Mensaje 55
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Lectura bíblica: Lc. 24:1-53
En este mensaje estudiaremos la resurrección del Salvador-Hombre, y más adelante, Su ascensión. Ya vimos que el caso en el que el Señor aparece a los dos discípulos en camino a Emaús (vs. 13-35) es práctico y nos ayuda en nuestra experiencia. Es difícil decir si los dos discípulos regresaron a Jerusalén con el Señor o si El fue con ellos. En cualquier caso, viajaron juntos. Cuando dejaron Jerusalén para Emaús, el Salvador fue con ellos. Igualmente, cuando regresaron a Jerusalén, El también regresó con ellos.
En los versículos del 36 al 49 el Salvador-Hombre aparece a los discípulos y los comisiona. En Lucas 24:36 y 37 dice: “Mientras ellos hablaban de estas cosas, Jesús mismo se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros. Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían un espíritu”. Los discípulos, incluso Pedro, se turbaron cuando el Salvador-Hombre se les apareció delante de ellos. No entendieron cómo El pudo aparecerse de repente en el cuarto, ya que la puerta estaba cerrada y nadie la abrió. Pero de todos modos, el Señor se apareció físicamente.
El Señor Jesús dijo a los discípulos: “¿Por qué estáis turbados, y por qué surgen dudas en vuestros corazones? Mirad Mis manos y Mis pies, que Yo mismo soy; palpadme, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que Yo tengo” (vs. 38-39). Entonces les demostró Sus manos y Sus pies. Aquí vemos el cuerpo resucitado del Salvador-Hombre, el cual es espiritual (1 Co. 15:44) y de gloria (Fil. 3:21).
La manera en que el Señor apareció fue muy misteriosa, y no podemos entenderlo cabalmente. Entró en el cuarto como el Espíritu, pero tenía un cuerpo físico que se podía palpar. Aún se veían las marcas de los clavos y se podía tocar el lugar donde le abrieron el costado con una lanza. No solamente se podía ver y tocar Su cuerpo, sino que El también comió. “Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces le dieron parte de un pez asado. Y El lo tomó, y comió delante de ellos” (vs. 41-43). No entendemos cómo el Señor Jesús que, teniendo un cuerpo espiritual, aún podía comer alimento físico.
Así como el Salvador-Hombre abrió las Escrituras a los discípulos en camino a Emaús, también abrió la Palabra a los que estaban reunidos en el cuarto. Les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras: “Y les dijo: Estas son Mis palabras, las cuales os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de Mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras” (vs. 44-45). La ley de Moisés, los profetas y los salmos forman las tres secciones del Antiguo Testamento, es decir, de “todas las Escrituras” (v. 27). Aquí la palabra del Salvador da a entender que el Antiguo Testamento revela al Señor, quien es su centro y su contenido. El hecho de que les abrió el entendimiento indica que para comprender las Escrituras se requiere que el Señor Espíritu abra nuestro entendimiento y nos ilumine (Ef. 1:18).
En el versículo 46 el Salvador-Hombre prosiguió diciendo: “Así está escrito que el Cristo padeciese y resucitase de los muertos al tercer día”. Aquí el Señor parece decir: “Cuando estábamos en Galilea, les dije que moriría y resucitaría al tercer día. Pero ustedes no entendieron lo que les dije. Por esta razón, les abro la Palabra y les abro los ojos”.
Yo creo que la transformación de Pedro comenzó desde el momento en que el Señor se le apareció. Al menos comenzó a entender la Palabra. Por esta razón, en el capítulo uno de Hechos, Pedro pudo estar de pie entre los ciento veinte e interpretó las Escrituras correctamente. En Hechos 1 no vemos al Pedro natural que vimos en Lucas 22, sino a otro Pedro, una persona regenerada y transformada. Así fue la situación de todos los discípulos en Hechos 1.
La reunión que el Salvador-Hombre tuvo con los discípulos en Lucas 24 fue el momento oportuno para comisionarles a proclamar el perdón de pecados. Después de decirles que estaba escrito que el Cristo debía sufrir y ser resucitado de entre los muertos al tercer día, les dijo “que se proclamase en Su nombre el arrepentimiento para el perdón de pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas” (vs. 47-48). El perdón de los pecados solamente podía ser proclamado después de que se hubiese realizado la muerte substitutiva del Salvador-Hombre por los pecados de los hombres, y después de que hubiese sido verificada por Su resurrección (véase Ro. 4:25).
Proclamar el perdón de pecados equivale a proclamar el jubileo. Lucas 4 habla de la liberación de los cautivos. Proclamar el perdón de pecados es proclamar la liberación de los cautivos de la esclavitud y del cautiverio. Parece que el Señor Jesús dijera a los discípulos: “Fuisteis introducidos en Mi resurrección y en el jubileo, y ahora debéis proclamar el jubileo”.
El primer aspecto del jubileo, por el lado negativo, consiste en el perdón de pecados. Según los libros del Nuevo Testamento que siguen a Lucas, el perdón de pecados introduce a los que fueron perdonados en las riquezas del Dios Triuno. Por lo tanto, el perdón de pecados nos introduce en el disfrute del Dios Triuno, lo cual es el jubileo.
El Evangelio de Juan, que presenta al Dios-Salvador, da énfasis a la vida que lleva fruto (Jn. 15:5). El Evangelio de Lucas, que habla del Salvador-Hombre, da énfasis al perdón de pecados y su proclamación. Para llevar fruto necesitamos el Espíritu de vida como esencia, el cual es soplo del Espíritu (Jn. 20:22). Pero para proclamar el perdón de pecados se requiere el aspecto económico del Espíritu, el Espíritu de poder, en el cual el Señor nos bautiza (Hch. 1:5, 8).
Para proclamar el perdón de pecados, los discípulos del Salvador-Hombre necesitaban algo más. En el aspecto esencial, tenían lo necesario; pero no en el económico. Por consiguiente, tuvieron que esperar en Jerusalén hasta que el Señor derramara sobre ellos la promesa del Padre, la cual era el Espíritu en Su aspecto económico. Esta promesa se cumplió en Hechos 2 en el día de Pentecostés. El Salvador-Hombre, después de Su ascensión y Su entronización, derramó el Espíritu en Su aspecto económico sobre los discípulos, quienes ya eran miembros del Cuerpo de Cristo en vida. Lo que el Señor logró en Su resurrección estaba ligado con el Espíritu esencial. Los discípulos aún necesitaban equiparse con el Espíritu en el aspecto económico, lo cual el Señor logró en Su ascensión.
En Lucas 24:49 el Señor Jesús dice: “He aquí, Yo envío la promesa de Mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto”. Esto se refiere a la promesa dada en Joel 2:28-29, la cual se cumplió en el día de Pentecostés (Hch. 1:4-5, 8; 2:1-4, 16-18), al derramarse sobre los creyentes el poder desde lo alto para que llevasen a cabo su ministerio en el aspecto económico. Esto difiere del Espíritu de vida, el cual el Salvador infundió en los discípulos (Jn. 20:22) en el día de Su resurrección para que morara en ellos y fuese su vida en el aspecto esencial.
El Espíritu que se menciona en Juan 20:22 es el que se esperaba en Juan 7:39 y que fue prometido en Juan 14:16-17, 26; 15:26; 16:7-8, 13. Por tanto, cuando el Señor infundió el Espíritu Santo en los discípulos al soplar en ellos, se cumplió lo que prometió en cuanto al Espíritu Santo como Consolador. Esto difiere de Hechos 2:1-4, donde se cumplió la promesa que el Padre hizo en Lucas 24:49. En Hechos el Espíritu, como un viento recio y estruendoso, vino en forma de poder sobre los discípulos para equiparles para la obra (Hch. 1:8). Mientras en Juan 20:22 se infundió como vida en los discípulos para su existencia. Cuando el Señor infundió el Espíritu en los discípulos, se impartió en ellos como su vida y su todo en el aspecto esencial.
En cuanto al Espíritu de vida, nosotros necesitamos inhalarle como aliento (Jn. 20:22); en cuanto al Espíritu de poder, necesitamos ponérnoslo como uniforme, tipificado por el manto de Elías (2 R. 2:9, 13-15). Aquél, como agua de vida, requiere que lo bebamos (Jn. 7:37-39); éste, como agua para el bautismo, requiere que seamos sumergidos en El (Hch. 1:5). Estos son los dos aspectos del Espíritu, los cuales podemos experimentar (1 Co. 12:13). El Espíritu de vida reside en nosotros para ser nuestra vida y nuestro andar, lo cual constituye el aspecto esencial; el Espíritu de poder es derramado sobre nosotros para nuestro ministerio y nuestra obra, y esto constituye el aspecto económico.
Nos debe impresionar que además de recibir el Espíritu de vida en Su aspecto esencial, los discípulos aún necesitaban “investirse del poder desde lo alto”, para ser fortalecidos por el Espíritu en el aspecto económico. Lo que sucedió en Juan 20 tiene que ver con la vida en el aspecto esencial, mientras que en Hechos 2, con el poder que capacita para llevar a cabo el ministerio en el aspecto económico. Para vestirnos de poder necesitamos ponernos el Espíritu como uniforme, lo cual está tipificado por el manto de Elías. Por esta razón, algunos maestros de la Biblia se refieren al Espíritu de poder como un manto, como una capa. En 2 Reyes 2 Eliseo esperaba recibir el manto de Elías y cuando lo recibió, eso indicaba que también recibió el espíritu de Elías. En Lucas 24:49 el Señor pensó en lo mismo, o sea, pensó en el manto, ya que dijo a los discípulos que esperasen a que fueran investidos de poder desde lo alto.
También tenemos que entender que el Espíritu de vida y el de poder son dos aspectos de un mismo Espíritu, los cuales podemos experimentar. En 1 Corintios 12:13 vemos ambos aspectos. Por un lado, en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo; por otro, se nos dio a beber de un mismo Espíritu. Ser sumergido es algo exterior, pero beber es algo interior. Además beber el Espíritu pertenece al aspecto esencial, mientras que ser bautizado en el El, al aspecto económico. Por tanto, el Espíritu en el aspecto interno nos infunde la vida como esencia, mientras que en el aspecto externo, nos capacita para el ministerio y la obra, lo cual pertenece al aspecto económico.
En Lucas 24:50 y 51 dice: “Y los sacó fuera hasta Betania, y alzando Sus manos, los bendijo. Y aconteció que bendiciéndoles, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo”. Esto sucedió estando en el monte del Olivar (Hch. 1:12). Mientras el Salvador-Hombre hablaba con los discípulos, fue llevado arriba al cielo y ascendió al lugar más elevado del universo. Los discípulos se animaron y volvieron a Jerusalén con gran gozo (v. 52), esperando ser equipados con el Espíritu Santo en Su aspecto económico.
En su evangelio, Lucas muestra y presenta principalmente cinco aspectos cruciales y excelentes con respecto al Salvador-Hombre: Su nacimiento, Su ministerio, Su muerte, Su resurrección y Su ascensión. El Salvador-Hombre nació por obra del Espíritu y éste era la esencia con la cual fue concebido. Así que, El nació como Dios-hombre para ser el Salvador-Hombre (1:35), y llevó a cabo Su ministerio por obra del Espíritu de Dios en Su aspecto económico para efectuar la economía que Dios tiene en el jubileo (4:18-19). Murió como Dios-hombre para llevar a cabo la obra redentora de Dios a favor del hombre (23:42-43) e infundirse en él como el fuego de vida que arde en la tierra (12:49-50). En Su resurrección Dios vindicó Su persona, Su obra, El éxito que tuvo en todos Sus logros y la victoria que obtuvo sobre el enemigo universal de Dios. En Su ascensión Dios le exaltó y le hizo el Cristo de Dios y el Señor de todos (Hch. 2:36) para que llevara a cabo Su ministerio celestial sobre la tierra como el Espíritu todo-inclusivo, el cual fue derramado desde los cielos sobre Su Cuerpo, el cual se compone de todos Sus creyentes (Hch. 2:4, 17-18). Al respecto, Lucas lo relata en Hechos.
En Hechos, las Epístolas y Apocalipsis se revelan varios aspectos de la ascensión de Cristo. Cristo ascendió a fin de ser coronado de gloria y de honra (He. 2:9). Cuando ascendió a los cielos, Dios le dio una corona, la cual era Su gloria y honra divinas.
Cuando Cristo ascendió se sentó en el trono desde cual Dios gobierna, en otras palabras, fue entronizado en Su ascensión. Al respecto, Hebreos 12:2 dice que Cristo ahora está sentado “a la diestra del trono de Dios”.
El Salvador-Hombre en Su ascensión fue hecho el Señor de todos y el Cristo de Dios. Al respecto, Hechos 2:36 dice: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo”.
Cristo en Su ascensión también fue hecho Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Efesios 1:22 nos dice que Dios “sometió todas las cosas bajo Sus pies, y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”.
Cristo en Su ascensión fue hecho nuestro Sumo Sacerdote para ministrar la vida y el suministro celestiales de las riquezas divinas a todos los creyentes de la tierra. Referente a esto, Hebreos 8:1 y 2 dice: “Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal Sumo Sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro de los lugares santos, de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre”.
El Salvador-Hombre en Su ascensión fue coronado, entronizado, y hecho el Señor de todos y el Cristo de Dios, la Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, y el Sumo Sacerdote en los cielos que ministra la vida celestial y el suministro de vida celestial de las riquezas divinas en Sus creyentes. Estos son los aspectos principales de la ascensión de Cristo revelados en los Hechos, las epístolas y Apocalipsis.
Nosotros, los que creemos en Cristo, estamos en Su resurrección y en Su ascensión. En la resurrección tenemos vida y en la ascensión, poder y autoridad. En la resurrección recibimos el Espíritu en el aspecto esencial para nuestra vida, y en la ascensión disfrutamos el Espíritu en el aspecto económico para poder.
Cuando algunos oigan que los creyentes estamos en la resurrección y en la ascensión de Cristo, tal vez digan: “No siento que estoy en la resurrección ni en la ascensión de Cristo”. Si esta es su situación, usted necesita que el Señor le abra Su Palabra y también que le abra los ojos. Cuando el Señor nos abre la Palabra y los ojos, vemos que estamos en Cristo, y que éste ya no está en el sepulcro, sino que resucitó y ascendió. En resurrección El es nuestra vida, y en ascensión, nuestro poder. El Cristo resucitado, quien es el Cristo pneumático, es nuestra vida en el aspecto esencial, y el Cristo ascendido, quien es el Cristo entronizado, es nuestro poder en el aspecto económico. No necesitamos sentirlo, solamente tenemos que verlo, ya que ver es creer. Cuando vemos, creemos.
Pero ¿cómo podemos ver? Vemos cuando el Señor nos abre la Palabra y los ojos. ¡Alabado sea el Señor que nos abrió la Palabra y nos abrió los ojos! Ahora no solamente creemos en Su muerte, sino también en Su resurrección y Su ascensión. ¡Espero que experimentemos a fondo la vida de Su resurrección y el poder de Su ascensión!