Mensaje 7
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Lo que hemos abarcado en los mensajes anteriores acerca del holocausto ha sido en gran parte doctrinal. Por tanto, siento la carga de que veamos esta ofrenda desde la perspectiva de la experiencia. En este mensaje consideraremos a Cristo en Sus experiencias como holocausto para Dios. En el siguiente mensaje consideraremos nuestras experiencias de Cristo en Sus experiencias.
La segunda parte del título de este mensaje es un tanto extraña e incluso peculiar: “Experimentar a Cristo en Sus experiencias y ofrecer al Cristo que hemos experimentado, y ofrecer Cristo a Dios como nuestro holocausto según nuestras experiencias de Él”. Este título tiene tres puntos. El primer punto es experimentar a Cristo en Sus experiencias; el segundo es ofrecer al Cristo que hemos experimentado; y el tercero es ofrecer Cristo a Dios como nuestro holocausto según nuestras experiencias de Él. Aquí quisiéramos recalcar el hecho de que no podemos ofrecer a Dios un Cristo que no hayamos experimentado. Si usted intenta ofrecer como holocausto a Dios un Cristo que no ha experimentado, descubrirá que esto es imposible. Lo que ofrezcamos de Cristo como holocausto debe ser algo que hayamos experimentado. Si hemos experimentado a Cristo como novillo, entonces podemos ofrecerlo como tal. Pero si sólo hemos experimentado a Cristo como dos palominos, no podemos ofrecerlo como novillo, ya que no le hemos experimentado como tal. No podemos ofrecer como holocausto a Dios un Cristo que sea más grande que el Cristo que hemos experimentado. Tenemos que ofrecer Cristo a Dios, pero debemos que ofrecer a Cristo según las experiencias que hayamos tenido de Él.
Consideremos ahora a Cristo en Sus experiencias como holocausto para Dios; para ello, abarcaremos varios versículos que revelan diferentes aspectos de las experiencias de Cristo. Cristo experimentó muchas cosas a fin de ser un holocausto para Dios.
Isaías 53:7 profetizó que Cristo sería llevado al matadero: “Como cordero que es llevado al matadero”. El cumplimiento de esta profecía se ve en Mateo 27:31, donde dice que los soldados “le llevaron para crucificarle”.
Otro versículo del Nuevo Testamento que indica que Cristo fue llevado al matadero es Filipenses 2:8, un versículo que nos dice que Cristo se hizo “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Cristo fue obediente cuando lo sacaron de la ciudad y lo llevaron al matadero, al Gólgota.
Después que Pilato hizo llamar al Señor Jesús para juzgarle y encontró que era inocente, él quiso soltarlo. Pero el pueblo dando voces, decía: “¡Crucifícale, crucifícale!” (Lc. 23:21), y sus voces prevalecieron. Pilato, por temor a la muchedumbre y queriendo agradarla, sentenció a muerte al Señor Jesús. Después de esto, el Señor fue llevado al matadero y fue inmolado en la cruz. En Hechos 2:23 Pedro se refiere a esto, cuando dice: “A éste [...] matasteis clavándole en una cruz por manos de inicuos”. Matar al Señor Jesús equivalía a degollarlo.
Hace muchos años, leí un artículo que describía cómo los judíos mataban el cordero el día de la Pascua. Según este artículo, el cordero era puesto sobre dos estacas de madera en forma de cruz; dos de sus patas eran atadas a una estaca, y las otras dos eran atadas al travesaño de la cruz. El cordero era entonces inmolado. Esto indica que la crucifixión del Señor pudo haber sido el cumplimiento de la manera, en tipología, en que se inmolaba al cordero pascual.
Cristo también fue desollado, esto es, fue despojado de la manifestación externa de Sus virtudes humanas. Vemos un ejemplo de esta desolladura en Mateo 11:19, que dice: “Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre glotón y borracho”. Esto que dijeron acerca del Señor Jesús lo despojó de la manifestación externa de Sus virtudes. Él no era un hombre glotón ni un borracho; al contrario, Él era un hombre íntegro con una conducta íntegra.
Otros ejemplos de esta desolladura, o despojamiento, se encuentran en Marcos 3:22 y Juan 8:48. En Marcos 3:22, los escribas dijeron del Señor Jesús: “Tiene a Beelzebú, y por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios”. El nombre Beelzebú significa “señor de las moscas”, y se refiere a Satanás, el diablo. Las moscas tienen vida, pero son inmundas. Los escribas dijeron que el Señor Jesús era inmundo y echaba demonios por medio del señor, el rey, de las moscas. ¡Qué calumnia! En Juan 8:48, los judíos le dijeron: “¿No decimos bien nosotros, que Tú eres samaritano, y que tienes demonio?”. Un samaritano era una persona de linaje impuro. Así que, el Señor Jesús fue acusado de ser una persona de linaje impuro y de tener demonio. Esto también fue una especie de despojamiento.
En Mateo 26:65, el sumo sacerdote dijo del Señor Jesús: “¡Ha blasfemado! [...] He aquí, ahora mismo habéis oído la blasfemia”. Esto también despojó al Señor de la expresión externa de Sus virtudes humanas.
Finalmente, cuando el Señor Jesús estaba a punto de ser inmolado, fue despojado de Su ropa (Mt. 27:28). ¡Qué vergüenza la que tuvo que pasar! Además, después que los soldados le crucificaron, “se repartieron Sus vestidos, echando suertes” (v. 35). Esto había sido profetizado en Salmos 22:18, y se cumplió en presencia del Señor mientras estaba en la cruz. ¡Cuánto despojamiento experimentó el Señor Jesús!
¿Cuándo y dónde fue cortado en trozos el Señor Jesús? Creo que esto ocurrió cuando la gente le decía cosas crueles mientras estaba colgado en la cruz. Consideren lo que dice Marcos 15:29-32. “Los que pasaban blasfemaban contra Él, meneando la cabeza y diciendo: ¡Ah! Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a Ti mismo, y desciende de la cruz. De esta manera también los principales sacerdotes junto con los escribas se burlaban entre ellos, diciendo: A otros salvó, a Sí mismo no se puede salvar. Que el Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos. También los que estaban crucificados con Él le injuriaban”. Los que pasaban tergiversaron lo que el Señor habló acerca del templo y le dijeron que se salvara a Sí mismo. ¿No es éste un caso de ser cortado en trozos? Ciertamente lo es. El Señor Jesús también fue cortado en trozos cuando los principales sacerdotes junto con los escribas se burlaron de Él, diciéndole que descendiera de la cruz para que así ellos viéndolo, pudieran creer. Incluso los que estaban crucificados con Él le injuriaban y, de este modo, tomaban parte en la acción de cortarlo en trozos.
El hecho de que el Señor sería cortado en trozos fue profetizado en Salmos 22:16 y 17. “Porque perros me rodean; / una compañía de malhechores me cerca; / [...] me miran, me fijan la mirada”. Esta profecía se cumplió durante las primeras tres horas de las seis horas que el Señor Jesús estuvo en la cruz. Antes de que Dios lo juzgara por causa de nosotros durante las últimas tres horas, fue el hombre quien lo cortó en trozos durante las primeras tres horas. Por consiguiente, Cristo fue degollado, desollado y cortado en trozos.
La experiencia de Cristo en sabiduría está representada por la cabeza del holocausto. De niño, el Señor Jesús crecía y se llenaba de sabiduría (Lc. 2:40), y progresaba en sabiduría (v. 52).
Durante el periodo de Su ministerio, el Señor Jesús dijo muchas máximas y palabras de sabiduría. Por ejemplo, en Marcos 9:40 dijo: “El que no está contra nosotros, por nosotros está”, y en Mateo 12:30 dijo: “El que no está conmigo, está contra Mí; y el que no recoge conmigo, desparrama”. Estas palabras no son contradictorias. La máxima que se expresa en Marcos 9:40 habla de conformarse exteriormente en la práctica y tiene que ver con personas que no se oponen a Él; aquella que se ve en Mateo 12:30 habla de la unidad interior de propósito y tiene que ver con las personas que sí se oponen a Él. Para mantener la unidad interior, necesitamos practicar lo dicho en Mateo, y con respecto a la afinidad exterior, debemos practicar lo dicho en Marcos, esto es, tolerar a los creyentes que no son como nosotros.
El contexto de la máxima dada en Marcos 9:40 era el caso de una persona que no seguía al Señor y a los discípulos, pero echaba demonios en Su nombre. Los discípulos se lo prohibieron porque no los seguía (v. 38). Cuando el Señor Jesús los oyó hablar de esto, dijo: “No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga obra poderosa en Mi nombre, que pueda luego hablar mal de Mí. Porque el que no está contra nosotros, por nosotros está” (vs. 39-40). No era necesario que los discípulos le prohibieran a esa persona echar fuera demonios en el nombre del Señor. Con relación a la conformidad externa en la práctica, todo aquel que no esté contra el Señor y Sus discípulos, por ellos está.
La máxima de Mateo 12:30 fue dada en un contexto diferente. Los fariseos, quienes se oponían al Señor Jesús, lo habían acusado de echar fuera demonios “por Beelzebú, príncipe de los demonios” (v. 24). Así que, con respecto a los fariseos, quienes se oponían a Él, dijo: “El que no está conmigo, está contra Mí”. Ellos no estaban con Él, sino con Satanás. Por consiguiente, lo que el Señor dice aquí tiene que ver con la unidad interior de propósito.
¡Cuán sabias fueron las palabras del Señor! En toda la historia humana no ha habido ningún filósofo que haya pronunciado semejantes palabras de sabiduría. Las palabras del Señor son sencillas, pero Sus pensamientos son maravillosos. Sólo Él tiene la sabiduría para expresar tales palabras.
El Señor Jesús pronunció otras palabras de sabiduría cuando los principales sacerdotes y ancianos del pueblo lo interrogaron con respecto a Su autoridad (Mt. 21:23). Él contestó la pregunta de ellos con otra pregunta. “Yo también os haré una pregunta, y si me la contestáis, también Yo os diré con qué autoridad hago estas cosas. El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo, o de los hombres?” (vs. 24-25a). Los opositores discutieron entre sí, diciendo: “Si decimos, del cielo, nos dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? Y si decimos, de los hombres, tememos a la multitud; porque todos tienen a Juan por profeta” (vs. 25b-26). Así que, decidieron mentir y decir: “No sabemos” (v. 27a). Entonces el Señor Jesús les contestó: “Tampoco Yo os digo con qué autoridad hago estas cosas” (v. 27b). El hecho de que el Señor dijera “tampoco” indica que Él sabía que ellos mentían. Era como si les estuviera diciendo: “No es cierto que vosotros no sabéis. Vosotros en efecto sabéis, pero no queréis decírmelo; pues yo tampoco os diré con qué autoridad hago estas cosas. Vosotros mentís, mas Yo digo la verdad”. ¡Cuánta sabiduría tiene el Señor Jesús!
El Señor exhibió una vez más Su sabiduría en Mateo 22:15-22. Los fariseos le enviaron sus discípulos con los herodianos, diciendo: “Maestro, sabemos que eres veraz, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no haces acepción de personas. Dinos, pues, qué te parece. ¿Es lícito pagar tributo a César, o no?” (vs. 16-17). Esta pregunta capciosa puso al Señor Jesús en un dilema. Todos los judíos se oponían a pagar tributo a César. Si Él hubiera dicho que era lícito hacer esto, habría ofendido a los judíos, cuyos líderes eran los fariseos. Si Él hubiera dicho que no era lícito, los herodianos, quienes apoyaban al gobierno romano, habrían tenido una base sólida para acusarle. En Su sabiduría, Él les dijo: “Mostradme la moneda del tributo” (v. 19a), y le mostraron un denario. El Señor Jesús no mostró la moneda romana, sino que les pidió que ellos le mostraran una. Por poseer una de las monedas romanas, ellos fueron sorprendidos. Luego, les preguntó: “¿De quién es esta imagen, y la inscripción?” (v. 20). Cuando contestaron, “De César”, Él les dijo: “Devolved, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (v. 21). Oyendo estas sabias palabras, se maravillaron y se fueron.
En Mateo 22:34-40 encontramos otro ejemplo de la sabiduría de Cristo. Un intérprete de la ley le preguntó tentándole: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?” (v. 36). El Señor Jesús contestó: “‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente’. Éste es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. De estos dos mandamientos pende toda la ley y los profetas” (vs. 37-40). El Señor fue sabio, y Su respuesta fue breve, sencilla, directa y llena de sabiduría.
El Señor Jesús también tuvo mucha experiencia como Aquel en quien Dios se deleita, lo cual es representado por la grosura. Él era un deleite para Dios. Cuando el Señor Jesús subió del agua del bautismo, hubo una voz de los cielos, que dijo: “Éste es Mi Hijo, el Amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:17). Estas mismas palabras fueron expresadas cuando Él estaba con tres de Sus discípulos en un monte alto (17:5). Además, Isaías 42:1 declara: “He aquí Mi Siervo [...] Mi escogido, en quien Mi alma se deleita”. Esta profecía se cumplió en Mateo 12, que dice: “He aquí Mi Siervo, a quien he escogido; Mi Amado, en quien se complace Mi alma” (v. 18). Cristo es el escogido de Dios y Aquel en quien Dios se deleita.
En Juan 6:38 el Señor Jesús dijo: “He descendido del cielo, no para hacer Mi propia voluntad, sino la voluntad del que me envió”. ¡Cuánto deleite halló el que envió, es decir, el Padre, en esta maravillosa persona, quien vino no para hacer Su propia voluntad, sino la voluntad del que lo envió!
“Mi enseñanza no es Mía, sino de Aquel que me envió [...] El que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en Él injusticia” (Jn. 7:16, 18). Esto indica que cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, Él vivió absolutamente entregado a Dios. Puesto que Él, en todo sentido, llevaba una vida de absoluta entrega a Dios, en Él no había injusticia alguna. Es injusto no entregarnos a Dios, porque Dios nos creó para Sí mismo. Hablando con justicia, debemos entregarnos a Él. Si no nos entregamos a Dios, no estaremos siendo justos. En el Señor Jesús, no había injusticia alguna, porque Él se entregó absolutamente a Dios. Fue de este modo que Él experimentó complacer a Dios.
Ahora llegamos a la experiencia de Cristo en Sus partes internas. Como hombre, Cristo poseía partes internas, que tienen sus respectivas funciones. La experiencia de Cristo en Sus partes internas es Su experiencia en Su mente, Su parte emotiva, Su voluntad, Su alma, Su corazón y Su espíritu, lo cual incluye Su amor, Sus deseos, Sus sentimientos, Sus pensamientos, Sus decisiones, Sus motivaciones y Sus intenciones.
Varios versículos revelan la experiencia de Cristo en Sus partes internas. Según Lucas 2:49, cuando el Señor Jesús tenía doce años de edad, Él dijo: “¿No sabíais que en los asuntos de Mi Padre me es necesario estar?”. Esto también se podría traducir así: “Debo pensar en los asuntos de Mi Padre”. La mente del Señor estaba puesta en los asuntos de Su Padre. Él pensaba continuamente en los asuntos del Padre. Aquí vemos la función que desempeña la mente del Señor, y vemos cuán entregado estaba Él al Padre.
Juan 2:17 habla del celo del Señor: “El celo de Tu casa me consumirá”. El celo guarda relación con la parte emotiva. El celo que tenía el Señor Jesús estaba encendido, ardía, por el templo de Dios. Aquí vemos que el Señor ejercitaba Su parte emotiva.
En Mateo 26:39 el Señor Jesús oró, diciendo: “Pero no sea como Yo quiero, sino como Tú”. Ésta fue la oración que Él ofreció en Getsemaní cuando estaba a punto de ser arrestado y llevado al matadero. Él hizo Suya la voluntad del Padre, pues había sujetado Su propia voluntad a la voluntad del Padre. Esto guarda relación con la función que desempeña la voluntad del Señor.
Isaías 53:12 profetizó respecto a la muerte del Señor Jesús en la cruz: “Derramó Su vida [lit., Su alma] hasta la muerte”. El Señor Jesús entregó Su alma, estando dispuesto a derramar Su vida hasta la muerte. Esto, por supuesto, fue una función que desempeñaba Su alma.
Refiriéndose a Cristo, Isaías 42:4 dice: “No desmayará [no se descorazonará] ni se desalentará”. Esto se refiere a la condición del corazón del Señor. Él nunca se descorazonó; Él nunca perdió el ánimo.
Marcos 2:8 dice: “Jesús, conociendo en Su espíritu”. El Señor Jesús usaba Su espíritu, y conocía las cosas en Su espíritu. En cualquier situación en que se encontrara, conocía la situación al ejercitar Su espíritu. Él usó Su espíritu por causa de Dios y para convertirse en holocausto.
El Nuevo Testamento habla también del andar del Señor, representado por las piernas del holocausto. Lucas 24:19 dice: “Jesús [...] poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo”. Esto significa que en obra y en palabra, Él era perfecto delante de Dios y de todo el pueblo.
En Juan 8:46, el Señor Jesús preguntó: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?”. Él era perfecto aun en presencia de los opositores. No había defecto alguno en Él.
Hemos señalado que en Levítico 1, las piernas y las partes internas del holocausto debían ser lavadas. Este lavamiento representa la experiencia de Cristo al ser guardado por el Espíritu Santo de toda contaminación. Por ejemplo, el Espíritu Santo lo guardó de contaminarse cuando fue tentado por el diablo. “Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y era conducido por el Espíritu en el desierto, donde fue tentado por el diablo cuarenta días” (Lc. 4:1). El Espíritu Santo, quien estaba en el Señor Jesús, lo guardó de ser contaminado por esa tentación.
Hebreos 7:26, refiriéndose a Cristo como Sumo Sacerdote, usa la palabra incontaminado. Aunque el Señor Jesús tuvo contacto con muchas cosas impuras cuando estuvo en la tierra, Él nunca se contaminó. El Espíritu Santo que estaba en Él lo guardó de toda contaminación.
Si reunimos todos los aspectos de la experiencia de Cristo abarcados en este mensaje —todas las experiencias desde el hecho de ser llevado al matadero hasta el lavamiento—, veremos que Él es el holocausto perfecto y completo. Lo que hemos presentado aquí no es una doctrina, sino un cuadro de Cristo en Sus experiencias.