Mensaje 23
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Lectura bíblica: Lc. 9:1-62; 10:1-24
Conforme al Evangelio de Lucas, el ministerio terrenal del Salvador-Hombre se realizó en dos secciones. La primera sección se llevó a cabo en Galilea (4:14—9:50). La conclusión de dicha sección consiste en que el Señor revela Su muerte por segunda vez y en las palabras que exponen el ser natural de Sus discípulos. La segunda sección del ministerio del Salvador-Hombre tuvo lugar en camino desde Galilea hasta Jerusalén (9:51—19:27). La primera sección de Su ministerio abarca veintiséis asuntos. Como veremos, se abarca treinta y siete asuntos en la segunda sección. El primer asunto abarcado en dicha sección consiste en que el Salvador-Hombre fue rechazado por los samaritanos (9:51-56).
Lucas 9:51 dice: “Estando para cumplirse los días en que El había de ser recibido arriba, afirmó Su rostro para ir a Jerusalén”. El Salvador-Hombre había ministrado más de tres años en la región menospreciada de Galilea, lejos del templo santo y la ciudad santa, el lugar donde debía morir para el cumplimiento del plan eterno de Dios. Como Cordero de Dios (Jn. 1:29), fue necesario que el Señor fuera ofrecido a Dios en el monte de Moriah, que es el monte de Sion, donde Abraham ofreció a Isaac y disfrutó la provisión de Dios cuando le dio un carnero como substituto de su hijo (Gn. 22:2; 9:14) y donde el templo se edificó en Jerusalén (2 Cr. 3:1). Probablemente El sería entregado allí a los líderes judíos (Mr. 9:31; 10:33), según el consejo determinado por la Trinidad de la Deidad (Hch. 2:23), y allí sería rechazado por ellos, los edificadores del edificio de Dios (Hch. 4:11). También probablemente sería crucificado allí según el castigo al estilo romano (Jn. 18:31-32; 19:6, 14-15) para cumplir el tipo con respecto a la clase de muerte que padecería (Nm. 21:8-9; Jn. 3:14). Además, según la profecía de Daniel (Dn. 9:24-26), en ese mismo año se le quitaría la vida (matar) al Mesías (Cristo). Más aún, El como Cordero pascual (1 Co. 5:7) tenía que morir en el mes de la Pascua (Ex. 12:1-11). Por lo tanto, debía ir a Jerusalén (Mr. 10:33; 11:1, 11, 15, 27; Jn. 12:12) antes de la Pascua (Jn. 12:1; Mr. 14:1), para morir allí en el día de la Pascua (Mr. 14:12-17; Jn. 18:28) en el lugar y a la hora designados de antemano por Dios.
Hemos mencionado que, según Lucas 9:51, el Señor “afirmó Su rostro para ir a Jerusalén”. Los versículos 53 y 54 dicen: “Mas no le recibieron, porque Su aspecto era como de ir a Jerusalén. Viendo esto los discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo y los consuma?” Aquí vemos que el Salvador-Hombre fue rechazado por los samaritanos.
El Señor Jesús no podía ir de Galilea a Jerusalén sin pasar por Samaria. Los samaritanos eran mitad gentiles y mitad judíos. Los judíos les rechazaron por completo y se negaron a considerarles como parte del pueblo santo. Por esto, los samaritanos se ofendieron y no pensaban bien de los judíos. El Señor, dándose cuenta de la situación, sabía que era difícil para El y para los que iban con El pasar por Samaria. Más de setenta caminaban con El. Esto está comprobado por el hecho de que en 10:1 “designó el Señor a otros setenta, a quienes envió de dos en dos delante de El a toda ciudad y lugar adonde El estaba por ir” (10:1).
Desde que el Señor envió a los setenta, muy posiblemente más personas le siguieron en el camino de Samaria a Jerusalén.
En 9:52 el Señor envió a los mensajeros delante de El. Estos mensajeros entraron en una ciudad de los samaritanos para preparar el camino del Señor. Sin embargo, los samaritanos no le recibían. Puesto que el Señor fue rechazado por los samaritanos, El y Sus seguidores no podían quedarse en la aldea. Era necesario que fueran a otras aldeas.
Viendo que los samaritanos habían rechazado al Salvador-Hombre, “los discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo y los consuma?” (v. 54). Algunos manuscritos añaden a este versículo las palabras “como hizo Elías”. El Señor, volviéndose a estos discípulos, les reprendió. Es probable que el Señor pudo haberles dicho: “¿No saben que estamos proclamando el jubileo?” El jubileo no es un asunto de mandar que fuego descienda del cielo para consumir a la gente. En vez de mandar que fuego descienda del cielo, nosotros traemos paz a otros.
En Marcos 3:17 el Señor dio a Juan y Jacobo “el nombre de Boanerges, que es, hijos del trueno”. Boanerges viene del arameo. Se les dio este sobrenombre a Jacobo y a Juan debido a la impetuosidad de ellos. En Lucas 9:54 sus palabras impetuosas iban en contra de la virtud y la moralidad del Salvador, a quien ellos acompañaban.
Juan, uno de los hijos del trueno, también dijo palabras impetuosas en Lucas 9:49: “Maestro, vimos a uno que echaba fuera demonios en Tu nombre; y se lo prohibimos, porque no sigue con nosotros”. Esta acción impetuosa por parte de Juan también iba en contra de la virtud del Salvador-Hombre. La actitud de Juan era como la de Josué en Números 11:28.
Lucas 9:55 dice: “Mas El, volviéndose, los reprendió”. La siguiente frase dudosa aparece en algunos manuscritos: “y dijo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois”. Lo dicho, que demuestra la alta moralidad del Salvador-Hombre, se halla solamente en Lucas.
Lucas 9:56 simplemente dice: “Y se fueron a otra aldea”. Algunos manuscritos añaden esta frase dudosa al final del versículo 56: “Porque el Hijo del Hombre no vino para destruir las vidas de los hombres, sino para salvarlas”.
En 9:57-62 el Salvador-Hombre instruye al pueblo en cuanto a la manera de seguirle. El versículo 57 dice: “Yendo ellos por el camino, uno le dijo: Te seguiré adondequiera que vayas”. El Señor Jesús le dijo: “Las zorras tienen madrigueras, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar Su cabeza”. Aquel del versículo 57 era uno de los escribas (Mt. 8:19), que solía vivir holgadamente. El vio que las multitudes eran atraídas al Salvador (Mt. 8:18 ) y por curiosidad deseaba seguirle, sin calcular el costo. Esta fue la razón por la cual el Salvador-Hombre le contestó de tal manera, para que considerara el costo. El Salvador-Hombre le advirtió que aunque El atraía la multitud, El mismo no tenía ningún sitio donde reposar. Esto indica que al seguir al Señor le costaría bastante sufrimiento a aquel del versículo 57.
En 9:58 el Señor indicó específicamente que El no tenía dónde recostar Su cabeza. Aquí vemos que la vida humana del Salvador-Hombre fue una vida de sufrimiento. Cuando nació no había lugar en el mesón donde pudiera yacer (2:7). Del mismo modo, en Su ministerio maravilloso no había lugar donde El pudiera reposar. Su vida humana se caracterizó por el sufrimiento (2:12).
En 9:57 y 58 vemos que aquellos quienes por curiosidad querían seguir al Señor Jesús no sabían el precio que se pagaría por seguirle. En el versículo 57 el escriba ciertamente no sabía lo que le costaría el seguir al Señor. Por eso, el Salvador le advirtió que al seguirle, le costaría mucho sufrimiento.
En 9:59 el Salvador-Hombre dijo a otro: “Sígueme. El le dijo: Señor, permíteme que primero vaya y entierre a mi padre”. Este fue llamado por el Salvador a seguirle. Pero él pensaba en su deber para con su difunto padre y no quiso seguirle inmediatamente. Por eso, el Salvador le exhortó a pagar el precio para que él llegara a ser un seguidor en Su gran comisión para anunciar el reino de Dios (v. 60).
La respuesta de aquel que pidió que primero fuera y enterrara a su padre indica que consideró demasiado el precio que tenía que pagar por seguir al Salvador-Hombre. Esta fue la razón por la cual el Señor le contestó de una manera que le exhortaba a que le siguiera, que dejara a un lado su consideración en cuanto al precio y que dejara el entierro de su padre a otros.
En 9:60 el Señor dice dirigiéndose a aquel del versículo anterior: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia por todas partes el reino de Dios”. Estas palabras indican que el que sepultaba estaba espiritualmente muerto (Jn. 5:25; Ef. 2:1), y el que iba a ser sepultado estaba físicamente muerto. Comprometerse en tal entierro era hacer una obra muerta. Sin embargo, anunciar el reino de Dios es un acto viviente, un acto que vivifica a los muertos para que entren en el reino de Dios.
Lucas 9:61 dice: “Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa”. En el versículo 62 el Señor le dijo: “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”. Esta tercera persona se ofreció voluntariamente para seguir al Salvador, pero no quiso hacerlo antes de despedirse de su familia. Por eso, el Salvador-Hombre le advirtió que no dejase que nada le impidiera participar del reino de Dios.
En el versículo 62 el Señor habla de que uno no pone la mano en el arado y mira hacia atrás. Arar requiere que uno concentre toda su atención en el surco. Una pequeña distracción puede desviar al labrador de la línea recta. Seguir al Salvador requiere que nos olvidemos de todo lo demás y avancemos en línea recta al reino de Dios.
¿Por qué Lucas insertó el suceso de estos tres casos de seguir al Señor Jesús en 9:57-62? Lo hizo porque el Señor había sido rechazado por los samaritanos. Aunque los samaritanos habían rechazado al Salvador-Hombre, algunas personas todavía estaban dispuestas a seguirle. Por lo tanto, llegando a este punto el Señor trató con tres diferentes casos en relación con aquellos que le seguirían.
Podemos decir que el mundo entero de hoy es semejante a la región de Samaria, que rechaza al Salvador-Hombre por completo. No obstante, en medio de la situación en que se rechaza al Señor, algunos están dispuestos a seguirle. En el primer caso, que se narra en 9:57 y 58, vemos que no es fácil seguir al Señor. Más bien, si queremos seguirle, debemos estar listos para pagar el precio. En el segundo caso, que se relata en 9:59-60, vemos que seguir al Señor requiere que sacrifiquemos nuestro difunto padre para que podamos proclamar el reino de Dios, es decir, proclamar el jubileo. Después, en el último caso, mencionado en 9:61 y 62, nos damos cuenta de que no podemos mirar hacia atrás ni ser retenidos por cosa alguna si seguimos al Señor. Seguir al Señor requiere que vayamos derecho hacia delante.
En 10:1-24 vemos que el Señor designa a setenta discípulos para que propaguen Su ministerio. Los tres casos mencionados en 9:57-62 fueron, en realidad, presentados en preparación para esto. Después de dicha preparación, el Señor designó a los setenta para que propagaran Su ministerio.
Hemos visto que en 9:1-9 el Señor propagó Su ministerio por medio de los doce apóstoles. Eso ocurrió en Galilea. Pero ahora en camino desde Galilea hasta Jerusalén y pasando por Samaria, la necesidad era mucho más evidente. Por lo tanto, el Señor designó a setenta y les envió para que propagaran el jubileo. Referente a esto, 10:1 dice: “Después de estas cosas, designó el Señor a otros setenta, a quienes envió de dos en dos delante de El a toda ciudad y lugar adonde El estaba por ir”. El Salvador designó a otros setenta discípulos para que tuvieran parte en Su ministerio, así como Moisés designó a setenta ancianos para que tuvieran parte en su carga, como Dios le mandó (Nm. 11:16-17 Ex. 24:1, 9). El hecho de que El les enviara de dos en dos, indica que fueron enviados como testigos (Dt. 17:6; 19:15; Mt. 18:16).
Lucas 10:2 dice: “Y les decía: La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que lance obreros a Su mies”. Dios en Su economía tiene un plan que cumplir. Pero este plan todavía requiere que Su pueblo ruegue, es decir, que pida por ello. Al contestar la oración de ellos, el Señor cumplirá lo que ellos pidieron con respecto a Su plan. Aquí en particular, el Señor dice a Sus discípulos que rueguen al Señor de la mies. La palabra mies indica que el reino de Dios se establece con cosas de vida que pueden crecer y multiplicarse. Además, el título el Señor de la mies indica que el Señor es el dueño de la cosecha.
La manera en que el Señor envió a los setenta mencionada en 10:1-24 es muy parecida a la manera en que envió a los doce en 9:1-9. El Señor consideró el momento de este envío el momento del jubileo, y en el jubileo a nadie le faltará nada. Esta es la razón por la cual el Señor ordenó a los setenta a que no llevasen nada para sus necesidades. Más bien, se quedarían donde les recibieran y comieran todo lo que les diesen (vs. 7-8).
En 10:5 y 6 tenemos algo importante que decir en cuanto a la paz: “En cualquier casa donde entréis, primeramente decid: Paz sea a esta casa. Y si hay allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre aquélla; y si no, se volverá a vosotros”. En estos versículos la palabra paz es crucial. El Señor incluso usa la expresión hijo de paz. Lo principal en el jubileo es la paz. Debemos saludar a otros en paz, y ellos deben saludarnos con paz. Si al que saludamos es un hijo de paz, nuestra paz debe reposar sobre él. Pero si no es un hijo de paz, nuestra paz volverá a nosotros.
En 10:10-16 vemos la gravedad en el hecho de rechazar al que el Salvador-Hombre envió. Referente a la ciudad que rechaza al que el Señor envió, El dijo: “Y os digo que en aquel día será más tolerable el castigo para Sodoma, que para aquella ciudad”. Esto indica que el castigo que Dios ejerce en Su juicio tiene diversos grados. Rechazar al que el Señor envió traerá más castigo que el pecado de Sodoma.