Mensaje 52
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Lectura bíblica: Lc. 23:26-56
En este mensaje estudiaremos la crucifixión del Salvador-Hombre (23:26-49). A lo largo de los últimos diecinueve siglos se ha estudiado mucho acerca de la muerte del Señor. ¿Con qué propósito murió el Señor Jesús, y quién en realidad le dio muerte? En otras palabras, ¿por qué murió y quién le inmoló? Algunos judíos eruditos buscaron la respuesta. Es posible que hay incluso cristianos genuinos y fieles, quienes verdaderamente creen en el Señor Jesús, que carezcan del conocimiento cabal con respecto al propósito de Su muerte ni tampoco sepan quién le inmoló. Me preocupa que algunos de nosotros, tanto los jóvenes como los de edad más avanzada, no sepan quién dio muerte al Señor Jesús.
¿Cómo contestaría usted a la pregunta: quién mató al Salvador-Hombre? Es posible que algunos digan que nosotros le dimos muerte y otros, que fue Dios quien lo hizo. Tal vez otros digan que fueron la religión y la política, o que fue inmolado por nuestro pecado. Para contestar a esta pregunta no tratemos de adivinarla, sino que tenemos que venir al relato veraz de las Escrituras, especialmente lo que narra el Evangelio de Lucas. Lucas mismo dijo: “Investigado con diligencia todas las cosas desde su origen” (1:3). Por tanto, lo que Lucas relata es digno de creerse.
Cuando leemos este evangelio, vemos que los hombres crucificaron al Señor Jesús en la cruz. Los líderes religiosos lo acusaron, los gobernantes romanos, especialmente Pilato, le dieron la sentencia de muerte, y los soldados romanos le crucificaron.
En 23:26-43 vemos que en la cruz el Salvador-Hombre fue perseguido por los hombres. Los líderes judíos y los soldados romanos le escarnecieron y le ridiculizaron. “Y el pueblo estaba allí mirando; y los gobernantes también se mofaban, diciendo: A otros salvó; sálvese a Sí mismo, si éste es el Cristo de Dios, el Escogido. Los soldados también le escarnecían, acercándose y ofreciéndole vinagre” (vs. 35-36).
El Señor Jesús fue crucificado a las nueve de la mañana y permaneció allí hasta las tres de la tarde, lo cual quiere decir que estuvo seis horas en la cruz. Podemos dividir estas seis horas en dos períodos: el primero, desde las nueve de la mañana hasta el mediodía, y el segundo, desde el mediodía hasta las tres de la tarde. En las primeras tres horas, el Salvador-Hombre fue perseguido por los hombres. Las personas religiosas le ridiculizaron y los soldados romanos le escarnecieron. Incluso “uno de los criminales que estaban colgados blasfemaba contra El, diciendo: ¿No eres Tú el Cristo? Sálvate a Ti mismo y a nosotros” (v. 39). Por lo tanto, en las primeras tres horas en la cruz, el Señor fue perseguido por los hombres y padeció como mártir.
En el pasaje 23:44-49 vemos que en el segundo período de las seis horas en que el Salvador-Hombre estuvo en la cruz, El sufrió el juicio de Dios por los pecadores para efectuar una muerte substitutiva por ellos. Por lo tanto, en 23:26-49 vemos dos aspectos con respecto a la muerte del Señor: es perseguido por el hombre y es juzgado por Dios. Primero, el Señor Jesús fue perseguido por el hombre; no padeció como Redentor, sino como mártir. Pero cuando Dios le juzgó por nosotros, los pecadores; ya no padeció como mártir, sino que sufrió el juicio de Dios por nosotros, los pecadores.
Lucas 23:44-45a dice: “Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena, por faltar la luz del sol”. Algunos manuscritos no dicen que faltó la luz del sol, sino que el sol se oscureció. La hora sexta mencionada en el versículo 44 era, según la manera en que contamos la hora, las doce del mediodía.
Según Mateo 27:45, hubo tinieblas sobre toda la tierra desde la hora sexta hasta la hora novena, es decir, desde las doce del mediodía hasta las tres de la tarde. ¿Quién hizo esto? Por supuesto, no lo hicieron el sumo sacerdote ni Pilato ni los soldados romanos. El único que pudo haber hecho esto fue Dios.
Las tinieblas indican que el Dios justo vino para juzgar al Señor Jesús como nuestro substituto y Redentor, pues fue el substituto único y universal de los hombres. Desde las nueve hasta el mediodía, fue perseguido como mártir por los judíos y los romanos. Pero desde el mediodía hasta las tres El moría no como mártir, sino como substituto de los pecadores. Dios le reconoció como nuestro Redentor, y por esta razón vino para juzgarlo. Esto significa que durante las tres últimas horas que el Señor Jesús estuvo en la cruz, fue juzgado por Dios para efectuar nuestra redención. Durante esas horas Dios lo consideró nuestro substituto, quien sufrió por el pecado (Is. 53:10). Por tanto, las tinieblas cubrieron toda la tierra porque nuestro pecado, pecados y todo lo negativo estaban siendo juzgados allí; y debido a nuestro pecado Dios lo abandonó (Mt. 27:46).
En realidad los perseguidores del Señor no le dieron muerte, ya que cuando le perseguían El aún vivía. Pero después de que fue perseguido por tres horas, Dios vino para darle muerte, y las tinieblas que hubo sobre toda la tierra eran una señal de que vino. Puesto que Dios hizo faltar la luz del sol, Lucas nos dice que hubo tinieblas sobre toda la tierra, no sólo sobre Jerusalén o el monte de Sion.
Además la sección 23:45 dice: “El velo del templo se rasgó por la mitad”. Mateo 27:51 nos dice que el velo del templo se rasgó en dos “de arriba abajo”, lo cual significa que la separación entre Dios y el hombre había sido abolida porque la carne de pecado (representada por el velo) de la cual Cristo se había vestido (Ro. 8:3) fue crucificada (Heb. 10:20). La frase de arriba abajo indica que el velo fue rasgado por Dios desde lo alto.
En Lucas 23:44-45 vemos que Dios hizo que hubiera tinieblas sobre toda la tierra y que el velo del templo se rasgara. Estas dos señales prueban que desde la hora sexta hasta la hora novena, o sea, desde el mediodía hasta las tres de la tarde, Dios vino a juzgar al Redentor, quien moría como nuestro substituto. No murió por Su propio bien, sino por el nuestro. Por lo tanto, llamamos Su muerte una muerte substitutiva, porque murió por nosotros en la cruz y bajo el juicio de Dios.
Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, Dios puso todos nuestros pecados en el Señor Jesús. Isaías 53:6 dice: “Mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”. Las tinieblas indican que Dios puso todos nuestros pecados sobre El. En 2 Corintios 5:21 dice que Dios lo hizo pecado por nosotros. Por lo tanto, Dios no sólo puso nuestros pecados sobre El, sino que hasta lo hizo pecado a favor nuestro, lo cual sucedió durante el segundo período de tres horas.
Durante estas tres horas Dios desamparó al Salvador-Hombre (Mr. 15:34). Puesto que el Señor es el Hijo amado de Dios, éste siempre se complació en El. No obstante, Dios le abandonó cuando lo consideró nuestro substituto, quien cargó nuestros pecados, y fue hecho pecado delante de El por nosotros. A los ojos de Dios el Señor era, durante esas horas, la totalidad del pecado.
Esta interpretación de la muerte del Señor no es especulación nuestra, sino el resultado del estudio concienzudo de la Biblia.
Todos nuestros pecados fueron puestos en el Salvador-Hombre. El pecado que entró en la humanidad por parte de Satanás es la raíz de nuestros pecados, lo cual mora en nosotros. Cuando el Señor Jesús llevó sobre Sí nuestros pecados, fue hecho el pecado mismo, lo cual mora en nosotros. Así que, tanto la raíz, el pecado que mora en nosotros, como el fruto, nuestros pecados, fueron puestos en El. Como tal, El fue juzgado por Dios según Su justicia.
En 1 Corintios 15:3 dice: “Cristo murió por nuestros pecados” y en 1 Pedro 2:24, “llevó El mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero”. Estos versículos indican que Cristo llevó sobre sí nuestros pecados y murió por ellos. Hebreos 9:28 dice que Cristo “fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos” y el versículo 26 del mismo capítulo dice “Se ha manifestado para quitar de en medio el pecado por el sacrificio de Sí mismo”. Su muerte dio fin de una vez por todas el pecado y los pecados. Por tanto, Su muerte tiene valor eterno, o sea, murió de una vez por todas.
Cuando el Señor Jesús llevó sobre sí nuestros pecados y fue hecho pecado en la cruz, Dios le consideró el Cordero de Dios: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Jn. 1:29). En este versículo la palabra mundo se refiere al hombre, al género humano. El Cordero de Dios quitó el pecado del hombre. Su muerte substitutiva resolvió nuestro problema del pecado.
Cuando el Señor Jesús, el Dios-Hombre, murió en la cruz bajo el juicio de Dios, Dios mismo estaba en El como la esencia de Su ser, pero en el aspecto económico, Dios se apartó de El al ejecutar Su justo juicio. Ya dijimos que Cristo, en lo que a Su esencia divina se refiere, fue concebido y nació por obra del Espíritu Santo, el cual era una de las esencias de Su ser. Así que, mientras el Señor Jesus crecía y vivía en la tierra, ya tenía al Espíritu Santo como Su esencia. Ademas, cuando fue bautizado, el Espíritu Santo también vino sobre El, en el aspecto económico. Esto significa que el Señor Jesús, por un lado, tenía al Espíritu Santo como parte de Su esencia en el aspecto esencial, y por otro, el Espíritu Santo descendió sobre El en el aspecto económico. Sin duda, esto no quiere decir que existen dos Espíritus Santos, sino que éste posee dos aspectos: el esencial y el económico. El aspecto esencial estaba ligado al ser del Señor Jesús, Su existencia, y el aspecto económico, a Su obra, Su ministerio.
Tenemos que ver que cuando el Señor Jesús moría en la cruz por nuestros pecados, Dios mismo estaba en El en el aspecto esencial. Así que, el que murió por nuestro pecado era el Dios-hombre. Pero en un determinado momento, en lo que al aspecto económico se refiere, el Dios justo se apartó de este Dios-hombre al ejecutar Su juicio. En otras palabras, Dios abandonó a Cristo, en el aspecto económico, con el objetivo de llevar a cabo Su juicio.
Estudiemos unos cuantos detalles abarcados en 23:26-49. Lucas 23:26 dice: “Y llevándole, echaron mano de un tal Simón de Cirene, que venía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevase tras Jesús”. Cirene era una ciudad colonizada por los griegos y era la capital de Cirenaica ubicada en el norte de Africa. Es posible que Simón era un judío cireneo.
Había una gran multitud que seguía al Salvador-Hombre, y las mujeres lloraban y hacían lamentación por El (v. 27). “Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí; llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces comenzarán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! y a los collados: ¡Cubridlos! Porque si en el árbol lleno de savia hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?” (vs. 28-31). El árbol lleno de savia representa al Salvador-Hombre, quien vive y está lleno de vida. La madera seca representa al pueblo moribundo de Jerusalén, el cual carecía de la savia vital.
Los versículos 32 y 33 dicen: “Llevaban también con El a otros dos, que eran criminales, para ser ejecutados. Y cuando llegaron al lugar llamado la Calavera, le crucificaron allí, y a los criminales, uno a la derecha y otro a la izquierda”. En Mateo 27:33 este lugar se llama Gólgota, un nombre hebreo (Jn. 19:17) que significa calavera (Mr. 15:22). Su equivalente latín es “Calvarium”, y pasó al español como Calvario. No significa “lugar de calaveras”, sino simplemente calavera.
Cuando uno de los criminales blasfemó contra el Salvador-Hombre, “el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros justamente, porque recibimos lo merecido por lo que hicimos; mas este Hombre ningún mal hizo” (Lc. 23:40-41). La palabra griega mal también significa “fuera de lugar”. El criminal entonces dijo: “Jesús, acuérdate de mí cuando entres en Tu reino” (v. 42) y éste le contestó: “De cierto te digo: Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (v. 43). Este caso de salvación, que comienza desde el versículo 40, es único en este evangelio, ya que demuestra la eficacia de la muerte substitutiva del Salvador-Hombre y el supremo nivel moral en Su obra salvadora.
En 23:43 la palabra Paraíso denota la sección agradable del Hades, donde están los espíritus de Abraham y todos los justos, mientras esperan la resurrección (Lc. 16:22-23, 25-26). El Señor Jesús fue al Paraíso después de Su muerte y donde estuvo hasta Su resurrección (Hch. 2:24, 27, 31; Ef. 4:9; Mt. 12:40). Este difiere del Paraíso de Apocalipsis 2:7, el cual será la Nueva Jerusalén en el milenio.