Mensaje 20
(4)
Lectura bíblica: Mr. 7:1-23
El Evangelio de Marcos fue escrito siguiendo una secuencia progresiva ya que en él tenemos un relato cronológico de los eventos que ocurrieron en la vida del Señor Jesús. Estamos convencidos de que, en conformidad con la providencia de Dios, todo lo que aconteció en la vida del Señor ocurrió en un orden específico y de manera progresiva.
En Mr. 6:45-52 se habla de que el Señor anda sobre el mar. Luego, en Mr. 6:53-56, vemos que El sana en todo lugar. Esta situación era maravillosa. El Señor y Sus discípulos habían cruzado al otro lado del mar tempestuoso, y las personas disfrutaban por doquier la sanidad que El traía.
De repente unos “espías” religiosos, que eran fariseos y escribas, “se juntaron a Jesús ... después de haber venido de Jerusalén” (Mr. 7:1). Estas personas cultas, líderes de la religión judía, vinieron al Señor con el propósito de espiarlo. Jerusalén quedaba lejos, rumbo al sur, y el Señor Jesús se encontraba al norte, en Galilea. A pesar de la distancia, los fariseos y los escribas vinieron desde allá a fin de observar lo que El hacía.
Marcos 7:2 dice que los fariseos y los escribas, quienes habían venido a espiar al Señor Jesús, vieron “que algunos de los discípulos de Jesús comían pan con manos profanas, esto es, no lavadas”. Los versículos 3-4 explican que los fariseos, aferrados a la tradición de los ancianos, no comían sin antes lavarse cuidadosamente las manos. Al volver de la plaza, no comían si no se lavaban.
Según el versículo 5, los fariseos y los escribas preguntaron al Señor Jesús: “¿Por qué Tus discípulos no andan conforme a la tradición de los ancianos, sino que comen pan con manos profanas?” La palabra ancianos en este versículo y en el 3 se refiere a los antiguos, a personas de generaciones anteriores. Puesto que los discípulos practicaban algo que iba en contra de la tradición que los judíos habían recibido de sus antepasados, los fariseos y los escribas pensaron que tenían base para criticar al Señor.
Al leer 6:45-7:23, tal vez nos parezca que lo que ahí se relata es simplemente una historia. En este pasaje se habla de que el Señor Jesús pasó por el mar tempestuoso, sanó a mucha gente y fue interrogado por los fariseos y los escribas. Pero si acudimos al Señor para que nos dé luz acerca de esta sección de Marcos, nos daremos cuenta, al llegar al capítulo siete, de que era necesario que el Señor se ocupara de la condición interior del hombre. Las cosas que acontecieron antes de este capítulo se relacionan con las circunstancias del hombre, no con su condición interior. Sin embargo, el evangelio se centra en nuestro ser. El problema de la condición interior del hombre es mucho más serio que el de su situación exterior, y en efecto es la raíz de todos los problemas.
En los primeros seis capítulos de este evangelio se tratan muchas cosas, pero hasta allí no se menciona nada de la condición interior del hombre caído. En el capítulo siete, la interrogación que los fariseos y los escribas hicieron al Señor le dio la oportunidad de hablar de ello. Su intención era condenar al Salvador-Esclavo, pero Dios, en Su providencia, se valió de eso para que se abordara el tema. Sin ellos el Señor no habría tenido la oportunidad de hablar de la condición interior del hombre.
Los fariseos y los escribas no tenían ninguna intención de que se hablara de la condición interior del hombre; lo que a ellos les interesaba eran los ritos, el lavamiento y la limpieza exteriores. La condición interior del hombre era lo que menos les importaba. No obstante, con su interrogación dieron una excelente oportunidad al Señor de que revelara este asunto. El Señor Jesús puso de manifiesto la condición interior del hombre, no sólo ante los fariseos y los escribas, sino también ante la multitud, y especialmente ante los discípulos (v. 17).
En 7:1-23 se ven tres grupos de personas: toda la multitud, incluyendo a los fariseos y los escribas; parte de la multitud (v. 14) y los discípulos del Señor, Sus seguidores cercamos. El versículo 17 dice: “Cuando entró en una casa, apartándose de la multitud, le preguntaron Sus discípulos”. El Señor entonces les manifestó de manera clara cuál era la condición interior del hombre. Al final, los íntimos seguidores del Señor fueron quienes recibieron el beneficio, pues vieron claramente no sólo la situación exterior del hombre, sino también su condición interior.
El Señor Jesús, una persona divina y humana, no sólo resuelve la situación externa del hombre, sino que también sana su condición interna. Esta sanidad consta en Marcos 7, y constituye un paso importante en el servicio evangelio del Salvador-Esclavo. Como ya vimos, antes de este capítulo Su servicio se enfocaba en resolver la situación exterior del hombre. Pero los fariseos y los escribas, con su oposición dieron al Señor una excelente oportunidad de que revelara el interior del hombre caído.
En el capítulo seis vemos oposición y rechazo. Ahí se relata el martirio de Juan el Bautista, el precursor del Salvador-Esclavo, un martirio que fue motivado por el odio que Herodías le tenía a Juan. Al final de este capítulo, el Señor cruzó el mar y vino a la región donde sanó a muchos. Los discípulos del Señor deben de haber estado muy alegres y emocionados al ver lo que acontecía. Dondequiera que iba el Señor, era acogido y la gente era sanada. Si nosotros hubiésemos estado entre los seguidores del Salvador-Esclavo en aquel entonces, ciertamente habríamos estado alegres.
Podemos decir que los fariseos y los escribas, según el capítulo siete, eran opositores profesionales. Es posible que antes de descender de Jerusalén, el lugar donde estaba el Señor Jesús, hayan sido adiestrados en cuanto a cómo espiarlo y encontrar alguna base para poder arrestarlo y matarlo. Los fariseos y los escribas quizás se dijeron los unos a los otros: “Este hombre es un diablo, y tenemos que deshacernos de él. Tenemos que encontrar algo que convenza al gobierno romano de que debe darle muerte”. Estos espías adiestrados y profesionales pensaron que tenían base para acusar al Señor Jesús de comer sin lavarse las manos. Pero en realidad, su acción dio lugar a que el Señor hablara de la condición del corazón del hombre.
En el capítulo siete se puede comparar al Señor Jesús con un cirujano que opera a un paciente, y a los opositores profesionales con los que preparan “la sala de operación”. Cuando todo estaba listo, el Señor “operó”, es decir, abrió el corazón del hombre y manifestó su condición interior.
El Señor dijo a los fariseos y los escribas: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: ‘Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de Mí. Pues en vano me rinden culto, enseñando mandamientos de hombres como enseñanzas’” (vs. 6-7). El Señor parecía decir: “Hipócritas, sólo os preocupáis por lo exterior y no os interesa la condición interior del hombre. No importa mucho si os laváis las manos antes de comer. Lo que importa es la condición interior. Dejadme abrir vuestro corazón y poner de manifiesto su condición”. En este capítulo el Señor saca a relucir la condición maligna del corazón del hombre caído.
Los fariseos y los escribas se acercaron al Señor Jesús con el propósito de hallar alguna falla en El, pero fueron reprendidos por El. El Señor era auténtico; nunca fingía. Por un lado, El es benévolo y tiene compasión de los que le buscan, pero por otro, como lo indica el relato del capítulo siete, fue franco con los opositores profesionales y los llamó hipócritas. En los versículos 8-9 y 13 el Señor añade: “Dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres ... Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición ... Invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis trasmitido. Y hacéis muchas cosas semejantes a éstas”.
El Señor parecía decirles: “Hipócritas, venís a buscar alguna falla en Mí, pero Yo aprovecho la oportunidad para poner de manifiesto vuestra condición. Preguntáis por qué Mis discípulos no guardan las tradiciones. Yo os preguntó a vosotros por qué invalidáis la palabra de Dios con vuestras tradiciones. Vosotros servís a Dios sólo de boca, pero Yo pondré de manifiesto lo que está en vuestro corazón”.
En los versículos 10-12 el Señor dijo a los fariseos y a los escribas: “Porque Moisés dijo: ‘Honra a tu padre y a tu madre’; y: ‘Quien hable mal del padre o de la madre, que muera’. Pero vosotros decís: Si un hombre dice a su padre o a su madre: Ya es corbán (es decir, ofrenda a Dios) todo lo mío con que hubieras sido beneficiado, que no haga más por su padre o por su madre”. Así vemos que los fariseos y los escribas no sólo erraban en cuanto a adorar a Dios, sino también en la manera de relacionarse con sus padres. Con respecto a esto, invalidaban el mandamiento de Dios con su práctica de guardar sus tradiciones.
La palabra corbán del versículo 11 es una transliteración de la palabra hebrea, que significa ofrenda, y denota cualquier cosa que se ofrece a Dios. Esta palabra se usa varias veces en los primeros siete capítulos de Levítico, donde se habla de las diversas clases de ofrendas.
El Señor reprendió a los fariseos y los escribas por errar en cuanto a honrar y cuidar a los padres. En realidad, ellos enseñaban que no se debía honrarlos e invalidaban con ello el mandamiento de Dios. Una persona debía cuidar a sus padres. Pero según los fariseos y los escribas, si la persona decía que aquello con lo que los sostendría era corbán (ofrenda a Dios), ya no tenía que hacer más por ellos. En cuanto a esto, el Señor Jesús reprendió severamente a los fariseos y los escribas, diciéndoles que invalidaban la palabra de Dios con sus tradiciones.
La severa reprensión hecha por el Señor silenció a los opositores profesionales, pues dejó en evidencia públicamente su condición. Qué vergüenza fue esto para los fariseos y los escribas, quienes eran conocedores de la ley mosaica, y probablemente se creían superiores a los galileos. El Señor puso de manifiesto la condición de ellos y los reprendió, llamándoles hipócritas en frente de la multitud. Les dijo que adoraban a Dios de labios, pero que sus corazones estaban lejos de El. Incluso declaró que ellos invalidaban la ley de Dios y la despojaban de autoridad. El Señor puso de manifiesto que ellos no sólo le mentían a Dios, sino también a sus padres. ¡Cuán severa fue esta reprimenda! Con ella silenció a los fariseos y a los escribas. Sin duda ellos desaparecieron silenciosamente de allí.
Después de irse los fariseos y los escribas, el Señor de nuevo llamó a la multitud, diciéndoles: “Oídme todos, y entended: Nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él es lo que contamina al hombre” (vs. 14-15). El Señor indica explícitamente que lo que contamina al hombre es lo que sale de su corazón. Así que, no debemos preocuparnos tanto por las cosas exteriores, ya que éstas no pueden contaminarnos. Más bien, debemos prestar mucha atención a lo interior, ya que eso sí puede contaminarnos.
El versículo 17 dice: “Cuando entró en una casa, apartándose de la multitud, le preguntaron Sus discípulos sobre la parábola”. Los discípulos pidieron al Señor que les explicara lo que había dicho, y El les dijo: “¿También vosotros estáis así sin entendimiento? ¿No entendéis que todo lo que de fuera entra en el hombre, no le puede contaminar, porque no entra en su corazón, sino en el vientre, y sale a la letrina? Al decir esto hacía limpios todos los alimentos ... Lo que del hombre sale, eso contamina al hombre” (vs. 18-20). Según lo dicho por el Señor, lo que sale del corazón del hombre es lo que contamina al hombre. Jeremías dijo que el corazón del hombre es perverso (Jer. 17:9). El hombre caído tiene un corazón corrupto y lleno de contaminación.
En los versículos 21-22 el Señor enumera algunas de las cosas que contaminan al hombre, las cuales están en su corazón: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, proceden los malos pensamientos, las fornicaciones, los hurtos, los homicidios, los adulterios, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la blasfemia, la soberbia, la insensatez”. Luego en el versículo 23 concluye: “Todas estas maldades de dentro proceden, y contaminan al hombre”. Las cosas malignas que proceden del interior del hombre son frutos de su naturaleza caída y pecaminosa (Ro. 7:18).
Debemos aplicarnos lo dicho por el Señor y comprender que todo lo que sale de dentro, nos contamina. Ninguna cosa que tenga su origen en nosotros está limpia, pues somos una constitución de cosas malignas.
Es muy significativo que en el capítulo siete de Marcos el Salvador-Esclavo, al llevar a cabo Su servicio evangélico, mencione la condición interior del hombre. El Señor hizo esto por el bien de Sus discípulos, Sus fieles seguidores. Quería demostrarles que todo lo que procedía de sus corazones contaminaba a los demás. El Señor parecía decirles: “Tened cuidado de no contaminar a otros o de ser contaminados por los demás. Ninguno de vosotros está limpio, así que no importa cuánto os lavéis las manos, no podéis limpiar vuestro corazón, pues en él yace lo que contamina. Debéis comprender que todo lo que procede de vuestro corazón es inmundo y no sólo contamina a los demás, sino también a vosotros mismos”.