Mensaje 2
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Lectura bíblica: Is. 42:1-4, 6-7; 49:5-7; 50:4-7; 52:13-15; 53:1-12; Mr. 10:45
En este mensaje seguiremos hablando de la introducción al Estudio-vida del Evangelio de Marcos. Como vimos, este evangelio muestra la excelencia de las virtudes humanas de Cristo como esclavo. Mientras que en Juan se ve a Cristo como Salvador-Dios, en Mateo como Salvador-Rey y en Lucas como Salvador-Hombre, Marcos lo presenta como Salvador-Esclavo. Así que, el tema de este evangelio es: el Esclavo de Dios como Salvador-Esclavo de los pecadores. En primer lugar veremos al Señor como Esclavo de Dios y después, como Salvador-Esclavo de los pecadores (10:45).
Este mensaje se centrará en la profecía dada por Isaías acerca de Cristo como Esclavo de Jehová.
Isaías 42:1 dice: “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento”. Jesucristo, el Esclavo de Dios, fue escogido de entre billones de seres humanos. Por ser el elegido, Dios se complació en El y Su corazón tuvo contentamiento en El.
En Isaías 53:2-3 leemos: “Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos”. Si leemos el capítulo dos del evangelio de Lucas, nos daremos cuenta que Cristo creció como renuevo tierno y como raíz de tierra seca. El Señor se crió en la casa de un carpintero pobre en el despreciado pueblo llamado Nazaret, que se encuentra en la menospreciada provincia de Galilea, y cumplió así lo que Isaías profetizó en cuanto a la tierra seca.
En el Señor no había parecer ni hermosura, tampoco tenía belleza física para que fuera deseado; antes bien, fue despreciado y rechazado por los hombres, un varón de dolores, experimentado en quebranto. Su vida se caracterizaba por los sufrimientos y el quebranto.
En Isaías 52:14 se profetiza lo siguiente acerca del Señor Jesús: “Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres”. Esto indica que el rostro del Señor fue desfigurado. La palabra desfigurado es una palabra severa e indica que la apariencia del Señor había sufrido daño o deformación.
Hace muchos años, cierto artista pintó un retrato en el que el Señor aparecía como un hombre bien parecido. Aunque esta forma de presentar al Señor es totalmente falsa, muchos cristianos tienen una réplica de ese retrato en sus hogares. En 1936, mientras viajaba por el centro de China y realizaba la obra de la predicación del evangelio, se dio un caso de posesión de demonios relacionado con dicho retrato. Una joven había sido poseída por un demonio, y los que trataban de ayudarla me refirieron el caso. Les dije que por lo general la posesión de demonios se debe a la adoración de ídolos. Pregunté si había ídolos en la casa de ella y me dijeron que no. No obstante, tenían allí el famoso retrato de Jesús. Les dije que aquello era un ídolo y que debían quitarlo y quemarlo. Después de hacerlo, el demonio salió de la joven. Tener ese retrato es totalmente contrario a las Escrituras. Les cuento esta historia para recalcar que, según la Biblia, el Señor Jesús no tuvo un rostro bien parecido, sino que Su apariencia fue deformada, desfigurada.
Isaías 49:7 dice: “Así ha dicho Jehová, Redentor de Israel, el Santo suyo, al menospreciado de alma, al abominado de las naciones, al siervo de los tiranos”. Según este versículo, el Señor Jesús fue menospreciado por los hombres, abominado por las naciones y esclavo de los gobernantes. En hebreo, la frase “siervo de los tiranos” describe a uno que es esclavizado por tiranos. El Señor fue tal esclavo, esclavizado por tiranos.
Isaías 50:6 dice acerca del Señor: “Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos”. Aquí se nos dice detalladamente la manera en que el Señor se condujo en calidad de Esclavo. Dio Su espalda a los que querían herirle, dio sus mejillas a los perseguidores y no escondió Su rostro de las injurias.
En Isaías 42:2 leemos: “No gritará, ni alzará su voz, ni la hará oír en las calles”. Esto significa que el Señor no causaba alboroto, pues en vez de alzar la voz permanecía impasible y hablaba en tono normal.
Isaías 42:3-4 dice: “No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare; por medio de la verdad traerá justicia. No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia; y las costas esperarán su ley”. Según estos versículos, el Señor no quebraba la caña cascada ni apagaba el pábilo que humeaba. Los judíos solían hacer flautas de caña. Cuando alguna estaba cascada y no servía como instrumento musical, la quebraban. Además, hacían mechas de lino que quemaban aceite. Cuando se agotaba el aceite, la mecha humeaba y la apagaban. En el pueblo del Señor algunos son como cañas cascadas que no producen sonido musical, y otros como mechas humeantes que no producen una luz resplandeciente. No obstante, el Señor no quebraría a aquellos que son como cañas cascadas que no pueden emitir ningún sonido musical ni apagaría a los que, como las mechas humeantes, no produzcan una luz resplandeciente. Por un lado, el Señor no quebraría una caña cascada ni apagaría un pábilo que humeare. Por otro lado, según estos versículos, El mismo no se debilitaría como la luz de un pábilo que humea, ni sería destruido como la caña cascada.
En Isaías 50:4 dice que al Señor, como Esclavo de Dios, se le dio lengua de sabios: “Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios”. Aunque el Señor como Esclavo no tenía la función de enseñar, se le dio lengua de sabios. Fue instruido por Dios para saber cómo sostener al fatigado con una palabra. Debido a esto, podía sustentarlos con una sola palabra, la cual puede ministrar vida más que un largo mensaje.
Isaías 50:7 dice: “Porque Jehová el Señor me ayudará, por tanto no me avergoncé; por eso puse mi rostro como un pedernal, y sé que no seré avergonzado”. El Señor confió en Dios y puso Su rostro como un pedernal. Al caminar en la senda de Dios con el propósito de cumplir Su voluntad, Su rostro era firme como una roca. En cuanto a realizar la voluntad divina, el Señor fue una persona muy resuelta.
En Isaías 53:4-5 leemos lo siguiente acerca del Señor Jesús: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”. Estos versículos describen la muerte que el Señor sufrió en la cruz. El llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores. Fue herido por nuestras transgresiones y molido por nuestros pecados. El castigo de nuestra paz, es decir, por nuestra paz, fue sobre El, y por Su llaga fuimos curados.
Según Isaías 53:7, el Señor no abrió Su boca al ser angustiado y afligido: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca”. Esto significa que cuando el Señor fue llevado a la cruz, era como una oveja que enmudece delante de los trasquiladores. Al ser angustiado y afligido no dijo nada.
Isaías 53:6 dice: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”. El versículo 10 añade: “Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en Su mano prosperada”. Estos versículos muestran que Dios cargó en el Señor la iniquidad de todos nosotros, le quebrantó, le hizo sufrir e hizo que Su alma fuera una ofrenda por la transgresión.
Isaías 53:12 dice: “Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores”. Mientras moría en la cruz, el Señor derramaba Su vida. Fue crucificado en medio de dos ladrones, y, por tanto, contado con los pecadores. Llevó el pecado de muchos. En cuanto a que intercedió por los transgresores, se cumplió en la oración que ofreció en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23:34a).
Según Isaías 53:8, el Señor Jesús “fue cortado de la tierra de los vivientes”. El hecho que el Señor fue cortado de la tierra de los vivientes significa que se le dio muerte.
Isaías 53:11 revela que el Señor resucitó para ver el fruto de Su aflicción: “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos”. En resurrección, el Señor ve el fruto de Su aflicción. Habiendo resucitado, El, como Siervo justo de Dios, justifica a los muchos, cuyas iniquidades había llevado.
Isaías 52:13 habla de la exaltación del Señor: “He aquí que mi siervo será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto”. Después de resucitar, el Señor fue exaltado y puesto muy en alto.
Isaías 42:6 dice: “Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones”. El Señor, después de Su ascensión, llegó a ser un pacto para el pueblo judío y una luz para los gentiles. El propio Señor Jesús llegó a ser el nuevo pacto, el nuevo testamento, para el pueblo de Dios, y una luz para los gentiles, es decir, para los paganos, por medio de la predicación del evangelio llevada a cabo por Sus discípulos.
En Isaías 49:6 vemos que el Señor es la salvación de Dios hasta lo postrero de la tierra: “Dice [Jehová]: Poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra”. Cristo, en Su ascensión, es ahora la salvación de Dios hasta lo postrero de la tierra. Isaías habló esta profecía setecientos años antes del nacimiento del Señor Jesús.
En el libro de Isaías encontramos una profecía detallada acerca del Señor Jesús como Esclavo de Dios. Ni siquiera el Nuevo Testamento contiene un relato como ese. Al examinar la profecía en Isaías en cuanto a Cristo como esclavo de Dios, podemos entender con más detalle lo que el Evangelio de Marcos relata acerca de dicho aspecto de Cristo.
En Filipenses 2:5-11 encontramos lo que dijo el apóstol Pablo acerca de Cristo como Esclavo de Dios.
En Filipenses 2:5-6 Pablo dice: “Haya, pues, en vosotros esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús, el cual, existiendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”. Aquí vemos que el Señor no sólo existía con Dios, sino que subsistía en forma de Dios. De la connotación de la palabra griega se podría leer, existiendo desde el principio, lo cual implica la preexistencia eterna del Señor. Decir que Cristo existía en la forma de Dios significa que subsistía en la expresión del ser de Dios (He. 1:3), que estaba identificado con la esencia y la naturaleza de la persona de Dios. Esto alude a la deidad de Cristo.
Según Filipenses 2:6, aunque Cristo subsistía en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse. Era igual a Dios, pero no estimó esta igualdad como un tesoro a que aferrarse a fin de retenerlo. Más bien, estuvo dispuesto a venir a la tierra como hombre.
En Filipenses 2:7 Pablo añade: “Sino que se despojó a Sí mismo, tomando forma de esclavo, haciéndose semejante a los hombres”. El Señor se despojó a Sí mismo de Su posición, Su gloria y otros aspectos relacionados con Su deidad. Por supuesto, no se despojó de Su deidad en sí. Al despojarse a Sí mismo, vino como hombre, tomando forma de esclavo y haciéndose semejante a los hombres.
Filipenses 2:7 contiene dos palabras importantes: forma y semejante. En Su encarnación, el Señor no cambió Su naturaleza divina, sino solamente Su expresión externa, dejando la forma de Dios y tomando la de un esclavo. No fue un cambio de esencia sino de condición. La forma de Dios implica la realidad interna de la deidad de Cristo; la semejanza de los hombres denota la apariencia externa de Su humanidad. Exteriormente como hombre tenía la apariencia de un hombre; interiormente como Dios tenía la realidad de la deidad. El tomó forma de esclavo y se hizo hombre en la semejanza de los hombres.
En Lucas 2 se describe al Señor como hombre. Cuando fue a Jerusalén con Sus padres, El era un ser humano, un niño. Allí no le vemos como un esclavo. No fue sino hasta que salió a ministrar que le vemos como tal. El ministraba en calidad de esclavo. Por ejemplo, cuando les lavó los pies a Sus discípulos, se encontraba en forma de esclavo (Jn. 13:4-5). Primero, se hizo hombre en la semejanza de los hombres. Luego, se condujo como esclavo en Su porte exterior de esclavo.
Si un hermano se levanta para hablar en una reunión de la iglesia, ciertamente tendrá el porte exterior de hombre. Sin embargo, si el mismo hermano se pone ropa de trabajo y comienza a pasar la aspiradora por la alfombra, diríamos que tiene el porte exterior de un conserje. En primer lugar, él es un hombre, pero también tiene el porte exterior de un conserje. Este pequeño ejemplo quizás nos ayude a entender cómo el Señor se hizo hombre y cómo después ministró en el porte exterior de esclavo.
Cuando los discípulos discutían quién sería el mayor entre ellos, el Señor les dijo que había venido a servir como esclavo: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar Su vida en rescate por muchos” (Mr. 10:45). El Señor parecía decirles: “Mírenme. Yo he venido a servir como esclavo, aun al costo de Mi vida. Estoy dispuesto a dar Mi vida en rescate”. Con esto vemos que en Su ministerio el Señor sirvió en el porte exterior de un esclavo.
En Filipenses 2:8 Pablo dice: “Y hallado en Su porte exterior como hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Humillarse fue un paso adicional en el despojamiento de Sí mismo; Su humillación manifestó Su despojamiento. El se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Dicha muerte es el punto culminante de Su humillación. Para los judíos la muerte de cruz era una maldición (Dt. 21:22-23), y para los gentiles, una sentencia de muerte impuesta sobre malhechores y esclavos (Mt. 27:16-17, 20-23). Por eso, era vergonzoso morir así (He. 12:2).
Filipenses 2:9 dice: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre”. El Señor se humilló a lo sumo, y Dios le exaltó al máximo. Desde la ascensión del Señor, no ha habido sobre la tierra otro nombre que esté por encima del nombre de Jesús. Lo dicho por Pablo en Filipenses 2:9 acerca de la exaltación del Señor es similar a lo profetizado en Isaías 52:13.
El Evangelio de Marcos no contiene un relato de la genealogía del Señor ni de Su rango, pues presenta al Salvador como esclavo, y el linaje de un esclavo no es digno de atención.
El relato acerca de Cristo como esclavo de Dios contenido en el Evangelio de Marcos, no habla principalmente de las maravillosas palabras que profirió, sino de Sus excelentes acciones. Dichas acciones exhiben tanto Su preciosa humanidad en la virtud y perfección de la misma, como Su deidad en la gloria y honra de ésta. Debe admirarnos profundamente el hecho de que en este evangelio veamos a un esclavo con una humanidad preciosa en la virtud y perfección de la misma, y con deidad en la gloria y honra de ésta.
El Evangelio de Marcos presenta al Señor Jesús como Esclavo de Dios y como Salvador-Esclavo de los pecadores. Como Salvador-Esclavo, sirvió a los pecadores y dio Su vida en rescate por ellos (10:45). El Señor como Salvador-Esclavo, al dar Su vida en rescate por los pecadores, cumplió el propósito eterno de Dios, a quien servía como Esclavo.