Mensaje 54
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Lectura bíblica: Lc. 24:1-53
En este mensaje examinaremos la sección 24:1-53, la cual trata los eventos cruciales de la resurrección y la ascensión del Salvador-Hombre. Con respecto a la resurrección del Señor Jesús, cada uno de los cuatros evangelios tienen su propia perspectiva. Lucas, escribiendo desde su punto de vista, narra específicamente que el Salvador-Hombre camina y habla con dos discípulos en camino a Emaús (vs. 13-35).
Antes de abarcar Lucas 24, quiero hablarles de la resurrección del Salvador-Hombre. Después de que el Señor Jesús vivió en la tierra por treinta y tres años y medio, al llevar a cabo Su ministerio por tres años y medio, fue crucificado y sepultado. Si El hubiera permanecido en el sepulcro, eso habría querido decir que Dios no justificó lo que el Salvador-Hombre fue e hizo. No obstante, el Salvador-Hombre sí resucitó.
Según el Nuevo Testamento, hay dos maneras de presentar la resurrección del Señor. Primero, se nos dice que el Señor Jesús mismo resucitó, es decir, se levantó a Sí mismo. Hablando de Su vida, El dijo: “Nadie me la quita, sino que Yo de Mí mismo la pongo. Tengo potestad para ponerla, y tengo potestad para volverla a tomar” (Jn. 10:18). En Juan 2:19 el Señor dijo que El levantaría Su cuerpo en tres días. El Señor Jesús tenía el poder de morir y de resucitar de entre los muertos. Por tanto, en cierto sentido, El mismo resucitó de entre los muertos. Por otro lado, el Nuevo Testamento también nos dice que Dios le resucitó. Al respecto, el Señor Jesús dijo a los discípulos que El sería resucitado al tercer día (Mt. 16:21), y en otra ocasión dijo de Sí mismo: “Al tercer día resucitará” (Mt. 17:23). Hechos 2:32 dice: “A este Jesús Dios resucitó”, y Hechos 3:15 habla del Señor como el Autor de la vida, “a quien Dios ha resucitado de los muertos”. Además, en Romanos 6:4 Pablo dice: “Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre”. Por un lado, el Señor mismo resucitó, pero por otro, Dios le resucitó de los muertos.
El hecho de que el Señor mismo resucitara demuestra Su poder vital, o sea, la capacidad que yacía en la vida de resurrección. Pero el hecho de que Dios le resucitara de los muertos era una señal de que Dios le justificó y vindicó. Dios levantó a Cristo de entre los muertos como prueba de que justificaba lo que Cristo era y lo que Cristo hizo en la tierra.
El Salvador-Hombre vivió de una manera que a otros les parecía extraña. Llevó una vida ajena a la religión, la cultura y la sociedad, ya que vivió y obró de una manera fuera de lo ordinario. Si Dios no le hubiera levantado de entre los muertos, esto habría querido decir que Dios no le justificó. Sin embargo, el hecho de que Dios le levantara de entre los muertos era una señal de que Dios sí le justificó y le vindicó.
Romanos 4:25 dice que Cristo “fue entregado por nuestros delitos, y resucitado para nuestra justificación”. La muerte de Cristo cumplió y satisfizo los justos requisitos que Dios requería de nosotros a fin de que Dios nos justificará mediante la muerte de Cristo (Ro. 3:24). La resurrección de Cristo es una prueba que Dios estaba satisfecho de la muerte que Cristo efectuó por nosotros.
Si Cristo hubiera muerto en la cruz, al ser juzgado por Dios, pero sin haber sido resucitado de entre los muertos, Dios no le habría justificado ni vindicado. Esto afectaría nuestra salvación, porque si hubiera sido así, Dios no le habría vindicado después de Su muerte. Sin embargo, Dios juzgó a Cristo en la muerte y luego le levantó de entre los muertos. El hecho de que Dios levantara a Cristo de entre los muertos prueba que vindicó y justificó lo que Cristo fue y realizó. Basado en esto podemos estar seguros de que Dios aceptó lo que Cristo realizó por nosotros en la cruz. Dios nos justificó debido a la muerte de Cristo, y en Cristo, quien resucitó, somos aceptos delante de Dios.
La resurrección de Cristo también fue un indicio del éxito que obtuvo en lo que hizo. Supongamos que Cristo hubiera permanecido en el sepulcro después de morir. Si esto fuera el caso, lo que Cristo realizó no habría sido un éxito. Pero el hecho de que el Salvador-Hombre resucitara de los muertos es una clara señal del gran éxito de Su obra universal.
La resurrección de Cristo también es un indicio de la victoria que El obtuvo sobre el mundo, Satanás, la muerte, el Hades y el sepulcro. Estos cinco elementos condujeron a Cristo al sepulcro. Pero cuando salió del allí en resurrección, esto quiere decir que obtuvo la victoria sobre el mundo, Satanás, la muerte, el Hades y el sepulcro. En Hechos 2:24 Pedro dice: “El cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella”. Debido a que Cristo es resurrección (Jn. 11:25), la muerte no podía retenerlo. Por tanto, la resurrección siempre vence la muerte, pues es imposible que ésta la retenga.
Cristo fue glorificado cuando resucitó, ya que Su resurrección le introdujo en la gloria (Lc. 24:26; 1 Co. 15:43a; Hch. 3:13a, 15a).
La naturaleza divina del Señor, Su ser divino, estaba oculta y encerrada en Su carne. Mediante la muerte, Su carne, en la cual estaba confinada Su humanidad, fue quebrantada. Pero en resurrección, El, el propio Dios con Su naturaleza y riquezas, fue liberado. Puesto que en resurrección fue liberado de la carne en la cual estaba confinado, El fue glorificado, y la razón por la cual el Señor dijo a los discípulos en camino a Emaús que era necesario que Cristo sufriera y entrara en Su gloria (Lc. 24:26). Por tanto, por medio de Su resurrección El entró en gloria.
Además, cuando Cristo resucitó se transfiguró en Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). El era Cristo en la carne, pero fue transfigurado en el Cristo pneumático, el Cristo que es, en esencia, el Espíritu vivificante. La resurrección fue Su verdadera transfiguración. Antes de morir y resucitar, se transfiguró en el monte de la Transfiguración, pero fue solamente algo temporal. El se transfiguró en realidad cuando resucitó, ya que en la resurrección fue hecho el Espíritu vivificante, el Espíritu que nos imparte vida.
Al resucitar, Cristo también hizo germinar la nueva creación. Del mismo modo que Su muerte puso fin a la vieja creación, Su resurrección hizo germinar la nueva creación. Lo que Su muerte anuló, lo hizo germinar en resurrección. Nosotros formamos parte de esta germinación, ya que fuimos regenerados por medio de Su resurrección (1 P. 1:3). Por tanto, en Su resurrección se nos hizo germinar y fuimos regenerados. Así, llegamos a ser la nueva creación (2 Co. 5:17), o sea, somos regenerados en Su nueva creación.
Además, la resurrección de Cristo produjo la iglesia como Su Cuerpo, Su reproducción (Jn. 12:24; 1 Co. 10:17). Por consiguiente, la iglesia es la reproducción de Cristo en resurrección. Cuando el Señor Jesús se encarnó, era un solo individuo, pero cuando resucitó, llegó a ser una entidad corporativa, el Cristo corporativo (1 Co. 12:12), o sea, el Cristo que es tanto la Cabeza como el Cuerpo.
Es imprescindible entender estos siete aspectos de la resurrección de Cristo. En la resurrección Dios vindicó la vida y la obra del Señor; la resurrección es el gran éxito que el Señor obtuvo en Su obra universal; la resurrección es la victoria que logró sobre los enemigos; la resurrección es Su glorificación; en la resurrección, en el aspecto esencial, se transfiguró en Espíritu vivificante; en la resurrección también hizo germinar la nueva creación; y la resurrección produjo la iglesia, el Cuerpo, como la reproducción de Cristo. Estos asuntos están claramente revelados en Hechos y en las epístolas. Debemos entender la resurrección de Cristo de esta manera.
En el capítulo veinticuatro de este evangelio, Lucas nos relata la resurrección de Cristo, refiriéndose específicamente a lo que hizo en resurrección. El versículo 1 dice: “El primer día de la semana, al rayar el alba, vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas que habían preparado”. Vemos que Cristo resucitó en el primer día de la semana, lo cual significa que Su resurrección trajo consigo un nuevo comienzo, una nueva era, en la cual se establece el reino de Dios. En este versículo, el sujeto del verbo “vinieron” se refiere a las mujeres mencionadas en el versículo 10 y en 23:55. El Señor había resucitado, pero se requería que los discípulos lo amaran y lo buscaran para darse cuenta de ello. En el pasaje 24:10 vemos que las mujeres que fueron al sepulcro temprano en la mañana fueron María la Magdalena, Juana y María la madre de Jacobo, quien era la madre del Salvador-Hombre.
Según los versículos del 4 al 7 “se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes” y les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo que era necesario que el Hijo del Hombre fuese entregado en manos de hombres pecadores, y que fuese crucificado, y resucitase al tercer día”. La resurrección del Salvador-Hombre mostró que Dios estaba satisfecho con lo que El logró mediante Su muerte y al mismo tiempo, confirmó la eficacia de Su muerte, una muerte que redime e imparte vida (Hch. 2:24; 3:15).
Las mujeres que volvieron del sepulcro “dieron nuevas de todas estas cosas a los once, y a todos los demás” (v. 9). Pero “mas estas palabras les parecían locura, y no las creían”. La palabra griega traducida locura es usada en el lenguaje médico para referirse a las incoherencias dichas en el delirio (M.R. Vincent). No obstante, Pedro investigó y confirmó la resurrección de Cristo: “Pero levantándose Pedro, corrió al sepulcro, e inclinándose a mirar, vio los lienzos de lino solos, y se fue a su casa maravillándose de lo que había sucedido” (v. 12).
En 24:13-35 tenemos el relato del Salvador-Hombre que aparece a dos discípulos. “Y he aquí, dos de ellos iban el mismo día a una aldea llamada Emaús, que estaba a sesenta estadios de Jerusalén. E iban hablando entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido”. Un estadio equivale a unos ciento ochenta metros; por tanto, sesenta estadios equivale a unos once kilómetros. Los dos discípulos estaban totalmente decepcionados y desanimados, y por esta razón, no permanecieron en Jerusalén, sino que se fueron a Emaús.
En Lucas 24:15-16 dice: “Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos. Mas a sus ojos les era impedido reconocerle”. Vemos aquí que el Salvador-Hombre, en resurrección, caminaba con los dos discípulos, lo cual difiere de la caminata que hizo con Sus discípulos antes de morir (19:28).
El versículo 15 nos dice que Jesús se acercó y caminaba con ellos, pero no de dónde vino. Después de que el Salvador-Hombre resucitó, llegó a ser omnipresente, y como tal es imposible alejarnos de El. Así, cuando los discípulos estaban en Jerusalén, El estaba con ellos, y cuando se fueron a Emaús, El también iba con ellos. Por tanto, dondequiera que estemos, el Cristo resucitado estará con nosotros. Aun cuando dejamos de seguir al Señor, le llevamos con nosotros. En Lucas 24 los dos discípulos se llevaron al Señor en camino de Jerusalén a Emaús.
En 24:17 el Salvador-Hombre dijo a los dos discípulos: “¿Qué pláticas son éstas que tenéis entre vosotros mientras camináis? Ellos se detuvieron, entristecidos”. Entonces uno de los discípulos le dijo: “¿Eres Tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días? Entonces El les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: Lo de Jesús nazareno, que fue Profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo” (vs. 18-19). Aquí vemos que los dos discípulos, en su propia ceguera, pensaron que sabían más que el Salvador resucitado. Ellos conocían al Salvador en la carne (2 Co. 5:16), pero no le reconocían en Su resurrección, pues conocían el poder que El tenía al obrar y al hablar, mas no el poder de Su resurrección (Fil. 3:10).
En 24:13-35 el Salvador-Hombre abrió las Escrituras y también los ojos de los discípulos. Les dijo: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer en todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en Su gloria?” (vs. 25-26). La palabra griega traducida insensatos indica ser torpe en la percepción. En el versículo 26 la expresión entrara en Su gloria se refiere a la resurrección del Señor (vs. 46), la cual le introdujo en la gloria.
El versículo 27 dice que “comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les explicaba claramente en todas las Escrituras lo referente a El”. La expresióntodas las Escrituras abarca la ley de Moisés, los profetas y los salmos (v. 44). En dicho capítulo se menciona dos veces más la palabra Escrituras; en el versículo 32, se habla de abrir las Escrituras, y en el versículo 45, de entender las Escrituras. En ellas se narran y se revelan cabalmente a Cristo, Su muerte y Su resurrección. Sin embargo, los seguidores del Señor no habían recibido esta revelación, así que El vino para abrirles la Palabra santa.
El Señor también fue a ellos con el propósito de abrirles los ojos. Cuando se acercaron a la aldea adonde iban, y El hizo como que iba más lejos, “ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos” (vs. 28-29). Cuando estaban reclinados a la mesa, el Salvador-Hombre “tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y empezó a dárselo. Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas El se les desapareció” (vs. 30-31). A pesar de que el Salvador caminó con ellos (v. 15) y se quedó con ellos (v. 29), no fue sino hasta que ellos le dieron el pan y El lo partió que les fueron abiertos los ojos para que le reconocieran. Así que, ellos necesitaban que El caminara y se quedara con ellos; pero El necesitaba que ellos le dieran el pan para que partirlo, y así abrirles los ojos para que lo reconocieran.
No solamente los dos discípulos sino también Pedro, Juan y Jacobo necesitaban que les fueran abiertos sus ojos. Después que los dos discípulos regresaron a Jerusalén, el Señor se apareció a los once que estaban reunidos y a los que estaban con ellos (vs. 33, 36), los cuales se quedaron atónitos cuando lo vieron. En esta porción de la palabra vemos que el Salvador-Hombre abrió las Escrituras y también los ojos de Sus discípulos.
Tan pronto como los ojos de los dos discípulos fueron abiertos y lo reconocieron, “El se les desapareció”. En griego esta expresión literalmente significa “El se hizo invisible”. El Salvador seguía estando con ellos; no los dejó, sino que solamente se hizo invisible.
Lucas no dice que el Señor Jesús se marchó, sino que desapareció. Desaparecer no es lo mismo que marcharse. Aquí desaparecer equivale a ocultarse. El Señor no dejó a los dos discípulos, sino que simplemente se hizo invisible. Al principio, Su presencia era visible, pero luego se hizo invisible. El hecho de que Salvador-Hombre desaparecía implicaba que Su presencia se volvía invisible, y el hecho de que aparecía indicaba que hacía visible Su presencia.
Cristo ya no se halla en la carne. En resurrección fue hecho el Cristo pneumático, el Espíritu. No obstante, aún posee un cuerpo. Nosotros no entendemos cómo el Espíritu puede tener cuerpo.
Los dos discípulos mencionados en 24:13-35 aprendieron mucho en el camino. No quisieron esperar hasta la mañana siguiente para regresar a Jerusalén, y por eso “levantándose en la misma hora, volvieron a Jerusalén” y contaron “las cosas que les habían acontecido en el camino, y cómo se les había dado a conocer al partir el pan” (vs. 33, 35). Aunque salieron de Jerusalén desilusionados, regresaron muy alentados.