Mensaje 17
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Lectura bíblica: Lc. 7:36-50
Lucas 7:36—8:21 abarca cuatro asuntos: el Salvador-Hombre perdona a los pecadores (7:36-50), las mujeres le ministran (8:1-3), enseña en parábolas (8:4-18) e identifica a Sus verdaderos parientes (8:19-21). Primero vemos que los pecadores son perdonados no por su amor, sino por su fe en el Señor. La fe, y no el amor, es lo que nos lleva a experimentar el perdón de los pecados. Segundo, los salvos, a quienes los pecados les fueron perdonados, siguen al Señor y le ministran. Tercero, los que fueron perdonados y ahora aman al Señor, le siguen y le ministran, deben crecer en vida y alumbrar como lámparas. Cuarto, con el tiempo ellos llegan a ser los parientes genuinos del Salvador-Hombre. Con esto vemos que los cuatros asuntos abarcados en 7:36—8:21 van juntos en nuestra experiencia espiritual. En este mensaje examinaremos 7:36-50, y en el mensaje siguiente abarcaremos 8:1-21.
La vida cristiana comienza con el perdón de pecados mediante nuestra fe en el Salvador. En 7:36-50 Lucas presenta de una manera muy efectiva un caso del perdón de pecados. Aquí tenemos una descripción vívida de una mujer pecadora que experimenta el perdón de pecados. Esta porción del Evangelio de Lucas es un relato afectuoso sobre el caso del perdón de pecados.
Lucas 7:36 dice: “Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se reclinó a la mesa”. En este versículo Lucas no dice que el fariseo preparó una fiesta e invitó al Señor Jesús a comer con él. En cambio, Lucas nos dice que el fariseo rogó al Salvador a que comiera con él. Esto puede indicar que lo hizo de una manera bastante fría; es decir, no le dio una invitación calurosa llena de afecto. No obstante, el Salvador-Hombre fue a la casa del fariseo para comer con él.
¿Por quién fue el Salvador-Hombre a la casa del fariseo? ¿Hizo esto por el bien del fariseo o por el bien de la mujer pecadora? Yo creo que lo hizo por el bien de los dos. El Salvador-Hombre en Su omnisciencia sabía que la mujer entraría en la casa. Podemos decir que al aceptar la petición del fariseo de comer en su casa, el Señor deparó una oportunidad a la mujer para que tuviera contacto con El. De otra manera, esta mujer pecadora que se la conocía por su pecaminosidad, no hubiera tenido el medio por el cual tener contacto con el Salvador. Al aceptar la petición del fariseo e ir a su casa a comer, el Señor dio a la pecadora salva la oportunidad de expresar su amor por El.
En Lucas 7:36-50 Lucas no nos dice lo que el anfitrión hizo al Señor. No hay ningún indicio de que el fariseo fuera amable y amoroso con el Señor. En realidad, Lucas no dice mucho sobre el anfitrión. Sin embargo, tiene mucho que decir en relación con lo que la mujer hizo al Señor Jesús.
Los versículos 37 y 38 dicen: “Entonces había en la ciudad una mujer, que era pecadora, la cual, sabiendo que Jesús estaba reclinado a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con ungüento; y estando detrás de El a Sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas Sus pies, y los enjugaba con los cabellos de su cabeza; y besaba afectuosamente Sus pies, y los ungía con el ungüento”. El cabello es la gloria de la mujer (1 Co. 11:15), y está en la parte superior de su cuerpo. Con éste ella enjugó los pies, la parte más baja del cuerpo del Salvador, amándole con la gloria de ella.
La mujer besó los pies del Señor afectuosamente, es decir, en amor, y los ungió con el ungüento (v. 38). Este ungüento indica el aprecio que la mujer tenía por las palabras valiosas y la dulzura del Salvador. Aun los pies del Salvador eran dignos y dulces para el afecto de ella.
En el versículo 39 vemos que el fariseo criticó a la mujer y la menospreció: “Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora”. Una multitud considerable en Naín, habiendo sido testigos del poder de resurrección del Salvador-Hombre, le reconoció como un gran profeta (7:16). Pero el fariseo se preguntaba si en verdad lo era. El no solamente dudó con respecto al Salvador, sino que también menospreció a la mujer como a una pecadora.
El Salvador-Hombre, por Su atributo divino de omnisciencia, sabía lo que Su anfitrión estaba diciendo en su corazón. Ya que El es Dios, sabe lo que hay en el corazón del hombre. El versículo 40 dice: “Entonces respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: Di, Maestro”.
En los versículos 41 y 42 el Salvador-Hombre dijo al fariseo: “Un prestamista tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, generosamente perdonó a ambos. ¿Cuál de ellos, pues, le amará más?” Aquí lo que el Señor dijo indica que tanto Simón como la mujer eran pecadores. Simón consideraba a la mujer una pecadora, pero no se consideró a sí mismo pecador, y dudó que el Salvador supiese que ella era una pecadora. Pero la parábola del Salvador indicó que tanto Simón como la mujer eran pecadores, deudores a El.
Según el versículo 42, cuando los dos deudores no tenían nada con que pagar al prestamista, él generosamente perdonó a ambos. Esto indica que ningún pecador tiene con qué pagar sus deudas a Dios su Salvador. Lo que el Señor dijo aquí también indica que el Salvador ya les había perdonado a ambos.
En el versículo 42 el Señor Jesús preguntó a Simón cuál de los deudores amaría más al prestamista como resultado de haber sido perdonados por él. Esto indica que el amor por el Salvador es el resultado, no la causa del perdón del Señor.
En los versículos del 44 al 46 el Señor dijo a Simón: “Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para Mis pies; mas ésta ha regado Mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar Mis pies afectuosamente. No ungiste Mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con ungüento Mis pies”. En estos versículos lo que el Salvador dijo indica que Simón debía seguir el ejemplo de la mujer y aprender de ella.
En el versículo 47 el Señor dice: “Por lo cual te digo: Sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama”. El gran amor de la mujer comprueba que sus muchos pecados habían sido perdonados. El poco amor de Simón muestra que poco había experimentado el perdón.
En el versículo 48 el Salvador-Hombre dijo a la mujer: “Tus pecados te son perdonados”. Tanto este caso como el del hijo de la viuda en Naín (7:11-17) se encuentran solamente en este evangelio. Esto demuestra el cuidado tierno del Salvador para con los muertos y los pecaminosos, y expresa el principio de la moralidad como característica particular de este evangelio.
El versículo 49 dice: “Y los que estaban juntamente reclinados a la mesa, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?” Simón no comprendió que El era el propio Dios, uno que tiene la autoridad para perdonar el pecado del hombre. El Salvador-Hombre era la encarnación del Dios perdonador.
En el versículo 50 tenemos la conclusión de este suceso: “Pero El dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, ve en paz”. La mujer perdonada no solamente amaba al Señor sino que tenía fe en El, una fe que operó a través del amor (Gá. 5:6) y produjo paz. La fe que la salvó la llevó al Salvador en su amor y dio como resultado que ella se fuera en paz.
La fe, el amor y la paz son tres virtudes cruciales cuando se experimenta y disfruta la salvación del Salvador. La fe es producida al conocer al Salvador en Su poder y Su virtud salvadores. El amor procede de esta fe y da como resultado la paz para seguir al Salvador.
¿Conoce usted la razón por la cual Lucas presentó tal cuadro en cuanto al perdón de pecados? Lo hizo para describir al Salvador-Hombre en el más alto nivel de moralidad. Como hemos indicado, esto debe ser considerado como el principio subyacente en el Evangelio de Lucas. Especialmente en este caso podemos ver este principio rector. Aquí tenemos un cuadro del más alto nivel de moralidad del Salvador-Hombre.
En este caso tenemos que prestar atención a los tres asuntos de la fe, el amor y la paz. Cuando yo era un cristiano joven, leí este capítulo y pensé que el amor de la mujer por el Salvador fue la causa del perdón de sus pecados. Pensé que El la perdonó porque ella le amaba. Este entendimiento no es correcto.
En el versículo 50 el Señor dijo a la mujer que su fe, no su amor, la había salvado. Además, en relación con los dos deudores que fueron perdonados por el prestamista, el Señor preguntó: “¿Cuál de ellos, pues, lo amará más?” (v. 42). Esto indica claramente que el amor es el resultado del perdón. Con respecto a esto, necesitamos prestar atención a la palabra pues del versículo 42. Esta palabra indica que el amor viene después del perdón en lugar de precederle.
¿Cuál, entonces, es la causa del perdón de los pecados? En el versículo 50 vemos que la causa es la fe. La fe de la mujer la salvó. Sus pecados no fueron perdonados a causa de su amor sino a causa de su fe. Por lo tanto, la fe viene antes que el perdón, y el amor subsigue a la fe.
Es muy importante que veamos que el perdón viene antes que el amor. No debemos pensar que nuestro amor es la razón por la cual se nos perdona nuestros pecados. Al contrario, el amor es el resultado, el producto, de nuestra fe. Cuando creemos en el Señor, nuestra fe se convierte en la causa por la cual el Señor nos perdona nuestros pecados. Luego, como resultado de que nuestros pecados son perdonados, empezamos a amar al Señor. Así que, el amor procede de la fe.
El amor da como resultado la paz. Primero creemos en el Señor Jesús al tener fe en El. Después se nos perdona todos nuestros pecados, y esto trae el amor por el Señor. Al amarle, este amor da como resultado la paz. Entonces, podemos andar en paz. Andar en paz significa vivir en paz, o sea, tener una vida pacífica. Cuando andamos en paz, tenemos nuestro ser en paz y vivimos una vida pacífica. Esto quiere decir que cuando creemos en el Señor, le amamos y vivimos una vida en paz. Esta es la vida cristiana.
En 7:36-50 vemos la fe, el amor y la paz. Tenemos fe en el Señor, tenemos amor para con El, y tenemos paz al seguirle. Ya que hemos creído en El, se nos han perdonado nuestros pecados, y ahora le amamos. Este amor da como resultado una vida de paz. Nosotros, los que amamos al Señor, vivimos, andamos y existimos en paz.
El ambiente en 7:36-50 es un ambiente de afecto. El afecto existe tanto por el lado del Salvador-Hombre como por el lado de la mujer pecadora. El afecto del Salvador-Hombre es un aspecto de Sus virtudes humanas. De nuevo, podemos ver Sus atributos divinos en Sus virtudes humanas. En particular, vemos el atributo divino de la autoridad para perdonar los pecados de una persona. Según el versículo 49, los que estaban reclinados a la mesa con el Señor se dijeron entre sí: “¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?” Este es el propio Dios, ya que El es el único que tiene la autoridad de perdonar pecados.
Los atributos divinos del Salvador-Hombre figuran también en la paz que El da al pecador perdonado. Sólo Dios puede dar paz al pecador perdonado. ¿Puede usted dar paz a otros? No está en nuestras manos el dar paz a otros. La paz se halla en la mano del Dios Todopoderoso. Sólo El puede perdonar pecados y dar paz. Por lo tanto, perdonar pecados y dar paz son dos atributos de Dios. Aquí estos atributos son expresados en las virtudes humanas del Salvador.
En 7:36-50 vemos de nuevo que el Salvador-Hombre salva a la gente en el más alto nivel de moralidad. Según el énfasis dado en el Evangelio de Lucas, el más alto nivel de moralidad está relacionado con el hecho de que las virtudes humanas del Salvador-Hombre expresan Sus atributos divinos.