Mensaje 60
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Lectura bíblica: Lv. 26:1-20
En el próximo mensaje abarcaremos la segunda parte de las palabras de advertencia halladas en Levítico 26. En este mensaje quisiera añadir algo a lo que abarcamos en el mensaje anterior.
En 26:1-20 se nos da el fundamento de nuestra obediencia, y este fundamento incluye tres asuntos. En primer lugar, no debemos tener ídolos (v. 1). Esto significa que aparte de Dios, no perseguimos ninguna otra meta, para no perder la posición que nos permite disfrutar nuestra posesión divina. En segundo lugar, debemos guardar los Sábados de Dios (v. 2a). Esto significa que debemos saber que Dios realizó Su obra integramente a fin de que nosotros la disfrutemos, y que no hay necesidad de realizar obra alguna. En tercer lugar, debemos reverenciar el santuario de Dios (v. 2b). Esto significa que debemos tener en reverencia todo lo que Dios es y ha logrado en Cristo como Su morada, corporificación y expresión (Jn. 1:14; Col. 2:9), y también en la iglesia como agrandamiento de Cristo, con miras a la morada y manifestación eterna de Dios (Ef. 2:22; Ap. 21:10). No sólo debemos entender estos asuntos de manera literal, sino también ver su significado intrínseco.
Dios debe ser nuestra única meta. Nosotros, como criaturas de Él y especialmente como hijos Suyos, no debemos buscar nada aparte de Él. Él debe ser la única meta que perseguimos.
Hoy nuestro Dios es el Dios Triuno procesado. Como tal, Él no es lo mismo que lo que era en Génesis 1. Dios ha sido procesado. Esto significa que Él pasó por muchos procesos. Él pasó por la encarnación, el vivir humano, una muerte todo-inclusiva y una maravillosa resurrección. Además, Él entró en ascensión. También Él descendió a fin de ganarnos y hacernos aptos para ganarlo a Él, lo cual ha hecho posible que Él sea uno con nosotros y nosotros seamos uno con Él, y también que Él se forje en nosotros. Esto guarda relación con la mezcla del Dios Triuno procesado con nosotros. Este Dios Triuno procesado debe ahora ser nuestra única meta.
El segundo ítem en cuanto al fundamento de nuestra obediencia es conocer lo que Dios ha hecho. Esto significa que debido a ello, debemos aceptar la obra que Dios ha realizado y reposar. Sin embargo, la mayoría de las personas no prestan atención a la obra de Dios y, en lugar de ello, tratan de hacer algo para sí mismas y por sí mismas. Podemos ver esto tanto entre los que son creyentes como entre los que no lo son. Muchos creyentes pasan por alto lo que la obra de Dios ha logrado por ellos y trabajan por sí mismos a fin de realizar algo para sí mismos. Pero es un insulto para Dios que pasemos por alto todo lo que Él ha hecho a fin de que reposáramos en Él y en Su obra. Reposar en Dios y en Su obra equivale a guardar Su Sábado.
Nosotros podríamos pasar por alto la obra de Dios y buscar hacer algo para nosotros mismos y por nosotros mismos con el pretexto de que estamos haciendo algo para Dios. Tal vez parezca muy bueno hacer tal cosa, pero en realidad esto constituye un insulto para Dios, puesto que al hacerlo pasamos por alto todo lo que Él hizo por nosotros a fin de que reposáramos en Él y disfrutáramos lo que Él hizo por nosotros. En lugar de pasar por alto lo que Dios ha hecho, debemos negarnos a lo que podamos o queramos hacer. Debemos negarnos a nuestra obra y, más bien, honrar la obra de Dios y reposar en Él.
El fundamento de nuestra obediencia es primeramente Dios mismo, y luego, la obra de Dios. Ahora llegamos al tercer ítem en cuanto al fundamento de nuestra obediencia, y éste es el resultado de la obra de Dios. ¿Cuál es el resultado, el fruto, de la obra de Dios? En pocas palabras, es la iglesia como agrandamiento del Cristo consumado, la cual ha de ser la morada de Dios, la corporificación de Dios, la expresión de Dios y la manifestación eterna de Dios. Esto es la iglesia, y tal iglesia es el resultado, el producto, el fruto, de la obra de Dios.
Estos tres asuntos —Dios, la obra de Dios y el resultado de la obra de Dios— se abarcan plenamente en los sesenta y seis libros de la Biblia. En el Antiguo Testamento vemos los tipos, y en el Nuevo Testamento vemos el cumplimiento. Así que, la Biblia en su totalidad constituye una revelación de estos tres asuntos. Primero, vemos al Dios Triuno procesado y la obra que Él efectuó para nuestro reposo; luego, vemos el resultado de Su obra, esto es, la iglesia como expresión y agrandamiento del Cristo consumado. Debemos ver esto. Ver estos tres asuntos nos ayudarán a obedecer a Dios, a cooperar con Él.
Es posible que hablemos de obedecer a Dios sin saber lo que realmente ello significa. Obedecer a Dios es honrarle como Dios Triuno procesado. En la eternidad Dios era perfecto, pero Él aún necesitaba pasar por un proceso a fin de alcanzar cierta consumación. Algunos piensan que hablar de Dios de esta manera es no reverenciarlo. En realidad, esto lo honra. En la eternidad pasada Dios ciertamente era perfecto, pero no estaba completo. Antes de Su encarnación, Dios poseía divinidad, mas no humanidad. Pero después de hacerse hombre, Él llegó a tener humanidad y también divinidad. Hoy nuestro Dios no es únicamente el Dios que posee divinidad; Él es el Dios-hombre que posee divinidad y humanidad. Él es Jesús y Emanuel. En el nombre Jesús se encuentra el santo nombre Jehová, ya que el nombre Jesús quiere decir “Jehová el Salvador”. Jesús es también Emanuel, que significa “Dios con nosotros”. Por tanto, en el nombre Emanuel se encuentran Dios y el hombre. Esto nos muestra que ahora nuestro Dios es el Dios-hombre; Él posee tanto divinidad como humanidad. Él es divinamente humano y humanamente divino.
Cuando Dios se hizo hombre, Él no dejó de lado Su Deidad. No, Jesús vivió por Dios y con Dios; Él vivió en unidad con Dios. Como Él mismo lo declaró, Él nunca estuvo solo porque el Padre siempre estaba con Él (Jn. 16:32; 8:29).
Debido a que Jesús era un hombre en el cual Dios estaba, un hombre que era uno con Dios, Él era un misterio, incluso para Sus discípulos. Ellos sabían que Él era humano, porque lo habían visto comer y llorar. No obstante, aunque era hombre, Él hizo cosas maravillosas, cosas que ningún hombre ha podido hacer. Por tanto, los discípulos deben de haberse preguntado quién era Él. Un día, Él les preguntó a ellos: “¿Quién decís que soy Yo?” (Mt. 16:15). Por ser una persona que posee divinidad y humanidad, Él es una persona maravillosa; Él es todo un misterio. Nuestro Dios ahora es tal Dios.
Cuando Moisés recibió de parte de Dios las palabras de advertencia que debían ser comunicadas a los hijos de Israel, él no conocía a Dios como Aquel que había sido procesado. En aquel entonces, Dios era únicamente el Dios perfecto; no obstante, aún no estaba completo. Pero el Dios que nosotros conocemos hoy es diferente del Dios que conoció Moisés. Esto de ningún modo quiere decir que hay dos Dioses. No, hay un solo Dios; pero podemos verlo en dos etapas. Moisés conoció a Dios en la etapa cuando Él era únicamente Dios, y no hombre. Pero nosotros no sólo adoramos a Dios como Dios, sino también como Dios-hombre. Hay un Hombre en el cielo, y este Hombre es el propio Dios. Éste es nuestro Dios, el Dios de los cristianos.
Algunos cristianos no se dan cuenta de que su Dios es el Dios-hombre que pasó por la encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección y la ascensión. Después de encarnarse, Él vivió en la tierra como Dios-hombre, como el Dios que estaba en un hombre, durante treinta y tres años y medio. Él vivió en la casa de un carpintero en la despreciada ciudad de Nazaret. Él trabajó como carpintero, y en la historia algunos se han referido a Él como el Carpintero de Nazaret. Él ciertamente era carpintero, pero también era el propio Dios. Es casi inimaginable que Dios morara en un hombre que trabajaba en la carpintería.
Por treinta y tres años y medio, el Señor Jesús vivió en la tierra como un maravilloso hombre que era la expresión de Dios. Después de pasar por el proceso del vivir humano, Él pasó por el proceso de la muerte. Luego fue sepultado en una tumba y entró en el Hades, donde permaneció por algún tiempo. Todo esto formaba parte del proceso de la muerte.
Después de pasar por el proceso de la muerte, el Señor Jesús entró en la resurrección, donde fue liberado no solamente en Su divinidad sino también con Su humanidad. Por consiguiente, en Su ser resucitado no sólo hay divinidad, sino también humanidad. Todo lo perteneciente al estado natural fue introducido en la resurrección. Aunque nadie puede entender esto cabalmente, ni explicarlo adecuadamente, este hecho se revela con toda claridad en la Biblia.
El Señor Jesús, como Aquel que resucitó, ascendió a los cielos, a la cumbre más elevada del universo, y hoy está allá como una persona que es Dios y que posee humanidad (Hch. 7:55).
Como tal Dios que posee humanidad, Él se ha “condensado” como Espíritu todo-inclusivo, compuesto, vivificante y consumado que mora en nosotros. Este Espíritu es el Dios Triuno consumado y procesado. Por haberse condensado, le resulta fácil impartirse a Sí mismo en nuestro espíritu. Ahora Él es uno con nosotros, y nosotros somos uno con Él (1 Co. 6:17). ¿Quiénes somos nosotros entonces? Somos el agrandamiento del maravilloso Cristo que es la corporificación de Dios. Este agrandamiento es la morada de Dios, la expresión de Dios y la manifestación eterna de Dios.
Debemos tomar al Dios Triuno procesado, Su obra y el resultado de Su obra como fundamento de nuestra obediencia. Teniendo estos tres asuntos como fundamento, podremos obedecer a Dios. Lo escucharemos, recibiremos Su palabra, le haremos caso y desearemos ser uno con Él.
Ver la visión del Dios Triuno procesado junto con Su obra y el resultado de Su obra nos constituirá personas obedientes. Diremos: “Amén, Señor. Te amo, amo Tu obra y amo el resultado de Tu obra. En este resultado soy uno contigo, y Tú eres uno conmigo. Tú te forjas en mí, y yo te recibo como mi elemento constitutivo. Señor, obedecerte no es algo duro ni difícil para mí, sino algo muy agradable y placentero. Deseo disfrutar todo lo que Tú eres, deseo disfrutar Tu obra y también el resultado de Tu obra. ¡Señor, aquí estoy, disfrutando Tu persona, Tu obra y la vida de iglesia!”. Ciertamente, si vemos tal visión y tenemos tal disfrute, estaremos plenamente satisfechos y nos resultará fácil dejar el mundo y obedecer a Dios.
Si obedecemos a Dios, recibiremos Su bendición. Según Levítico 26:3-13, esta bendición tiene seis resultados. El primero de estos resultados es la lluvia, que representa al Espíritu. El segundo resultado es el alimento que la tierra produce para nuestra satisfacción, lo cual significa que moramos en Cristo como nuestra buena tierra y disfrutamos de las riquezas de Cristo para nuestra satisfacción y seguridad. El tercer resultado es la paz dada en la tierra, lo cual representa una vida pacífica en la iglesia. El cuarto resultado es el hecho de perseguir a nuestros enemigos, al grado en que cinco persiguen a cien y cien persiguen a diez mil, lo cual significa que la iglesia persigue a sus enemigos en la coordinación del Cuerpo. En otro tiempo éramos personas individualistas, pero ahora somos un Cuerpo corporativo. El quinto resultado consiste en ser fructíferos al multiplicarnos, lo cual significa que la iglesia lleva fruto y se multiplica. El sexto resultado es que Dios fijará Su morada entre Su pueblo, lo cual significa que la morada de Dios será edificada en la iglesia para el deleite de Dios a fin de que Él pueda morar entre los Suyos. Ser la morada de Dios es una gran bendición; de hecho, ésta es la máxima bendición. Si obedecemos a Dios, disfrutaremos Su bendición, la cual incluye estos seis resultados.