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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Lucas»
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Mensaje 42

EL SALVADOR-HOMBRE LLEVA A CABO SU MINISTERIO EN SUS VIRTUDES HUMANAS CON SUS ATRIBUTOS DIVINOS DE GALILEA A JERUSALEN

(20)

  Lectura bíblica: Lc. 18:31-43; 19:1-10

  En este mensaje abarcaremos 18:31—19:10. Estos versículos tratan tres asuntos: el Señor revela Su muerte y Su resurrección por tercera vez (vs. 31-34); sana a un ciego cerca de Jericó (vs. 35-43); y salva a Zaqueo en Jericó (19:1-10).

REVELA SU MUERTE Y SU RESURRECCION POR TERCERA VEZ

  Cuando el Salvador-Hombre hizo el largo viaje de Galilea a Jerusalén, habló con Sus discípulos acerca de muchas cosas. En 18:31 tomó aparte a los doce a fin de comunicarles algo privado. Les habló de que iría a Jerusalén para morir.

  Al respecto, los versículos del 31 al 33 lo narran detalladamente: “He aquí subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas escritas por medio de los profetas acerca del Hijo del Hombre. Pues será entregado a los gentiles, y será escarnecido, y afrentado, y escupido. Y después que le hayan azotado, le matarán; mas al tercer día resucitará”. Es significativo que en el versículo 31 el Señor no dice: “He aquí subo a Jerusalén”, sino “He aquí subimos a Jerusalén”.

  Esta fue la tercera vez que el Señor reveló a Sus discípulos que iba a morir. La primera fue en Cesárea de Filipo, antes de Su transfiguración (9:22). La segunda fue en Galilea, después de Su transfiguración (9:44-45). Esta tercera vez fue en el camino a Jerusalén. Esta revelación era una profecía completamente ajena al concepto natural de los discípulos; sin embargo, se cumplió literalmente en todos sus detalles.

  Vimos que el Salvador-Hombre ya había predicho dos veces Su muerte y Su resurrección. Puesto que el tiempo de Su muerte había llegado, iba a Jerusalén. Así obedeció a Dios hasta la muerte (Fil. 2:8), conforme al consejo de Dios (Hch. 2:23), para el cumplimiento de Su plan redentor (Is. 53:10). El sabía que por medio de Su muerte sería glorificado en resurrección (24:25-26) y que Su vida divina sería liberada para producir muchos hermanos que serían Su expresión (Jn. 12:23-24; Ro. 8:29). Por el gozo puesto delante de Sí, menospreció el oprobio (He. 12:2) y se entregó voluntariamente a los líderes judíos usurpados por Satanás para ser condenado a muerte. Debido a esto, Dios lo exaltó a los cielos, lo sentó a Su diestra (Mr. 16:19; Hch. 2:33-35), le dio el nombre que es sobre todo nombre (Fil. 2:9-10), lo constituyó Señor y Cristo (Hch. 2:36), y lo coronó de gloria y de honra (Hch. 2:9).

  Lucas 18:34 dice: “Pero ellos nada comprendieron de estas cosas, y esta palabra les era encubierta, y no entendían lo que se les decía”. Podemos comparar lo que el Salvador-Hombre dijo a Sus discípulos acerca de Su muerte con una bella melodía que se toca para los que no la aprecian. Los discípulos no pudieron apreciar la “melodía” que el Señor les “tocó”. No comprendieron nada de lo que el Señor dijo. Aunque usó palabras sencillas, no pudieron comprender lo que les dijo.

  ¿Por qué los discípulos no comprendieron lo que el Señor dijo en cuanto a Su muerte y Su resurrección? Porque estaban en otro reino, o sea, en su propio reino. Debido a esto, no estaban interesados en las cosas del reino de Dios.

SANA A UN CIEGO CERCA DE JERICO

  El Señor revela Su muerte y Su resurrección por tercera vez, lo cual tiene que ver con el hecho de que sanara a un ciego cerca de Jericó. En realidad, los discípulos del Señor estaban ciegos y necesitaban ser sanados. No podían comprender lo que el Señor decía sobre Su muerte y Su resurrección, porque les faltaban la percepción y la visión. Por lo tanto, después de la tercera revelación acerca de la muerte y la resurrección del Señor, tenemos el caso en el que sana a un ciego.

Según la moralidad

  Lucas 18:35 dice: “Aconteció que acercándose Jesús a Jericó, un ciego estaba sentado junto al camino mendigando”. Parecer que aquí hay un problema con respecto a Jericó. En el capítulo diez el Señor fue recibido en la casa de Marta, la cual estaba en Betania. En Su viaje de Galilea a Jerusalén, habría ido a Jericó antes de ir a Betania y luego, habría ido de Betania a Jerusalén. Entonces, ¿por qué aparece Betania en el capítulo diez y se menciona claramente Jericó en el capítulo diecinueve? ¿Quiere esto decir que El fue primero a Betania y luego regresó a Jericó? No, en realidad fue recibido por Marta después de haber pasado por Jericó. Pero en el capítulo diez, Lucas no se preocupó de la geografía ni de la secuencia cronológica, sino del supremo nivel de moral. Esto es una evidencia indiscutible de que el relato de Lucas no es dictado por la secuencia de los eventos sino por la moralidad.

La vista y la salvación

  Ya indicamos que el versículo 35 dice que el Señor se acercó a Jericó. Los versículos siguientes indican que el Salvador-Hombre sanó al hombre ciego cerca de Jericó. Esto quiere decir que le sanó antes de entrar a Jericó. Pero Mateo 20:29 y Marcos 10:46 dicen que la sanidad ocurrió al salir de Jericó. La narrativa de Lucas tiene un tono espiritual. El hombre ciego recibió la vista, y luego en 19:1-9, Zaqueo fue salvo. Esto indica que para recibir la salvación, primero se requiere la vista para contemplar al Salvador. Estos dos casos que ocurrieron en Jericó, el uno inmediatamente después del otro, deben ser considerados espiritualmente como un caso completo. El pecador que está en tinieblas debe recibir la vista para reconocer que necesita salvación (Hch. 26:18).

  Lo tratado en 18:35—19:10 muestra cómo puede uno cumplir las condiciones reveladas en 18:9-30, para entrar en el reino de Dios. Estas condiciones consisten primero en recibir la vista (18:35-43), y luego, en recibir al Salvador como salvación dinámica (19:1-10). De este modo, el hombre ciego pudo ser como el recaudador de impuestos arrepentido y el niño libre, para recibir al Salvador, y Zaqueo pudo renunciar a todas sus riquezas para seguirle.

El hombre ciego representa a los discípulos

  Cuando el hombre ciego que estaba cerca de Jericó oyó que Jesús pasaba, dio voces diciendo: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!” (v. 38). El título “Hijo de David” es el título de realeza de Cristo usado por los hijos de Israel. Los hijos de Israel eran los únicos que tenían el privilegio de llamar al Señor con ese título.

  Los versículos 40 y 41 añaden: “Jesús entonces, deteniéndose, mandó traerle a Su presencia; y cuando llegó, le preguntó: ¿Qué quieres que te haga? Y él dijo: Señor, que reciba la vista”. Lo que el Señor preguntó en el versículo 41 muestra el amor ilimitado para con este hombre necesitado. Expresó la humanidad del Salvador-Hombre a un grado inimaginable.

  El Señor dijo al hombre ciego: “Recíbela, tu fe te ha sanado” (v. 42). Literalmente, la palabra griega traducida sanado significa “salvado”. Al instante, el hombre recibió su vista y siguió al Señor, glorificando a Dios (v. 43).

  Después de que el Señor revelara Su muerte y Su resurrección a los doce por tercera vez, ellos seguían ciegos. Por lo tanto, fueron representados por el hombre ciego cerca de Jericó. El hecho de que el Señor sanara al hombre ciego significa que se ocupó de la ceguera de los doce discípulos.

  Quisiera recalcar que no es fácil entender la Biblia. Para entender las Escrituras no es suficiente conocer las palabras o la letra. Si queremos entender la Biblia, tenemos que conocer el espíritu del libro que estamos leyendo. Según el espíritu del evangelio de Lucas, la carga presentada en esta porción del capítulo dieciocho consistía en demostrarnos que todos los seguidores del Señor, incluso Sus doce elegidos, estaban ciegos. Los fariseos no eran los únicos que no podían ver la realidad espiritual del reino de Dios. Podemos decir que los doce eran los que más carecían de esta facultad. Tres de ellos: Pedro, Jacobo y Juan, estuvieron con el Señor en el monte de transfiguración. Aunque vieron muchas cosas en el monte, de hecho, no vieron nada espiritual porque estaban ciegos. Por lo tanto, el hombre que estaba cerca de Jericó no era el único que estaba ciego, sino también todos los que estaban alrededor del Señor.

Necesitamos que el Señor nos sane

  Me preocupa la condición de los creyentes de hoy, incluso la nuestra. Quizás algunos de nosotros aún estén ciegos espiritualmente. Tal vez necesitamos orar: “Oh Señor, ten misericordia de mí. Necesito que me sanes de mi ceguera. Señor, quiero recibir la vista”.

  Marcos 4:12 indica que es posible que veamos y no percibamos ni oigamos ni comprendamos. Puesto que quizás esta sea nuestra condición, tenemos que orar para que el Señor tenga misericordia de nosotros. Para ver la realidad espiritual del reino de Dios necesitamos vaciar nuestro ser.

  Los fariseos pensaban que tenían mucha visión y que eran personas importantes. En realidad, no eran nadie, y estaban aun más vacíos que los recaudadores de impuestos. Igualmente, aunque los discípulos siguieron al Señor Jesús desde el comienzo de Su ministerio y vieron las cosas que tuvieron lugar en Su ministerio, estaban ciegos. Algunos de nosotros hemos estado en el Señor por muchos años, y quizás pensemos que sabemos mucho. Pero es posible que aún estemos ciegos, al no ver las cosas que debemos ver. Por tanto, necesitamos que el Señor nos sane. Al estar en la presencia del Señor, debemos tener la convicción profunda de que no somos nadie, que no sabemos nada y que necesitamos que se nos dé la vista.

  Al leer el Evangelio de Lucas, tal vez nos preguntemos por qué se narra a lo último el caso en que se sana a un hombre ciego cerca de Jericó. Es posible que pensemos que este caso pertenezca al comienzo del libro, tal vez cuando el Señor ministra en Galilea. Sin embargo, lo hallamos en el capítulo dieciocho, cuando el Señor estaba muy cerca de Jerusalén. Este caso indica que los seguidores del Salvador-Hombre necesitan que los sane de su ceguera.

SALVA A ZAQUEO EN JERICO

  En 19:1-10 se relata que el Señor salva a Zaqueo en Jericó. El versículo 1 dice: “Habiendo entrado Jesús en Jericó”. Vimos que Jericó es una ciudad bajo maldición (Jos. 6:26; 1 R. 16:34).

  Lucas 19:2 dice: “Y he aquí había un varón llamado Zaqueo, jefe de los recaudadores de impuestos, y rico”. Los recaudadores de impuestos eran las personas que cobraban los impuestos exigidos por los romanos. Casi todos ellos abusaban de su oficio exigiendo más de lo debido por medio de acusaciones falsas (3:12-13; 19:8). Pagar impuestos a los romanos causaba mucha amargura a los judíos. Los recaudadores de impuestos eran menospreciados por el pueblo y considerados indignos de respeto (18:9-10), y a menudo defraudaban a la gente. Por lo tanto, eran contados con los pecadores (Mt. 9:10-11).

  Según Lucas 19:3-6, Zaqueo, quien era pequeño de estatura, se subió a un árbol sicómoro para ver al Señor Jesús. Cuando éste llegó a ese lugar, miró hacia arriba y le dijo: “Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que me quede en tu casa” (v. 5). Zaqueo descendió y le recibió gozoso. Pero los que vieron esto “murmuraban, diciendo: Ha entrado a posar con un hombre pecador” (v. 7).

  En 19:8 Zaqueo dijo: “He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado”. Vemos que cuando un pecador recibe el Salvador, como resultado de la salvación dinámica, resuelve el problema de las posesiones materiales y su antigua vida de pecado.

  La expresión griega traducida en algo en el versículo 8 es la misma que aparece en 3:14, la cual es un eufemismo de “extorsionar”. Los recaudadores de impuestos solían poner un valor más alto a la propiedad o a los ingresos, o aumentaban los impuestos a los que no podían pagar, y además cobraban usura.

  Zaqueo dijo al Señor que si en algo había defraudado, lo devolvería cuadruplicado. Esto concuerda con la restitución exigida por la ley (Ex. 22:1; 2 S. 12:6).

  En Lucas 19:9 el Señor Jesús dijo a Zaqueo: “Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham”. Por malo que fuera este recaudador de impuestos, también era hijo de Abraham, un heredero de la herencia prometida por Dios (Gá. 3:7, 29).

  En el versículo 10 el Señor dice: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”. Esto indica que el Salvador no fue a Jericó por casualidad, sino con el propósito de buscar específicamente a este pecador perdido, así como buscó a la mujer pecaminosa en Samaria (Jn. 4:4).

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