Mensaje 57
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Lectura bíblica: 2 Co. 4:4b; Gn. 1:26-27a; Fil. 2:7b; Gn. 2:8-9; Jn. 1:1, 14; He. 2:16-17; 1 Ti. 3:16
En este mensaje continuaremos a estudiar el Salvador-Hombre que se encarna para cumplir el propósito que Dios tiene al crear al hombre.
En el mensaje anterior dijimos que Dios diseñó al hombre para que éste fuera uno con El, ya que lo creó a Su imagen y conforme a Su semejanza. La imagen se refiere al ser interior y la semejanza a la apariencia externa. De hecho, Dios creó al hombre a Su propia imagen con la intención de que éste fuera Su réplica. Además, para que el hombre sea la réplica de Dios, él debe tener la capacidad de contener lo que Dios es. Por lo tanto, el hombre fue hecho a la imagen de Dios para que lo duplique, y conforme a Su semejanza para que lo exprese.
El propósito que Dios tenía al crear al hombre era que éste fuera Su réplica y le exprese. Para que dicho propósito se realice es necesario que el hombre reciba a Dios y le tome como el árbol de la vida. Sin embargo, Adán, el hombre que Dios creó, no sólo incumplió con Su propósito, sino que dañó Su diseño. Por eso, después de miles de años, el Salvador-Hombre vino para cumplir el propósito que Dios tenía al crear al hombre.
Mediante la encarnación de Cristo, Dios en el Hijo se hizo hombre. Este hecho es de suma importancia. Según Su diseño Dios creó al hombre con un propósito determinado, pero éste fracaso y arruinó lo que El diseñó. Pero en vez de crear a otro hombre, Dios mismo vino para ser el segundo hombre (1 Co. 15:47). Dios vino, no en el Padre ni en el Espíritu sino en el Hijo, para ser el segundo hombre.
Al hablar de la encarnación el Nuevo Testamento dice que el Verbo, que es Dios, se hizo carne (Jn. 1:1, 14) y se manifestó en la carne (1 Ti. 3:16). Puesto que el primer hombre no realizó lo que Dios tenía propuesto y arruinó Su diseño, El mismo vino para ser el segundo hombre. ¡Aleluya por el segundo hombre!
El Salvador-Hombre, el segundo hombre, no fue creado; sino que fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de una virgen humana. Fue concebido por medio del Espíritu Santo para poseer la esencia divina y nació de una virgen humana para tener la esencia humana. Por lo tanto, este hombre posee dos esencias, la divina y la humana. Así que, El era la mezcla de Dios y hombre. Ya que esta persona maravillosa se componía de dos esencias, es decir de Dios y hombre, El era un Dios-hombre.
Un asunto decisivo del Dios-hombre es que Su vida humana está llena de la vida divina como Su contenido. Contrario a lo que muchos piensan, el Evangelio de Lucas no contiene solamente historias, sino que también revela que el Dios-hombre llevó una vida humana llena de la vida divina como Su contenido. Por llevar una vida así, el Salvador-Hombre poseía la naturaleza y los atributos divinos, o sea, tenía el amor, la luz, la justicia y la santidad divinos. Por lo tanto, la naturaleza divina y sus atributos se manifestaron en la naturaleza y virtudes humanas del Salvador-Hombre.
La naturaleza divina y los atributos divinos del Salvador-Hombre se expresaron en Su naturaleza y sus virtudes humanas. Por lo tanto, cuando vivió en la tierra es difícil determinar quien era el que amaba, si Dios o un hombre. En la vida del Salvador-Hombre vemos el amor de un Dios-hombre, quien llevó una vida humana llena de la vida divina. Puesto que así vivió el Señor, el amor que manifestaba era una virtud humana llena del amor de Dios, como atributo divino.
Algunos de los casos mencionados en este evangelio muestran que el amor que el Salvador-Hombre expresó era un amor en el cual el atributo divino de amor se manifestó en la virtud humana. Vemos este amor en el caso del buen samaritano (Lc. 10:25-37), de la mujer pecaminosa en la casa de Simón el fariseo (7:36-50) y en el caso del ladrón en la cruz que pidió al Señor Jesús que se acordara de él (23:39-43). Aunque en cada uno de estos casos, el Señor Jesús manifestó un amor humano genuino, no era simplemente humano; Su amor estaba lleno del amor de Dios, lo cual fortalecía, elevaba y enriquecía Su amor humano.
Al leer este evangelio, tal vez no veamos que el amor divino fortalezca, eleve y enriquezca el amor humano del Salvador-Hombre. Por ejemplo, los que leen el Nuevo Testamento perciben fácilmente que el Señor Jesús sí amaba a los demás, y a los niños se les enseña a cantar: “Jesús me ama, esto yo lo sé”. Pero ¿qué clase de amor tiene Jesús? ¿Es humano o divino? Su amor no es solamente humano ni solamente divino, sino que es un amor lleno, fortalecido, elevado y enriquecido por el amor divino. Este amor maravillo es una composición, una mezcla del amor divino con el amor humano, lo cual el Salvador-Hombre, el Dios-hombre, expresó en Su vida. Por lo tanto, en el vivir del Señor se manifiesta unas virtudes humanas llenas, fortalecidas, elevadas y enriquecidas por los atributos divinos.
La vida que el Señor Jesús llevó le hizo apto para que fuera nuestro Salvador-Hombre. Salvó a los pecadores mediante la vida que llevó, una vida que es tanto “divinamente” humana como “humanamente” divina. El vivir del Señor Jesús no era solamente humano ni solamente divino; era “humanamente” divino y “divinamente” humano. Su vivir era el poder dinámico con el cual salvaba a los pecadores.
Si entendemos esto, nos daremos cuenta de que el amor divino en sí no puede salvarnos, por supuesto, el amor humano tampoco nos puede salvar. El amor que nos salva debe ser un amor compuesto del amor humano y del divino. Por lo tanto, la mezcla de estos dos es el amor que salva.
Al hablar de la vida humana que está llena de la vida divina, y de las virtudes humanas que son fortalecidas y enriquecidas por los atributos divinos, nos referimos a la moralidad más elevada. En el evangelio de Lucas vemos una vida que está llena de las virtudes humanas fortalecidas, elevadas y enriquecidas por los atributos divinos, la cual es una composición, una mezcla de Dios y hombre. Este vivir es tanto el poder que nos salva como el requisito del Señor Jesús para ser nuestro Salvador. Por lo tanto, el Salvador-Hombre, en calidad de Dios-hombre, es apto para salvarnos.
Nosotros, los cristianos que seguimos al Señor Jesús, necesitamos conocerle como Aquel que llevó una vida en que Sus virtudes humanas expresaron los atributos divinos, pues así fue nuestro Salvador-Hombre. Puesto que así vivió, El estaba capacitado y calificado para salvarnos.
El Salvador-Hombre efectuó una muerte todo-inclusiva en la cruz con el objetivo de redimirnos. Luego, Dios verificó y aprobó Su vivir y Su obra al resucitarle de entre los muertos. Este Dios-hombre resucitado ascendió a los cielos, fue entronizado y coronado con gloria y honra, y fue hecho Cabeza de todo. ¡Oh, todos tenemos que conocer a esta persona maravillosa!
La encarnación del Salvador-Hombre tenía como objetivo principal introducir a Dios en el hombre. Su encarnación también restauró, recobró la humanidad dañada. A pesar de que Dios creó a Adán a Su propia imagen y semejanza, éste cayó. Ahora, en la humanidad caída hay pecado, la naturaleza maligna del diablo (Ro. 7:17; 1 Jn. 3:8). Sin embargo, la humanidad que Dios creó no dejo de existir, ya que cuando Cristo, el propio Dios, se encarnó, restauró la humanidad perdida y dañada. Por lo tanto, vemos que en semejanza de carne de pecado (Ro. 8:3), o sea, en la semejanza de humanidad caída, Dios envió a Su propio Hijo.
Cristo se hizo carne no solamente para salvar al hombre, sino también para restaurar la humanidad caída. Con certeza, vino para salvar al hombre, pero no lo hizo sin haberlo restaurado, puesto que el Señor no salvaría a una persona caída sin restaurarla.
Los cristianos esperan ir al cielo. Pero toda persona que vaya al cielo será una persona restaurada y transformada. Ser transformado equivale a ser restaurado, ser recobrado.
Cuando el Señor Jesús vivía en la tierra, poseía una humanidad que había sido rescatado de la caída. Al encarnarse, se puso una humanidad recobrada y restaurada. Cuando el Dios-hombre vivía en tal humanidad elevada, todos los que estaban a Su alrededor, hasta Sus discípulos, vivían en una humanidad caída y dañada, ya que ésta no era la que Dios había creado originalmente. Por ejemplo, después de que el Señor Jesús dijo a los discípulos que iría a Jerusalén y allí le darían muerte, y que resucitaría al tercer día, discutieron entre sí sobre quién sería mayor. Aquí vemos dos clases de humanidad: la humanidad elevada, restaurada y recobrada del Señor Jesús, y la humanidad deformada, dañada y perdida de los discípulos.
La muerte y la resurrección del Salvador-Hombre recobró la humanidad caída de los discípulos. En los capítulos uno y dos de Hechos vemos que los discípulos expresaban otra clase de humanidad, es decir, una humanidad elevada y restaurada. En los evangelios, discutían entre sí sobre quién era mayor, pero en Hechos 1 podían orar con persistencia y firmeza en unanimidad por diez días. Pudieron hacer esto porque poseían otra humanidad, la cual había sido elevada, restaurada y recobrada. Por consiguiente, no solamente fueron salvos, sino que su humanidad fue restaurada y recobrada por medio la regeneración y transformación llevada a cabo por el Espíritu.
En el huerto de Edén, Adán debió haber llevado la clase de vida que Pedro y Juan llevaron en el primer capítulo de los Hechos. Pero porque Adán fracasó y no realizó el propósito de Dios, éste vino y se encarnó para ser el segundo hombre. Este segundo hombre elevó, restauró y recobró la humanidad deformada, dañada y perdida. Mediante la restauración llevada a cabo por el Salvador-Hombre, Pedro, Juan, Jacobo y los otros discípulos participaron de Su humanidad. ¡Cuán maravilloso es esto!
No debemos pensar que el Señor Jesús descendió de Su gloria solamente para salvarnos y llevarnos al cielo. Si esto hubiera sido Su intención, entonces con el tiempo, el cielo se habría llenado con gente de una humanidad deformada. Sin embargo, esta no es la intención del Señor. ¿Piensa usted que el ladrón que pidió al Señor que se acordara de él en Su reino iría al cielo aún poseyendo la naturaleza caída de ladrón? Por supuesto que no, en el cielo nadie tendrá la naturaleza de ladrón. Toda persona que vaya allí será una persona restaurada. La restauración de nuestra humanidad se hizo posible al encarnarse Dios como Salvador-Hombre. Por lo tanto, la encarnación del Salvador-Hombre cumple el propósito que Dios tenía al crear al hombre.