Mensaje 32
Lectura bíblica: Sal. 84
En este mensaje veremos el salmo 84, el cual se refiere al amor del salmista por la casa de Dios que está con Cristo.
El salmo 84 es la continuación de una serie de salmos acerca del trato y el despojo de parte de Dios. El Libro 3 de los Salmos tiene mucho que decir acerca del trato y el despojo de parte de Dios. Por ejemplo, el salmista en el salmo 73 estaba desconcertado por este trato y despojo, y no tenía claridad hasta que entró en el santuario de Dios. La situación de los salmistas en tales salmos era casi como la de Job. Con la diferencia de que mientras el salmista experimentaba el trato y el despojo de Dios, Job además experimentaba el consumir de Dios.
El salmo 84 utiliza un término especial: “el valle de Baca”. “Baca” significa “lágrimas”. Por lo tanto, el valle de Baca es el valle del llanto. Este término especial indica que el salmista había sido tratado por Dios y había sido despojado por El.
El versículo 4 dice que aquellos que habitan en la casa de Dios son bienaventurados. Aquí “casa” se refiere a la iglesia en su totalidad.
Los versículos 1 y 2 dicen: “¡Cuán amables son Tus tabernáculos, oh Jehová de los ejércitos! Anhela mi alma y desfallece por los atrios de Jehová; mi corazón y mi carne claman al Dios vivo”. Los tabernáculos de Dios, las moradas de Dios, representan las iglesias locales. El salmista aún no estaba en las moradas de Dios, pero anhelaba estar allí. Su anhelo era tal que aun desfallecía. Esto muestra hasta qué punto el salmista amaba las moradas de Dios.
El salmista prosigue y se compara con el gorrión: “Aun el gorrión halla casa, y la golondrina nido para sí, donde ponga sus polluelos: Tus altares, oh Jehová de los ejércitos, Rey mío, y Dios mío” (v. 3). Estos dos altares son el altar de oro para el incienso y el altar de bronce para el holocausto (Ex. 40:5-6). El altar de bronce, sobre el cual todo tipo de ofrendas eran presentadas, estaba en el atrio ante la puerta del tabernáculo. El lavacro también estaba en el atrio. En el lugar santo estaban la mesa de los panes de la proposición, el candelero y el altar de oro para el incienso.
El altar de bronce tipifica la cruz de Cristo. En este altar todas las cosas negativas fueron tratadas por las ofrendas, que tipifican a Cristo. En la cruz Cristo quitó nuestros pecados, crucificó al viejo hombre, destruyó a Satanás, juzgó el cosmos de Satanás y terminó con la vieja creación y todas las cosas negativas. Por lo tanto, fue en la cruz donde todos nuestros problemas se solucionaron, y fue en la cruz donde creímos en el Señor Jesús. En la cruz confesamos nuestros pecados, y en la cruz fuimos perdonados. Esto nos hizo aptos para poder entrar en el lugar santo y llegar a la mesa de los panes de la proposición para recibir alimento, al candelero para recibir luz, y al altar de oro para experimentar a Cristo como el incienso aceptable a Dios.
El altar de oro para el incienso, que estaba frente al Lugar Santísimo, es donde Dios acepta a Su pueblo en paz. Este incienso tipifica al Cristo resucitado en Su ascensión, quien es aceptado por Dios (Ap. 8:3). Cristo como nuestro incienso es fragante, placentero y aceptable. Aparte de Cristo no podemos ser aceptados por Dios. Cristo es nuestra aceptación. Por el lado negativo, en el altar de bronce nuestros problemas fueron solucionados por medio del Cristo crucificado; por el lado positivo, en el altar de oro somos aceptados por Dios en el Cristo resucitado en Su ascensión.
Antes de la muerte de Cristo había un velo que separaba al Lugar Santísimo, donde estaba el arca, del lugar santo, donde estaba el altar de oro. Por lo tanto, había un velo entre el arca y el altar de oro. Mientras que algunos versículos dicen claramente que el altar de oro estaba fuera del velo, otros versículos indican que el altar de oro pertenecía al Lugar Santísimo (He. 9:4; 1 R. 6:22). Cuando Cristo murió, El rasgó el velo que separaba el lugar santo del Lugar Santísimo (Mt. 27:51; He. 10:20), por lo tanto ya no hay velo, ni separación, entre el arca y el altar de oro.
El hecho de que Exodo 40:5 y 6 mencione al altar de oro junto con el altar de bronce demuestra que estos dos altares están muy relacionados. También están muy relacionados en nuestra experiencia. Primero, venimos al altar de bronce, a la cruz, donde todas las cosas negativas son tratadas. Como resultado de nuestra experiencia en este altar, somos limpiados y hechos aptos para entrar en el tabernáculo a fin de tocar a Dios en el altar del incienso.
Por medio de estos dos altares los redimidos de Dios hallan en los dos altares el hogar donde reposar con Dios. En Salmos 84:3 se habla tanto del hogar como del nido. ¿Cuál es la diferencia entre un hogar y un nido? Mientras que un hogar es un lugar de descanso, un nido es un lugar de refugio. Para nosotros en la actualidad, el altar de bronce es un refugio. Nos escondemos bajo la cruz, escapando así de nuestros problemas, y de este modo somos cubiertos en el refugio. Luego en el altar de oro tocamos a nuestro Cristo en los cielos. Esta relación no tiene como fin hallar refugio, sino reposar.
La golondrina es pequeña y débil, y las tormentas y otras cosas le son un problema. Pero la golondrina tiene un nido, un refugio. Así como la golondrina que viene al nido para poner a sus pichones, nosotros podemos venir a la cruz de Cristo como nuestro refugio. Aquí podemos traer nuestros “polluelos”, aquellos que encontramos en nuestra predicación del evangelio. En el campo espiritual, en el “nido” de la cruz podemos “poner” a nuestros polluelos, nuestros hijos espirituales. Poner los polluelos es producirlos por la predicación del evangelio. Para hacer esto tenemos que traer los pecadores a la cruz de Cristo. Es aquí, en la cruz, donde tenemos nuestro nido, nuestro refugio, y es aquí donde “ponemos nuestros polluelos”, o sea, producimos nuestros hijos espirituales. Antes de llegar a la cruz ellos eran pecadores, pero al llegar a la cruz ellos se convierten en creyentes, niños en el Señor. Cuando les enseñamos a nuestros polluelos a invocar el nombre del Señor, ellos aprenden a ofrecer oración a Dios en el altar del incienso. Luego en su experiencia estos dos altares estarán muy relacionados.
Ya hemos demostrado que este salmo acerca del amor del salmista por la casa de Dios que está con Cristo, habla de los tabernáculos de Dios y de la casa de Dios. En tipología, los tabernáculos, las moradas, son las iglesias locales, y la casa es la iglesia en su totalidad. Cuando venimos a la iglesia, la casa de Dios, somos atraídos por los dos altares, los cuales son muy impactantes. En el primer altar, el altar de bronce, confesamos nuestros pecados, fracasos y defectos. Nuestros problemas son solucionados en la cruz y así estamos calificados para entrar en Dios. Luego podremos venir al altar de oro para encontrarnos con Dios.
En el altar de bronce nos encontramos con el Cristo crucificado, pero en el altar de oro el Cristo crucificado se convierte en el Cristo ascendido. En Su ascensión Cristo se torna en nuestra aceptación. No importa cuán buenos o puros nos sintamos, no podemos ser aceptados por Dios fuera de Cristo. Sólo podemos ser aceptados por Dios en Cristo. Este es el significado de que Cristo sea nuestro incienso.
Apocalipsis 8:3 indica que a fin de que nuestra oración sea aceptada por Dios, Cristo como el incienso debe ser añadido a ella. Por eso es que necesitamos orar en el nombre del Señor. A veces terminamos nuestra oración con las palabras “en el nombre del Señor Jesús”. Si oramos en nuestro propio nombre, no seremos aceptados por Dios. Sólo cuando estamos en el nombre del Señor seremos aceptados por Dios, pues Cristo como el incienso, como la fragancia placentera, será nuestra aceptación. Estando en El, no solamente seremos aceptables para Dios, sino también fragantes y placenteros para El.
Primero la iglesia viene a ser un refugio, y luego un hogar. Antes de que fuésemos salvos y entráramos en la iglesia, no solamente vagábamos sin hogar, sino que también estábamos sin salvaguardia, protección, ni escondedero. Cuando vinimos a la iglesia, fuimos inmediatamente al altar de bronce, la cruz de Cristo, y allí, teniendo la solución a nuestros problemas, hallamos el escondedero, el refugio. Nos escondimos en la cruz. Luego, al avanzar en nuestro contacto con Dios orando en el altar del incienso, tuvimos la sensación de que estábamos descansando en el hogar. Muchos de nosotros podemos testificar que éste fue nuestro sentir cuando vinimos a la iglesia.
Al experimentar estos dos altares en la iglesia, podemos decir junto con Pablo: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a Este crucificado” (1 Co. 2:2). Sólo conocemos a Cristo y Su cruz. La cruz es nuestro refugio, nuestro escondedero, y Cristo mismo es nuestra aceptación. Día a día venimos a estos dos altares. Día a día nos escondemos y descansamos. Venimos a la cruz, donde tenemos refugio, y venimos a Cristo, donde descansamos y tenemos un hogar.
En Salmos 84:4 dice: “Bienaventurados los que habitan en Tu casa; perpetuamente te alabarán”. Habitar en la casa de Dios es alabarlo. Nuestros grupos vitales deben estar llenos de alabanza. No alabar al Señor es estar dormido, pero alabarle es ser vital. Alabar al Señor debe ser nuestro vivir, y nuestra vida de iglesia debe ser una vida de alabanza.
“Porque mejor es un día en Tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las tiendas de los impíos” (v. 10; cfr. Ez. 47:3-5; Ap. 20:4-6). Aquí el salmista habla de uno que está a la puerta, la cual es la línea divisoria entre el interior y el exterior. Ciertamente me gustaría ser uno que está a la puerta de la casa de Dios.
En Salmos 84:5-7 se revela que el hombre cuyo corazón está en los caminos a Sion es bienaventurado. Estar en los caminos a Sion significa que nuestra intención es venir a la iglesia. En realidad, nuestra intención de estar en la vida de la iglesia es un camino para que podamos entrar en la iglesia.
“Bienaventurado el hombre que tiene en Ti sus fuerzas” (v. 5a). Esto quiere decir que en los caminos a Sion tenemos fuerza en Dios. Muchos de nosotros podemos testificar de que antes de entrar en la iglesia éramos débiles e indecisos, pero una vez que tomamos la decisión de venir a la iglesia, fuimos fortalecidos en Dios.
El versículo 6a habla del pasar por el valle de Baca. Como ya hemos dicho “Baca” significa “lágrimas”. Por un lado, cuando tuvimos la intención de venir a la vida de la iglesia, fuimos fortalecidos en Dios; por el otro, Satanás se nos opuso, e hizo que muchos santos sufrieran persecución. Los problemas y la persecución causados por Satanás pueden hacer de nuestro camino un valle de lágrimas.
Cuando pasamos por el valle de Baca, Dios lo cambia en fuente (v. 6b). Si tomamos el camino para ir a la casa de Dios, los problemas y la persecución vendrán a nosotros, y tales cosas harán que lloremos. Pero Dios cambiará nuestras lágrimas en fuente. Solamente aquellos que lloran tendrán una fuente. Cuanto más lágrimas derramamos, mayor será la fuente.
El versículo 6c dice: “También la lluvia temprana lo cubre de bendición”. Conforme a nuestra experiencia, esto significa que nuestras lágrimas se convierten en fuente y esta fuente se convierte en la lluvia temprana que cubre el valle de bendición. Esta lluvia temprana es el Espíritu, y el Espíritu es nuestra bendición.
Esta era la situación de un hermano en Chifú. Antes de creer en el Señor Jesús, él era musulmán. Después de que fue salvo y vino a la vida de la iglesia, él sufrió mucha persecución. Esta persecución casi lo mató. El derramó muchas lágrimas. Pero esas lágrimas se convirtieron en fuente; la fuente vino a ser el Espíritu como la lluvia temprana; y como resultado este hermano llegó a ser avivado.
Aquellos que vienen a la vida de la iglesia al pasar por el valle de lágrimas encontrarán que este llanto se convertirá en una gran bendición para ellos. Esta bendición es el Espíritu. Las lágrimas que derramaron fueron de ellos, pero las lágrimas se volvieron una fuente que a su vez viene a ser lluvia temprana, el Espíritu como la bendición.
“Van de poder en poder” (v. 7a). Esto quiere decir que al poder se le agrega más poder. Aquellos que toman el camino a Sion ya tienen poder en Dios, y ahora están más fuertes, por lo tanto van de poder en poder.
“Comparecen ante Dios en Sion” (v. 7b). El resultado de lo siguiente es que aparecemos ante Dios en Sion. Valoramos la habitación de Dios porque Sion está aquí. Valoramos la vida de la iglesia porque estamos en Sion. Aunque estemos sobre la tierra, en realidad estamos en la Sion celestial (He. 12:22).
Los versículos 8, 9, 11 y 12 constituyen la oración del salmista.
“Mira nuestro escudo, oh Dios, y pon los ojos en el rostro de Tu ungido” (v. 9). En este versículo tanto el “escudo” como el “ungido” se refieren al rey David, quien tipifica a Cristo. Aquí el salmista oró acerca de David, diciendo que él era el escudo para protegerlos y el ungido de Dios. Sin embargo, en tipología el ungido es Cristo. En nuestra oración podemos decir: “Oh Dios, pon Tus ojos en el rostro de Cristo, Tu Ungido, quien es nuestro Salvador”.
El versículo 11a dice: “Porque sol y escudo es Jehová Dios”. El sol es el origen de la luz, y la luz da vida. Las plantas, los animales y los seres humanos necesitan la luz solar para poder vivir y crecer. En nuestra vida espiritual, también necesitamos la luz solar, y para esto tenemos a Cristo como el origen de nuestra luz y nuestra vida.
En el versículo 11b-c el salmista pasa a decir que Jehová da gracia y gloria, y no niega nada bueno. La gracia y la gloria son Dios mismo. La gracia es Dios para nuestro disfrute, y la gloria es Dios para nuestro esplendor. Por lo tanto, en estos versículos Jehová Dios es cuatro cosas en Cristo para nosotros: el escudo, el sol, la gracia y la gloria.
El salmo 84 fue escrito conforme al trasfondo del salmista, que era muy similar al trasfondo de Job. En el versículo 11c el salmista dice que Dios “nada bueno niega a los que andan en integridad”. En el versículo 12 añade: “Jehová de los ejércitos, dichoso el hombre que en Ti confía”. En el versículo 11d “a los que andan en integridad” probablemente se refiere, en los complejos sentimientos del salmista, a aquellos que guardan la ley. En el versículo 12 “el hombre que en Ti confía” probablemente se refiere también en los complejos sentimientos del salmista, al hombre que habita en la casa de Dios.
Lo que tenemos aquí son las expresiones complejas de los sentimientos mezclados del salmista. Tales sentimientos no corresponden a la revelación de Dios. Job anduvo íntegramente, sin embargo Dios no solamente le negó algo sino que también lo despojó y consumió. Además, aunque Job confiaba en Dios, no siempre tuvo la bendición de Dios. ¿Creen ustedes que por caminar íntegramente podemos disfrutar a Cristo actualmente como nuestro sol, escudo, gracia y gloria? ¿Creen ustedes que por confiar en Dios El nos bendice? Debemos confesar que por nosotros mismos no podemos andar íntegramente o tener una confianza firme en Dios. ¿Significa, entonces, que perdemos a Cristo como nuestro sol, escudo, gracia y gloria? No, ésta no es nuestra situación.
En tipología, el salmo 84 nos muestra lo excelente de la vida de la iglesia y cómo debemos valorarla. Aquí disfrutamos la cruz de Cristo y disfrutamos a Cristo mismo. Todos debemos tomar el camino que nos lleva a la iglesia y habitar ahí. Allí disfrutamos a nuestro David, nuestro Ungido, nuestro Cristo, quien es nuestro sol, nuestro escudo, nuestra gracia y nuestra gloria.