Mensaje 14
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Lectura bíblica: Lc. 6:12-49
En este mensaje llegamos a 6:12-49. Esta porción del Evangelio de Lucas abarca dos asuntos: el Señor designa a doce apóstoles (vs. 12-16) y enseña a Sus discípulos la moralidad más elevada (vs. 17-49).
Lucas 6:12 dice: “En aquellos días El fue al monte a orar, y pasó toda la noche orando a Dios”. Al día siguiente, llamó a Sus discípulos y escogió a doce de ellos para que fueran Sus apóstoles. El Señor Jesús oró para tener comunión con Dios y buscar la voluntad y el beneplácito de Dios en relación con Su ministerio. El Salvador-Hombre no llevó a cabo Su ministerio por Sí mismo de una manera independiente de Dios, ni conforme a Su propia voluntad. Más bien, cumplió con Su ministerio conforme a la voluntad y al beneplácito de Dios, siendo uno con Dios para cumplir Su propósito. El Señor Jesús, en particular, no designó a los doce apóstoles por Sí mismo. En este asunto El actuó como un hombre que era uno con Dios.
Cuando el Señor Jesús se bautizó, se renunció a Sí mismo. Esto indica que en Su ministerio El no haría nada por Sí mismo, sino que lo haría todo por Dios y con Dios. En 6:12 vemos que se aplica el bautismo del Señor. El Señor en Su oración se rechazó y se renunció a Sí mismo. En el asunto crucial de la designación de ciertas personas para que fueran Sus ayudantes, es decir, ser los apóstoles para que llegaran hasta otros, el Señor no actuó en Sí mismo ni por Sí mismo. El hizo esto absolutamente en Dios y con Dios. El punto principal en cuanto a la selección de los doce apóstoles descrito en 6:13-16 consiste en que el Señor se renunció a Sí mismo y no actuó por Sí mismo. En la designación de los doce apóstoles, El actuó en Dios, por El y con El.
En 6:17-20 vemos que lo que el Señor dijo en el resto de este capítulo, fue dirigido a Sus discípulos (v. 20) al estar en la presencia de una gran multitud (v. 17), compuesta probablemente en gran parte de incrédulos. Así que había dos grupos con el Señor mientras enseñaba. El primer grupo era Sus discípulos; el segundo era la multitud de incrédulos. Necesitamos acordarnos de esto si queremos entender la enseñanza del Señor que se ve aquí. A veces Sus palabras se refieren a los creyentes, y otras veces, a los incrédulos.
Gran parte de la enseñanza del Señor en 6:17-49 es semejante a las de los capítulos del cinco al siete del Evangelio de Mateo. Todo lo que se promulga en Mt. 5—7, como constitución del reino de los cielos, constituye la realidad del reino de los cielos. Todo lo citado en Lucas 6:20-49, como principios del carácter de los hijos de Dios, gobierna y mide el comportamiento de los creyentes, quienes nacieron de Dios y poseen Su vida y naturaleza. Cuando se expresó esta porción, con excepción a los versículos del 24 al 26 y 39, se aplicaba al remanente de los judíos que creyeron.
Hemos visto que en los capítulos del cinco al siete de Mateo tenemos la constitución del reino de los cielos. La enseñanza del capítulo seis de Lucas no se refiere a una constitución, sino a los principios del carácter de los creyentes del Señor, o sea los que nacieron de Dios y que poseen Su vida y naturaleza. Nosotros, los creyentes que fuimos regenerados por Dios, tenemos la vida y la naturaleza de Dios. Ahora necesitamos ver cuáles principios deben gobernar nuestro carácter, nuestro comportamiento. ¿Cómo debemos portarnos? ¿Cómo debemos comportarnos y actuar? Los principios dados en este capítulo responden a estas preguntas. Todos los aspectos de la enseñanza del Señor mencionados aquí son principios que deben gobernar nuestro comportamiento cristiano. Si vemos esto, veremos la diferencia entre la constitución del reino de los cielos en Mateo del 5 al 7 y los principios del comportamiento cristiano en Lucas 6.
El primer principio visto en estos versículos consiste en que nosotros, los que creemos en Cristo y que nacimos de Dios, debemos ser personas benditas por Dios. Debemos ser personas benditas, no personas malditas. Como resultado de la caída, la maldición cayó sobre la humanidad. Pero en el jubileo de la gracia, el Señor Jesús nos rescató de la maldición y nos introdujo en la bendición de Dios. Así que, debemos ser personas bendecidas por Dios. En 6:20-23 se hallan cuatro características de las personas benditas.
En el versículo 20 el Señor Jesús dice: “Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios”. En este versículo la palabra pobres tiene dos significados. En primer lugar, significa ser pobres en las cosas materiales; en segundo lugar, significa ser pobres en las cosas espirituales. Por lo tanto, la palabra pobre indica ser pobres en las cosas terrenales y materiales, y ser pobres también en las cosas celestiales y espirituales.
A menudo les es difícil a los que son ricos en las cosas terrenales y materiales ser pobres en las cosas celestiales y espirituales. Si una persona escogida y llamada por Dios llega a ser rica en las cosas materiales, es posible que le sea muy difícil llegar a ser pobre en las cosas espirituales. Incluso es posible que sea necesario que Dios le quite las riquezas materiales para que llegue a ser pobre en cuanto a las cosas espirituales.
Si queremos ser personas benditas, necesitamos ser pobres. Necesitamos ser pobres principalmente en las cosas espirituales, en las cosas celestiales. En cuanto a las cosas espirituales, debemos sentirnos que no tenemos nada, que somos pobres.
Mateo 5:3 habla de ser pobre en espíritu. Ser pobre en espíritu no sólo significa ser humilde, sino también desprendido en el espíritu, en lo profundo del ser, sin aferrarse a las cosas viejas. Ser pobre en espíritu también significa descargarse de todo para recibir las cosas nuevas.
Nuestro espíritu humano, la parte más profunda de nuestro ser, es el órgano con el cual tenemos contacto con Dios y conocemos las cosas espirituales. Para comprender y poseer el reino de Dios necesitamos ser pobres, desprendidos, descargados, en esta parte de nuestro ser. Necesitamos ser pobres en el espíritu todo el tiempo, teniendo por dentro la sensación profunda de que somos pobres en relación con las cosas espirituales, en cuanto a las cosas pertinentes a Dios. Si somos pobres de esta manera y humildes, inmediatamente el reino de Dios se convierte en nuestra bendición.
La segunda característica de las personas benditas es tener hambre ahora: “Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados” (v. 21a). Este versículo habla del hambre espiritual. Primero nos damos cuenta de que somos pobres en las cosas espirituales, y entonces tendremos el hambre por las cosas que carecemos de la esfera espiritual.
El Señor dice que los que ahora tienen hambre serán saciados. Cuando tengamos hambre, nos llenaremos. Seremos saciados con las riquezas espirituales de Cristo.
En 6:21b el Señor Jesús dice: “Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis”. Esta es la tercera característica de los que son bendecidos por Dios. En este versículo llorar significa arrepentirse y lamentarse. Llorar en este sentido significa que no estamos contentos acerca de nuestra condición y situación espiritual. Por lo tanto, nos arrepentimos y lamentamos y deseamos tener un cambio en nuestra condición espiritual.
La cuarta característica se encuentra en los versículos 22 y 23: “Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, y cuando os aparten de sí, y os vituperen, y desechen vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del Hombre. Regocijaos en aquel día, y saltad de gozo, porque he aquí vuestro galardón es grande en los cielos; porque así hacían sus padres con los profetas”. Aquí vemos que es una bendición el ser aborrecido y vituperado a causa del Hijo del Hombre. Sin embargo, nos gusta que otros nos alaben, y nos valoren, nos honren y nos estimen altamente. Debemos darnos cuenta de que los creyentes serán aborrecidos, y el mundo hablará mal de ellos. Esto se debe a que el mundo entero sigue a Satanás, y nosotros, en dirección opuesta, seguimos al Señor. Puesto que nuestro camino es opuesto al del mundo, la gente mundana nos aborrecerá y hablará malignamente de nosotros.
En los versículos del 24 al 26 el Señor habla a la multitud de incrédulos presentes. En el versículo 24 El dice: “Mas ¡ay de vosotros, ricos! porque ya habéis recibido todo vuestro consuelo”. La palabra griega traducida mas también significa sin embargo,aún. Cuando esta porción fue expresada, los versículos del 24 al 26 podrían aplicarse a los judíos incrédulos, quienes endurecieron sus corazones y rechazaron al Salvador.
En el versículo 24 el Señor pronuncia un “ay” a los que son ricos. Les dice que ellos han recibido su consuelo. La palabra griega traducida recibido fue usada en un sentido comercial, refiriéndose al recibo del pago total.
En los versículos 25 y 26 el Señor añade: “¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís! porque lamentaréis y lloraréis. ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas”. Aquí vemos que los que desean ser alabados por otros y ser estimados altamente por ellos serán como los falsos profetas.
En 6:27 el Señor, después de hablar con la multitud, se dirige a Sus discípulos. Los versículos 27 y 28 dicen: “Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os injurian”. En el versículo 27 los que oyen son los que creen, o sea, los que reciben la palabra del Señor.
En los versículos 27 y 28 vemos el más alto nivel de moralidad. Amar a nuestros enemigos y hacer bien a los que nos aborrecen es el más alto nivel de moralidad. Bendecir a los que nos maldicen y orar por los que nos injurian es también el más alto nivel de moralidad. Aunque nos es fácil entender estos versículos, nos es extremadamente difícil practicarlos. En realidad, para cumplir estas palabras, necesitamos ser Dios-hombres, personas que están saturadas de Dios y mezcladas con El.
En el versículo 29 el Señor dice: “Al que te hiera en la mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues”. Presentar la otra mejilla al que nos hiere demuestra que tenemos el poder de sufrir en vez de resistir, y también el poder de andar ni en la carne ni en el alma para nuestro propio beneficio, sino en el espíritu, para el reino de Dios.
La capa del versículo 29 es una prenda exterior y la túnica es una prenda interior que se pone pegada al cuerpo. Aquí el Señor dice que al que nos quite la capa no debemos negarle nuestra prenda interior. Sin embargo, para conducirnos de esta manera necesitamos estar saturados de Dios.
En el versículo 30 el Señor añade: “A todo el que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva”. Dar a todos los que nos piden y no exigir que nos devuelvan nuestras cosas demuestra que no nos importan las cosas materiales y que no estamos poseídos por ellas.
El versículo 31 dice: “Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Esto indica que lo que queremos que otros hagan con nosotros, necesitamos hacerlo primero con ellos.
En 6:32-34 el Señor Jesús dice: “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto”. En estos versículos mérito corresponde a recompensa, y qué se refiere a la calidad de recompensa. Por lo tanto, qué mérito significa qué tipo de recompensa.
Recibir un mérito es recibir una recompensa. Si usted hace algo bueno a una persona, y ésta le da las gracias, tal gracias le es una recompensa. En estos versículos el Señor pregunta qué mérito, qué tipo de recompensa nos es, si lo que hacemos con otros es lo mismo que lo que los pecadores hacen. Los pecadores también aman a los que los aman, hacen bien a los que les hacen bien, y prestan con la esperanza de recibir de vuelta la misma cantidad o más.
En el versículo 35 el Señor prosigue: “Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque El es benigno para con los ingratos y malos”. En este versículo tenemos la clave para llevar este tipo de vida que se describe aquí. La clave está en la vida de Dios. Si queremos cumplir con todos estos principios, debemos tener la vida de Dios. Debemos nacer del Altísimo, o sea, nacer de Dios, y de este modo, llegar a ser hijos del Altísimo.
Nosotros los que nacimos de Dios somos capaces de amar a nuestros enemigos. Dios nos amó aun cuando éramos Sus enemigos (Ro. 5:8). Nos debe impresionar el hecho de que Dios nos amó mientras éramos aún Sus enemigos. Ahora Su amor ha sido impartido en nosotros. Por lo tanto, el amor con el cual amamos a otros, es el amor de Dios nuestro Padre.
La Biblia nos dice que Dios es amor (1 Jn. 4:8). Tal como el Espíritu es la naturaleza de la persona de Dios, y la luz es la naturaleza de la expresión de Dios, así el amor es la naturaleza del ser de Dios. Por lo tanto, si nacimos de Dios, sin duda nacimos de la naturaleza del ser de Dios, la cual es el amor divino. Ya que nacimos de Dios, tenemos Su vida y Su naturaleza. Ahora, espontáneamente somos capaces de amar a nuestros enemigos tal como Dios nuestro Padre los ama. Esta es la razón por la cual el Señor nos dice que amemos a nuestros enemigos para que podamos ser hijos del Altísimo, el que es benigno para con los ingratos y malos.
En 6:36 el Señor dice: “Sed, pues, compasivos, como también vuestro Padre es compasivo”. La compasión sobrepasa el amor y la misericordia. Es posible demostrar misericordia a alguien sin estar llena de compasión. En realidad, es más fácil amar a otros que estar lleno de compasión para con ellos. Esto se debe a que con frecuencia amamos a los que son buenos. Sin embargo, la compasión va mucho más allá que el amor. Necesitamos ejercer nuestra misericordia con el fin de llegar a los que están en una condición lamentable.
Según nuestro entendimiento natural, tal vez pensemos que estar lleno de compasión para con otra persona es tener misericordia de una persona que está enferma o en la pobreza. Pero esto no es el significado de la compasión según el contexto de este capítulo. El contexto indica que la persona que nos odia y que nos injuria está en una condición lamentable. Por lo tanto, hacia tal persona no sólo debemos tener amor, sino también estar llenos de compasión. Necesitamos compadecernos del maligno y del que es del todo detestable. Nosotros, los que nacimos de Dios, debemos estar llenos de compasión tal como lo está nuestro Padre.