Mensaje 16
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Lectura bíblica: Lc. 7:1-35
En 7:1-35 se abarcan tres asuntos: el Salvador-Hombre con una palabra sana al que estaba a punto de morir (vs. 1-10), el Salvador-Hombre muestra compasión resucitando al hijo muerto de una madre que estaba llorando (vs. 11-17), y el Salvador-Hombre fortalece a Su precursor (vs. 18-35). Tal vez parezca que no hay ninguna conexión entre estos tres casos. En realidad, estos asuntos están relacionados.
Lucas 7:1 y 2 dicen: “Después que hubo terminado todas Sus palabras a oídos del pueblo, entró en Capernaum. Y el esclavo de un centurión, a quien éste apreciaba mucho, estaba enfermo y a punto de morir”. Un centurión era un oficial del ejército romano que tenía a su cargo cien soldados. Este centurión representa a los creyentes gentiles, quienes son salvos por medio de la fe en la palabra del Señor (v. 7).
Al haber oído de Jesús, este centurión “envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese y sanase a su esclavo” (v. 3). Cuando estos ancianos hallaron a Jesús, “le rogaron con solicitud, diciéndole: Es digno de que le concedas esto; porque ama a nuestra nación, y nos edificó la sinagoga él mismo” (vs. 4-5).
Mientras que el Salvador-Hombre estaba en camino a la casa del centurión, éste envió unos amigos, diciéndole: “Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; por lo que ni aun me tuve por digno de venir a Ti; pero di la palabra, y mi criado quedará sano” (vs. 6-7). En el versículo 8 tenemos unas palabras adicionales del centurión relatadas al Señor Jesús por medio de sus amigos: “Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi esclavo: Haz esto, y lo hace” (v. 8).
En 7:1-10 vemos la autoridad y la palabra de autoridad. El centurión probablemente dijo al Señor Jesús por medio de sus amigos: “Señor, no soy digno de venir a verte ni que Tú vengas a mi casa. Aun así yo sé lo que es la autoridad. Yo estoy bajo la autoridad de otros, y otros están bajo mi autoridad. Todo lo que tengo que hacer es decir una palabra a uno de los soldados, y hace lo que le digo. Señor, sé que Tú eres la autoridad de este universo”.
¿Cómo llegó a conocer este centurión romano, un gentil, la autoridad del Señor? Según el versículo 5, él amaba la nación de los judíos y les edificó una sinagoga. Con esto vemos que él probablemente tenía algún conocimiento del Antiguo Testamento. Además, se refirió al Salvador-Hombre como Señor. Por lo tanto, se dio cuenta de que el Salvador-Hombre era el que tiene la autoridad genuina.
El centurión también sabía el significado en cuanto a la palabra de autoridad. Esta era la razón por la cual él pudo decir al Salvador-Hombre: “Di la palabra, y mi criado quedará sano” (v. 7). El conocía la autoridad y la palabra como la expresión de la autoridad. De hecho, el esclavo del centurión se sanó por la palabra del Salvador-Hombre.
En 7:9 el Señor Jesús se maravilló de la fe del centurión: “Al oír esto, Jesús se maravilló de él, y volviéndose a la multitud que le seguía, dijo: Os digo que ni aun en Israel he hallado una fe tan grande”. El centurión, siendo un gentil, reconoció la autoridad del Salvador-Hombre y se dio cuenta de que Sus palabras eran unas palabras que tenían la potestad para sanar. Por lo tanto, no sólo creyó en el Salvador-Hombre, sino también en Sus palabras. Pidió al Señor que no viniera personalmente, sino que sólo mandara Sus palabras. El Salvador-Hombre se maravilló de esta fe tan grande.
En este caso también vemos las virtudes humanas del Señor con Sus atributos divinos. Su virtud se expresó en el hecho de ir a la casa del centurión. El Señor Jesús es el Señor del universo entero. No obstante, estaba dispuesto a ir a ver a un oficial que estaba en el ejército romano. El centurión sólo tenía cien soldados bajo su autoridad, sin embargo, el Señor Jesús tiene el universo entero bajo Su autoridad. En la virtud humana del Salvador-Hombre, se expresó Su atributo divino de autoridad. El dijo una palabra, y el esclavo del centurión se sanó. Aquí vemos el atributo divino del Señor que se manifestó en Su virtud humana.
En 7:11-17 vemos al Salvador-Hombre que muestra compasión resucitando al hijo de una madre que estaba llorando. Los versículos 11 y 12 dicen: “Aconteció poco después, que El iba a la ciudad que se llama Naín, e iban con El Sus discípulos, y una gran multitud. Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda; y había con ella una considerable multitud de la ciudad”. Esta era una situación muy triste, y nadie pudo hacer nada para consolar a la viuda afligida. Había perdido primero a su marido, y ahora había perdido a su único hijo.
Este caso fue único en su género por la miseria que describe: el hijo único de una viuda era llevado en un féretro. La compasión del Salvador también fue única en su género en Su amor y condolencia para con ella. Se ofreció en Su tierna misericordia Su poder de resurrección para levantar de la muerte al hijo de la viuda, sin que se le pidiera. Esto indica Su comisión única, que consiste en venir para salvar a los pecadores perdidos (19:10), y muestra el alto nivel de Su moralidad, que como Salvador-Hombre, salvó a los pecadores.
Lucas 7:13-15 dice: “Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No llores. Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: Joven, a ti te digo, levántate. Entonces se incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar. Y lo dio a su madre”. Aquí vemos la compasión del Salvador-Hombre al hablar con la viuda y al tocar el féretro. Cuando tocó el féretro, los que lo llevaban se detuvieron. Entonces el Señor mandó al hijo muerto de la viuda que se levantara. Con esto se revelan los atributos divinos del Señor expresados en Sus virtudes humanas.
El Salvador-Hombre en Su compasión habló con la viuda y tocó el féretro. Ella no le pidió que hiciese estas cosas. Pero viendo la situación, El inició el acto que hizo que el hijo muerto resucitara. Para la gran sorpresa de los que estaban presentes, el Señor inició este acto conforme a Su virtud humana. ¿Qué le hizo compadecerse? Su virtud humana lo hizo compadecerse. Luego en Su virtud humana se expresaron Sus atributos divinos cuando El resucitó al joven de la muerte.
Otra vez vemos que el Señor Jesús está lleno de las virtudes humanas y de los atributos divinos. Vemos la expresión de los atributos divinos del Salvador-Hombre en Sus virtudes humanas, al resucitar El al hijo muerto y al entregarle a su madre.
Lucas, que escribió su evangelio según la secuencia de la moralidad, pone junto dos casos, que consisten en sanar al esclavo del centurión y resucitar al hijo de la viuda. En el caso del esclavo del centurión que se sana, vemos la autoridad del Señor, pero en el caso del hijo de la viuda que resucita, vemos Su afecto. Cuando el Señor tocó el féretro, demostró Su compasión, Su afecto y Su amor. Por lo tanto, el primer caso es un asunto de autoridad; el segundo es un asunto de una compasión afectuosa. Vemos en ambos casos al Salvador-Hombre que se expresa en Sus virtudes humanas con Sus atributos divinos.
En realidad, vemos en ambos casos la autoridad del Salvador-Hombre. Decir una palabra para que el esclavo del centurión se sane implica autoridad. Sin embargo, la autoridad que se expresa aquí no es tan alta como la que se expresa al resucitar al hijo de la viuda. Cuando ponemos estos dos casos juntos, vemos que el Salvador-Hombre, el Dios-hombre, estaba lleno de las virtudes humanas junto con los atributos divinos.
Lucas 7:18 dice: “Los discípulos de Juan le dieron las nuevas de todas estas cosas”. Juan el Bautista, el precursor de Cristo, estaba en la cárcel. Parecía que Aquel que tenía la autoridad y la compasión no haría nada por Juan. En vez, fue como si se hubiera olvidado de él. Posiblemente los discípulos de Juan estuvieran molestos por esto y le dieron las nuevas de todas estas cosas. Es posible que estuvieran desconcertados por el hecho de que el Salvador-Hombre, que sanó al esclavo del centurión y resucitó al hijo de la viuda, no estaba haciendo nada por Juan el Bautista.
Los versículos 19 y 20 dicen: “Y llamó Juan a dos de sus discípulos, y los envió al Señor, diciéndole: ¿Eres Tú el que había de venir, o hemos de esperar a otro? Cuando, pues, los hombres vinieron a El, dijeron: Juan el Bautista nos ha enviado a Ti, a decirte: ¿Eres Tú el que había de venir, o hemos de esperar a otro?” Lo que dijo Juan el Bautista aquí no significa que tenía dudas con respecto a Cristo. Hizo tal pregunta a Cristo para provocarlo para ver si así lo libraba. El sabía que Cristo era Aquel que había de venir, y lo había recomendado confiadamente al pueblo (Jn. 1:26-36). Después, Juan fue encarcelado y allí estaba a la expectativa de que Cristo hiciera algo para librarlo. Sin embargo, el Señor no hizo nada por él, aunque sí hizo mucho para ayudar a otros. Cuando Juan oyó esto, él corría el peligro de tropezar a causa del Señor (Lc. 7:23). Así que, envió a sus discípulos al Señor con esa pregunta tan provocativa.
Es correcto considerar juntos estos tres casos en 7:1-35. El Señor hizo algo por el centurión y la viuda, quienes no estaban relacionados con El. Pero no hizo nada por aquel que era Su precursor, quien fue encarcelado por Su causa. Aunque el Salvador-Hombre hizo muchas cosas por otros, El no hizo nada por Juan el Bautista. Debido a esto, Juan trató de provocar al Señor Jesús para que hiciese algo por él.
En 7:22 y 23 tenemos la respuesta del Señor a la pregunta de Juan: “Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos reciben la vista, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio; y bienaventurado es el que no tropieza a causa de Mí”. En el versículo 22 el Señor dice primero que los ciegos reciben la vista. No hubo tal milagro en el Antiguo Testamento. Al decir esto, le dio a Juan la evidencia clara de que nadie más que el Mesías habría podido hacer tal milagro (Is. 35:5).
En cuanto al significado espiritual, también primero los ciegos reciben la vista. En la salvación del Señor, primero El abre nuestros ojos (Hch. 26:18); entonces podemos recibirle y andar en pos de El.
Los cojos representan a los que no pueden andar en el camino de Dios. Después de ser salvos, pueden andar por medio de una vida nueva (Jn. 5:8-9).
Los sordos representan a los que no pueden oír a Dios. Después de ser salvos, pueden oír la voz del Señor (Jn. 10:27).
Los muertos representan a los que están muertos en pecados (Ef. 2:1, 5), incapaces de tener contacto con Dios. Después de ser regenerados, pueden tener comunión con Dios por medio de su espíritu regenerado.
Los pobres representan a todos los que están sin Cristo, sin Dios, y que no tienen esperanza en el mundo (Ef. 2:12). Al recibir el evangelio, son hechos ricos en Cristo (2 Co. 8:9; Ef. 3:8).
¿Qué habría dicho usted si hubiera sido Juan y hubiera recibido lo que el Señor dijo en el versículo 22? Quizás habría dicho: “No quiero oír esta clase de reporte. Señor, ¿qué harás conmigo? Das vista a los ciegos, haces que los cojos anden, limpias a los leprosos, haces que los sordos oigan, resucitas a los muertos, y traes las buenas nuevas a los pobres. Me gustaría oír algunas buenas nuevas en cuanto a mi situación. Señor, ¿qué harás por mí? Todavía estoy en la cárcel. ¿No declaraste el jubileo y proclamaste libertad para los cautivos? Señor, quiero que me liberes”.
En el versículo 23 el Señor dijo a Juan: “Bienaventurado es el que no tropieza a causa de Mí”. Esto implica que Juan el Bautista estaba en peligro de tropezarse porque el Señor no actuó en beneficio de él según la manera que Juan esperaba. Aquí el Señor le exhortó a que tomara el camino que había designado para él, a fin de que fuera bendecida.
En el versículo 23 es probable que el Señor dijo: “Juan, he hecho muchas cosas por otros, pero no haré nada por ti. No tropieces a causa de Mí. Bienaventurado es aquel que no tropieza en Mí”.
Creo que lo que el Señor dijo en el versículo 23 fortaleció a Juan para el martirio que iba a sufrir. Juan sabía que Cristo podía hacer cualquier cosa, pero que no haría nada por él. Aunque el Señor pudo haber hecho algo, estaba bien que El no hiciera nada. Juan fue convencido por las palabras del Señor y fortalecido por ellas.
En 7:24-28 el Señor Jesús habló a la multitud en relación a Juan el Bautista. En el versículo 26 el Señor Jesús dijo que Juan el Bautista era “más que profeta”. En el versículo 27 El dijo en relación a él: “Este es de quien está escrito: He aquí, envío Mi mensajero delante de Tu faz, el cual preparará Tu camino delante de Ti”. En Malaquías 4:5 se profetizó que Elías vendría. Cuando Juan el Bautista fue concebido, se dijo que él iría delante del Señor en el espíritu y el poder de Elías (Lc. 1:17). Así que, en cierto sentido, Juan puede ser considerado como “Elías, el que había de venir” (Mt. 11:14). Sin embargo, la profecía de Malaquías 4:5 se cumplirá en realidad durante la gran tribulación, cuando el Elías verdadero, uno de los dos testigos, vendrá a fortalecer al pueblo de Dios (Ap. 11:3-12).
En Lucas 7:31 y 32 el Señor añade: “¿A qué, pues, compararé los hombres de esta generación, y a qué son semejantes? Semejantes son a los muchachos sentados en la plaza, que dan voces unos a otros y dicen: Os tocamos la flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis”. Los fariseos y los intérpretes de la ley (v. 30) pensaban que tenían experiencia y conocimiento con respecto a la ley de Dios. Pero en el versículo 32 el Señor les asemeja con los muchachos.
Cristo y Juan el Bautista “tocaron la flauta” para predicar el evangelio del reino, pero los fariseos y los intérpretes de la ley “no bailaron” por el gozo de la salvación. Juan y el Señor Jesús también “les endecharon” para predicar arrepentimiento, pero éstos “no se lamentaron” por el pesar del pecado. La justicia de Dios requiere que se arrepientan, pero no obedecían. La gracia de Dios les proporcionó salvación pero ellos no la recibían.
En el versículo 33 el Señor continúa: “Porque vino Juan el Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y decís: Demonio tiene”. Juan el Bautista, que vino a traer al hombre al arrepentimiento y a causar que lamentaran por el pecado, no tuvo inclinación ni por el comer ni el beber (Lc. 1:15-17). Debido a que Juan el Bautista vivió de una manera extraña y peculiar, ya que no comía ni bebía de una manera común, los oponentes le acusaron de estar poseído por un demonio.
En el versículo 34 el Señor dice: “Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: He aquí un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores”. Cristo no sólo es el Salvador, sino también Amigo de los pecadores, uno que se compadece de sus problemas y que siente sus pesadumbres. El vino para traer salvación a los pecadores y hacerles regocijar en ella. Por lo tanto, El tuvo el gozo de comer y de beber con ellos.
En 7:31-34 el Señor Jesús estaba en realidad reprendiendo a esa generación. Cuando declaró el jubileo, esto era el tocar de la “flauta”. Pero los hombres de aquella generación no respondieron bailando. De la misma manera, cuando El y Juan el Bautista les endecharon, las personas no se arrepintieron. En cambio, dijeron que Juan tenía un demonio y que el Señor Jesús eran un comilón, un bebedor de vino y amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores.
En el versículo 35 el Señor concluye: “Mas la sabiduría es justificada por todos sus hijos”. Esta sabiduría es Cristo (1 Co. 1:24, 30). Todo lo que Cristo hizo fue hecho por la sabiduría de Dios, la cual es El mismo. La sabiduría es justificada por todos sus hijos. Los hijos de la sabiduría son los que creen en Cristo, los que justifican a Cristo y Sus obras, y los que le siguen como la sabiduría de ellos.