Mensaje 9
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En el mensaje anterior vimos que podemos experimentar a Cristo en Sus experiencias de ser llevado al matadero, ser degollado, ser desollado y ser cortado en trozos. En este mensaje veremos otros aspectos de las experiencias que tenemos de Cristo en Sus experiencias como holocausto para Dios.
En 1 Corintios 1:30 dice que Cristo nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría. En Levítico 1, la sabiduría de Cristo es tipificada por la cabeza del holocausto. Necesitamos la cabeza de Cristo, esto es, necesitamos Su sabiduría.
Si deseamos tomar a Cristo como nuestra sabiduría, tenemos que vivir a Cristo. La vida cristiana apropiada, una vida que consiste en permanecer en el Señor para disfrutar Su vida, es una vida en la que no hacemos cosas por nosotros mismos, sino por Él. Mientras actuemos por nosotros mismos, no podremos tener la sabiduría de Cristo y Él no podrá ser sabiduría para nosotros. Por ejemplo, si usted habla con su cónyuge o con sus hijos en usted mismo y por usted mismo, Cristo no será sabiduría para usted cuando hable con ellos. Si hemos de hablar y hacer todas las cosas por Cristo, debemos orar: “Señor, vive en mí. He sido crucificado, y ya no vivo yo. Señor, no quiero hacer nada por mí mismo; deseo hacerlo todo por Ti. De hecho, Señor, deseo permitir que Tú vivas en mí y lo hagas todo para mí”. Cuando permitamos que Cristo viva en nosotros y lo haga todo para nosotros, Él llegará a ser nuestra sabiduría.
Nuestro problema hoy es que queremos llevar una vida victoriosa y perfecta, pero no vivimos ni actuamos por Cristo. Tenemos el deseo de vivir por Cristo, incluso de vivir a Cristo, pero no estamos acostumbrados a hacerlo. En vez de ello, estamos acostumbrados a vivir por nosotros mismos. Vivimos por nosotros mismos espontáneamente, sin proponérnoslo y sin ejercitar deliberadamente ninguna parte de nuestro ser. Sin embargo, si hemos de vivir a Cristo, debemos ejercitar todo nuestro ser.
Con respecto al asunto de vivir a Cristo, lo crucial no es determinar si algo es pecaminoso o no, sino si somos nosotros quienes vivimos. Por lo general, nosotros nos preguntamos si algo es pecaminoso o no, pero lo que Dios tiene en cuenta es si vivimos por nosotros mismos o si vivimos por Cristo. Cuando nos enojamos, estamos haciendo algo que es pecaminoso. Sin embargo, aun cuando nuestro comportamiento no nos parezca pecaminoso, si vivimos por nosotros mismos y no por Cristo, el resultado de ello será el pecado. Cuando vivimos por nosotros mismos, acabamos por hacer algo pecaminoso, simplemente porque somos nosotros quienes vivimos. Pero si Cristo vive en nosotros, seremos victoriosos, y Él llegará a ser nuestra sabiduría.
Si vivimos a Cristo en nuestra vida matrimonial, Cristo no sólo será nuestra vida, sino también nuestra sabiduría. Cada vez que tenemos dificultades con nuestro cónyuge, ello indica que estamos carentes de Cristo como nuestra sabiduría. Si no vivimos a Cristo, tendremos problemas en nuestra vida matrimonial. La manera de evitar problemas con nuestro cónyuge es vivir a Cristo y tenerlo como nuestra sabiduría.
Cristo es muy sabio. Al vivir en nosotros, Él repite en nosotros Su vida llena de sabiduría. De esta manera, experimentamos a Cristo en Su sabiduría y llevamos una vida en la que Cristo es nuestra sabiduría.
En cuanto a experimentar a Cristo en Su sabiduría, Pablo dice: “Hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría que estaba oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria” (1 Co. 2:7). La sabiduría de Dios es Cristo (1 Co. 1:24), quien es el misterio oculto (Col. 1:26-27), destinado, designado y ordenado de antemano, antes de los siglos, para nuestra gloria. Cristo es la sabiduría de Dios, y Él es la sabiduría en misterio, la sabiduría oculta y Aquel que Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria. Tal vez pensemos que esta gloria está reservada únicamente para el futuro. Sin embargo, si vivimos a Cristo y Él llega a ser nuestra sabiduría en nuestra vida diaria, experimentaremos un poco de esta gloria aun en la actualidad.
Además, también podemos experimentar a Cristo como Aquel en quien Dios se deleita. El Señor Jesús siempre fue un deleite para Dios. En dos ocasiones se escuchó una voz de los cielos que dijo: “Éste es Mi Hijo, el Amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:17; 17:5). Si hoy en día llevamos una vida en la que Cristo es nuestro holocausto, nosotros también seremos personas en quienes Dios se deleita.
Pablo experimentó a Cristo de esta manera. En Gálatas 1:10 él dice: “¿Busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía tratara de agradar a los hombres, no sería esclavo de Cristo”. Pablo llevó una vida en la que se repitió la vida de Cristo, una vida que siempre complacía a Dios. Por consiguiente, su vida fue un deleite para Dios.
Tal vez pensemos que Pablo fue una persona extraordinaria, que la vida que Él llevó era incomparable y que la norma de su conducta es demasiado elevada para nosotros. Sin embargo, Pablo nos pide que seamos imitadores de él (1 Co. 4:16; 11:1). Pablo era igual que nosotros. Él era un ser humano, formaba parte de la vieja creación y vivía en la carne. Si hemos de imitar a Pablo —en quien Dios se complacía—, ello dependerá de si somos nosotros quienes vivimos o de si es Cristo quien vive en nosotros. Si somos nosotros quienes vivimos, Dios no se complacerá en nosotros. Pero si permitimos que Cristo viva en lugar de nosotros y si vivimos por Cristo e incluso vivimos a Cristo, nuestra vida ciertamente será un deleite para Dios. Cada vez que Dios se sienta complacido con nuestra vida, tendremos dentro de nosotros la profunda sensación de ello. Sabremos que llevamos una vida en la que se repite nuevamente la vida de Cristo y en la cual Dios tiene Su complacencia.
Creo que todos nosotros hasta cierto punto hemos experimentado esto y hemos tenido la profunda sensación de que agradamos a Dios y de que incluso nos sentimos contentos con nosotros mismos. Sin embargo, muchas veces no agradamos a Dios, y por eso tampoco nos sentimos contentos con nosotros mismos.
¿Qué clase de vida agrada a Dios? La única vida que agrada a Dios es aquella que sea una repetición de la vida que llevó Cristo en la tierra. Una vida que experimenta a Cristo en Sus experiencias como holocausto es una vida que agrada a Dios. Tal vida es un deleite para Dios.
En Romanos 14:18, Pablo dice: “El que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios”. La palabra esto se refiere al versículo 17, el cual dice que el reino de Dios es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. El que sirve como esclavo en esto —en el reino de Dios— agrada a Dios. Cuando llevamos la vida del reino, llevamos una vida que es justa y llena de paz y gozo. Esta vida es una repetición de la vida que llevó Cristo como holocausto, la cual es siempre un deleite para Dios.
Las partes internas de Cristo denotan todas las partes internas de Su ser, incluyendo Su mente, parte emotiva, voluntad y corazón con todas sus respectivas funciones.
La parte principal de nuestras partes internas, de nuestro ser interior, es la mente. “Haya, pues, en vosotros esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2:5). La manera de pensar que hubo en Cristo debe estar en nosotros hoy. Esto significa que debemos hacer nuestra Su mente. Debemos ser personas que poseen la mente de Cristo, no nuestra mente natural.
En 1 Corintios 2:16b, Pablo dice: “Nosotros tenemos la mente de Cristo”. Puesto que somos orgánicamente uno con Cristo, tenemos todas las facultades que Él tiene. La mente es la facultad de la inteligencia, el órgano del entendimiento. Tenemos tal órgano, la mente de Cristo; por tanto, podemos conocer lo que Él conoce. Por consiguiente, es posible tener no sólo la vida de Cristo, sino también la mente de Cristo. Es necesario que Cristo sature nuestra mente, a partir de nuestro espíritu, haciendo que nuestra mente sea una con la Suya.
En Romanos 8:6 Pablo habla de poner la mente en el espíritu. Esto no es tan enfático como lo que dice acerca de tener la mente de Cristo. No sólo debemos poner nuestra mente en el espíritu, sino que debemos tener la misma mente de Cristo.
“Os añoro a todos vosotros en las partes internas de Cristo Jesús ” (Fil. 1:8). La palabra griega traducida “partes internas” literalmente significa “entrañas”, lo cual significa afecto profundo, y también tierna misericordia y compasión. En su añoranza por los santos, Pablo era uno con lo que Cristo sentía en Sus entrañas, las tiernas partes internas de Cristo. Esto indica que Pablo no conservó sus propias partes internas, sino que hizo suyas las partes internas de Cristo. Él no solamente hizo suya la mente de Cristo, sino también todo Su ser interior. Por consiguiente, Pablo experimentó un cambio, una reordenación, una reestructuración y una reconstitución intrínseca de todo su ser interior. Las partes internas de Cristo vinieron a ser la constitución intrínseca de Pablo. Pablo no llevó una vida conforme a su ser natural; él llevó una vida en las partes internas de Cristo.
“La veracidad de Cristo que está en mí” (2 Co. 11:10). Aquí veracidad significa honestidad, fidelidad, confiabilidad. Lo que estaba en Cristo como veracidad, es decir, como honestidad, fidelidad, confiabilidad, estaba también en el apóstol Pablo.
“Mi amor en Cristo Jesús esté con todos vosotros” (1 Co. 16:24). El amor que Pablo sentía por los corintios no era su propio amor, sino el amor que es en Cristo, el cual es el amor de Cristo. Pablo no amó a los santos con su amor natural, sino con el amor de Cristo.
Si juntamos todos estos versículos, veremos que Pablo era un hombre que experimentaba continuamente las partes internas de Cristo. Debido a que experimentaba a Cristo de esta manera, él ciertamente podía ofrecer Cristo a Dios conforme a la experiencia que tenía de Él.
En Levítico 1, las piernas del holocausto representan el andar de Cristo, así como la cabeza representa Su sabiduría. Debemos experimentar a Cristo en Su andar.
En Mateo 11:29 el Señor Jesús dice: “Tomad sobre vosotros Mi yugo, y aprended de Mí”. Esto equivale a tomar las piernas del Señor, Su andar, y experimentarlo en Su andar.
“Vosotros [...] habéis aprendido así a Cristo” (Ef. 4:20). Aprender a Cristo equivale a tener Sus piernas y Sus pies a fin de vivir, andar y movernos exactamente como Él lo hizo.
“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Co. 11:1). Este versículo indica que Pablo no anduvo con sus propias piernas y pies, sino con las piernas y pies de Cristo.
Pedro también experimentó a Cristo en Su andar. Esto es indicado por lo que él dijo acerca de seguir las pisadas de Cristo: “Dejándoos un modelo, para que sigáis Sus pisadas” (1 P. 2:21). Tanto Pablo como Pedro anduvieron con las piernas y los pies del Cristo que se ofreció como holocausto a Dios.
Finalmente, podemos experimentar a Cristo en Sus experiencias como holocausto al ser guardado por el Espíritu Santo de toda contaminación. Esto es indicado en Levítico por el hecho de que eran lavadas las piernas y las partes internas del holocausto.
En 1 Corintios 6:11 y en Tito 3:5, Pablo se refiere a nuestra experiencia de este lavamiento. En 1 Corintios 6:11 se nos dice: “Ya habéis sido lavados [...] en el Espíritu de nuestro Dios”. Si a diario experimentamos este lavamiento y luego presentamos a Cristo como nuestro holocausto, podremos presentarlo según nuestra experiencia. Pero si no tenemos la experiencia de ser lavados por el Espíritu Santo, no tendremos la capacidad de presentar un holocausto que ha sido lavado. Necesitamos experimentar a Cristo como Aquel que fue lavado por el Espíritu Santo.
En Tito 3:5 Pablo habla de “la renovación del Espíritu Santo”. Esta renovación también está relacionada con nuestra experiencia cotidiana en la cual somos guardados de toda contaminación mediante el lavamiento del Espíritu Santo.
Debemos ofrecer como holocausto a Dios al Cristo que hemos experimentado. En Romanos 8:11, Pablo dice: “Aquel que levantó de los muertos a Cristo vivificará también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. Luego, en Romanos 12:1, él añade: “Presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro servicio racional”. En Colosenses 1:28 Pablo nos habla de presentar “perfecto en Cristo a todo hombre”. En esto consiste ofrecer como holocausto a Dios al Cristo que hemos experimentado.
La situación actual de los cristianos es que muy pocos de ellos tienen a un Cristo que puedan presentar como holocausto. ¿Dónde puede uno encontrar un grupo de cristianos que a diario le ofrezcan como holocausto a Dios al Cristo que han experimentado? Y con respecto a esto mismo, ¿cuál es la situación entre nosotros? Me preocupa el hecho de que nosotros también estemos carentes de experiencias. A esto se debe el que muchos santos no tengan nada que expresar en la reunión de la mesa del Señor ni en la reunión de oración. Tal vez queramos ofrecer alabanzas a Dios, pero si estamos carentes respecto a experimentar las experiencias de Cristo, no tendremos nada que expresar. No obstante, si experimentamos de una manera plena las experiencias de Cristo como holocausto, tendremos mucho que expresar a modo de alabanzas, no sólo en las reuniones, sino también en nuestro tiempo personal con el Señor. Por consiguiente, debemos esforzarnos por experimentar diariamente a Cristo como holocausto en todos Sus aspectos. Así, debido a que le experimentamos abundantemente, podremos ofrecerle a Dios al Cristo que hemos experimentado. Nuestras oraciones y alabanzas expresarán las experiencias que hemos tenido de Cristo.
Debemos ofrecer Cristo como nuestro holocausto a Dios según nuestras experiencias de Él. Dos versículos que muestran esto son 1 Pedro 2:5 y Hebreos 13:15. En 1 Pedro 2:5 se nos habla de ofrecer “sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”. Estos sacrificios espirituales son Cristo mismo en todos los distintos aspectos de Sus riquezas como realidad misma de todos los sacrificios de los tipos antiguotestamentarios. En particular, los sacrificios espirituales incluyen a Cristo como realidad del holocausto. Hebreos 13:15 dice: “Ofrezcamos siempre a Dios, por medio de Él, sacrificio de alabanza”. Ambos versículos indican que podemos ofrecer Cristo como nuestro holocausto a Dios únicamente en la medida en que hayamos experimentado a Cristo en Sus experiencias.
Si experimentamos a Cristo en Sus experiencias, no sólo tendremos algo de Cristo que ofrecerle a Dios, sino que también podremos ofrecerlo conforme a un procedimiento que concuerde con nuestras experiencias. Supongamos que usted ofrezca a Cristo como novillo. Primero, usted lleva esta ofrenda al altar, al matadero; luego, la mata, la desuella y lava sus piernas y sus partes internas. Este procedimiento será un repaso de la experiencia que usted ha tenido de Cristo en Sus experiencias de ser llevado al matadero, ser degollado y ser desollado y lavado. En su vida diaria, usted ha experimentado a Cristo de esta manera, y ahora, mientras ofrece Cristo como holocausto a Dios, usted repasa dichas experiencias. Por consiguiente, la manera en que usted presenta su ofrenda constituye una exhibición de la experiencia que ha tenido de Cristo.
Los testigos de tal repaso y exhibición ciertamente se llevarán una buena impresión de ello. Por supuesto, como estamos carentes de este tipo de experiencias, no presenciamos esto muy a menudo. No obstante, en las reuniones a veces oímos una alabanza o un testimonio que es un repaso y una exhibición de la experiencia que un hermano ha tenido de Cristo, y admiramos esa alabanza o testimonio.
Por lo general, el holocausto que ofrecemos a Dios en nuestras reuniones es una ofrenda que consta de dos palominos. Tanto el sacrificio en sí como la manera en que se ofrece es pobre. Esto se debe a que nos hace falta experimentar a Cristo como holocausto. Si estamos carentes de las experiencias de Cristo, no tendremos nada que repasar o exhibir; pero si, por el contrario, experimentamos ricamente a Cristo en Sus experiencias, podremos seguir un procedimiento en el cual repasamos y exhibimos nuestras experiencias de Cristo. Este repaso y exhibición son un tesoro a los ojos de Dios.
Debemos experimentar a Cristo y luego, ofrecérselo a Dios. Experimentar a Cristo en Sus experiencias equivale a seguir Sus pisadas. Esto es vivir a Cristo, con lo cual repetimos la misma vida que Él llevó en la tierra. Si vivimos a Cristo, ciertamente acumularemos muchas experiencias de Cristo. Así, cuando vayamos a ofrecer a Dios el Cristo que hemos experimentado, lo haremos en conformidad con un procedimiento de repaso y exhibición, procedimiento que será impresionante no sólo para los hombres sino también para los demonios y los ángeles, y sobre todo, para Dios. A Dios le agrada ver que Sus hijos le ofrezcan a Su Hijo mediante un procedimiento en el que se repasen y se exhiban las experiencias que ellos han tenido de Cristo en su vida cotidiana. ¡Cuán maravillosas serían las reuniones de la iglesia si en ellas abundara este tipo de ofrendas!
En cuanto a la adoración, el Nuevo Testamento nos presenta palabras y principios claros, pero no nos proporciona los detalles que vemos en los tipos antiguotestamentarios, sobre todo, los tipos presentados en Levítico. Por ejemplo, en Juan 4:23 y 24 el Señor Jesús nos dice que la adoración genuina consiste en adorar a Dios en espíritu y con veracidad, y en 1 Corintios 14 Pablo nos da ciertos principios relacionados con la manera en que debemos reunirnos. Sin embargo, ni en Juan 4 ni en 1 Corintios 14 encontramos los detalles acerca de cómo adorar o cómo reunirnos. Para conocer estos detalles, debemos considerar los tipos que se hallan en Levítico.
El libro de Levítico provee muchos detalles acerca de la adoración a Dios. Ofrecer el holocausto y las demás ofrendas equivale a adorar a Dios. Dios quiere que lo adoremos ofreciéndole el Cristo que es la realidad de las ofrendas. Dios no quiere un pueblo que le adore postrándose, arrodillándose, o meramente cantándole y alabándole. La adoración genuina, la adoración que satisface el corazón de Dios, consiste en acudir a Él y adorarlo ofreciéndole el Cristo que hemos experimentado, y que se lo ofrezcamos en conformidad con nuestras experiencias, esto es, repasando las experiencias de Cristo que hemos tenido en nuestra vida cotidiana. Ésta es la adoración que el Padre busca, la adoración que Él desea.
El Padre desea que lo adoremos ofreciéndole a Su Hijo en conformidad con un procedimiento en el que repasemos nuestras experiencias. Esto requiere mucha experiencia. Damos gracias al Señor por habernos mostrado en Levítico que necesitamos experimentar a Cristo en Sus experiencias, de modo que no sólo lo presentemos a Él como nuestro holocausto, sino que además hagamos esto en conformidad con un procedimiento en el que presentemos Cristo a Dios al repasar las experiencias que hemos tenido de Él.
Quizás usted sienta que le es imposible experimentar a Cristo en Sus experiencias como holocausto. Sin embargo, en Filipenses 3:10 Pablo nos dice que podemos ser configurados a la muerte de Cristo si experimentamos el poder de la resurrección de Cristo, el cual nos sostiene y fortalece. En uno de sus himnos, A. B. Simpson dice: “Dulce es morir con Cristo / Si vivo en resurrección” (Himnos, #199). Si recibimos la visión respecto a experimentar a Cristo en Sus experiencias y sentimos deseos de llevar tal vida, debemos tener la fe de que el mismo Cristo que presenta Sus experiencias a modo de ejemplo reside ahora en nosotros como nuestro suministro de vida. Dentro de nosotros tenemos un suministro todo-suficiente, y este suministro es el Espíritu de Cristo en Su resurrección. Ésta fue la razón por la cual Pablo pudo decir: “Todo lo puedo en Aquel que me reviste de poder” (Fil. 4:13). Así pues, ya que Cristo está en nosotros y a favor nosotros, no debemos desanimarnos.
En cuanto al holocausto, debemos experimentar a Cristo en Sus experiencias. Entonces Dios aceptará lo que le ofrezcamos como holocausto. Pero ¿cómo podemos experimentar a Cristo de esta manera? No podemos hacer esto en nosotros mismos, pero sí podemos hacerlo por medio del Cristo resucitado que mora en nosotros, quien es la resurrección. En Él y por Él podemos hacer todo lo referente a experimentar a Cristo como holocausto. En Él y por Él podemos llevar una vida vencedora en nuestra vida matrimonial y en nuestra vida de iglesia, en la cual superamos todas las dificultades en la vida familiar y todos los problemas en la vida de iglesia. Todo lo podemos en Aquel que nos reviste de poder. Por consiguiente, podemos experimentar a Cristo en Sus experiencias para luego ofrecérselo como holocausto a Dios.