Mensaje 2
Lectura bíblica: Mal. 3:1-3; 4:1-3
El libro de Malaquías habla directamente acerca de Cristo. En este mensaje siento la carga de decir algo más con respecto a la revelación de Cristo hallada en Malaquías.
El libro de Malaquías revela a Cristo en Su primera venida y en Su segunda venida. En Su primera venida, Él es el Mensajero de Dios. Cristo, como Mensajero de Dios, no sólo trae al pueblo de Dios una palabra o un mensaje de parte de Dios, sino que Él mismo es el mensaje viviente. Esto es demostrado plenamente por los cuatro Evangelios, que son una presentación completa y perfecta de Cristo como el mensaje viviente enviado por Dios a Su pueblo escogido. Mientras el Señor Jesús vivía en la tierra, a medida que viajaba por las diferentes aldeas y hablaba a las personas, al ministrarse a Sí mismo en la parte intrínseca del ser de ellas, Él mismo era el mensaje.
En Su segunda venida, Cristo será el Ángel del pacto, el Deseado de las naciones (3:1) y el Sol de justicia (4:2). En realidad, Cristo era el Ángel del pacto incluso en Su primera venida. Como Ángel del pacto, Cristo promulgó el nuevo pacto. Antes de ir a la cruz, lo último que hizo fue establecer el nuevo pacto en Su mesa (Mt. 26:26-30).
Con base en este nuevo pacto (He. 8:10-12), somos perdonados por Dios, quien incluso olvida nuestros fracasos. Dios, entonces, puede impartirse en nuestro ser intrínseco para ser nuestra vida, nuestra ley de vida y nuestro todo —como nuestro contenido interno— a fin de que podamos vivirle. Esto quiere decir que el nuevo pacto consiste en hacernos absolutamente uno con Dios. Él llega a ser nosotros, y nosotros, al ser constituidos de Él, somos uno con Él en Su vida y naturaleza. El Nuevo Testamento revela que Él y nosotros formamos una morada mutua (Jn. 14:20, 23). ¡Qué milagro es éste!
Debemos entender apropiadamente lo que significa decir que hemos sido constituidos de Dios mismo de modo que Él llega a ser nosotros y, además, que llegamos a ser uno con Dios en Su vida y naturaleza. El Nuevo Testamento revela que Dios es nuestro Padre y que nosotros somos Sus hijos. No somos hijos que Dios adoptó, sino hijos que nacieron de Dios. Dios es nuestro Padre debido a que Él nos engendró, y nosotros somos Sus hijos debido a que nacimos de Él. Del mismo modo en que un niño comparte con su padre la misma vida y naturaleza mas no la paternidad, nosotros también, por ser hijos nacidos de Dios, compartimos la vida y naturaleza de Dios mas no Su paternidad ni Su Deidad. Somos iguales a Dios nuestro Padre en vida y naturaleza, pero ciertamente no somos Dios en Su Deidad ni somos el Padre en Su paternidad. Ésta es la revelación intrínseca de la Biblia, especialmente del Nuevo Testamento.
En nuestra vida diaria, tenemos que recordar nuestro estatus como hijos de Dios que poseen la vida y naturaleza de Dios. Por ejemplo, si un hermano y su esposa comprenden esto, sabiendo que no son solamente humanos sino también divinos, se respetarán mutuamente al máximo. En lugar de pelear entre sí, se honrarán y serán bondadosos el uno con el otro. Además, haber comprendido esto les guardará de dejarse llevar por la ira. Cuando somos tentados a dejarnos llevar por la ira, debemos recordar que somos hijos de Dios. Incluso en asuntos tales como ir de compras en un almacén, no debemos olvidar nuestro estatus como hijos de Dios.
En Su segunda venida, Cristo también será el Deseado de las naciones (Mal. 3:1; Hag. 2:7). Cristo es Aquel a quien deseamos. Día tras día deseamos que Él sea nuestro amor, nuestra humildad, nuestra mansedumbre y nuestro gozo. Nada es mejor que el gozo. Este gozo se convierte en nuestra fortaleza, nuestra sanidad, nuestra comida y nuestro nutrimento. El verdadero gozo procede de que Cristo sea nuestra vida, nuestras virtudes y nuestro todo. Puedo testificar que he estado amando a esta Persona durante setenta años, y le amo hoy mucho más que antes. Diariamente le deseo, le amo y le considero. Él ciertamente es nuestro Deseo.
Como Sol de justicia, Cristo vendrá trayendo sanidad en Sus alas (Mal. 4:2). Hoy en día, los pentecostales practican lo que suele llamarse sanidad divina. Pero en realidad, Cristo mismo es nuestra sanidad. Él es el Sol que nos sana al resplandecer sobre nosotros.
En Su primera venida, la tierra rechazó a Cristo; por tanto, la tierra carece de Su sanidad. Pero debido a que nosotros le recibimos a Él de una manera secreta y escondida, recibimos Su sanidad todos los días. Su sanidad hace que tengamos gozo, de modo que olvidamos nuestro enojo y ansiedad. Que estemos enfermos procede del pecado, de la muerte y de muchas deficiencias e imperfecciones. Únicamente este Cristo que sana puede restaurarnos por completo. Ser sanados es ser salvos. Ser sanados, ser salvos, es ser hechos completos. Él nos sanará, pero para ello tenemos que darle la libertad de usar Sus alas para volar sobre nosotros, alrededor de nosotros y dentro de nosotros.
En Su primera venida, Cristo sanó el sacerdocio degradado, pero en Su segunda venida Él sanará al remanente del pueblo de Israel. Entonces, Él lo será todo para la tierra y para nosotros. Este Cristo sanador vendrá súbitamente; por tanto, tenemos que permanecer alertas, listos para recibirle.
El centro del libro de Malaquías es el Cristo sanador. Este Cristo sanador es el Mensajero de Dios, el Ángel del pacto y el Deseado de las naciones. Que Cristo sea nuestra sanidad se basa en que Él es el Sol de justicia. La palabra Sol indica vida, y la palabra justicia indica equidad. Toda la tierra está llena de muerte e injusticia, pero con el Cristo sanador tenemos vida y equidad. Estamos a la espera de que Él venga como el Sol de justicia que trae sanidad en Sus alas.