Mensaje 38
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Lectura bíblica: Lc. 17:1-37
En este mensaje examinaremos el capítulo diecisiete del Evangelio de Lucas, donde se sigue hablando de los eventos que tuvieron lugar mientras el Señor iba de Galilea en camino a Jerusalén. Al respecto, lo que Lucas narra abarca mucho más de lo que se relata en Mateo y en Marcos. En estos evangelios, el relato de la ida del Señor de Galilea a Jerusalén es algo breve; sin embargo, Lucas es mucho más detallado.
Después de hablar de las riquezas descritas en el capítulo dieciséis, el Señor abarca cuatro asuntos secundarios en 17:1-10: no hacer tropezar a los demás (vs. 1-2), perdonar a otros (vs. 3-4), la fe (vs. 5-6), y darnos cuenta de que somos esclavos inútiles (vs. 7-10). Respecto al último punto, necesitamos darnos cuenta de que en realidad no somos muy útiles, pues no importa cuánto hayamos hecho por el Señor, debemos considerarnos esclavos inútiles.
Me he preguntado muchas veces por qué inmediatamente después del capítulo dieciséis se abordan estos cuatro puntos. Al principio no pude ver la conexión que había entre ellos y lo relatado en el capítulo anterior. Con el tiempo, vi que la conexión consiste en que los cuatro puntos mencionados en 17:1-10 son una enseñanza que el Señor dio a los discípulos como respuesta a lo que los fariseos hacían. Por ejemplo, los fariseos, los hipócritas religiosos, frecuentemente hacían tropezar a los demás. Nadie hace tropezar más a otros que los fanáticos, los religiosos hipócritas. Los fariseos, los líderes falsos de la religión, continuamente hacían tropezar a los demás. Además de hacer esto, por otro, no perdonaban a la gente. Esto indica que aunque ellos ofendían a los demás, una vez que alguien les ofendía, nunca perdonaban al ofensor. Más aún, los líderes falsos de la religión carecían de fe. Si hubieran tenido fe, no habrían llevado la vida que llevaban. Los fariseos eran orgullosos, puesto que se creían muy útiles y servidores.
Podemos ver, entonces, que la enseñanza presentada en 17:1-10 fue dada por el Señor en contraste con los fariseos. Es posible que en estos versículos el Señor dijera a los discípulos: “No seáis como los fariseos, que hacen tropezar a los demás, y aún así, no perdonan a los que les ofrenden. Aunque los fariseos no tienen fe, están orgullosos de sí mismos, y piensan que son útiles”.
Quienes disfrutamos del Señor en el jubileo neotestamentario no debemos hacer tropezar a los demás. Al contrario, debemos hacer lo que podamos para perfeccionar, proteger y preservar a los demás. Segundo, si alguien nos ofende, siempre debemos estar dispuestos a perdonar. Lucas 17:3-4 dice: “Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si siete veces al día peca contra ti, y siete veces vuelve a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale”. Aquí el Señor recalca la necesidad de estar dispuestos a perdonar. Además, en cualquiera circunstancia, debemos ejercitar nuestra fe, creer en Dios y confiar en El en todo. Igualmente, aunque seamos algo útiles y servidores, debemos humillarnos y no pensar que somos útiles, sino que debemos considerarnos esclavos inútiles.
En 17:7-10 el Señor enseña en cuanto al servicio. Dice en los versículos del 7 al 9: “¿Quién de vosotros, teniendo un esclavo que ara o apacienta ganado, al volver él del campo, le dice: Pasa en seguida y reclínate a la mesa? ¿No le dice más bien: Prepárame la cena, cíñete, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de esto, come y bebe tú? ¿Acaso da gracias al esclavo porque hizo lo que se le había mandado?” Esto indica que el esclavo, después de arar o apacentar el ganado, no debe esperar que se le elogie por su trabajo. Inclusive es necesario que vaya a la cocina, prepare comida para su amo y le sirva. Después de todo esto, el esclavo debe darse cuenta de que es un siervo inútil. Por lo tanto, el Señor concluye diciendo: “Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Esclavos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos” (v. 10). Aprecio la enseñanza que el Señor da en 17:7-10, ya que nos fortalece en nuestro servicio.
Ofender a los demás es un asunto muy grave en la vida de iglesia, en el servicio que se rinde a la iglesia y en el ministerio del Señor. A veces parece que podemos hacer mucho. No obstante, podemos derribar más de lo que edificamos. Este es el resultado de hacer tropezar a los demás.
Cuando yo era joven me dieron la siguiente amonestación: “No lleve a cabo la obra del Señor de manera que usted edifique un metro y luego, derribe dos”. Según esta amonestación, es posible que primero edifiquemos y luego, derribemos más de lo que hayamos edificado. Esto es lo que hacen algunos que sirven al Señor. Por un lado, han hecho mucho por el Señor, pero por otro, han derribado bastante, tal vez más de lo que han edificado. Necesitamos aprender de esto, para que no hagamos tropezar a los demás y así no derribar lo que se ha edificado. Debemos tener cuidado de no causar daño a los demás, ni ofenderles ni hacerles tropezar.
Si alguien nos ofende, tenemos que estar dispuestos a perdonar, pues de esa manera no tendremos problemas con los demás. Sin embargo, algunos siervos del Señor, por un lado, hacen tropezar a otros y por otro, se ofenden fácilmente. Por consiguiente, siempre tienen problemas con la gente. O hacen tropezar a los demás o se ofenden. Debemos hacer lo posible por no hacer tropezar a los demás, y estar siempre dispuestos a perdonar a cualquiera que nos ofenda.
¿Sabe usted lo que significa perdonar? Perdonar significa no estar ofendido. Según lo que dice el Señor en 17:4, aunque un hermano peque contra nosotros siete veces al día, debemos estar listos para perdonarle. Tan pronto como perdonamos a alguien, dejamos de estar ofendidos. Pero si no perdonamos, seguiremos ofendidos. Quiero decir que el perdón anula las ofensas. Si no perdonamos a los demás, estaremos ofendidos. Pero si les perdonamos, anularemos la ofensa.
Supongamos que un hermano le ofende, y usted le perdona. Al hacerlo, usted anula la ofensa que él le causó. Entonces no habrá problema entre ustedes dos. Sin embargo, si este hermano le ofende y usted no está dispuesto a perdonarle ni a olvidarse de la ofensa. Esto causará problemas, especialmente a usted, puesto que estará metido en un enredo por estar ofendido. Así que, no debemos hacer tropezar a los demás, y también debemos evitar ser ofendidos. Necesitamos tener cuidado y cautela para no ofender a los demás. Al mismo tiempo, debemos estar siempre dispuestos a perdonar a los demás.
Además de tener cuidado de no ofender y de estar dispuestos a perdonar, necesitamos en cualquier circunstancia ejercitar nuestra fe en Dios. Tenemos que creer que todo lo que nos sucede viene de Dios y que El es soberano y cuida de nosotros.
Al ejercitar nuestra fe en Dios, necesitamos hacer para El todo lo que podamos. No obstante, necesitamos darnos cuenta de que no somos útiles ni traemos beneficios a nadie. Así que, debemos humillarnos delante del Señor con la actitud de que somos esclavos inútiles. Si hacemos esto, seremos útiles en la mano del Señor.
En 17:11-19 se relata que el Salvador-Hombre limpia a diez leprosos en Samaria. Yo creo que esto fue narrado por Lucas a fin de mostrar el nivel supremo de moralidad en la gracia salvadora del Señor.
Lucas 17:11-13 dice: “Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!” El Señor, no seleccionó, sino que sanó inmediatamente a todos. En realidad, El no les dijo: “¡Sed sanos!” sino que dijo: “Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados” (v. 14).
Sólo uno de los diez sanados, un samaritano, se acordó de Aquel que le sanó y regresó para agradecerle (vs. 15-16). Lo importante de este relato es que revela el más alto nivel de moralidad que hay en la gracia salvadora del Señor.
En el capítulo diez del Evangelio de Lucas mientras el Señor iba de paso por Samaria, fue rechazado. El Señor debió darse cuenta de que la mayoría de los diez leprosos mencionados en 17:11-19 eran samaritanos. Si yo hubiera sido el Señor, quizás habría dicho: “Vosotros, samaritanos me rechazasteis y ahora venís a Mí para que os sane. Arrepentíos del mal que me hicisteis y disculpaos, y entonces os sanaré”. Sin embargo, el Salvador-Hombre no actuó así, sino en el más alto nivel de moralidad ejercitó Su gracia salvadora. Tan pronto como los diez leprosos apelaron a Su misericordia, los sanó a todos ellos sin mostrar ninguna preferencia. Esto exhibe Su elevado nivel de moralidad en Su obra salvadora.
En 17:20 vemos que los fariseos se acercaron otra vez al Señor Jesús. No querían dejar de perturbarlo.
Lucas 17:20-21 dice: “Preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá de modo que pueda observarse, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros”. Lo que el Señor respondió a la pregunta que los fariseos hicieron sobre el reino de Dios indica que el reino de Dios no es físico sino espiritual. El reino es el Salvador en Su primera venida (vs. 21-22), en Su segunda venida (vs. 23-30), en el arrebatamiento de Sus creyentes vencedores (vs. 31-36), y al destruir al anticristo (v. 37) a fin de recobrar toda la tierra para Su reinado allí (Ap. 11:15).
Los versículos de 22 al 24 comprueban que el reino de Dios es el Salvador mismo, quien estaba entre los fariseos cuando ellos le preguntaron sobre el reino. Dondequiera que esté el Salvador, allí está el reino de Dios. El reino de Dios está con El, y El lo trae a Sus discípulos (v. 22). El es la semilla del reino de Dios que sería sembrada en el pueblo escogido de Dios para desarrollarse hasta ser la esfera donde Dios gobierna. Desde que El resucitó, está dentro de Sus creyentes (Jn. 14:20; Ro. 8:10). Por esto, el reino de Dios hoy está dentro de la iglesia (Ro. 14:17).
En el versículo 21 el Señor dijo a los fariseos: “Porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros”. La palabra vosotros aquí se refiere a los fariseos que le interrogaban (v. 20). El Salvador, como reino de Dios, no estaba en ellos, sino solamente entre ellos.
Cuando los fariseos interrogaron al Señor acerca de la venida del reino de Dios, El respondió que el reino de Dios no viene de modo que puede observarse. Esto significa que el reino de Dios no es visible ni observable, sino que es invisible, ya que no se puede percibir con los ojos físicos.
En la respuesta que el Señor dio a los fariseos se expresa que el reino de Dios es en realidad el Salvador mismo. Es como si el Señor les estuviera diciendo: “No podéis ver el reino de Dios, pero está entre vosotros ahora mismo. Aunque el reino de Dios está aquí ahora, no tenéis la percepción espiritual para verlo. Necesitáis ojos espirituales para ver las cosas espirituales, para ver el reino de Dios. En realidad, el reino de Dios es una Persona maravillosa. Con vuestros ojos físicos podéis ver la existencia física de esta Persona, pero no tenéis la vista espiritual para percibir Su realidad espiritual. La realidad espiritual de esta Persona es en realidad el reino de Dios. Por lo tanto, os digo que el reino de Dios está entre vosotros ahora, pero no podéis percibir esta realidad espiritual”.
En el versículo 22 el Señor dice a los discípulos: “Días vendrán cuando desearéis ver uno de los días del Hijo del Hombre, y no lo veréis”. Esto se refiere a la ausencia del Salvador. Durante Su ausencia, el mundo que le rechazó será una generación maligna que vive entregada a la concupiscencia (vs. 23-30), que se opone a Sus seguidores y los persigue debido al testimonio de ellos con respecto a El (18:1-8). Por eso, Sus seguidores tienen que vencer el efecto estupefaciente de vivir complacidos en el mundo al perder la vida del alma en esta era (vs. 31-33) . También tienen que hacer frente a la persecución del mundo siendo longánimes y orando con persistencia en la fe (18:7-8), para ser arrebatados como vencedores y entrar en el gozo del reino de Dios cuando el Salvador regrese (vs. 34-37).