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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Lucas»
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Mensaje 71

LA RESURRECCION DEL SALVADOR-HOMBRE

(2)

  Lectura bíblica: Hch. 2:24; 3:15; Ro. 4:25; Hch. 10:41; Jn. 10:15, 17-18; He. 2:14; 1 Co. 15:52-54; Jn. 13:31-32; 17:1; Lc. 24:26; Jn. 12:24.

  En este mensaje continuaremos estudiando el aspecto objetivo de la resurrección del Salvador-Hombre. Vimos que cuando el Señor resucitó, Dios vindicó y aprobó a Su persona y Su obra redentora, la cual es todo-inclusiva. Ahora necesitamos ver que la resurrección de Cristo también fue el éxito que el Salvador-Hombre tuvo en todos Sus logros.

EL EXITO QUE EL SALVADOR-HOMBRE TUVO EN TODOS SUS LOGROS

  Las personas a menudo se jactan de sus éxitos. Pero no importa cuanto éxito haya tenido alguien en la vida, cuando muere lo pierde todo, es decir, la muerte es el fin del éxito.

  Ciertamente éste fue el caso del hombre rico de la parábola relatada en 12:16-21. Este hombre se dijo para sí: “Derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí juntaré todo mi trigo y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate” (vs. 18-19). Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te reclaman el alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” (v. 20). Este hombre rico tuvo mucho éxito, pero cuando murió, su éxito terminó.

El Señor resucita de entre los muertos

  El hecho de que El Salvador-Hombre resucitó de entre los muertos confirma el éxito que El tuvo en Sus logros. El Nuevo Testamento dice por un lado que Dios levantó a Jesús de entre los muertos (Hch. 3:15), pero por otro dice que Cristo mismo resucitó (Hch. 10:41). Según el Nuevo Testamento, el Señor como hombre fue levantado por Dios de entre los muertos (Ro. 8:11), pero en calidad de Dios, El mismo resucitó de entre los muertos (Ro. 14:9). El hecho de que Dios resucitó a Cristo confirma que El vindicó y aprobó a Su Persona y Su obra, pero el hecho de que el Señor Jesús mismo resucitó de entre los muertos, confirma el éxito de Sus logros.

  En Hechos 10:41 Pedro dice que los discípulos comieron y bebieron con Cristo después de “que resucitó de los muertos”. Después de que el Señor fue crucificado y sepultado, Pedro y los discípulos se decepcionaron profundamente. Es posible que se dijeron entre sí: “¿Qué podemos hacer? Ahora que el Señor ha sido crucificado y sepultado, no podemos hacer nada. Todo terminó”. Los discípulos se sintieron así porque el éxito de una persona termina en su sepultura. Sin embargo, el Señor Jesús no permaneció en el sepulcro. Al tercer día resucitó y se le apareció a los discípulos.

  Cuando el Señor Jesús se les apareció a los discípulos, según consta en Lucas 24, les dijo: “¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces le dieron parte de un pez asado. Y El lo tomó, y comió delante de ellos” (vs. 41-43). Es posible que el Señor dijera: “Me gustaría comer con vosotros. ¿Tenéis algo de comer? También quiero que comáis”.

  Según el Nuevo Testamento, el Señor Jesús apareció a Sus discípulos en el día de Su resurrección para hacer dos cosas importantes: primero, impartirles el Espíritu al soplar en ellos (Jn. 20:22); y segundo, comer con ellos (24:41-43). Pedro, al no poder olvidarse de lo que sucedió en el día de la resurrección, les dijo a los que estaban en la casa de Cornelio que el Señor Jesús resucitó, y que los discípulos comieron y bebieron con El. Tuvieron un banquete con el Salvador-Hombre resucitado. La resurrección del Señor demostraba claramente Su éxito y los discípulos no tenían por qué decepcionarse.

El Señor pone Su vida

  Desde el capítulo diez de Juan vemos que, en realidad no se le dio muerte al Señor Jesús, sino que El mismo puso Su vida. En Juan 10:15 El dijo: “Pongo Mi vida por las ovejas”. Luego, en Juan 10:17 y 18 El añadió: “Por eso me ama el Padre, porque Yo pongo Mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que Yo de Mí mismo la pongo. Tengo potestad para ponerla, y tengo potestad para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de Mi Padre”. Cuando el Señor apareció a los discípulos después de Su resurrección, posiblemente dijo: “Mi resurrección confirma Mi éxito. No me dieron muerte, sino que Yo puse Mi vida. Si Yo no estuviera dispuesto a poner Mi vida, nadie podría hacerme nada. Yo puse Mi vida según el mandamiento de Mi Padre, y después de tres días la volví a tomar. El Padre me mandó que pusiera Mi vida por vosotros, y lo hice. Luego, me mandó resucitar y lo hice. Ahora el hecho de que estoy aquí con vosotros confirma Mi éxito”.

Una señal de Su gran éxito

  Efectivamente, no se le dio muerte al Señor Jesús, sino que El puso Su vida. Luego, resucitó y tomó Su vida de vuelta. Por eso, la resurrección confirma el éxito que el Salvador-Hombre tuvo en todos Sus logros. No hizo nada en vano. Al contrario, todo lo que hizo fue sellado y confirmado por Su resurrección. Si el Señor hubiese hecho muchas cosas en Su vida, pero no hubiera resucitado de los muertos y aún permaneciera en el sepulcro, habría sido una señal de fracaso. Sin embargo, el hecho de que resucitó demuestra el gran éxito que tuvo en todo lo que hizo. Dios resucitó a Cristo para vindicarle y aprobarle. Pero el Señor mismo resucitó, lo cual fue una señal de Su gran éxito.

LA VICTORIA DEL SALVADOR-HOMBRE SOBRE LA MUERTE, LA CUAL INCLUYE A SATANAS, EL HADES Y LA TUMBA

  La resurrección del Salvador-Hombre también indica que obtuvo la victoria sobre la muerte, Satanás, el Hades y la tumba (Hch. 2:24). Satanás, la muerte, el Hades y la tumba forman un grupo. El Salvador-Hombre no sólo fue vindicado por Dios, y no sólo fue demostrado el éxito que tuvo en Sus logros, sino que también fue victorioso sobre la muerte, Satanás, el Hades y la tumba, todo lo cual nos concierne mucho y nos afecta. El Salvador-Hombre venció la muerte y destruyó a Satanás (He. 2:14). Las llaves de la muerte y del Hades están ahora en Sus manos (Ap. 1:18), y El es el vencedor de la tumba.

  En 2 Timoteo 1:10 se dice que Cristo “anuló la muerte y sacó a luz la vida y la incorrupción por medio del evangelio”. Cristo anuló la muerte, dejándola sin efecto, mediante Su muerte, la cual destruyó al diablo (He. 2:14) y por medio de Su resurrección que sorbe la muerte (1 Co. 15:52-54). En el evangelio se nos revela que Cristo anuló la muerte y nos trajo la vida eterna indestructible.

  Cristo se manifestó para anular la muerte y traer la vida eterna indestructible. No solo derrotó la muerte, sino también la anuló. Por medio de la resurrección, la muerte dejó de tener efecto, perdió su poder e incluso su sabor. Cristo pudo anular la muerte porque destruyó al diablo, aquel que tiene el poder de la muerte. Por supuesto, el Señor Jesús, al vencer a Satanás y al anular la muerte, también derrotó el Hades y la tumba. Por lo tanto, la resurrección de Cristo demuestra que El venció la muerte, a Satanás, el Hades y la tumba. Estos ya no son un problema. Por consiguiente, la resurrección de Cristo no sólo confirma que Dios lo vindicó, y que tuvo éxito, también manifiesta la victoria que obtuvo sobre la muerte, Satanás, el Hades y la tumba. Cristo mediante Su resurrección anuló por completo este grupo fastidioso.

LA GLORIFICACION DEL SALVADOR-HOMBRE

  Además, la resurrección del Salvador-Hombre era Su glorificación (Jn. 13:31-32; 17:1; Lc. 24:26). Puesto que este asunto es difícil de entender y de definir, usar el ejemplo del grano de trigo nos ayudará (Jn. 12:24). Hay vida en un grano de trigo. Cuando se siembra el grano en la tierra, éste “muere”, pero al mismo tiempo crece. Si no se lo sembrara en la tierra, el grano no moriría ni tampoco crecería. Pero un grano enterrado en la tierra será, con el tiempo, glorificado en su crecimiento.

  Este mismo principio sucede con otras semillas, por ejemplo, la de un clavel. Como el grano de trigo, una semilla de clavel muere al caer en la tierra. Pero con el tiempo crece, brota de la tierra y florece. El florecimiento de un clavel es su glorificación. Por lo tanto, una semilla de clavel se glorifica totalmente cuando florece.

  Según las propias palabras del Señor Jesús en Juan 12:24, El era un grano de trigo que cayó en la tierra y murió. Pero cuando moría en la tierra, también crecía. Finalmente, en la resurrección El “floreció” y produjo muchos granos. Estos granos son Su glorificación.

  El trigo que crece en el campo es la glorificación de todos los granos sembrados allí. Cuando maduran son como “espigas de trigos dorados”. Llegará un momento en el cual el universo será un “campo” lleno de espigas de trigos dorados. Entonces Dios podrá decir: “Satanás, mira este campo. Esta es la glorificación de Mi Hijo, Jesucristo”. Incluso hoy en la vida adecuada de iglesia es posible que tengamos una miniatura de dicha glorificación.

La cáscara del Salvador-Hombre se quiebra por medio de Su muerte

  El Señor Jesús, como el grano de trigo, tenía una “cáscara” humana. Para que El fuera glorificado (Jn. 12:23) se requería que Su vida divina fuera liberada de la cáscara de Su humanidad a fin de producir muchos creyentes en la resurrección (1 P. 1:3). La cáscara de Su humanidad se quebrantó por medio de Su muerte en la cruz.

Se libera la vida divina del Salvador-Hombre

  Cuando la cáscara de la humanidad del Señor fue quebrantada en la cruz, la vida divina que se hallaba en El fue liberada en la resurrección. El hecho de que la vida y la naturaleza divinas fueran liberadas del Señor como el grano de trigo fue Su glorificación. En Juan 17:1 El oró por esta glorificación: “Padre, la hora ha llegado; glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti”.

  Cuando el Señor se encarnó, se puso la humanidad. Esto significa que ya no era solamente Dios, puesto que mediante la encarnación se hizo el Dios-hombre, quien posee los elementos divino y humano. Además, fue necesario que Su humanidad fuese introducida en la divinidad. Este hecho era Su glorificación. Conforme a la revelación neotestamentaria, cuando el Señor Jesús resucitó de los muertos, lo llevaba consigo Su divinidad y Su humanidad. Esto significa que resucitó como Dios-hombre. El hecho de que el Señor resucitó en Su humanidad fue Su glorificación.

  El hombre Jesús fue glorificado mediante Su resurrección. Al ser liberado de la cáscara de la humanidad del Señor, no sólo el Hijo de Dios fue glorificado, sino también el hombre Jesús. El fue glorificado cuando Su humanidad fue introducida en la divinidad. ¡Aleluya, ahora hay un hombre en la gloria!

  Cuando algunos oigan que el hombre Jesús está ahora en la gloria, tal vez entiendan que El está en los cielos. Pero Lucas 24:26 dice que El entró en la gloria incluso antes de que ascendiera. Cuando El iba en camino a Emaús dijo a los discípulos: “¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en Su gloria?” Esto se refiere a Su resurrección, la cual le introdujo en la gloria (1 Co. 15:43; Hch. 3:13a, 15a). Cuando el Salvador-Hombre resucitó, entró en la gloria. Por lo tanto, la glorificación no sólo indica que el Hijo de Dios fue liberado de Su cáscara humana, sino que la humanidad del Señor también fue introducida en la divinidad. ¿Han oído ustedes alguna vez, algún mensaje que les diga que Su Salvador fue glorificado cuando Su humanidad fue introducida en la divinidad? A menudo se le dice a los cristianos que Cristo posee gloria porque es grandioso. Pero la Biblia revela que el Señor se hizo un hombre de baja condición. En Su resurrección, Su humilde humanidad fue introducida en la divinidad, y esto fue Su glorificación. El no sólo tiene honor, dignidad y gloria; El fue glorificado en Su resurrección.

Nace el Hijo primogénito de Dios

  En la glorificación del Salvador-Hombre El nació como Hijo primogénito de Dios. Hechos 13:33 revela que para el hombre Jesús resucitar era nacer. El fue engendrado por Dios, en Su resurrección, para ser el Hijo primogénito de Dios entre muchos hermanos (Ro. 8:29). El era el Hijo unigénito de Dios en la eternidad (Jn. 1:18; 3:16), pero después de la encarnación y por medio de la resurrección, fue engendrado por Dios en Su humanidad para ser el Hijo primogénito de Dios.

  En la eternidad Cristo fue el Hijo unigénito de Dios. Sin embargo, en el Nuevo Testamento dice que El fue engendrado por Dios en el día de Su resurrección. Esto fue profetizado incluso en Salmos 2:7. En la resurrección Dios engendró a Jesús para que fuese Su Hijo primogénito.

  La palabra primogénito indica que habrá otros hijos. Hebreo 2:10 habla de muchos hijos, y en Romanos 8:29, de muchos hermanos. En la resurrección el Señor fue a Sus hermanos, quienes componen Su iglesia, y les anunció el nombre del Padre (He. 2:12).

  Mediante la encarnación, el Hijo unigénito de Dios se puso la humanidad y se hizo el Dios-hombre. Luego al resucitar este Dios-hombre nació de Dios para ser Su Hijo primogénito.

  Es esencial entender que antes de la encarnación, el Hijo unigénito de Dios no poseía la naturaleza humana, sino sólo la divina. Sin embargo, en la resurrección, el Hijo primogénito de Dios posee tanto la naturaleza humana como la divina. Nosotros los creyentes de Cristo somos hijos de Dios y hermanos del Hijo primogénito. Mediante la regeneración obtenemos la naturaleza divina (2 P. 1:4). Aunque somos seres humanos, ahora poseemos la naturaleza divina. Aunque el Señor Jesús es un ser divino, también posee la naturaleza humana. Por consiguiente, el Señor Jesús y nosotros somos iguales, ya que tanto El como nosotros poseemos la naturaleza humana y la divina. Alabamos al Señor que en Su resurrección, Dios le engendró para que fuese Su Hijo primogénito. Cuando El resucitó, liberó la vida y la naturaleza divinas, y por medio de esta liberación fue engendrado como el Hijo primogénito de Dios.

  Damos gracias al Señor por enseñarnos todos los puntos relacionados con el aspecto objetivo de la resurrección del Salvador-Hombre. En la resurrección del Señor vemos que Dios lo vindicó y lo aprobó, también se demostró el éxito que tuvo el Salvador-Hombre, la victoria sobre la muerte, Satanás, el Hades y la tumba, y que fue glorificado. Por medio de Su resurrección la muerte fue anulada, Satanás fue derrotado y la humanidad fue introducida en la divinidad. ¡Alabado sea el Señor por Su resurrección! Que el Señor nos dé nuevos himnos y canciones según la luz que nos ha dado mediante la Palabra para que le podamos alabar de una manera más rica, elevada y cabal.

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