Mensaje 33
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Lectura bíblica: Lc. 14:25-35
Lucas 14 nos muestra la salvación que Dios efectúa, la cual nos trae el disfrute del jubileo en esta era. Luego, dicho capítulo revela lo que se requiere para disfrutar del jubileo en la era venidera, es decir, los requisitos necesarios para entrar en el reino durante el milenio. Como veremos, el Señor habla explícitamente de esto en 14:25-35.
En Lucas 14:25-26 dice: “Grandes multitudes iban con El; y volviéndose, les dijo: Si alguno viene a Mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun la vida de su alma, no puede ser Mi discípulo”. En los versículos del 26 al 33 el Señor manifiesta a las multitudes que iban con El (v. 25) el costo de seguirle. Recibir la salvación significa ser salvo (13:23); seguir al Señor es disfrutarle como la bendición de la salvación. Esto requiere que uno renuncie a todo, aun a su propia vida, y lleve la cruz (vs. 27, 33).
Tal vez pensemos que el Señor Jesús nos enseña sólo a amar, pero en el versículo 26 nos enseña a aborrecer. Esto no tiene relación con la religión, sino con la economía de Dios. Conforme a lo que el Señor dice aquí, debemos aborrecer a los que amamos, y no a los que no amamos, especialmente tenemos que aborrecernos a nosotros mismos, incluso la vida de nuestra alma.
Lo que amamos de nuestro ser no es principalmente nuestro espíritu ni nuestro cuerpo, sino nuestra alma. Por ejemplo, es posible que usted vaya a un restaurante no porque ama a su cuerpo, sino porque ama su alma y quiere disfrutar la vida, lo cual equivale a disfrutar de su alma. En realidad, toda clase de pasatiempos, entretenimientos y placeres tienen como fin complacer al alma. En 14:26, el Señor dice claramente que si no aborrecemos la vida del alma, no podremos ser Sus discípulos. Ya recibimos la salvación, pero debemos cumplir con el requisito mencionado en el versículo 26 para recibir la recompensa.
En el versículo 27 el Señor añade: “Y el que no lleva su cruz y viene en pos de Mí, no puede ser Mi discípulo”. El propósito de la cruz no es causar sufrimiento, sino ponerle fin a la persona. Los creyentes de Cristo fueron crucificados (terminados) con El (Gá. 2:20; Ro. 6:6). Después de ser orgánicamente unidos con El por fe, deben permanecer en la cruz, manteniendo a su viejo hombre bajo la obra aniquiladora de ella (Ro. 6:3; Col. 2:20). Esto es llevar la cruz. Cristo primero llevó la cruz, y luego fue crucificado (Jn. 19:17-18). Pero los creyentes primero fueron crucificados y luego llevan la cruz para mantener en la muerte a su viejo hombre. De este modo, experimentan y disfrutan a Cristo como su vida y su suministro de vida.
Nos debe impresionar el hecho de que llevar la cruz significa permanecer en ella y mantener nuestro viejo hombre bajo la obra aniquiladora de la cruz. Cristo ya nos crucificó. Como creyentes, recibimos a Cristo y nos unimos a El orgánicamente. Por esta unión, podemos participar de Su crucifixión. Mientras permanezcamos en esta crucifixión, bajo la obra aniquiladora, llevamos la cruz y experimentamos y disfrutamos a Cristo como nuestro jubileo.
En los versículos del 28 al 30 el Señor añade: “Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a burlarse de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar”. Lo que se dice aquí y en el versículo 31 indica que para seguir al Señor se requiere que dediquemos a ello todo lo que tengamos y todo lo que podamos hacer. De no ser así, fracasaremos y nos convertiremos en la sal insípida que será arrojada del dominio glorioso a una esfera de vergüenza (vs. 34-35).
No debemos pensar que seguir al Señor Jesús es insignificante, ya que seguir al Señor debe ser una carrera de toda la vida.
En los versículos 31 y 32 el Señor dice: “¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? Si no, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz”. Este ejemplo también tiene que ver con el costo de seguir al Señor, pues al hacerlo necesitamos renunciar a todo lo que tenemos.
En el versículo 33 el Señor dice: “Así, pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser Mi discípulo”. El problema no radica en cuánto tengamos, sino en que para seguir al Señor debemos abandonar todo lo que tengamos. Para ser Sus discípulos, debemos renunciar a todo lo que poseemos.
En los versículos 34 y 35 el Señor habla en cuanto a la sal: “Buena es la sal; mas si la sal pierde su sabor, ¿cómo podrá recobrar su sabor? Ni para la tierra ni para el estercolero es útil; la arrojan fuera. El que tiene oídos para oír, oiga”. La sal es por naturaleza un elemento que mata y elimina los microbios de corrupción. Para la tierra corrompida, los seguidores del Señor Jesús deben ser el elemento que impide que la tierra se corrompa por completo.
El Señor indica que es posible que la sal pierda su sabor, que se haga insípida. Hacerse insípida significa perder la capacidad de salar, es decir, quedar en la misma condición que la gente terrenal, sin poder distinguirse de los incrédulos.
Los creyentes de Cristo son la sal de la tierra, usada por Dios para eliminar la corrupción de la tierra. El sabor de ellos depende de su renuncia a las cosas terrenales. Cuanto más se desprendan de las cosas terrenales, más intenso será su sabor. Ellos perderán su sabor si no están dispuestos a renunciar a todas las cosas de la vida presente. Si esto sucede, ellos no serán aptos ni para la tierra, que es la iglesia, la labranza de Dios (1 Co. 3:9), la cual llega a ser el reino venidero (Ap. 11:15), y tampoco serán aptos para el estercolero, que representa el infierno, el basurero del universo (Ap. 21:8; 22:15). Ellos serán echados del reino de Dios, especialmente de la gloria del reino en el milenio. Aunque fueron salvos de la condenación eterna, pierden su función en el reino de Dios por no haber renunciado a las cosas terrenales; es por esto que no son aptos para el reino venidero, y es necesario apartarlos para que sean disciplinados.
Ya dijimos que “la tierra” se refiere a la iglesia, la labranza de Dios, la cual llega a ser el reino venidero, y que el estercolero representa el infierno. Si los creyentes pierden su sabor, no serán aptos para la tierra en la vida de iglesia de hoy en día ni serán aptos para el reino venidero. Por lo tanto, serán echados del reino de Dios durante el milenio.
El capítulo catorce comienza con el quebrantamiento de los viejos preceptos religiosos (vs. 1-6). En 14:15-24 vemos que el Señor enseña en cuanto a la salvación que Dios efectúa. La salvación consiste en que recibimos la invitación de Dios y aceptamos todo lo que El nos ofrece. Después de ser salvos, necesitamos permanecer en el disfrute de Cristo recta y fielmente.
En 14:25-35 vemos que el Señor enseña en cuanto a seguirle. Según lo que El dice en el versículo 26, debemos aborrecer cualquier cosa o persona que nos estorba y nos distraiga del debido disfrute de Cristo. El Señor no tiene la intención de enseñarnos a aborrecer a nadie, sino aborrecer los obstáculos y las distracciones, o sea, todo lo que nos impida disfrutar a Cristo. Claro esta que el Señor nos enseña a amar al prójimo. No sólo debemos amar a los miembros de nuestra familia, sino también a nuestros enemigos. De hecho, también debemos amarnos a nosotros mismos. Por lo tanto, el Señor nos enseña a amar a las demás personas.
¿Por qué, entonces, en el versículo 26, El aparentemente nos enseña a aborrecer a nuestro padre, madre, mujer, hijos, hermanos, hermanas e incluso a nosotros mismos? El nos enseña porque esta clase de amor, en muchos casos, nos impide disfrutar a Cristo fielmente. Así, lo que debemos aborrecer es el estorbo, no a las personas. El Señor no nos enseña a aborrecer a las personas, sino las distracciones, los estorbos y los obstáculos. Nos enseña a aborrecer todo lo que nos impida seguirle a El fielmente. Si no aborrecemos las frustraciones que nos impiden disfrutar a Cristo, seremos descalificados y no participaremos del disfrute del jubileo en la era venidera.
No debemos seguir las enseñanzas almibaradas que comúnmente predominan entre los cristianos de hoy, las cuales nos dicen que si creemos en el Señor Jesús no tendremos ningún problema. Sin duda, la salvación del Señor es eterna, completa y perfecta. Una vez que somos salvos, lo somos eternamente. En cuanto a la salvación eterna no tendremos ningún problema. Sin embargo, en la economía de Dios hay una inserción a Su salvación eterna y perfecta, y esta inserción es el período de mil años del reino venidero como recompensa a los creyentes fieles. Dios, en Su sabiduría, insertó este período dispensacional de mil años a fin de animar a Sus hijos a que disfruten a Cristo fielmente. El quiere que disfrutemos fielmente las riquezas que El nos preparó en Cristo.
Ya que nuestro Padre sabe que Sus hijos son “traviesos” e infieles al disfrutar a Cristo, El hizo que parte de Su plena salvación fuera un incentivo y una recompensa. La recompensa del reino milenario en la era venidera debe ser un incentivo que nos anime, nos advierta y nos recuerde que debemos seguir disfrutando a Cristo hoy y que nuestro comportamiento debe concordar con este disfrute. De lo contrario, seremos disciplinados. Esto no quiere decir que pereceremos, ni que nos perderemos para siempre. Puesto que fuimos salvos eternamente, nunca pereceremos. Sin embargo, algunos hijos de Dios tendrán que ser disciplinados durante la era venidera. Los hijos que son disciplinados por el Padre en la era venidera no dejarán de ser hijos pero necesitarán ser castigados. Este asunto de la disciplina limitada a una dispensación que Dios ejercerá sobre Sus hijos se enseña claramente en el Nuevo Testamento.
Muchos cristianos no han visto que en 14:35 se mencionan tres lugares: la tierra, el estercolero y el lugar donde será arrojada la sal que no sea útil ni para la tierra ni para el estercolero. Una persona que es verdaderamente salva pero que no disfruta a Cristo fielmente, no será útil ni para la tierra ni para el estercolero. Entonces, ¿en dónde estará tal creyente? Según lo que el Señor dijo, será arrojado, es decir, puesto a un lado o afuera. En este capítulo, el Señor Jesús no da todos los detalles que se mencionan en otra parte del Nuevo Testamento. Sin embargo, queda claro que la sal que pierde su sabor y que no es útil ni para la tierra ni para la estercolero, será arrojada en el tercer lugar.
Ya vimos que la tierra representa la labranza de Dios, la cual es la iglesia, y llegará a ser el reino venidero. El estercolero, el lugar más sucio del universo, representa el infierno, el lago del fuego. Ciertamente, ningún salvo irá a tal lugar. Pero ¿qué lugar merece ir usted cuando el Señor Jesús regrese? Obviamente no merece ir al infierno, puesto que la sangre del Señor le lavó y le salvó. Entonces, ¿será apto para entrar en el reino? Tal vez, su conciencia no le permita decir que sí. Si ésta es su situación, usted no merece ir al infierno ni tampoco entrar en el reino. Esto quiere decir que tendrá que ir al tercer lugar, es decir, a un lugar de disciplina. Esto es lo que el Señor enseña claramente aquí.
Somos la sal y debemos mantener nuestro sabor y salar este mundo corrupto. Dondequiera que estemos, debemos eliminar la corrupción que hay en el mundo. Sin embargo, es posible que perdamos el sabor. Si ésta es nuestra situación, cuando el Señor Jesús regrese, ¿dónde deberíamos estar? No seremos aptos ni para entrar en el reino ni tampoco merecemos ir al infierno. La sal que no sea útil ni para la tierra ni para el estercolero será arrojada fuera de la gloria del reino venidero. “El que tiene oídos para oír, oiga” (v. 35b).
Lo que el Señor dice en Lucas 14 revela claramente que además de la salvación hay una recompensa en el reino venidero. Hoy disfrutamos de la salvación y en la próxima era recibiremos la recompensa. No existen condiciones para recibir la salvación, pero sí hay un requisito para recibir la recompensa, que consiste en que disfrutemos a Cristo fielmente cueste lo que cueste en esta era. De lo contrario, seremos descalificados de participar en la recompensa. Es posible que estemos en el jubileo hoy, pero si no cumplimos con los requisitos que el Señor estableció, perderemos el jubileo en la era venidera. Debemos prestar atención a este asunto.
El elemento intrínseco del capítulo catorce es el jubileo. El jubileo no tiene nada que ver con la vieja religión; por el contrario, el jubileo quebranta los preceptos religiosos. Además, el jubileo requiere que aceptemos la invitación de Dios y que tomemos lo que El nos ofrece, de manera que seamos salvos a fin de disfrutar a Su Cristo rico. Ahora, tenemos que ser fieles en disfrutar a Cristo, pues de no ser así, seremos descalificados y no participaremos en el jubileo venidero, que será la recompensa en el reino milenario.