Mensaje 62
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Lectura bíblica: Lv. 27:1-15
En este mensaje llegamos al último capítulo de Levítico, un capítulo que habla sobre las dedicaciones por voto.
El libro de Levítico concluye con un voto que debemos hacer a Dios. Después de los veintiséis capítulos anteriores, en los cuales se abarcan muchas cosas, este libro habla en el capítulo 27 acerca de un voto que uno hace a Dios. Este voto se manifiesta en cuatro clases de dedicaciones: la dedicación de una persona a Dios, la dedicación de un animal a Dios, la dedicación de una casa y la dedicación de un campo. Ciertamente estas cuatro clases de dedicaciones revelan lo que Dios desea de nosotros, aquellos que hemos disfrutado de todas las bendiciones y visitaciones que se hallan en los capítulos anteriores.
En la primera sección de este libro vimos las ofrendas con el sacerdocio. Las ofrendas hacen referencia a Cristo, y el sacerdocio indica el cuerpo de personas que desempeñan el servicio sacerdotal que se ocupa de las ofrendas. En la segunda sección vimos nuestra condición, la cual tiene que ver con la inmundicia y con flujos inmundos. Luego, después de haber visto nuestra condición, se nos introdujo al disfrute de las fiestas, lo cual nos conduce al jubileo. Después de esto recibimos una advertencia. Ahora, al final de Levítico, debemos hacer un voto.
De hecho, la vida cristiana debiera ser una vida caracterizada por votos. Creo que en el corazón de cada persona salva hay, en cierta medida, un voto para con Dios. Este voto puede ser evidente o puede no ser evidente; puede ser firme o ser débil. En cualquier caso, en el interior de cada persona salva hay una especie de voto. Por lo menos existe un deseo que podría convertirse en un voto. El deseo que tenemos para con Dios es la fuente, y este deseo da por resultado un voto a Dios. El deseo que tenemos para con Dios se convierte finalmente en un voto que hacemos a Dios.
Por nuestra parte, la vida cristiana debe ser una vida en la que continuamente hacemos votos a Dios. Esto no debería suceder una sola vez en nuestra vida, sino una vez tras otra. Cada vez que hemos experimentado un avivamiento, hemos hecho un voto a Dios. Cada mañana, al ser avivados, hacemos una especie de voto a Dios. Por consiguiente, nuestra vida cristiana es una vida caracterizada por votos.
Levítico concluye hablando de las dedicaciones por voto. La totalidad de todas las cosas contenidas en este libro constituye un voto. Cuando tomamos las ofrendas, el sacerdocio, nuestra condición, nuestro disfrute de Cristo y el jubileo, y consideramos todo ello en conjunto, lo que tenemos es un voto. Entonces, este voto llega a ser nuestra vida, nuestro vivir. Por consiguiente, el vivir levítico es un vivir caracterizado por votos.
El libro de Levítico comienza presentando los muchos aspectos en que ofrecemos Cristo a Dios para satisfacción de Dios y del hombre, y termina mostrándonos la dedicación de nosotros mismos y de nuestras posesiones a Dios por voto. Pero, ¿qué significa la palabra dedicar? ¿Qué significa decir que nos dedicamos a Dios? Algunos podrían pensar que dedicar significa lo mismo que ofrecer o consagrar. Según mi entendimiento, dedicar es una acción más firme que ofrecer o consagrar; también es más firme que dar, presentar, rendir o entregar. La acción de dedicar debe ir siempre acompañada de un voto. Uno puede ofrecer o dar algo sin necesidad de hacer ningún voto; pero si uno da algo a una persona mediante un testamento, aquello es una especie de dedicación acompañada de un voto. Tal dedicación no puede ser alterada. Es por eso que decimos que dedicar es una acción más firme que ofrecer.
Levítico, un libro que habla del sacerdocio, concluye con la dedicación de nosotros mismos, de nuestras posesiones, de nuestro ganado, de nuestra tierra y de nuestras casas a Dios. El capítulo 27 no contiene cuatro clases de consagraciones por voto, sino cuatro clases de dedicaciones por voto (vs. 2-25).
En 27:2-8 leemos acerca de la dedicación de una persona a Dios.
El versículo 2 dice que cuando un hombre haga voto especial a Jehová, deberá hacerlo según la “valuación de las personas”. Por consiguiente, aquí la dedicación involucra el valor de una persona. Esto indica que cuando nos dedicamos a Dios, esta dedicación tiene que ver con nuestro valor.
El valor que tenemos no lo determinamos nosotros, sino Dios.
El valor de una persona también es establecido “según el siclo del santuario” (v. 3b). Esto significa que se establece según la santa medida que corresponde a la morada de Dios. En otras palabras, se establece según la medida espiritual que corresponde a la iglesia, la morada de Dios hoy.
En los versículos del 3 al 8 vemos distintas clases de valuaciones.
“En cuanto al varón de veinte años a sesenta, estimarás su valor en cincuenta siclos de plata” (v. 3a). Los que pertenecen a esta categoría, la más valiosa, representan a quienes son espiritualmente fuertes, maduros, experimentados y capaces de servir en combate en la iglesia.
El número cincuenta se compone de cinco multiplicado por diez. Cinco es el número que representa responsabilidad; por tanto, el número cincuenta significa la responsabilidad multiplicada por diez. Los que son estimados en cincuenta siclos de plata deben asumir la mayor de las responsabilidades.
“Y si se trata de una mujer, tu valuación será de treinta siclos” (v. 4). En cuanto a la mujer de veinte años a sesenta, su valuación era de treinta siclos, lo cual viene en segundo lugar después de los varones mencionados anteriormente. La mujer representa a aquellos que son más débiles que el varón e inferiores a él. Esto es lo que Dios estableció y es según Su creación.
“Si se trata de uno de cinco años a veinte años de edad, tu valuación será de veinte siclos” (v. 5a). Aquellos en esta categoría, la tercera más valiosa, representan a los que espiritualmente son jóvenes en la iglesia (cfr. 1 Jn. 2:13-14).
La mujer de cinco a veinte años era valorada en diez siclos (v. 5b), segundo después del varón.
“Y si se trata de uno de un mes a cinco años de edad, tu valuación será de cinco siclos de plata para el varón” (v. 6a). Aquellos en esta categoría, la de menor valor, representan a los que espiritualmente son niños pequeños (cfr. 1 Jn. 2:13).
La mujer de un mes hasta cinco años era valorada en tres siclos (v. 6b), lo cual era lo menos valioso.
“Si se trata de uno de sesenta años de edad o más, si es varón, tu valuación será de quince siclos” (v. 7a). La edad de sesenta años o más indica el deterioro del varón. Esto representa a los que han sufrido deterioro espiritual.
La mujer de sesenta años o más era valorada en diez siclos (v. 7b). Esto representa el deterioro de la mujer.
“Pero si se trata de uno que es más pobre que tu valuación, entonces será llevado ante el sacerdote, y éste estimará su valor; conforme a los recursos del que hizo el voto, lo valuará el sacerdote” (v. 8). Esto significa que no somos valuados según nuestra edad espiritual sino conforme a nuestra capacidad espiritual, no según lo que debiéramos hacer espiritualmente sino conforme a lo que podemos hacer espiritualmente.
La valuación de una persona tenía un propósito. Si alguien deseaba redimirse a sí mismo de su voto, tenía que pagar el costo conforme a la valuación. En la vida de iglesia podemos dedicarnos a Dios. Nuestro valor según la balanza espiritual pudiera ser de cierta cantidad, pero según nuestra verdadera condición y capacidad puede ser que no tengamos lo suficiente para pagar esa cantidad.
Aquí quisiéramos hacer notar que en la redención efectuada por Dios, no hay ninguna diferencia de grado, pero en nuestra dedicación sí hay diferencia de grado. Lo que somos y lo que podemos hacer espiritualmente será estimado en el momento de nuestra dedicación.
En los versículos del 9 al 13 vemos la dedicación de un animal a Dios.
“Si se trata de un animal de los que se pueden presentar como ofrenda a Jehová, todo lo que de los tales se dé a Jehová será santo” (v. 9). Ser santos equivale a ser santificados para Dios y, por ende, pertenecer a Dios, llegando a ser posesión Suya.
“No lo cambiará ni lo sustituirá, bueno por malo, ni malo por bueno” (v. 10a). Una vez dedicado a Dios, ello pertenece a Él para siempre, y lo dedicado ya no puede cambiar su estatus mediante algún reemplazo o trueque. Es difícil revertir nuestro estatus una vez que nos hemos dedicado a Dios. Cambiar de parecer después de habernos dedicado a Dios únicamente acarreará problemas.
“Si de manera alguna sustituye un animal por otro, tanto el animal como su sustituto serán santos” (v. 10b). Ambos animales llegaban a ser propiedad de Dios. Esto indica que Dios anhela nuestra dedicación a Él.
Una vez que algo ha sido dedicado a Dios al haber sido puesto en el altar, no puede ser devuelto. Esto nos muestra que debemos ser cuidadosos con respecto al asunto de dedicarnos a Dios. Dios toma esto muy en serio; Él no juega al respecto. Si usted se consagra a Él, debe considerarlo exhaustivamente. Nunca dedique nada a la ligera.
“Si su voto se trata de algún animal inmundo, de los que no se pueden presentar como ofrenda a Jehová, entonces pondrá el animal delante del sacerdote. Y el sacerdote estimará su valor, sea bueno o sea malo; como tú, el sacerdote, lo valúes, así será” (vs. 11-12). Esto significa que aun cuando lo que dediquemos a Dios sea inmundo, mediante la valuación hecha por nuestro Mediador, el Señor Jesús, la motivación de nuestra dedicación es, en cierto grado, valiosa para Dios.
“Pero si lo redime, añadirá a tu valuación la quinta parte” (v. 13). Esto significa que debemos ser cuidadosos y no quedar en deuda con Dios en cuanto a nuestra dedicación a Él.
Algunos santos cambiaron de parecer después de dedicarse a Dios y, como consecuencia, se endeudaron con Dios. Debemos tener cuidado en cuanto a esto y no deberle a Dios nada de lo que hemos dedicado a Él. No debemos convertirnos en deudores de Dios, no sea que Dios tenga así una base para hacernos algún reclamo.
Los versículos 14 y 15 hablan sobre la dedicación de una casa.
“Si alguien consagra su casa para que sea santa a Jehová, el sacerdote estimará su valor, sea buena o sea mala; según la valuación del sacerdote, así quedará” (v. 14). Esto significa que nuestra dedicación en relación con la iglesia deberá ser valuada por nuestro Mediador, el Señor Jesús.
Cuando entramos en la vida de iglesia, sentimos deseos de dedicarnos a la iglesia y vivir en pro de la iglesia. Debemos ser cuidadosos al tomar tal decisión; de lo contrario, a los ojos de Dios, podríamos quedar en deuda con la iglesia.
“Y si el que la consagró redime su casa, añadirá a tu valuación la quinta parte del valor de ella, y será suya” (v. 15). Esto significa que no debemos obtener provecho personal de nuestra dedicación en relación con la iglesia a fin de que conservemos el disfrute de la vida de iglesia. De otro modo, seremos personas sin iglesia.
El libro de Levítico nos proporciona instrucciones detalladas aun en el asunto referente a nuestra consagración. En ningún lugar del Nuevo Testamento encontramos tantos detalles con relación a nuestra consagración, o con relación a lo que Levítico llama dedicación. Debemos prestar atención a todos estos detalles en cuanto a la dedicación de nosotros mismos, de nuestras posesiones, de nuestra casa y de nuestra tierra. Entonces estaremos en paz y seremos motivo de gozo para el Señor. De lo contrario, en lo referente a nuestra consagración, podríamos convertirnos en deudores, ya sea de Dios o de la iglesia.