y como ofrenda de harina, Cristo nos abastece, nos sostiene y nos fortalece para que llevemos tal vida, una vida absolutamente entregada a Dios.
Cristo fue crucificado y sepultado, y luego, al tercer día, se levantó de entre los muertos. Algunos santos del Antiguo Testamento fueron resucitados juntamente con el Cristo resucitado. Creo firmemente que ésta es una señal de que un día todos los que creen en Él serán resucitados. El Cristo resucitado se ha convertido en un holocausto que incluye a todos Sus creyentes, quienes ahora pueden llevar una vida absolutamente entregada a Dios. Cristo también se ha convertido en una ofrenda de harina mezclada con aceite, el cual representa al Espíritu Santo. De hecho, en Su resurrección, Cristo mismo llegó a ser este Espíritu. Además, la flor de harina en la ofrenda de harina también es Cristo mismo. Él era un solo grano (Jn. 12:24), pero después fue molido hasta llegar a ser flor de harina, la cual se mezcla con el aceite para convertirse en la ofrenda de harina, la cual es el suministro de vida que nos sostiene para que llevemos una vida absolutamente entregada a Dios.
La libación de vino acompañaba al holocausto y a la ofrenda de harina (Lv. 23:13b). Esto representa al Cristo resucitado en Su vida humana, Su vida de entrega absoluta a Dios y Su derramamiento en la cruz, el cual fue ofrecido a Dios en Su resurrección para disfrute de Dios.
En la cruz Cristo no solamente fue crucificado, sino que también fue derramado. Él fue crucificado como ofrenda por el pecado, como ofrenda por las transgresiones, como holocausto y como ofrenda de paz, pero además fue derramado como libación, como el vino que se vierte delante de Dios para Su satisfacción. Cristo nos incluyó a nosotros cuando fue crucificado y también cuando fue derramado. En Cristo, todos nosotros fuimos derramados en libación a Dios. Hoy debemos llevar una vida de holocausto, una vida absolutamente entregada a Dios. Esta vida es sustentada por la ofrenda de harina, que es nuestro alimento diario. Entretanto, puesto que a Dios le gusta beber, nosotros también debemos ser una libación que es derramada para que Dios la beba. Tal libación se ofrece totalmente para el disfrute de Dios, un disfrute que compartimos con Dios y unos con otros.
“Y no comeréis pan, ni grano tostado, ni espiga fresca, hasta ese mismo día, hasta que hayáis traído la ofrenda de vuestro Dios. Estatuto perpetuo os será por todas vuestras generaciones dondequiera que habitéis” (v. 14). Esto significa que el Cristo resucitado ascendió a los cielos y fue ofrecido a Dios con todos los frutos en Su resurrección a fin de ser alimento de Dios para Su satisfacción primero. Luego, Él llegó a ser el suministro que satisface a los hombres.
El Cristo resucitado, el Cristo fresco en Su resurrección, primeramente debía ser disfrutado por Dios. Éstas son las primicias, y las primicias tienen como finalidad el disfrute de Dios. Luego, el Cristo resucitado llega a ser el disfrute que compartimos con Dios y unos con otros.
La Fiesta de la Pascua, la Fiesta de los Panes sin Levadura y la Fiesta de las Primicias, todas ellas, se celebraban en un período de tres días. Cristo fue crucificado durante la Pascua y, en menos de tres días, resucitó en el día de la Fiesta de las Primicias. Entre la Fiesta de la Pascua y la Fiesta de las Primicias, se daba inicio a la Fiesta de los Panes sin Levadura. Por consiguiente, estas tres fiestas se celebraron durante el tiempo en que el Señor murió y resucitó. Por medio de Su muerte y Su resurrección, nosotros ahora disfrutamos la Fiesta de la Pascua, la Fiesta de los Panes sin Levadura y la Fiesta de las Primicias. Como veremos en el siguiente mensaje, aún necesitamos la Fiesta de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo fue derramado desde los cielos para la compleción de nuestra fiesta cristiana neotestamentaria. Disfrutamos a Cristo en Su muerte, disfrutamos a Cristo en Su resurrección y disfrutamos al Cristo que fue derramado desde los cielos como Espíritu económico de Dios.
Estas cuatro fiestas están constituidas de la muerte de Cristo, de la resurrección de Cristo y del derramamiento de Cristo como Espíritu económico de Dios. Estas fiestas han llegado a ser nuestro disfrute, y ahora las celebramos continuamente. Nosotros, los cristianos, continuamente tenemos fiestas, y en ellas disfrutamos a Cristo en Su muerte, en Su resurrección y en Su derramamiento desde los cielos como Espíritu económico.