Mensaje 61
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Lectura bíblica: He. 2:14, 16-17a; Fil. 2:6-8; Jn. 1:1, 14; 5:30; 6:38
En este mensaje continuaremos a examinar el vivir de Dios-hombre del Salvador-Hombre.
El Salvador-Hombre es un hombre auténtico que posee la naturaleza humana verdadera y las virtudes humanas perfectas. Para describir Su humanidad usamos tres adjetivos: auténtico, verdadera y perfectas. El es un hombre auténtico. Su naturaleza es verdadera, o sea, no era un fantasma, sino una persona auténtica. Además, Sus virtudes humanas eran perfectas. Para ser apto como Salvador del hombre, el Señor Jesús tenía que ser un hombre auténtico que posee la naturaleza humana verdadera y las virtudes humanas perfectas. Porque El es auténtico en calidad de hombre, verdadero en Su naturaleza humana y perfecto en Sus virtudes humanas, es apto para ser el Salvador-Hombre.
El Salvador-Hombre no sólo era un hombre auténtico, sino también el Dios completo, que poseía la naturaleza divina auténtica y los atributos divinos excelentes.
Los teólogos y los maestros ortodoxos de la Biblia están de acuerdo que Cristo es el Dios completo. Sin embargo, algunos no admiten que El es tanto el Hijo de Dios como el Padre y el Espíritu. Por un lado, enseñan que Cristo es el Dios completo; pero por otro, enseñan que El es solo una parte de la Trinidad. Por consiguiente, contradicen en lo que enseñan. Si uno dice que Cristo es solo una parte de la Trinidad, entonces, El no es el Dios completo, sino que es solamente una parte del Dios completo. Pero el Dios completo no es únicamente el Padre, únicamente el Espíritu o únicamente el Hijo, sino que es el Dios Triuno, a saber: El Padre, el Hijo y el Espíritu.
Queremos dar énfasis al hecho de que el Salvador-Hombre es tanto un hombre auténtico como el Dios completo. El es un hombre auténtico que posee la naturaleza humana verdadera y las virtudes humanas perfectas, y también es el Dios completo que posee la naturaleza divina auténtica y los atributos divinos excelentes. Con respecto a Su humanidad dijimos que el Salvador-Hombre es auténtico, verdadero y perfecto. Ahora debemos ver que con respecto a Su divinidad El es completo, auténtico y excelente. Porque El es el Dios completo, posee la naturaleza divina auténtica y los atributos divinos excelentes. Sus virtudes humanas son perfectas, pero Sus atributos divinos son excelentes, superiores e incomparables.
La naturaleza divina y los atributos divinos excelentes del Salvador-Hombre fortalecen y aseguran Su aptitud para salvar al hombre. En Su humanidad se halla la competencia para salvarnos. Pero esta competencia es fortalecida y asegurada por Su divinidad, pues ésta garantiza Su aptitud para salvarnos.
Cuando algunos oigan que la naturaleza y los atributos divinos del Salvador-Hombre fortalecen y aseguran Su aptitud para salvarnos, tal vez pregunten: “¿Hay algún versículo en la Biblia que diga esto? o ¿ha leído usted algún libro que enseñe esto?” Debo decir que no. Al parecer no hay ningún versículo bíblico que enseñe esto ni tampoco he leído un libro que usen estas expresiones. Quizás se pregunten por qué tengo la valentía de decir esto. Mi respuesta se funda en más de medio siglo de estudio de la Biblia, especialmente en los diez años de Estudio-vida del Nuevo Testamento que culminará con el libro de Hechos. Según la revelación divina en las Escrituras, la naturaleza y los atributos divinos del Salvador-Hombre fortalecen y aseguran Su competencia salvadora. Con certeza la Biblia revela que la divinidad del Señor fortalece Su competencia salvadora, la cual se halla en Su humanidad.
En 1 Juan 1:7 da a entender que la divinidad de Cristo fortalece y asegura la aptitud salvadora que se halla en Su humanidad. Dicho versículo dice: “La sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado”. El nombre “Jesús” denota la humanidad del Señor, sin la cual la sangre redentora no podría ser derramada, y el título “Su Hijo” denota la divinidad del Señor, la cual hace que la sangre redentora tenga una eficacia eterna. La expresión la sangre de Jesús Su Hijo indica que esta sangre es la sangre de un hombre auténtico que se derramó para redimir las criaturas caídas de Dios y que tiene la seguridad divina como su eficacia eterna, una eficacia que prevalece sobre todo y en todo lugar, y que es perpetua en cuanto al tiempo.
Según 1 Juan 1:7, la sangre que el Salvador-Hombre derramó en la cruz no sólo era la sangre de Jesús sino también la del Hijo de Dios, o sea, era la sangre de un hombre y de Dios. La sangre de Jesús era la sangre de un hombre auténtico, la cual se requería para efectuar nuestra redención. La eficacia de esta sangre está asegurada por la divinidad del Salvador-Hombre, pues Su divinidad hace que la sangre de Jesús sea eterna. En otras palabras, sin la divinidad del Señor, la redención no podría ser eterna.
La divinidad auténtica del Señor con Sus atributos excelentes fortalecen y aseguran Su aptitud para salvar al hombre. Su humanidad le hace apto para salvarnos, mientras que Su divinidad le fortalece para realizar la salvación y asegura Su aptitud para efectuarla.
El Salvador-Hombre, al ser un hombre auténtico y el Dios completo, es el Dios-hombre. El posee la naturaleza humana con sus virtudes, para contener y expresar a Dios. Nadie jamás ha estado tan lleno de Dios como el Señor Jesús. Sus virtudes humanas contenían a Dios y lo expresaban. Por ejemplo, en los juegos olímpicos los atletas hacen todo lo posible por exhibir sus habilidades. Pero el Dios-hombre no tuvo que esforzarse por demostrar Su competencia para contener y expresar a Dios. El tenía la naturaleza humana con sus virtudes para contener y expresar a Dios y nadie se podía comparar con El.
El Señor Jesús, como Dios-hombre, posee la naturaleza divina con Sus atributos divinos, como contenido y realidad para expresar a Dios. El Dios-hombre posee la esencia, la naturaleza y los atributos de Dios. El es un hombre auténtico que posee la naturaleza humana verdadera y las virtudes humanas perfectas para que Dios se exprese. Sin embargo, para que lo exprese, El debe tener a Dios como Su contenido y realidad. Una vez más usemos el ejemplo del guante. Un guante expresa la mano. Pero si el guante ha de expresar la mano, debe tener a ésta como su contenido y realidad. El Dios-hombre es tanto el “guante” como la “mano”, ya que posee tanto la humanidad, vasija, como la divinidad, el contenido.
Hoy el Salvador-Hombre sigue siendo tanto hombre como Dios. El es el hombre, la vasija, y también es Dios, el contenido. En El se hallan la naturaleza humana verdadera y la naturaleza divina auténtica, y también las virtudes humanas perfectas y los atributos divinos excelentes, los cuales se mezclan y forman un entidad compuesta. Por lo tanto, El es el Dios-hombre.
Sin embargo, esta mezcla no produce una tercera naturaleza, una que no sea ni completamente humana ni divina. Además, a pesar de que las esencias de las dos naturalezas, la divina y la humana, se mezclen y forman un compuesto, aún permanecen distintos. Esto quiere decir que la mezcla de lo divino y lo humano, realizada en el Salvador-Hombre, no crea confusión en estas dos naturalezas. Esta mezcla es misteriosa, este Dios-hombre es verdaderamente un misterio.
Cuando yo era joven, nadie me ayudó a entender que el Señor Jesús era el Dios-hombre. Estoy agradecido que los santos jóvenes tengan esta ayuda hoy. Es una bendición que la generación joven que hay en el recobro del Señor oigan estas palabras en cuanto al Dios-hombre, el Salvador-Hombre, que posee la naturaleza humana y la naturaleza divina.
Muchos libros dicen que el Señor Jesús es el Dios-hombre, pero ¿cuál de ellos lo describen de la manera que lo hacen los mensajes de este Estudio-vida? ¿Qué es el Dios-hombre? El es, por un lado, un hombre auténtico que posee la naturaleza humana verdadera y las virtudes humanas perfectas, y por otro, el Dios completo que posee la naturaleza divina auténtica y los atributos divinos excelentes. El posee la naturaleza humana con sus virtudes para contener y expresar a Dios, y la naturaleza divina con sus atributos como contenido y realidad, para la expresión de Dios. Este es el Dios-hombre.
Consideremos al Salvador-Hombre en Su vivir de Dios-hombre. El llevó la vida de un hombre auténtico, pero no por medio de la vida del hombre, o sea, la mente, la voluntad y la parte emotiva del hombre, para expresar al hombre en sus virtudes.
Al respecto, hay dos versículos en el Evangelio de Juan que nos ayudarán a entenderlo. En Juan 5:30 el Señor Jesús dice: “No puedo Yo hacer nada por Mí mismo; según oigo, así juzgo; y Mi juicio es justo, porque no busco Mi propia voluntad, sino la voluntad del que me envió”, y en Juan 6:38: “Porque he descendido del cielo, no para hacer Mi propia voluntad, sino la voluntad del que me envió”. Vemos en estos versículos que el Señor Jesús no hizo ni buscó Su propia voluntad.
Nuestra voluntad representa todo nuestro ser. Con certeza, nuestra mente representa nuestro ser, pero sólo en el aspecto mental y la voluntad representa nuestro ser, las actividades de nuestra alma. Tal vez usted haya pensado hacer muchas cosas, pero ¿cuánto ha hecho? Quizás de las miles de cosas que usted pensó hacer, sólo hizo dos de ellas. El punto al que hacemos hincapié consiste en que la mente representa nuestro ser en el aspecto mental y la voluntad, las actividades de nuestro ser.
El hecho de que el Señor Jesús no buscó ni hizo Su propia voluntad indica que cuando vivió en condición de hombre, no se valió de Su propia mente, voluntad y parte emotiva, lo cual quiere decir que no vivió mediante Su propia vida. Aquí la palabra vida alude a nuestro ser, lo cual se compone de nuestra mente, voluntad y parte emotiva. A pesar de que el Salvador-Hombre, el Dios-hombre, vivió en calidad de hombre, no se valió de Su propia mente, ni voluntad ni parte emotiva.
El Señor Jesús llevó una vida humana genuina al valerse de la mente, la voluntad y la parte emotiva de Dios, para que El se exprese en Sus atributos. El Señor no buscó, ni vino a hacer Su propia voluntad sino la de Dios, es decir, vino a vivir como un hombre mediante la vida de Dios y no la del hombre. Se valió de la mente, la voluntad y la parte emotiva de Dios, para expresar a Dios en Sus atributos. Estos atributos se mezclan con Sus virtudes humanas y son los contenidos de la misma.
En el Evangelio de Lucas se menciona varios ejemplos del Salvador-Hombre que vive como Dios-hombre. Mire el caso del buen samaritano (10:25-37), en cuya vida se expresó Dios, pues El lo fortaleció. El amor que el samaritano expresó no fue simplemente un amor humano, sino que fue fortalecido, revestido de poder y enriquecido por el amor divino. Por lo tanto, era un amor superior e incomparable.
Analice también el caso de Zaqueo (19:1-10). Vemos algo divino en el hecho de que el Salvador-Hombre fuera a Zaqueo y se relacionará con él. Es difícil explicar lo que vemos expresado en el hombre Jesús. En El se halla algo más que la omnisciencia divina. En El están presentes los atributos divinos excelentes, los cuales fortalecen Sus virtudes humanas. El Señor Jesús llevó una vida en que Sus virtudes humanas fueron revestidas de poder por los atributos divinos.
Esto es lo que le sucedió al Señor Jesús a los doce años de edad. El Señor Jesus era un niño humano, pero cuando leemos el hecho mencionado en Lucas 2, vemos que este niño poseía el elemento divino. Los atributos de Dios se expresaron en Su vivir humano.
Aunque el Señor Jesús llevó una vida humana genuina, aun así, vemos en Su vida el elemento divino y también ciertos factores divinos, pues esta vida no expresó al hombre, sino a Dios. Esto es la vida y el vivir del Dios-hombre.
En el vivir del Señor Jesús, la mente, la voluntad y la parte emotiva del hombre llegaron a ser los órganos que contuvieron la vida de Dios. Podemos comparar estos órganos con los dedos de un guante. Así como los dedos de un guante contienen los dedos de la mano, la mente, la voluntad y la parte emotiva del Salvador-Hombre contienen la vida de Dios. Los cinco dedos de un guante no son dedos de verdad, sino que contienen los cinco dedos de la mano. De manera similar, la mente, la voluntad y la parte emotiva del Señor son los órganos que contienen la mente, la voluntad y la parte emotiva de Dios. Así vivió el Dios-hombre.
En el Salvador-Hombre, que vivió como Dios-hombre, las virtudes humanas llegaron a ser la cáscara, la imagen, para expresar los atributos de Dios, a fin de que El se exprese en el vivir del hombre. Vemos aquí que nuestras virtudes humanas —nuestro amor, brillantez, santidad y justicia— son simplemente una cáscara, o sea, son la imagen que Dios creó en Génesis 1:26. Dios creó al hombre a Su imagen de manera que El se exprese en el vivir humano.
Si vemos esto, hallaremos la respuesta a la pregunta presentada en el mensaje anterior en cuanto a por qué le fue necesario al Señor Jesús vivir en la tierra por treinta y tres años y medio antes de morir para que efectuara la redención. Si solamente hubiera vivido un vida corta, los atributos divinos que El expresó en Su vivir habrían sido temporal, lo cual puede compararse con el arco iris, que aparece brevemente y desaparece. El Salvador-Hombre llevó una vida humana que duró por treinta y tres años y medio. A lo largo de esos años se demostró que carecía de defectos e imperfecciones, y tampoco fracasó. Sus virtudes eran la imagen con la cual expresaba los atributos de Dios. Por lo tanto, Dios fue expresado en Su vivir.
El hecho de que el Señor viviera como Dios-hombre le hizo apto como Salvador-Hombre y le constituye el prototipo para Sus creyentes. Como veremos en el mensaje siguiente, este prototipo tiene el propósito de “fabricar en serie”, reproducir, al Dios-hombre en los creyentes. Por ejemplo, en una fábrica, se requiere mucho tiempo para producir un prototipo. Una vez que se produzca el prototipo, éste es utilizado para la fabricación en serie. De igual manera, la vida que el Salvador-Hombre llevó como Dios-hombre le constituyó prototipo para que El se reproduzca en nosotros. ¡Alabado sea el Señor por el prototipo y la fabricación en serie!