Mensaje 4
Lectura bíblica: Hab. 3:2a; Os. 6:2; Jl. 2:28-29; Hag. 1:14; Mal. 3:1b; Hag. 2:7a; He. 7:22; Hch. 26:18b; Col. 1:12; Mal. 4:2a; Ro. 8:20-22
En este mensaje de conclusión al estudio-vida de los Profetas Menores siento la carga de decirles algo con respecto al avivamiento revelado en los Profetas Menores. Podríamos decir que este asunto del avivamiento es el “núcleo” que está dentro del “cascarón” de los libros de los Profetas Menores.
Habacuc 3:2a habla acerca del avivamiento: “Oh Jehová, aviva Tu obra en medio de los años”. Entre los elegidos de Dios siempre ha existido la aspiración de ser avivados. Siempre y cuando usted sea una persona salva, todos los días, tenga conciencia de ello o no, hay en su ser una aspiración acompañada de una oración espontánea: “Oh, Señor, avívanos”. Aunque quizás no nos percatemos de ello, tal aspiración ha estado en nosotros durante todos los años de nuestra vida cristiana.
Podríamos pensar que la oración de Habacuc por un avivamiento era buena para él, pero que no tiene nada que ver con nosotros. Sin embargo, con respecto a su oración, debemos comprender que para Dios no existe el elemento del tiempo. A los ojos de Dios, una persona entre Sus elegidos los representa a todos ellos. Dios siempre considera a Sus elegidos como un Cuerpo corporativo. Esto quiere decir que Habacuc y nosotros somos uno en la unidad que forman los elegidos de Dios; por tanto, cuando Habacuc oró pidiendo un avivamiento, nosotros también oramos con él. Hemos orado por un avivamiento hace dos mil seiscientos años. Tal oración es una oración imperecedera.
Durante los últimos seis años, en muchas ocasiones, insté a los santos a llevar a la práctica de forma viviente la manera ordenada por Dios; pero sin un avivamiento, ¿cómo podríamos tener algo viviente? Si nos esforzamos por poner en práctica nada más el primer paso de la manera ordenada por Dios —esto es, visitar a las personas con el evangelio— sin ser avivados, esto llegará a ser una carga muy pesada que nadie podría llevar. Todos debemos comprender que hemos sido salvos y mantenidos sobre esta tierra para hacer una sola cosa: ir y hacer discípulos a las naciones, comenzando desde “Jerusalén” y extendiéndonos a “Judea”, a “Samaria” y hasta lo último de la tierra (Hch. 1:8). Si vivimos para nuestra educación, nuestra carrera, un buen matrimonio o una linda casa, eso es vanidad de vanidades. Vivimos aquí para la propagación del Señor Jesús, y no solamente en nuestro vecindario, sino en todo el mundo. Si hemos de lograr esto, debemos ser avivados. A esto se debe que el Señor nos haya guiado a poner en práctica el avivamiento matutino.
Este asunto del avivamiento matutino se conforma a la ley natural presente en la creación de Dios. Dios creó el universo de modo que tuviéramos un amanecer cada veinticuatro horas. Nosotros los creyentes debemos seguir el amanecer a fin de ser avivados cada mañana. Todos los días necesitamos un “amanecer”, y este amanecer es un avivamiento. Si experimentamos un avivamiento diario, entonces seremos personas vivientes y aptas para practicar la manera ordenada por Dios y para ayudar a la iglesia a tomar este camino.
Por un lado, Habacuc oró por un avivamiento; por otro, Oseas habló de la desolación de los “dos días” y la resurrección en el “tercer día”: “Después de dos días nos hará revivir; / al tercer día nos levantará” (6:2). Puesto que para Dios mil años son como un día (2 P. 3:8), estos “dos días” podrían referirse a un período de dos mil años. Por casi dos mil años, desde el tiempo en que Tito destruyó Jerusalén y el templo en el año 70 d. C., Israel, que nos representa, ha estado en desolación. Desde aquel año Israel perdió el sacerdocio, los sacrificios, los profetas, el rey y el templo. A la postre, vendrá el “tercer día” —los mil años del reino milenario— cuando Israel será levantado, esto es, restaurado.
El principio es el mismo en nuestra vida cristiana. En un momento determinado caímos en desolación. Después de los dos días de desolación, viene el tercer día, el cual representa al Cristo pneumático en resurrección. Hoy en día podemos recibir al Cristo pneumático en resurrección y, así, disfrutar la realidad de Su resurrección. Si tenemos al Cristo resucitado, estamos en la mañana, en el amanecer, y esto es un verdadero avivamiento para nosotros.
En 1984 comprendí que el recobro se encontraba en una situación de adormecimiento, como la desolación de los dos días en Oseas 6:2. Sin embargo, si experimentamos un verdadero avivamiento, estaremos en el tercer día.
Joel 2:28 y 29 hablan del derramamiento del Espíritu. Todos los días necesitamos experimentar el derramamiento del Espíritu todo-inclusivo, consumado, compuesto y vivificante, quien es el propio Dios Triuno procesado y consumado. Este Espíritu todo-inclusivo incluye la divinidad y la humanidad de Cristo, la eficacia de Su muerte y el poder de Su resurrección. Este Espíritu es nuestra porción, nuestra herencia.
“Despertó Jehová el espíritu de Zorobabel, hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y el espíritu de Josué, hijo de Josadac, sumo sacerdote, y el espíritu de todo el remanente del pueblo” (Hag. 1:14a). Aquí vemos la respuesta de los elegidos de Dios, quienes fueron despertados por el Señor según el orden que corresponde a la autoridad de Dios. Cuando ellos respondieron al ser despertados en su espíritu por el Señor, todos nosotros estábamos incluidos.
En los Profetas Menores vemos a ambos: al Espíritu divino, el Espíritu consumado de Dios, y al espíritu humano, el espíritu despertado de los elegidos de Dios. El Espíritu divino ha sido derramado, y nuestro espíritu humano (la clave para experimentar y disfrutar a Cristo) responde a tal Espíritu al ser despertado.
Tal vez tengamos el sentir de que nuestro espíritu fue despertado muy temprano en nuestra vida cristiana, pero que ahora ya no lo es más. Sin embargo, esto no es verdad. Sin que estemos conscientes de ello, el espíritu de todo creyente regenerado ha sido despertado. Si vamos a un lugar dedicado al entretenimiento mundano, nuestro espíritu será despertado para decirnos que dejemos ese lugar. Siempre que contristamos al Espíritu (Ef. 4:30), no tenemos paz. Esto equivale a despertar nuestro espíritu. Cuando leemos la Biblia, nos sentimos en calma y paz. Incluso en esta calma, nuestro espíritu se encuentra bajo el despertar realizado por el Espíritu. Diariamente nos resulta imposible evitar que nuestro espíritu sea despertado. La Biblia revela que una vez que el Espíritu vivificante, compuesto y consumado entra en nuestro ser, Él jamás nos dejará. Mientras mora en nuestro ser, con frecuencia Él es uno que suscita “problemas” y nos despierta, ya sea en un sentido negativo o un sentido positivo. Si atendemos a tal despertar, sea éste con sentido positivo o negativo, seremos avivados y seremos fortalecidos y alentados para llevar a cabo la manera ordenada por Dios.
Los Profetas Menores también revelan que el Cristo de Dios es nuestro disfrute. El disfrute del Cristo de Dios es, en realidad, el disfrute que tenemos de Dios mismo.
Podemos disfrutar a Cristo como el Deseado de los elegidos de Dios (Mal. 3:1b; cfr. Hag. 2:7a). Independientemente de que estemos ardientes o fríos para con el Señor, deseamos a Cristo. ¿Podría usted decir que no desea a Cristo? Todos los días deseamos a Cristo.
También podemos disfrutar a Cristo como el Ángel del pacto (Mal. 3:1b). Que Él sea el Ángel significa que Él es un servidor. A Su regreso, Cristo será el Ángel del pacto. Él promulgó el nuevo pacto con Su sangre en Su mesa (Mt. 26:26-29; Lc. 22:20). En el nuevo pacto, Dios es impartido en nosotros como vida y como nuestro suministro de vida, y nosotros obtenemos el perdón de pecados (Jer. 31:31-34).
Cristo no solamente promulgó el nuevo pacto mediante Su muerte, sino que en resurrección Él lo hace cumplir por ser su fiador (He. 7:22), haciéndolo real a nosotros. En particular, Él nos garantiza que nuestros pecados han sido perdonados y que le tenemos a Él como nuestra vida y suministro de vida según es representado por el pan en la mesa del Señor. Día tras día podemos disfrutar de Él como fiador del nuevo pacto.
Cristo, como Ángel del pacto, imparte en Sus elegidos las riquezas del Dios Triuno, quien les fue legado. Según Hechos 26:18b, no solamente recibimos el perdón de pecados, sino también “herencia entre los que han sido santificados”. Esta herencia es el propio Dios Triuno con todo lo que Él tiene, todo lo que hizo y todo lo que hará por Su pueblo redimido. El Dios Triuno está corporificado en el Cristo todo-inclusivo, quien es “la porción de los santos” como herencia de ellos (Col. 1:12).
Finalmente, Malaquías 4:2 nos dice que podemos disfrutar a Cristo como el Sol de justicia que en Sus alas trae sanidad.
Cristo, como Sol de justicia, es nuestro disfrute para el crecimiento en vida al ser disipadas las tinieblas. Así como el resplandor de la luz solar permite a las plantas crecer, el resplandor de Cristo como Sol de justicia tiene por finalidad que crezcamos en vida.
Cristo, como Sol de justicia, es nuestro disfrute también para la sanidad en vida al ser borrada la injusticia. Antes que disfrutáramos esta sanidad en vida, prevalecía la injusticia, pero mediante esta sanidad, la injusticia es eliminada y reemplazada por la justicia.
Ahora quisiera darles algunas palabras adicionales con respecto al tema del avivamiento.
El avivamiento revelado en los Profetas Menores puede aplicarse a la familia, a la iglesia, a las naciones, a la totalidad del linaje humano e, incluso, al universo entero. En principio, todo y todos sobre la tierra se encuentran en la desolación de los dos primeros días a la que se refiere Oseas 6:2.
Desde la caída del hombre ha existido en toda la creación la aspiración por un avivamiento. Al respecto, Romanos 8:20-22 dice: “La creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó, con la esperanza de que también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora”. Como resultado de la caída de Adán, la corrupción, la esclavitud y la muerte fueron introducidas en toda la creación. Al presente, todas las cosas se encuentran en un proceso de degradación y están bajo la esclavitud de la corrupción. Todas las cosas que están bajo esta clase de esclavitud abrigan la aspiración de ser avivadas.
La caída del hombre introdujo la corrupción, y con la corrupción hay esclavitud. Debido a esta corrupción y esclavitud, en todo lugar existe la necesidad de un avivamiento, esto es, de restauración. Esta necesidad puede ser satisfecha únicamente por Cristo y en Cristo. Cristo fue resucitado al tercer día y, como el Cristo pneumático en resurrección, Él es la realidad del tercer día. Cristo, por tanto, es el elemento del avivamiento al cual toda la creación aspira. La corrupción y desolación pueden ser sorbidas únicamente por la resurrección de Cristo.
Tanto los incrédulos como los creyentes aspiran a ser avivados, a experimentar un nuevo comienzo. Todos desean algo nuevo. Y únicamente Cristo es el factor que renueva. Únicamente Cristo, quien se levantó al tercer día, es el poder que renueva. Para el universo entero y para toda la humanidad, Cristo es la realidad del tercer día.
Cuando recibimos a Cristo, le recibimos como Aquel que es, Él mismo, la resurrección (Jn. 11:25). Inmediatamente después de recibirle, experimentamos un nuevo comienzo en nuestra vida humana. Ese nuevo comienzo fue un avivamiento. Sin embargo, con el paso del tiempo nuevamente entramos en un estado de desolación, por lo cual tuvimos necesidad de otro avivamiento. Este ciclo de desolación y avivamiento, avivamiento y desolación, se ha repetido una y otra vez.
La manera de obtener el avivamiento que necesitamos consiste en contactar a Cristo, arrepentirnos y confesar nuestros pecados, fracasos y oscuridad. Al hacer esto somos sacados de la desolación de los dos primeros días e introducidos en la resurrección del tercer día. Siempre que estamos en desolación, tenemos necesidad de tal avivamiento. Debemos llegar al tercer día, y el tercer día no es otra cosa que la persona del Cristo resucitado junto con la realidad del avivamiento. Además, contamos con el derramamiento del Dios Triuno como Espíritu vivificante, todo-inclusivo y consumado, y nuestro espíritu responde al ser despertado.
Cuando nuestro espíritu es despertado en respuesta al derramamiento del Espíritu, disfrutamos a Cristo no solamente como Aquel que ha resucitado, sino también como Aquel que es deseado por toda la humanidad. Él es la única necesidad de la humanidad. Todos, creyentes e incrédulos por igual, desean a Cristo.
El Cristo que deseamos ha promulgado el nuevo pacto y Él, como su fiador, lo hace cumplir ahora. Mediante este pacto Dios mismo nos ha sido legado como nuestra porción legítima en Cristo, quien es el Sol de justicia que en Sus alas trae sanidad. Aparte de Él, tenemos sólo tinieblas e injusticia, pero con Él todo es luz y justicia.
Cuando tenemos tal Cristo, no solamente experimentamos avivamiento, sino que experimentamos restauración. El reino milenario será un tiempo de restauración. Esta restauración alcanzará su consumación en el cielo nuevo y la tierra nueva, cuyo centro es la Nueva Jerusalén. Esa será la máxima restauración, la restauración consumada, efectuada por el Cristo resucitado.