Mensaje 26
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Lectura bíblica: Mr. 8:27-38; 9:1-13
En 8:27—9:13 se revela el misterio de la persona del Señor, Su muerte y Su resurrección. Se puede decir que en este pasaje se narra lo sobresaliente del Evangelio de Marcos, la cumbre de dicho evangelio.
En el capítulo ocho, el Salvador-Esclavo sanó al ciego de Betsaida. El Señor logró más en este caso que en cualquier otro. Por ejemplo, el primer caso de sanidad que se narra en este evangelio fue el de la suegra de Pedro. Realizar esta sanidad fue muy fácil. El Señor sencillamente se le acercó y la levantó, tomándola de la mano. Luego la fiebre la dejó, y ella se puso a servirles (1:31). A partir de esta sanidad, este evangelio se desarrolla paso a paso hasta que en el capítulo siete se revela el corazón del hombre, su condición interior.
El Señor Jesús, después de poner de manifiesto el corazón del hombre, revela que El es el pan, nuestro suministro de vida. El no es únicamente el Dios perdonador, sino también nuestro Médico, nuestro Novio, el David de hoy y el Emancipador. Además, El es quien nos alimenta y también el pan mismo.
Después de que el Señor se revela como el pan que nos alimenta interiormente, se narran sanidades específicas: la sanidad del oído y de la lengua del sordomudo, y la de los ojos del ciego. Después de estas sanidades, podemos decir que el hombre llega a ser una persona completa, cuyos órganos han sido sanados de manera específica. Ahora dicha persona está preparada para recibir la revelación de la persona, la muerte y la resurrección de Cristo.
El Señor Jesús, con el propósito de revelar Su persona, Su muerte y Su resurrección, lleva a Sus discípulos a Cesarea de Filipo, un lugar alejado de la región religiosa. Y en el camino preguntó a Sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que soy Yo?” (8:27). Después de que ellos respondieron, les hizo otra pregunta: “Pero vosotros, ¿quién decís que soy?” (v. 29). En ese momento Pedro recibió la visión de que Jesús era el Cristo, y declaró: “¡Tú eres el Cristo!”
La revelación dada en Cesarea de Filipo es el paso más elevado, la cima del evangelio de Marcos. El Señor abrió los ojos de los discípulos antes de llevarlos a Cesarea de Filipo. Así que, ellos ya tenían la vista para poder ver, no las cosas comunes o materiales, sino las divinas y misteriosas. Específicamente, sus ojos fueron abiertos para que vieran a Cristo, Su muerte que le pone fin a todo y Su resurrección maravillosa. En la esfera de lo misterioso y lo divino, lo principal es tener la revelación acerca de Cristo, Su muerte y Su resurrección.
La esfera de lo misterioso y lo divino está completamente oculta al hombre natural. El hombre natural, como dice Pablo en 1 Corintios 2, no puede entender lo que se encuentra en esta esfera: “Pero el hombre anímico no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son necedad, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (v. 14). El hombre anímico es el hombre natural, el que vive encerrado en su alma y no en el espíritu. Un hombre así no percibe las cosas del Espíritu de Dios, sino que las rechaza.
El Señor Jesús es un misterio para el hombre natural y para la mente natural. Aun en la actualidad, algunos eruditos judíos estudian quién fue Jesús, y qué fue Su crucifixión. Debido a que la Persona, la muerte y la resurrección de Cristo son los asuntos más importantes de la esfera de lo misterioso y lo divino, algunos teólogos cristianos, al igual que los eruditos judíos, no han tenido la visión en cuanto a ello.
No debemos tener a Marcos como un evangelio de historias. Este evangelio trata de cómo el Señor Jesús, el Salvador-Esclavo, sirve a los pecadores. Su servicio comienza en el capítulo uno y continúa hasta el siete, donde el Señor revela la condición del corazón del hombre. Podemos decir que en Marcos 7 el Salvador-Esclavo actúa como un cirujano, ya que ahí abre nuestro corazón y lo pone de manifiesto.
En el capítulo siete vemos al Señor no sólo como el Cirujano divino, sino también como Aquel que nos alimenta consigo mismo como pan. Esto indica que nuestra necesidad básica es el pan, el suministro de vida. El Salvador-Esclavo no sólo nos sana, nos restaura y nos vuelve a la comunión con Dios, sino que también nos alimenta consigo mismo como pan. El mismo es nuestra provisión de vida.
El Señor nos alimenta consigo mismo como pan y como resultado, experimentamos espontáneamente Su sanidad de modo específico: sana nuestros oídos sordos, nuestra lengua muda y nuestros ojos ciegos.
Debemos juntar algunas porciones del Evangelio de Marcos así como se juntan las piezas de un rompecabezas, ya que al juntarlas se puede ver la figura. En Marcos se ven algunas personas escogidas por Dios, las cuales no sólo son sanadas de manera general, como lo fueron la suegra de Pedro, el leproso y el paralítico, sino también de modo específico, en los órganos del oído, el habla y la vista. Estas sanidades tienen que ver con la unción del Señor, como lo representa Su saliva. Una vez que estas personas escogidas eran alimentadas con el suministro de vida, el Señor como pan, les eran sanados sus órganos, y como resultado, podían oír, hablar y ver; Sus órganos volvían a funcionar. En esta condición, el Salvador-Esclavo las lleva a Cesarea de Filipo, un lugar donde la atmósfera espiritual estaba despejada.
Hemos hecho notar que en Cesarea de Filipo el Señor Jesús habló a los discípulos acerca de Su persona. Mientras hablaba con ellos, ponía a su alcance la esfera de lo misterioso y lo divino, y por lo menos uno de Sus discípulos llegó a ver que Jesús es el Cristo. No obstante, aunque vio la persona de Cristo, la visión era limitada, pues no vio nada acerca de Su muerte y Su resurrección. Por lo cual, el Señor anunció a Sus discípulos que sería crucificado, y que después de Su muerte, resucitaría. Al hablar de Su muerte y Su resurrección, ampliaba el acceso a la esfera de lo misterioso y lo divino, pues no sólo les reveló Su persona, sino también Su muerte maravillosa y Su admirable resurrección.
Ahora llegamos a un asunto crucial. Debemos comprender que a los ojos de Dios, todo lo que hay en el universo debe ser reemplazado, y Cristo, por medio de Su muerte y Su resurrección, es el reemplazo singular del universo. El es el reemplazo total, el reemplazo todo-inlcusivo. Mediante Su muerte y Su resurrección, El reemplaza todas las personas y las cosas que no son Dios mismo: reemplaza a Moisés, a Elías y a todos; reemplaza nuestro yo, nuestra alma, nuestra mente; reemplaza todas las personas, todas las cosas y todos los asuntos que hay en el universo. Por esto decimos que El es el reemplazo total y todo-inclusivo.
Cuando el Señor Jesús reveló a Sus discípulos lo relacionado con Su muerte y Su resurrección, es posible que se hayan confundido. En particular, Pedro se atrevió a reprender al Señor (v. 32). Luego, el Señor lo reprendió a él, diciéndole: “¡Quítate de delante de Mí, Satanás! Porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (v. 33). Y añadió: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (v. 34). ¿Sabe lo que significa negarse a uno mismo?” Negarse a uno mismo significa ser reemplazado por Cristo.
El Señor parecía decirles, especialmente a Pedro: “Ya que has visto a Cristo, necesitas que El te reemplace. Debes hacerte a un lado y permitir que El sea tu misma persona. Necesitas negarte a ti mismo y ser reemplazado por El”.
¿Cómo podemos ser reemplazados por Cristo? Unicamente mediante Su muerte y Su resurrección. Sin Su muerte y Su resurrección, ni Cristo podría reemplazarnos, ni existiría la posibilidad de que nosotros fuéramos reemplazados por El. Este reemplazo se puede realizar únicamente por medio de la muerte y la resurrección de Cristo.
Es preciso comprender que necesitamos negarnos a nosotros mismos. Debemos estar dispuestos a ser reemplazados y ver que se nos ha preparado un reemplazo: Cristo. En las palabras de Pablo en Gálatas 2:20, ya no debemos vivir nosotros, sino que Cristo debe vivir en nosotros.
Cuando vivimos nosotros, vivimos según nuestro corazón, el cual es corrupto; vivimos en conformidad con nosotros mismos. En nuestro interior hay un corazón maligno, y si queremos ser librados de lo que somos en nosotros mismos, de nuestro corazón maligno, debemos negarnos a nosotros mismos. Negarnos en realidad quiere decir que Cristo nos reemplaza por medio de Su muerte y Su resurrección.
La muerte de Cristo en la cruz nos incluyó a nosotros, lo cual indica que cuando El murió, nosotros morimos con El. Ahora debemos comprender este hecho y aplicarlo a nuestro vivir. Darnos cuenta que fuimos crucificados con Cristo y aplicar este hecho equivale a tomar la cruz. Así que, tomar la cruz es reconocer que la muerte de Cristo nos puso fin y aplicarnos este hecho. Cuando llevamos a cabo esta aplicación, surge en nosotros la vida de resurrección.
El Cristo crucificado y resucitado es el Espíritu vivificante en nuestra vida cotidiana, y este Espíritu es la realidad de la resurrección de Cristo. Cada vez que aplicamos la cruz de Cristo, surge el Espíritu vivificante como la realidad de la resurrección de Cristo que nos reemplaza de manera práctica. Entonces podemos decir: “Con Cristo estoy juntamente crucificado. Ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí”.
¿Han visto lo que se revela en 8:27—9:13? Este pasaje presenta una revelación de la persona de Cristo, Su muerte y Su resurrección. ¡Oh, cuánto necesitamos ver esto! Me preocupa que algunos no hayan visto los asuntos cruciales relacionados con la persona del Cristo todo-inclusivo, Su muerte maravillosa y Su admirable resurrección. Si vemos esto, diremos: “¡Amén! ¡Amén a Cristo! ¡Amén a la muerte de Cristo! ¡Amén a la resurrección de Cristo! ¡Amén a que se me dio muerte! Puesto que se me puso fin, ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí. Cristo es el reemplazo total de este universo. Dios no desea que permanezcan Moisés ni Elías, ni tampoco yo en lo que soy. Digo amén al hecho de que Dios desea que sólo permanezca Cristo”.
Dios no desea que permanezca nada de lo que somos en nosotros mismos. No quiere que permanezca nuestra carne ni nuestro corazón con toda su corrupción. Dios sólo desea a Cristo, porque El es el reemplazo único, el reemplazo que lo abarca todo.
En 9:7 Dios declara: “Este es Mi Hijo, el Amado; a El oíd”. Debemos oírlo a El, y no a nosotros mismos. No debemos prestar atención a nuestra mente, a nuestra parte emotiva ni a nuestra voluntad. No debemos prestar atención a lo que pensamos, a lo que nos imaginamos ni a lo que amamos. Debemos oír a Cristo. Cristo es el Amado de Dios, Su favorito. El es el que reemplaza a todas las personas y todas las cosas. Así que, El debe poseerlo todo en nuestro vivir. Todo lo relacionado con nuestro vivir, debemos dárselo a El.
Cristo, quien es nuestro reemplazo, fue crucificado. En la cruz, sufrió una muerte que nos incluyó y nos puso fin a todos. Después de sufrir dicha muerte, Cristo resucitó. Ahora, en resurrección, El es el Espíritu vivificante, y como tal, es la realidad de nuestra vida. Cuando aplicamos Su muerte, la cual nos puso fin, el Espíritu tiene la plena libertad para traernos la realidad de Cristo. Entonces somos reemplazados de manera práctica, y podemos afirmar que fuimos crucificados con El y que ya no vivimos nosotros, sino que El vive en nosotros. Incluso podemos decir junto con Pablo: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). En todo, sea por muerte o por vida, vivimos a Cristo y le magnificamos (Fil. 1:20).
Se necesitan las catorce epístolas de Pablo para interpretar los versículos de los capítulos ocho y nueve del Evangelio de Marcos. Con la ayuda de dichas epístolas, podemos ver el cuadro presentado en los primeros ocho y medio capítulos de Marcos. ¡Espero que recibamos una impresión tan profunda de este cuadro, que nunca se nos olvide! ¡Alabado sea el Señor que este cuadro nos incluye a nosotros! Estamos incluidos en la esfera divina, en la cual vivimos a Cristo por medio de Su muerte y Su resurrección. ¡Cuán maravilloso es esto! ¡Alabado sea el Señor por el punto sobresaliente del Evangelio de Marcos, en el cual se presenta una revelación de Cristo, Su muerte y Su resurrección!