Mensaje 8
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En el mensaje anterior consideramos los diferentes aspectos de Cristo en Sus experiencias como holocausto para Dios. En este mensaje y en el siguiente consideraremos nuestras experiencias de Cristo en Sus experiencias.
El holocausto no es un tema liviano, sino que es algo significativo. La palabra hebrea traducida “holocausto” significa, literalmente, “aquello que asciende”, y denota algo que asciende a Dios. ¿Qué hay en esta tierra que pueda ascender a Dios? Lo único en la tierra que puede ascender a Dios es la vida que llevó Cristo, pues Él es la única persona que llevó una vida absolutamente entregada a Dios.
No podemos llevar una vida de absoluta entrega a Dios en nosotros mismos. Hace poco tuve la profunda sensación de que incluso nuestra santidad y la confesión que hacemos de nuestros pecados no son puras, sino sucias. Nosotros, los seres humanos, no somos más que suciedad. Todo lo que procede de nuestro ser está sucio, y todo cuanto tocamos se vuelve sucio. Por esta razón, según la tipología de la Biblia, incluso cuando nos acercamos a Dios para realizar algo que es santísimo, necesitamos la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Cada vez que proclamo la palabra santa, en lo profundo de mi ser me doy cuenta de que necesito la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones, y pongo mi confianza en el lavamiento y la limpieza del Señor.
El holocausto indica una vida entregada absolutamente a Dios. Esta vida procede absolutamente de una fuente pura, en la que no hay elemento alguno de la caída, ni hay defecto ni pecado. Esta clase de vida es pura y santa. En nosotros mismos no podemos llevar esta clase de vida. Hemos caído al grado de convertirnos en el mundo, el cual es completamente sucio. De hecho, el mundo es lo que nosotros somos, y nosotros somos el mundo. Cada parte de nuestra sustancia, nuestra esencia, nuestras fibras, nuestro elemento, está sucio. Nosotros jamás podríamos ser un holocausto para Dios. Por consiguiente, debemos tomar a Cristo como nuestro holocausto.
En lo que se refiere a nosotros, el holocausto tiene como finalidad hacer expiación (Lv. 1:4). Necesitamos de la propiciación efectuada por la sangre de Cristo, el holocausto.
Para tomar a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado y como nuestra ofrenda por las transgresiones no necesitamos experimentar lo que Cristo experimentó. Sin embargo, para tomar a Cristo como nuestro holocausto necesitamos experimentar lo que Cristo experimentó. De nada sirve ofrecer a Cristo como nuestro holocausto si no hemos tenido alguna experiencia de lo que Él experimentó como holocausto. La medida en que podamos ofrecer a Cristo como holocausto dependerá del grado al que le hayamos experimentado como tal ofrenda.
Una persona no necesita tener ninguna experiencia de Cristo para ofrecerlo a Dios en calidad de ofrenda por el pecado y ofrenda por las transgresiones. Un pecador puede oír el evangelio, arrepentirse y declarar: “¡Oh Dios, ten misericordia de mí! Recibo al Señor Jesús como mi Salvador”. Un pecador que ora así es perdonado inmediatamente, pues no se le exige experimentar a Cristo. El pecador arrepentido sencillamente toma a Cristo como su ofrenda por el pecado y como su ofrenda por las transgresiones. Pero el caso es totalmente distinto con relación al holocausto. Podremos tomar a Cristo como holocausto únicamente al grado al cual hayamos experimentado a Cristo en Su experiencia.
Tardé muchos años en darme cuenta de que nuestro ofrecimiento de Cristo como holocausto no puede exceder las experiencias que hayamos tenido de Él como tal ofrenda. Con respecto a este asunto, el libro de Levítico aún no me había sido abierto, aunque sí en el sentido de haber aprendido las enseñanzas de la Asamblea de los Hermanos en cuanto a las ofrendas. Con el tiempo fui alumbrado para ver que los capítulos de Levítico que tratan sobre las ofrendas no nos revelan en un sentido total a Cristo como holocausto, sino que nos revelan cómo presentar a Cristo en calidad de holocausto. Nuestro ofrecimiento de Cristo es conforme a las experiencias que hayamos tenido de Él. Si no hemos experimentado nada de Cristo en Su experiencia como holocausto, no podremos ofrecerlo como holocausto a Dios.
El hecho de que Cristo sea el holocausto sin duda se refiere al hecho de que Él llevó una vida de absoluta entrega a Dios. En todas Sus experiencias como holocausto para Dios, Cristo fue un hombre auténtico que vivió absolutamente entregado a Dios. De ahí que Él pudiera reemplazar todas las ofrendas. El hecho de Él fuese el holocausto lo hizo apto para ser la ofrenda por el pecado. Si Cristo no hubiera sido el holocausto, no habría sido apto para ser la ofrenda por el pecado.
Como holocausto, Cristo fue degollado, despojado y cortado en trozos. ¿Cómo pudo estar dispuesto a ser degollado? Porque estaba absolutamente entregado a Dios. ¿Cómo pudo estar dispuesto a ser desollado y cortado en trozos? Porque estaba absolutamente entregado a Dios. La razón por la cual nosotros no estamos dispuestos a ser degollados, desollados ni cortados en trozos es que no estamos absolutamente entregados a Dios.
¿Por qué los cristianos siguen teniendo problemas en su vida familiar? ¿Por qué existen problemas entre los hermanos y entre las hermanas en la iglesia, y también entre los ancianos y los colaboradores? Puesto que hemos sido salvos y amamos al Señor Jesús, no debiera haber ningún problema. Es natural que haya problemas entre las personas de la sociedad que no son salvas, pero ¿por qué existen problemas entre los santos en la iglesia? La razón por la cual tenemos problemas en nuestra vida matrimonial y en la vida de iglesia es que no estamos absolutamente entregados a Dios.
Las parejas argumentan y discuten incluso al realizar cosas para Dios. Pese a que un hermano y su esposa aman al Señor, es posible que discutan, aun respecto al asunto de amar al Señor. Además, podrían argumentar acerca de ofrendar dinero a Dios. Tal vez uno de los cónyuges quiera dar cierta cantidad de dinero para un propósito determinado, y el otro quiera destinar ese dinero para otro propósito. A veces también un hermano y su esposa pueden estar en desacuerdo sobre qué himno cantar para alabar al Señor en la reunión de hogar. Debido a este desacuerdo, se echa a perder la reunión. Todas estas discusiones se deben a que no estamos absolutamente entregados a Dios.
En Hechos 15 vemos que se suscitó un problema entre Bernabé y Pablo (vs. 35-39). Fue Bernabé quien había introducido a Saulo de Tarso en la comunión del Cuerpo (9:26-28). También fue Bernabé quien buscó a Saulo y lo introdujo en el ministerio neotestamentario (11:25-26). Sin embargo, en Hechos 15, después de haber obtenido la victoria con relación al problema de la circuncisión, se separaron. Podríamos dar diferentes razones por las cuales se produjo esta separación, pero a los ojos de Dios, el problema se debió a una sola cosa: no estar absolutamente entregados a Dios.
Debido a que Cristo estaba absolutamente entregado a Dios y nosotros estamos entregados a Él sólo de manera limitada, no podemos experimentar a Cristo como holocausto de manera completa. Tal vez estamos entregados a Dios, pero no de manera absoluta. Por consiguiente, sólo podemos ofrecer Cristo como holocausto a Dios de manera limitada.
A fin de ofrecer a Cristo como holocausto a Dios, debemos experimentar a Cristo en Sus experiencias, y luego, conforme a las experiencias que tengamos de Cristo, podremos ofrecerle a Dios el Cristo que hemos experimentado. Supongamos que en nuestra vida matrimonial y en nuestra vida de iglesia experimentamos a Cristo en el aspecto de que Él fue llevado al matadero. Si éste es el caso, no habrá riñas en nuestra vida matrimonial ni tendremos problemas en la vida de iglesia. Mientras sigamos discutiendo con nuestro cónyuge, no podremos ofrecer Cristo como holocausto a Dios en las reuniones de la iglesia, por cuanto todavía no hemos experimentado a Cristo en Su experiencia de ser degollado. Si no experimentamos a Cristo en Sus experiencias como holocausto para Dios, será vano todo lo que digamos acerca de Cristo como holocausto. No tendremos ningún holocausto que ofrecer a Dios, a menos que experimentemos a Cristo en Su experiencia.
Consideremos detalladamente nuestra experiencia de Cristo en Sus experiencias como holocausto para la satisfacción de Dios.
Si experimentamos a Cristo en Sus experiencias como holocausto para Dios, comprenderemos que nosotros, al igual que Cristo, debemos ser llevados al matadero. Podemos aplicar esto a la vida matrimonial. Si en las disputas que surgen entre el marido y la mujer, ambos —o tan siquiera uno de los dos— experimentaran a Cristo en Su experiencia de ser llevado al matadero, la disputa se acabaría. El resultado sería el mismo con respecto a los problemas en la vida de iglesia si experimentáramos a Cristo en Su experiencia de ser llevado al matadero.
Si en lugar de ofrecer resistencia, permitimos que otros nos lleven al matadero, experimentaremos a Cristo en Su muerte. En Filipenses 3:10 Pablo dice: “A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección, y la comunión en Sus padecimientos, configurándome a Su muerte”. Ser llevados al matadero equivale a dar el paso de ser configurados a la muerte de Cristo. Esto hace que nuestra vida sea amoldada conforme al modelo que Cristo nos dejó al no ofrecer resistencia y permitir, sin expresar palabra alguna, que otros lo llevaran al matadero. Cristo fue llevado al matadero en el Gólgota, pero ésa no fue la única vez que lo llevaron al matadero. La vida de Cristo, especialmente durante los años de Su ministerio, fue una vida en la que Él continuamente fue llevado al matadero.
La vida cristiana debe ser una vida de holocausto. Este holocausto, por supuesto, no se refiere a nosotros, sino a Cristo. La vida cristiana, por tanto, es en realidad una vida caracterizada por Cristo como holocausto. Pablo llevó tal vida, y por eso pudo decir: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Co. 11:1). Pablo llevó una vida en la que se repitió la vida de holocausto que Cristo llevó cuando estuvo en la tierra. Esto guarda relación con experimentar a Cristo en Sus experiencias como holocausto.
En Hechos 21 vemos que Pablo experimentó a Cristo en Su experiencia de ser llevado al matadero. Pablo había ido a Jerusalén para visitar la iglesia allí. Él se reunió con Jacobo y todos los ancianos, y les contó las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por medio de su ministerio. Después de oírlo, le dijeron a Pablo: “Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley. Pero se les ha informado en cuanto a ti, que enseñas a todos los judíos que están entre los gentiles a apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni anden según las costumbres” (vs. 20-21). Los ancianos propusieron entonces que Pablo fuese al templo con cuatro hombres que tenían obligación de cumplir voto, se purificara con ellos y pagara sus gastos para que todos supieran que Pablo andaba ordenadamente, guardando la ley (vs. 23-24). Pablo aceptó su consejo y fue al templo con los cuatro hombres. Sin embargo, el Señor no estaba dispuesto a tolerar esta situación y, en Su soberanía, permitió que se suscitara un alboroto que hizo que Pablo fuese arrestado por los romanos. Los judíos procedentes de Asia vieron que Pablo estaba en el templo y “alborotaron a toda la multitud y le echaron mano” (v. 27). Toda la ciudad se alborotó, y se agolpó el pueblo, y “echando mano de Pablo, le arrastraron fuera del templo” (v. 30). Los que agarraron a Pablo de esta manera procuraban matarle (v. 31). Finalmente, el tribuno “le prendió y le mandó atar con dos cadenas” (v. 33), y a causa del alboroto, “le mandó llevar al cuartel” (v. 34). La muchedumbre del pueblo venía detrás, gritando: “¡Muera!” (v. 36). Aquí vemos que Pablo ciertamente tuvo la experiencia de ser llevado al matadero; él experimentó lo que el Señor Jesús experimentó.
Quizás usted se pregunte cómo puede tener la experiencia de ser llevado al matadero. Si usted está dispuesto a llevar una vida de holocausto, en ocasiones tendrá la experiencia de ser llevado al matadero por los hermanos de la iglesia. Además, un hermano puede ser llevado al matadero por su esposa, y una hermana, por su marido. Estas cosas ocurren a menudo en la vida cristiana. Si usted nunca ha sido llevado al matadero, no es imitador de Cristo. Si usted lleva la clase de vida que Cristo llevó, no podrá evitar ser llevado al matadero. Usted será llevado al matadero una y otra vez.
Si usted no experimenta la experiencia de Cristo respecto a ser llevado al matadero, su holocausto consistirá únicamente de dos palominos. Sin embargo, cuanto más viva a Cristo, más llevará una vida en la que continuamente es llevado al matadero. Cristo llevó tal vida, y ahora Él vive en usted para repetir Su vida. La repetición de la vida de Cristo en usted llega a ser lo que usted experimenta de Cristo en Su experiencia.
Finalmente, Cristo fue degollado; Él fue inmolado. Hoy podemos experimentar a Cristo en Su experiencia de ser inmolado. Pablo se refiere a esta experiencia en 2 Corintios 4:11, que dice: “Siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús”. Estar entregado a muerte equivale a ser inmolado. Si experimentamos al Cristo que fue inmolado, tendremos algo de Cristo que ofrecer como holocausto a Dios.
En Filipenses 3:10 Pablo habla de ser configurado a la muerte de Cristo. Cristo fue crucificado, y nosotros hoy estamos siendo crucificados. El hecho de ser crucificados tiene que ver con el hecho de ser conformados, configurados, a la muerte de Cristo. Día tras día estamos siendo inmolados. Por tanto, en cierto sentido un cristiano no vive, sino que muere. Una vez leí un libro titulado Dying to Live. Cada día morimos para vivir; somos entregados a muerte para poder vivir.
Debemos aplicar a nuestras situaciones diarias las experiencias que Cristo tuvo al ser llevado al matadero y al ser degollado. Si por la misericordia de Dios experimentamos al Cristo que fue llevado al matadero y que fue inmolado, no tendremos problemas en nuestra vida familiar ni en nuestra vida de iglesia. La razón por la cual todavía tenemos problemas con los demás es que no estamos dispuestos a experimentar a Cristo en Sus experiencias.
También podemos experimentar al Cristo que fue desollado, esto es, despojado de la manifestación externa de Sus virtudes humanas. Desollar la ofrenda consiste en quitarle la piel que la cubre. Según la interpretación espiritual de este tipo, ser desollado equivale a ser difamado.
En Juan 8:48 y en Marcos 3:22 encontramos ejemplos de desolladura, de difamación. En Juan 8:48 los judíos dijeron del Señor Jesús: “¿No decimos bien nosotros, que Tú eres samaritano, y que tienes demonio?”. Según Marcos 3:22, los escribas dijeron de Él: “Tiene a Beelzebú, y por el príncipe de los demonios echa fuera demonios”. En ambas ocasiones, el Señor Jesús fue difamado, despojado de la manifestación externa de Sus virtudes humanas.
Varios versículos indican que podemos experimentar al Cristo que fue desollado. Hechos 24:5 y 6 dice: “Hemos hallado que este hombre es una plaga, y promotor de insurrecciones [...] Intentó también profanar el templo”. Aquí vemos que a Pablo se le acusó de ser una plaga, de estar lleno de gérmenes contagiosos. En realidad, Pablo era un buen hombre que no haría daño a nadie. Pablo también fue acusado de ser promotor de insurrecciones, de causar divisiones adondequiera que iba; más aun, se le acusó de intentar profanar el templo. ¡Cuánta difamación experimentó él!
En 2 Corintios Pablo indica que había adquirido mala fama. La mala fama es una especie de difamación, en la que alguien es despojado de la expresión externa de sus virtudes.
En 2 Corintios 12, los corintios, los hijos espirituales que Pablo había engendrado por medio del evangelio, acusaron a Pablo de ser astuto en cuestiones monetarias. Decían que, con engaño, él había tomado ventaja de ellos al enviar a Tito para tomar su dinero (vs. 16-18). Aquí vemos que Pablo fue difamado incluso por sus hijos espirituales.
Mateo 5:11 dice: “Por Mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo”. Con estas palabras el Señor Jesús predijo que Sus seguidores serían difamados y calumniados, y que se dirían mentiras acerca de ellos. Esto definitivamente es una verdadera desolladura, lo cual nos despoja de nuestra buena reputación de modo que quedamos desnudos, sin nada que nos cubra. Si llevamos una vida de holocausto, no podremos evitar esto. Conforme al Nuevo Testamento, nuestro destino como seguidores de Cristo es sufrir esta clase de desolladura, con lo cual experimentamos al Cristo que fue desollado.
Cada vez que otros hablan mal de usted, usted es desollado. ¿Qué debe decir usted cuando sea desollado, cuando sea difamado? No debe decir nada. Si dice algo para defenderse, eso será señal de que usted no está dispuesto a experimentar a Cristo en Su experiencia de ser desollado.
Hoy en día incluso podemos experimentar al Cristo que fue cortado en trozos. En 1 Corintios 4:13 vemos que Pablo experimentó esto: “Nos difaman [...] hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todas las cosas”. Las palabras escoria y desecho son sinónimos. La escoria denota aquello que es arrojado al hacer la limpieza, o sea, el desperdicio, la inmundicia. El desecho denota aquello que se debe quitar, o sea, la basura, la mugre. Llegar a ser la escoria del mundo y el desecho de todas las cosas equivale a ser cortado en trozos.
¿Piensa usted que cuanto más siga al Señor Jesús, más lo respetarán los demás y lo tendrán en alta estima? Tal vez en cierto sentido lo respeten, pero en otro sentido, usted será tratado como escoria y desecho. Ésta fue la experiencia de Cristo. Sus discípulos lo respetaban y lo tenían en alta estima, pero para los opositores, quienes lo cortaron en trozos, Él era escoria y desecho. Experimentar a Cristo en Sus experiencias como holocausto para Dios equivale a experimentarlo en Su experiencia de ser cortado en trozos.